Sasaima dice adiós a sus perezosos: esta es la razón (video)
Convertidos en una atracción turística, estos animales silvestres enfrentaron un peligro silencioso que trajo consecuencias fatales. Esta es la historia de su inevitable traslado.
Ana Vega
Sasaima, un pequeño pueblo en Cundinamarca, albergó durante dos décadas a once perezosos de dos dedos que, curiosamente, se habían convertido en una parte importante del lugar. Según los rumores, la historia comenzó cuando un conductor encontró a uno de estos animales en una carretera cercana y, en vez de contactar a las autoridades ambientales como es debido, lo dejó en los árboles del parque. Pronto otros siguieron su ejemplo, trayendo más perezosos hasta que el parque se convirtió en su hogar.
Luz Marina Sánchez, residente de Sasaima, se convirtió en la cuidadora de estos perezosos. Con sus propios recursos, los alimentaba en tiempos de escasez, proporcionándoles frutas y cuidando a crías que eran rechazadas por sus madres, como fue el caso de Morochito. Con el tiempo, los perezosos dejaron de ser una simple curiosidad local y empezaron a atraer turistas. Sin embargo, este creciente interés también trajo serias consecuencias: una de las crías murió tras ingerir alimentos procesados que le ofrecieron algunos visitantes, y otra fue robada, lo que alertó a la Corporación Autónoma Regional de Cundinamarca (CAR) sobre la vulnerabilidad de los perezosos.
En agosto, la CAR decidió reubicar a la mayoría de los perezosos en el Parque Longitudinal de Sasaima, un entorno dentro del mismo municipio con más vegetación y lejos del contacto constante con personas. Esta decisión fue difícil para la comunidad, que había adoptado a los perezosos como parte de su identidad. Sin embargo, las autoridades ambientales argumentaron que el bienestar de los perezosos debía estar por encima del interés turístico.
Este caso recuerda una situación similar en Cartagena, donde dos influencers extranjeros denunciaron una práctica en la que se cobraba a los turistas por permitirles tocar perezosos. Su denuncia generó un debate en redes sociales sobre el impacto negativo de estas prácticas en los animales silvestres y cuestionó la ética detrás de convertirlos en atracciones turísticas.
Lea: Polémica en Cartagena: denuncian que personas cobran a turistas por tocar a perezosos
Tanto en Sasaima como en Cartagena, estos casos subrayan una lección importante: la fauna silvestre no debe ser vista como una atracción, sino como una vida que merece respeto y protección en su hábitat natural. La verdadera muestra de admiración hacia estos animales no es acercarse a ellos para tomarse una foto, tenerlos como mascotas o íconos de un pueblo, sino asegurarse de que vivan en libertad y en condiciones adecuadas.
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Sasaima, un pequeño pueblo en Cundinamarca, albergó durante dos décadas a once perezosos de dos dedos que, curiosamente, se habían convertido en una parte importante del lugar. Según los rumores, la historia comenzó cuando un conductor encontró a uno de estos animales en una carretera cercana y, en vez de contactar a las autoridades ambientales como es debido, lo dejó en los árboles del parque. Pronto otros siguieron su ejemplo, trayendo más perezosos hasta que el parque se convirtió en su hogar.
Luz Marina Sánchez, residente de Sasaima, se convirtió en la cuidadora de estos perezosos. Con sus propios recursos, los alimentaba en tiempos de escasez, proporcionándoles frutas y cuidando a crías que eran rechazadas por sus madres, como fue el caso de Morochito. Con el tiempo, los perezosos dejaron de ser una simple curiosidad local y empezaron a atraer turistas. Sin embargo, este creciente interés también trajo serias consecuencias: una de las crías murió tras ingerir alimentos procesados que le ofrecieron algunos visitantes, y otra fue robada, lo que alertó a la Corporación Autónoma Regional de Cundinamarca (CAR) sobre la vulnerabilidad de los perezosos.
En agosto, la CAR decidió reubicar a la mayoría de los perezosos en el Parque Longitudinal de Sasaima, un entorno dentro del mismo municipio con más vegetación y lejos del contacto constante con personas. Esta decisión fue difícil para la comunidad, que había adoptado a los perezosos como parte de su identidad. Sin embargo, las autoridades ambientales argumentaron que el bienestar de los perezosos debía estar por encima del interés turístico.
Este caso recuerda una situación similar en Cartagena, donde dos influencers extranjeros denunciaron una práctica en la que se cobraba a los turistas por permitirles tocar perezosos. Su denuncia generó un debate en redes sociales sobre el impacto negativo de estas prácticas en los animales silvestres y cuestionó la ética detrás de convertirlos en atracciones turísticas.
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Tanto en Sasaima como en Cartagena, estos casos subrayan una lección importante: la fauna silvestre no debe ser vista como una atracción, sino como una vida que merece respeto y protección en su hábitat natural. La verdadera muestra de admiración hacia estos animales no es acercarse a ellos para tomarse una foto, tenerlos como mascotas o íconos de un pueblo, sino asegurarse de que vivan en libertad y en condiciones adecuadas.
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