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La soberanía alimentaria en Colombia enfrenta uno de sus mayores desafíos: la preservación de las semillas criollas. Estas semillas, consideradas el alma de la agricultura tradicional, son clave para garantizar la seguridad alimentaria, la biodiversidad y el sustento de miles de campesinos en el país. Sin embargo, su preservación está amenazada por la expansión de cultivos industriales, la introducción de semillas transgénicas y los cambios en las políticas agrarias.
Las semillas criollas, también conocidas como semillas nativas o tradicionales, han sido cultivadas y mejoradas por generaciones de agricultores. Representan un patrimonio genético invaluable, adaptado a las condiciones locales de suelo, clima y cultura. “Estas semillas son el resultado de siglos de conocimiento acumulado. Perderlas sería como perder una parte de nuestra identidad”, afirma David Malaver, quien destaca que estas variedades no solo son más resilientes a las condiciones climáticas adversas, sino que también suelen ser más nutritivas.
Según el experto, la preservación de las semillas criollas es esencial para garantizar la soberanía alimentaria en Colombia, ya que estas semillas representan la herencia biocultural de las comunidades campesinas, indígenas y afrodescendientes. Un estudio titulado “Soberanía alimentaria y protección de las semillas nativas y criollas en Colombia.
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Estrategias de preservación
A pesar de los desafíos, en Colombia han surgido múltiples iniciativas y programas para proteger este valioso recurso. Desde bancos de semillas comunitarios hasta ambiciosos programas nacionales, diversas estrategias buscan garantizar la supervivencia de las semillas criollas. Malaver detalla las siguientes estrategias de preservación realizadas en el país:
- Bancos de semillas comunitarios: Los bancos de semillas son espacios donde los agricultores almacenan, intercambian y reproducen variedades tradicionales. Estos bancos funcionan como verdaderos tesoros vivos de biodiversidad. Un ejemplo destacado es el Banco de Semillas del Cauca, que trabaja con comunidades indígenas y campesinas para preservar más de 150 variedades de maíz, fríjol y papa. En el departamento de Boyacá, el Banco de Semillas Nativas “Riqueza del Campo” ha implementado talleres para capacitar a los agricultores en la conservación y almacenamiento adecuado. Además, organizan ferias agroecológicas donde los productores pueden intercambiar semillas y conocimientos.
- Ley 1876 de 2017: El Sistema Nacional de Innovación Agropecuaria (SNIA): Este marco legal busca fortalecer las capacidades técnicas y organizativas de los agricultores, promoviendo el uso de prácticas agroecológicas. Aunque no está enfocada exclusivamente en las semillas criollas, su implementación fomenta su uso y conservación mediante el apoyo a modelos de producción sostenibles. Proyectos asociados al SNIA han financiado la creación de parcelas experimentales para probar y mejorar variedades criollas en departamentos como Nariño y Santander.
- Proyectos de investigación y desarrollo: Organizaciones como Corpoica (hoy AGROSAVIA) y universidades como la Nacional de Colombia y la Universidad del Valle han desarrollado proyectos enfocados en identificar, catalogar y multiplicar semillas criollas. Un proyecto reciente en Antioquia, liderado por la Universidad de Medellín, ha mapeado variedades locales de frutales criollos, documentando su resistencia a plagas específicas y sus cualidades nutricionales únicas. Asimismo, AGROSAVIA trabaja en un proyecto nacional para el desarrollo de bancos genéticos digitales, permitiendo que los agricultores puedan acceder a información detallada sobre las características y beneficios de las variedades criollas.
- Intercambios de semillas: Los “trueques de semillas” son eventos tradicionales donde los agricultores comparten y adquieren nuevas variedades. Estas prácticas, además de enriquecer la biodiversidad agrícola, fortalecen los lazos comunitarios y promueven la soberanía alimentaria. En el Valle del Cauca, la “Red de Custodios de Semillas” organiza anualmente encuentros donde participan más de 500 familias campesinas e indígenas.
- Programas de educación agrícola: Varias organizaciones no gubernamentales han implementado programas educativos en zonas rurales para capacitar a jóvenes agricultores sobre la importancia de preservar las semillas criollas. El programa “Herencia Viva” en Cundinamarca, por ejemplo, combina talleres prácticos con proyectos escolares, asegurando que las nuevas generaciones conozcan y valoren este legado.
La preservación de las semillas criollas no solo es una cuestión de biodiversidad, sino también de justicia social. Estas semillas permiten a las comunidades campesinas ser menos dependientes de las grandes corporaciones y garantizar su propio sustento. “Conservar nuestras semillas es conservar nuestra capacidad de decidir qué y cómo cultivamos, asegurando alimentos saludables y accesibles para todos”, enfatiza Malaver.
Las semillas criollas desempeñan un papel clave en la adaptación al cambio climático, según Malaver, porque están profundamente adaptadas a las condiciones locales en las que han evolucionado a lo largo del tiempo. Estas variedades, al haber sido seleccionadas y cultivadas durante generaciones en entornos específicos, han desarrollado una resistencia natural a factores adversos como sequías, lluvias excesivas o plagas. Así es su adaptación al cambio climático:
- Resistencia Natural: Sequías: Muchas variedades criollas han desarrollado raíces más profundas o mecanismos que les permiten conservar agua. Esto las hace ideales para regiones donde la disponibilidad de agua es limitada. Inundaciones: En áreas propensas a inundaciones, algunas semillas criollas han desarrollado tolerancia a suelos saturados o anegados. Por ejemplo, variedades de arroz criollo en regiones húmedas tienen adaptaciones específicas para sobrevivir en agua estancada.
- Adaptabilidad Genética: Las semillas criollas contienen una diversidad genética amplia, lo que les permite responder mejor a cambios rápidos en las condiciones climáticas. Esto es esencial frente a fenómenos climáticos impredecibles causados por el calentamiento global.
En regiones como el Altiplano Cundiboyacense, donde el cambio climático ha alterado los patrones de lluvia, Malaver explica que los agricultores han empezado a reintroducir variedades criollas de papa y maíz que se adaptan mejor a estos nuevos escenarios. Se ha demostrado que estas variedades no solo sobreviven, sino que pueden rendir igual o mejor que las semillas comerciales en condiciones adversas. Por ejemplo, proyectos como los liderados por AGROSAVIA, que está enfocado en la conservación y uso sostenible de semillas criollas a través de bancos de germoplasma, parcelas experimentales y desarrollo de cultivos resilientes, promoviendo su adaptación al cambio climático. Además, trabaja con redes de agricultores para preservar y compartir estas semillas, mientras digitaliza conocimientos para facilitar su acceso. También impulsa programas educativos sobre agroecología y biodiversidad, logrando recuperar cientos de variedades criollas y mejorar la productividad agrícola en comunidades rurales.
Además de las iniciativas mencionadas, Colombia cuenta con proyectos específicos que han marcado un precedente:
- “Semilla y Tradición” en Huila: Un proyecto colaborativo entre comunidades indígenas y universidades locales que busca documentar los usos tradicionales de más de 200 variedades criollas. El proyecto incluye la producción de manuales educativos y un banco audiovisual para preservar conocimientos ancestrales.
- Red Nacional de Agricultores Orgánicos: Esta red promueve el intercambio de semillas criollas mediante plataformas digitales y eventos locales, conectando a agricultores de diferentes regiones del país.
Aunque existen esfuerzos significativos, los obstáculos son numerosos. “La falta de financiamiento, la baja prioridad que recibe la agricultura familiar en las políticas públicas y la presión de las empresas multinacionales son algunos de los problemas que dificultan la preservación de las semillas criollas. Adicionalmente, la urbanización y la migración rural han provocado la pérdida de conocimientos tradicionales sobre el manejo y cultivo de estas semillas. Necesitamos una educación agrícola que rescate y promueva estos saberes ancestrales”, destaca Malaver.
Los consumidores también juegan un rol crucial en esta lucha. Al elegir productos cultivados con semillas criollas, están apoyando a los pequeños agricultores y fomentando prácticas sostenibles. Iniciativas como los mercados campesinos y las redes de consumo responsable están ganando terreno en Colombia, conectando directamente a los productores con los consumidores.
Preservar las semillas criollas es más que un acto de resistencia; es una estrategia para construir un futuro más equitativo y sostenible. En palabras de Malaver: “Cada semilla criolla que salvamos es una garantía de vida, cultura y esperanza para las próximas generaciones”.
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