Afganistán pide más tropas a Donald Trump
Aunque es uno de los países cuyos ciudadanos tienen vetada la entrada a Estados Unidos, el gobierno afgano ha pedido más personal para combatir a los talibanes y otros grupos terroristas.
redacción internacional
Afganistán tiene una historia reciente que deprimiría al más optimista: fue invadida por Estados Unidos en 2011; los talibanes salieron del poder, pero se convirtieron en una guerrilla implacable, y después de tantos y esfuerzos y entrenamientos, no han podido hacer mucho para derrotarlos. De hecho, el año pasado fue uno de los más violentos en ese país: murieron más de 3.500 personas en diversos ataques y atentados y casi 8.000 resultaron heridos. La violencia yihadista campea; los talibanes insisten en su reinado envejecido; el gobierno central tiene trazas de desgobierno; el ejército está minado para enfrentar con certeza a sus enemigos.
Por eso, el ministro afgano de Exteriores, Salahuddin Rabbani, pidió auxilio. En Washington, donde participa en un congreso con representantes de los 68 países que conforman la coalición contra el Estado Islámico, Rabbani dijo que daría “la bienvenida a un aumento de las tropas estadounidenses”. Desde 2001, a causa de la guerra contra el terror, cuyos avances son dudosos, Estados Unidos ha sido una presencia ineludible en la vida de Afganistán: no sólo reformaron al Ejército, sino también su sistema político y han servido como guía incólume del sueño general. Su llegada ha traído, sin embargo, problemas de tamaña mayúsculo: el argumento histórico de los talibanes es que luchan contra una invasión, que de hecho existió y reajustó todo el sistema nacional (para bien o para mal, no es el caso de este artículo).
En Afganistán aún hay 3.000 soldados estadounidenses. Otros 5.400 hacen parte de una misión de la Otan dedicada a la capacitación de los soldados y a consejería militar. Son el único contingente extranjero que se encuentra en el país. Y las relaciones con el gobierno de Afganistán parecen inafectadas a pesar de que Donald Trump vetó la entrada de afganos por 90 días a Estados Unidos. Otros países alegaron discriminación; Afganistán, está claro, no puede perder al socio que lo ha sostenido durante todo este tiempo y Estados Unidos tampoco quiere perder poder en un momento en que Putin, por más cercanía que tenga con Trump, tiene intención de expandir su diplomacia hasta donde sea posible.
Lea: Los refugiados afganos expulsados de Pakistán
La petición, desglosada apenas como una sugerencia, suena casi a ruego: en 2016, 650.000 personas fueron desplazadas por la violencia interna. Más de 600.000, según Human Rights Watch, fueron retornadas de manera forzosa desde Pakistán y viven hoy en un limbo social: no tienen a dónde ir, ni cómo protegerse. Este año habría más o menos el mismo número de desplazados que el año pasado.
Afganistán tiene una historia reciente que deprimiría al más optimista: fue invadida por Estados Unidos en 2011; los talibanes salieron del poder, pero se convirtieron en una guerrilla implacable, y después de tantos y esfuerzos y entrenamientos, no han podido hacer mucho para derrotarlos. De hecho, el año pasado fue uno de los más violentos en ese país: murieron más de 3.500 personas en diversos ataques y atentados y casi 8.000 resultaron heridos. La violencia yihadista campea; los talibanes insisten en su reinado envejecido; el gobierno central tiene trazas de desgobierno; el ejército está minado para enfrentar con certeza a sus enemigos.
Por eso, el ministro afgano de Exteriores, Salahuddin Rabbani, pidió auxilio. En Washington, donde participa en un congreso con representantes de los 68 países que conforman la coalición contra el Estado Islámico, Rabbani dijo que daría “la bienvenida a un aumento de las tropas estadounidenses”. Desde 2001, a causa de la guerra contra el terror, cuyos avances son dudosos, Estados Unidos ha sido una presencia ineludible en la vida de Afganistán: no sólo reformaron al Ejército, sino también su sistema político y han servido como guía incólume del sueño general. Su llegada ha traído, sin embargo, problemas de tamaña mayúsculo: el argumento histórico de los talibanes es que luchan contra una invasión, que de hecho existió y reajustó todo el sistema nacional (para bien o para mal, no es el caso de este artículo).
En Afganistán aún hay 3.000 soldados estadounidenses. Otros 5.400 hacen parte de una misión de la Otan dedicada a la capacitación de los soldados y a consejería militar. Son el único contingente extranjero que se encuentra en el país. Y las relaciones con el gobierno de Afganistán parecen inafectadas a pesar de que Donald Trump vetó la entrada de afganos por 90 días a Estados Unidos. Otros países alegaron discriminación; Afganistán, está claro, no puede perder al socio que lo ha sostenido durante todo este tiempo y Estados Unidos tampoco quiere perder poder en un momento en que Putin, por más cercanía que tenga con Trump, tiene intención de expandir su diplomacia hasta donde sea posible.
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La petición, desglosada apenas como una sugerencia, suena casi a ruego: en 2016, 650.000 personas fueron desplazadas por la violencia interna. Más de 600.000, según Human Rights Watch, fueron retornadas de manera forzosa desde Pakistán y viven hoy en un limbo social: no tienen a dónde ir, ni cómo protegerse. Este año habría más o menos el mismo número de desplazados que el año pasado.