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Plantas en peligro: ¿cómo ayudar a evitar su extinción en Colombia?

Michael Montaño, consultor botánico del Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible, explica que hay algunas especies que están en mayor peligro de extinción en el país.

Diego Suárez
23 de octubre de 2024 - 01:00 p. m.
Las plantas Acanthocladus colombianus, Critoniopsis cinerea, Erythroxylum plowmanianum, Metteniusa cundinamarcensis, Paragynoxys uribei y Williamodendron quadrilocellatum son las más amenazadas según el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible.
Las plantas Acanthocladus colombianus, Critoniopsis cinerea, Erythroxylum plowmanianum, Metteniusa cundinamarcensis, Paragynoxys uribei y Williamodendron quadrilocellatum son las más amenazadas según el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible.
Foto: Getty Images

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La biodiversidad en Colombia está bajo amenaza. Las plantas en peligro de extinción, muchas de las cuales desempeñan un papel crucial en el equilibrio de los ecosistemas, están desapareciendo a un ritmo alarmante debido a la deforestación, el cambio climático y la expansión de actividades humanas.

Según cifras del Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible, por lo menos 1.262 especies de plantas que están actualmente en peligro de extinción en el país. De acuerdo con Michael Montaño, consultor botánico del ministerio, entre las especies más amenazadas se encuentran Acanthocladus colombianus, Critoniopsis cinerea, Erythroxylum plowmanianum, Metteniusa cundinamarcensis, Paragynoxys uribei, y Williamodendron quadrilocellatum.

“Estas plantas están amenazadas principalmente por la destrucción de sus hábitats naturales debido a la expansión agrícola, la deforestación y el cambio climático. Acanthocladus colombianus y Critoniopsis cinerea, por ejemplo, dependen de ecosistemas montañosos muy específicos, donde la fragmentación de su hábitat las deja sin espacio para crecer. Erythroxylum plowmanianum es vulnerable porque crece en áreas deforestadas para cultivos ilícitos. Metteniusa cundinamarcensis y Paragynoxys uribei están en peligro por la agricultura de páramo y la minería, afectando su entorno frío y delicado. Williamodendron quadrilocellatum, que habita en bosques húmedos, sufre por la tala y la expansión urbana en el Chocó”, dijo Montaño

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Acanthocladus colombianus

Este arbusto puede crecer hasta un metro de altura, con ramas gruesas y ramificadas cubiertas de espinas afiladas que le proporcionan defensa contra herbívoros. Sus hojas son pequeñas, ovaladas y coriáceas, de color verde oscuro, con bordes suaves, están dispuestas de manera alterna a lo largo de las ramas espinosas. Produce flores discretas de color blanco o crema, que brotan solitarias o en pequeños grupos en las axilas de las hojas. Los frutos son cápsulas secas que contienen varias semillas de pequeño tamaño.

Motivo de riesgo de extinción: La expansión de las tierras agrícolas ha devastado gran parte de su hábitat. En muchas áreas, los bosques secos donde esta planta crece han sido talados para crear espacio para cultivos y pastoreo. Montaño explica: “El Acanthocladus colombianus es extremadamente sensible a los cambios en su entorno. No se adapta bien a la transformación del suelo, a la compactación causada por el ganado, ni a los incendios que, en muchas ocasiones, son provocados para limpiar tierras. Lo que era una planta común en algunos lugares, ahora está desapareciendo a pasos agigantados”.

Critoniopsis cinerea

Esta planta es un arbusto que puede llegar hasta los 2-3 metros de altura. Sus tallos son delgados y leñosos, pero flexibles, permitiéndole adaptarse al entorno. Sus hojas son delgadas, lanceoladas, de unos 5-10 cm de largo, con una textura aterciopelada debido a la fina capa de pelos que las recubre. El color de las hojas varía entre un verde claro a grisáceo. Las flores pequeñas y de color blanco se agrupan en racimos terminales, atrayendo insectos polinizadores. Sus frutos son aquenios alados, que son dispersados por el viento.

Motivo de riesgo de extinción: La presión agrícola y ganadera ha sido devastadora para su hábitat natural. La conversión de tierras montañosas para cultivos y pastizales ha destruido gran parte de los ecosistemas donde esta planta prospera. Montaño explica: “Los ecosistemas de alta montaña son frágiles y difíciles de restaurar una vez alterados. Las actividades humanas en estas áreas, como la agricultura y la ganadería, no solo destruyen el hábitat de la Critoniopsis cinerea, sino que también degradan el suelo y modifican el clima local, lo que hace casi imposible que la planta vuelva a crecer una vez que su entorno es alterado”.

Erythroxylum plowmanianum

Este arbusto leñoso puede alcanzar alturas de hasta 4 metros. Sus ramas son delgadas y presentan una corteza lisa de color marrón claro. Las hojas son elípticas, de unos 4-7 cm de largo, con bordes enteros y una superficie lisa y brillante, de un verde profundo. La disposición es alterna en las ramas. Las flores son pequeñas y blancas, con cinco pétalos delicados. Los frutos son bayas de color rojo o anaranjado, de 1 cm de diámetro, que contienen una semilla en su interior.

Motivo de riesgo de extinción: La deforestación en la región amazónica es la principal amenaza. “La tala masiva de bosques tropicales para obtener madera o para plantar cultivos ilícitos está acabando con el hábitat del Erythroxylum plowmanianum”, dice Montaño. “El problema es que los bosques donde esta planta crece son destruidos en grandes bloques. Lo que queda son islas de vegetación aisladas, que no pueden sostener poblaciones viables de plantas. Esto fragmenta el ecosistema, afectando también a los animales y otras especies vegetales que dependen del bosque”.

Metteniusa cundinamarcensis

Este árbol puede alcanzar hasta 10 metros de altura, con un tronco robusto y de corteza grisácea que tiende a agrietarse con la edad. Las ramas se extienden hacia afuera, creando una copa amplia. Las hojas son grandes, ovaladas, de hasta 15 cm de longitud, con un color verde oscuro en la superficie superior y un verde más pálido en la parte inferior. Son brillantes y tienen una textura coriácea. Las pequeñas flores, de color amarillo claro, se agrupan en panículas terminales. Los frutos son cápsulas secas que contienen semillas aladas, las cuales son dispersadas por el viento.

Motivo de riesgo de extinción: La expansión urbana en los alrededores de Bogotá ha devastado gran parte de su hábitat. “La urbanización descontrolada ha empujado al Metteniusa cundinamarcensis a áreas cada vez más pequeñas y fragmentadas”, explica Montaño. “Cada vez que se construye una carretera o un nuevo barrio, se destruye parte del hábitat de esta planta. Lo que es peor, las especies invasoras que llegan con la urbanización también desplazan al Metteniusa, compitiendo por los nutrientes y el espacio”.

Paragynoxys uribei

Este arbusto adaptado al páramo alcanza los 1.5 metros de altura. Tiene un hábito de crecimiento en forma de roseta, con una base de ramas leñosas. Las hojas son alargadas, de unos 10 cm, recubiertas con una densa capa de pelos que le ayudan a conservar la humedad y protegerse del frío. Su disposición es basal, formando una roseta alrededor de la base de la planta. Sus flores amarillas se agrupan en capítulos que recuerdan a pequeñas margaritas, con pétalos largos y delgados. Los frutos son aquenios que se dispersan con el viento.

Motivo de riesgo de extinción: La expansión agrícola, especialmente el cultivo de papa, ha invadido los páramos, destruyendo su hábitat. “El Paragynoxys uribei está siendo empujado fuera de su hábitat por el avance de la agricultura. Los páramos son frágiles, y cualquier intervención humana, por pequeña que sea, puede tener consecuencias devastadoras para las plantas que crecen allí”, dice Montaño.

¿Qué se puede hacer para ayudar a evitar la extinción de estas especies?

Montaño enfatiza que “la gente común tiene un papel clave en la conservación de las plantas en peligro de extinción”. Para comenzar, recomienda que “lo primero es educarse sobre las plantas nativas. Conocer las especies locales permite comprender por qué son importantes y cómo su desaparición afecta al ecosistema”. También sugiere que quienes viven cerca de áreas donde crece el Acanthocladus colombianus se involucren en proyectos de restauración de hábitats, destacando acciones concretas como “las plantaciones de árboles nativos, la protección de zonas de bosque seco y el control de incendios forestales”. Incluso, añade que “algo tan simple como evitar la quema de basura en zonas rurales puede marcar una diferencia significativa”.

Montaño también alienta a promover la agricultura sostenible en las zonas rurales, señalando que “no se trata de dejar de sembrar o criar ganado, sino de hacerlo de manera consciente. La rotación de cultivos, el uso de cercas vivas y la reforestación con especies nativas ayudan a restaurar el equilibrio del ecosistema sin comprometer la producción”. Además, menciona la importancia de participar en la restauración de páramos y montañas, donde organizaciones locales organizan jornadas de reforestación. “Plantar especies nativas y restaurar áreas degradadas puede tener un gran impacto cuando se realiza colectivamente”.

En cuanto a la deforestación, Montaño insiste en que es crucial “apoyar iniciativas de conservación en la Amazonía y presionar a los gobiernos para que implementen políticas más estrictas contra la tala ilegal y promuevan la reforestación”. Asimismo, destaca el papel de las comunidades indígenas, mencionando que “los habitantes de la región tienen el conocimiento necesario para conservar el bosque, pero necesitan el respaldo de la sociedad y del Estado para hacerlo”.

Para quienes viven en áreas urbanas, Montaño sugiere “proteger los espacios verdes y participar en proyectos de jardinería ecológica. Cultivar plantas nativas en jardines o balcones ayuda a mantener el equilibrio ecológico, además de apoyar organizaciones que trabajan en la creación de corredores ecológicos para conectar fragmentos de hábitat”.

Finalmente, Montaño subraya la importancia de apoyar la conservación de páramos y limitar el consumo de productos agrícolas provenientes de estas áreas. “Los páramos son vitales para la regulación del agua en el país. Protegerlos beneficia a todos”, concluye.

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Por Diego Suárez

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