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La principal prisión de Santiago ha sido durante mucho tiempo un lugar donde los hombres viven encerrados y los gatos deambulan libres. Estos felinos callejeros llegaron en cantidades controladas para acabar con la plaga de ratones que había en el lugar. Sin embargo, con el paso del tiempo, la falta de atención veterinaria, entre estas, la esterilización, dio paso a una creciente población gatuna. Ahora, son cerca de 300 felinos los que conviven con los 5.600 presos.
De acuerdo con la directora del centro penitenciario, la presencia de estos animales ha cambiado el estado de ánimo de los internos y ha fortalecido el tema de la responsabilidad. Los presos adoptan informalmente a los gatos, trabajan juntos para cuidarlos y comparten su comida y sus camas. A cambio, los felinos les proporcionan amor y aceptación.
Pero este no es ni el primero ni el único caso de este tipo. Los programas formales para poner en contacto a presos y animales se han llevado a cabo en varios lugares del mundo. En 2015, una prisión de Estados Unidos implementó un programa que tenía como propósito rescatar gatos de refugios para permitir que los reclusos con una conducta ejemplar se encargaran de su alimentación y cuidado. Tener un felino se considera un privilegio y la mayoría de los presos hacen todo lo posible por cumplir con los requisitos para ser elegibles.