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La tauromaquia ha sido objeto de una amplia discusión en el país desde hace varios años. Las posiciones en disputa están bastante claras: por un lado, quienes consideran que los eventos taurinos constituyen una forma de maltrato animal hacia los toros; por otra parte, quienes defienden la llamada “fiesta brava” como una tradición cultural que llegó desde España y se desarrolló en diferentes lugares del país.
Como Colombia, hay otros siete países en el mundo en los que aún son permitidas las corridas de toros. España, Francia y Portugal, en Europa; y Venezuela, Perú, Ecuador y México, en América. A su vez, en cada uno de estos países hay movimientos antitaurinos que buscan la prohibición de las corridas de toros de manera definitiva, con el objetivo de poner fin a “un espectáculo violento y cruel”, en palabras de Andrea Padilla, senadora animalista.
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Actualmente cursa en el Congreso una iniciativa para prohibir las corridas de manera progresiva. Se trata del proyecto de ley 085 de 2022. Ya superó dos debates en el Senado, y le aguardan otros dos en la Cámara de Representantes. En este se contempla un período de entre dos y tres años y medio para que las personas que se dedican a trabajos relacionados con la tauromaquia cambien de actividad económica.
Uno de los argumentos con el que los taurinos se oponen a esta prohibición es que los toros de lidia que hay en el país irán a parar a un matadero, por lo que no se evitaría su muerte. “Tenerlos ahí no es económicamente rentable”, afirma César Gómez, médico veterinario de la Universidad de La Salle y magíster en reproducción animal. Además, añade que, al igual que el resto del ganado, se trata de un animal que se ha sostenido en el tiempo únicamente para la explotación humana.
En esta misma línea, Carlos León, antropólogo de la Universidad Javeriana que ha investigado sobre la tradición taurina, explica que esta raza se formó a partir de la selección de individuos agresivos con el único fin de incorporarlos en prácticas humanas, como bodas o celebraciones, de las que existe registro en el siglo XV en España. “Los ganaderos crían a un animal único. Estamos hablando de que jugaron a ser dioses para mantener la virilidad de este animal”, afirma León.
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Con los años, y nutrida por esta tradición, la selección de toros para la lidia terminó creando un animal con características muy diferentes a las del ganado doméstico, pero en respuesta a la demanda de un mercado que hace rentable la crianza de estos toros.
Gómez asevera que un toro de lidia tarda 54 meses en alcanzar los 450 kilogramos, mientras que otras razas que son criadas para el consumo de carne, como el cebú o el angus, tardan apenas 30 meses en alcanzar el mismo peso. Asimismo, el toro de lidia requiere una alimentación más costosa.
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Por otra parte, los toros de lidia requieren un mayor espacio para su desarrollo. Cuando se separan de la vaca, los terneros de lidia se agrupan en manadas de seis a 12 individuos. “Los juntan en un solo potrero, y en ese potrero ellos van creciendo toda su vida, porque, como ellos son tan territoriales, donde les meta más animales empiezan a pegarse entre ellos y a ganar territorio o a dominar, y se empiezan a ‘despitonar’ (partir los cachos)”, asegura Gómez. Por esto, en un terreno en el que podrían tenerse 150 vacas para producción de leche, pueden tenerse un máximo de 20 para la crianza de toros de lidia.
Aunque parece que la ganadería de lidia es menos práctica que la ganadería lechera o cárnica, el retorno de la inversión la hace atractiva para quienes se dedican a esta. La finca El Paraíso, ubicada en el municipio de Choachí, Cundinamarca, vendió durante muchos años toros para los eventos que se realizaban en el país. “Vendía un encierro en $90 millones. Un encierro de seis toros”, cuenta Jerónimo Pimentel, dueño de la finca, sobre sus ventas hace cinco o seis años. Las ganancias le alcanzaban para sostener un ancianato que él mismo fundó, así como una escuela de formación taurina, ambas en Choachí.
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En 2012, cuando Gustavo Petro era alcalde de Bogotá, se prohibieron por primera vez las corridas de toros en la ciudad. Fue un espaldarazo al movimiento antitaurino, que durante años había pedido que se suspendieran. Sin embargo, Pimentel recuerda que ese año “tuve que mandar muchos toros al matadero, porque ya no tenía en dónde venderlos”.
Para Jairo Clavijo, profesor del Departamento de Antropología de la Universidad Javeriana, habría que plantear una diferenciación entre la muerte del animal y las corridas en sí. “Creo que sería interesante separar las dos cosas. Porque si el triunfo es acabar con las corridas y no preocuparse en absoluto por la suerte futura de los animales, es una discusión bastante egoísta desde el punto de vista humano”, afirma.
Por su parte, la senadora Padilla asegura que no es una discusión acerca de la extinción de una especie, que en realidad no estaría en peligro de desaparecer, sino que dejaría de criarse una raza. “En cambio, mantener vigente un espectáculo cruel con el argumento de que su prohibición causaría la desaparición de una raza que solo es mantenida para alimentar ese espectáculo, no tiene justificación moral y es profundamente injusto”.
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Según Clavijo, la discusión se encuentra en por qué diferenciamos la muerte como espectáculo, que se da en las corridas, y la muerte para el consumo, que se da a puerta cerrada en un matadero. Y, a su vez, esto podría traer preguntas mucho más profundas sobre la sociedad. “Creo que la discusión de los toros es muy emblemática para entender cómo una sociedad piensa una política de la vida y una política de los sintientes. Si fuera fácil ya lo hubiéramos resuelto, ¿no?”, puntualiza.