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Ni los barrotes ni la distancia lo hacen tambalear: desde su prisión en Groenlandia, el ambientalista estadounidense-canadiense Paul Watson continúa su lucha contra la caza de ballenas, mientras aguarda la decisión sobre una demanda de extradición de Japón.
“Si creen que esto va a impedir nuestra oposición, yo solamente cambié de barco, mi barco actual es el ‘Prisión Nuuk’”, declaró a AFP el “capitán” Watson, de 73 años, fundador de la ONG Sea Shepherd y de la fundación de defensa de las ballenas que lleva su nombre.
Los cargos en su contra datan de 2010. Japón sospecha que es corresponsable de daños y lesiones a bordo de un barco ballenero japonés y pidió su extradición a Dinamarca, de la cual Groenlandia es parte.
El “pirata de los mares”, según sus detractores, fue detenido en Nuuk, capital de Groenlandia, cuando se dirigía en su navío John Paul Dejoria a interceptar un nuevo buque factoría ballenero japonés. Al respecto, el hombre comentó: “me quieren usar de ejemplo para demostrar que su caza de ballenas no se toca”.
El tribunal de Nuuk debe pronunciarse el 4 de septiembre sobre su permanencia en prisión preventiva, donde fue puesto para evitar su posible fuga, según la fiscalía. Pues, en 2012 huyó de Alemania, donde se encontraba bajo arresto domiciliar, por temor a ser extraditado a Japón.
Desde su celda en el centro penitenciario, un moderno edificio gris adosado a las rocas, puede admirar ballenas e icebergs. “Es casi como si estuviera en la proa de mi barco”, comentó. Lo único que le inquieta es la separación de sus hijos de 3 y casi 8 años.
Cerca de 100.000 personas en todo el mundo han firmado una petición para exigir su libertad. Recibe numerosas cartas y los otros presos le muestran simpatía, pese a su oposición a la caza de focas, tradicional en la isla del Ártico.
“Recibo muchas cartas, muchas de ellas de niños”, conmemora. “Son extremadamente apasionados por el mundo, y si podemos llegar a los niños, pienso que las cosas podrían cambiar”, expresa este autoproclamado filántropo.
“Dinamarca está en una situación muy difícil, por una parte, no me pueden extraditar porque son fervientes defensores de los derechos humanos”, expresó el ambientalista, para quien el sistema judicial japonés es “medieval”.
Por otra parte, “no he hecho nada y si lo hubiera hecho, la pena sería de 222 dólares (928.249 pesos colombianos), ni siquiera pena de prisión, mientras que Japón me quiere condenar a 15 años”, afirmó.
Sus dos barcos permanecen en cada uno de los hemisferios, listos para intervenir si se reanuda la caza legal de ballenas en alguno de los países balleneros, que son Japón, Noruega e Islandia y que autorizan la práctica.
“Intervengo de forma agresiva, no violenta”, explica el activista de rebeldes cabellos blancos. Para él, no hay contradicción entre esos términos. “Significa que voy a intentar quitarle el cuchillo a quien pretenda matar una ballena, pero no lo voy a lesionar”, señala.
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