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El Santuario Animal Namigni nació hace cinco años, justo cuando la pandemia de COVID-19 comenzaba a afectar a Colombia. En esos primeros días, su misión fue sencilla pero crucial: alimentar a perros y gatos callejeros en La Calera, una zona ubicada en las afueras de Bogotá. Sin embargo, pronto la causa se amplió para incluir el rescate de otros animales destinados al matadero, como terneros, vacas, toros, caballos, burros, cabras, cerdos y llamas. Lo que comenzó como una pequeña labor, se transformó en un santuario dedicado a salvar vidas.
“Empezamos a hacer este trabajo por pura convicción, porque los animales necesitaban ayuda. Fuimos creciendo poco a poco y nos dimos cuenta de que había muchos animales más que también necesitaban ser rescatados”, dice Miguel Aparicio, fundador del Namigni.
Sin embargo, el año pasado el santuario se vio golpeado por una crisis inesperada. La región sufrió una sequía devastadora provocada por el fenómeno del Niño, lo que dejó la zona sin lluvias durante 13 meses consecutivos. El pasto desapareció, los animales no tenían qué comer y los costos para mantenerlos se dispararon. Cabe aclarar que este lugar no recibe ningún tipo de apoyo institucional y se sostiene principalmente con los esfuerzos de sus fundadores y las donaciones de personas comprometidas con la causa.
Con pocas opciones disponibles, el santuario se vio obligado a buscar un nuevo hogar. “No podíamos seguir en La Calera. Necesitábamos un lugar con mejores condiciones, que pudiera ofrecer pasto para los animales, incluso durante un clima cálido”, cuenta Miguel.
Después de una larga búsqueda, encontraron una finca en el municipio de San Luis, en el Tolima. El terreno parecía ideal: 200 hectáreas con agua, espacio para los animales y un clima que no parecía tan caluroso. Sin embargo, pronto se dieron cuenta de que el panorama era muy diferente al que esperaban. “Las temperaturas extremas de hasta 43 grados y la presencia de fauna como murciélagos y garrapatas afectaron gravemente la salud de los animales”, recuerda Miguel.
Pero los problemas no solo eran de clima. Desde la segunda mitad de diciembre, comenzaron a llegar diferentes amenazas. En las redes sociales, un ganadero local acusó al santuario de arrojar cadáveres de animales a una quebrada. Esta acusación, según Miguel, es totalmente falsa: “Eso es algo totalmente absurdo, grave e inaceptable. El santuario, por el contrario, siempre ha defendido la naturaleza y el medio ambiente, enterrando los cuerpos de los animales que mueren por causas naturales son debidamente sepultados, nunca desechados en el agua”.
Las amenazas fueron escalando. Miguel relata que, en varias ocasiones, extraños merodearon por la finca. Uno de los incidentes más preocupantes ocurrió cuando un grupo de hombres llegó con machetes y comenzó a hacer comentarios sobre el valor económico de los animales. “Para nosotros, los animales no tienen precio. No los medimos en términos económicos, son parte de nuestra familia”, señala Miguel.
Con el paso de los meses, los ataques y robos se volvieron más frecuentes. En una ocasión, dos llamas fueron robadas, una de ellas apareció muerta a 8 kilómetros de la finca, mientras que la otra nunca más se supo de ella. Además, se registraron invasiones de propiedad y extrañas amenazas, como el hallazgo de tres sartenes dispuestos en la finca con un cuchillo y tarros de aceite y sal, un claro mensaje intimidatorio.
La situación llegó a su punto más crítico cuando hombres en moto entraron al santuario con intenciones claras de robar ganado. “Nos dijeron que sabían cuánto valían los animales. Esto nos alertó, ya que un vecino me dijo que probablemente eran ladrones de ganado, personas peligrosas”, cuenta Miguel.
A pesar de las denuncias ante las autoridades locales, la Fiscalía, la Unidad Nacional de Protección y la Gobernación del Tolima, hasta el momento no ha habido respuestas concretas para garantizar la seguridad de los animales y de los cuidadores. La policía, aunque ha mostrado su apoyo, no ha podido ofrecer una protección constante, debido a la lejanía y la falta de recursos. “Nos dijeron que no calificamos para protección de la Unidad Nacional de Protección. No sabemos cómo seguir adelante en estas condiciones”, explica Miguel, preocupado por la seguridad de los animales y de su equipo.
El Santuario Animal Namigni sigue luchando por sobrevivir, pero las amenazas constantes han hecho que la situación sea insostenible. Miguel y su equipo han solicitado ayuda a varias instituciones, pero hasta el momento no han recibido una solución efectiva. “Necesitamos mudarnos urgentemente. No podemos seguir viviendo en constante miedo. Ya no sabemos qué esperar, vivimos siempre con la amenaza latente de que algo puede pasar”, dice Miguel, quien sigue buscando una finca más segura en un clima más frío, en Cundinamarca o Boyacá.
El santuario, que no tiene una agenda política y cuya única misión es proteger a los animales maltratados y abandonados, se enfrenta hoy a un conflicto que parece no tener justificación. Miguel y su equipo no comprenden la hostilidad que han generado, ya que su trabajo no está dirigido contra nadie, sino que se basa en la protección y el respeto hacia los animales.
Con alrededor de 300 animales bajo su cuidado, el Santuario Animal Namigni sigue siendo un refugio para aquellos que no tienen voz. Pero el constante hostigamiento y las amenazas han creado un clima de inseguridad que pone en peligro tanto a los animales como a las personas que los cuidan. Mientras tanto, la búsqueda de un lugar más seguro continúa, con la esperanza de que un nuevo hogar permita seguir con la misión de rescatar y proteger a aquellos que más lo necesitan.
Si quiere ayudar al Santuario Animal Namigni, comuníquese al WhatsApp 3219266207.
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