América Latina en 2023: el progresismo en tiempos de crisis
En América Latina se ha puesto en duda el ascenso de una nueva “marea rosa”, no solo porque el contexto, particularmente el económico, es distinto, sino porque las administraciones probablemente deberán moderar sus agendas para poder gobernar.
Con la posesión de Luiz Inácio Lula da Silva este 1.° de enero, en América Latina se termina de consolidar una nueva convergencia de gobiernos de izquierda o, por lo menos, considerados “progresistas”. Brasil, Colombia, Chile, Argentina y México, por mencionar algunos, conforman la lista. Sin embargo, la situación, como señala Matías Franchini, profesor de la Universidad del Rosario, es muy distinta de la ocurrida a principios de este siglo, cuando acudíamos al giro a la izquierda denominado “marea rosa latinoamericana”.
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Con la posesión de Luiz Inácio Lula da Silva este 1.° de enero, en América Latina se termina de consolidar una nueva convergencia de gobiernos de izquierda o, por lo menos, considerados “progresistas”. Brasil, Colombia, Chile, Argentina y México, por mencionar algunos, conforman la lista. Sin embargo, la situación, como señala Matías Franchini, profesor de la Universidad del Rosario, es muy distinta de la ocurrida a principios de este siglo, cuando acudíamos al giro a la izquierda denominado “marea rosa latinoamericana”.
Aquel momento era de abundancia, con los precios de las materias primas disparados, lo que promovió el desarrollo económico regional. “Ese mundo ya no existe más”, dice Franchini. Hoy no solo se viven los efectos de la caída de los precios internacionales de las commodities que se empezó a ver hace una década, sino los estragos de la pandemia y de la guerra en Ucrania, que tienen prácticamente a todos los países maniobrando por la inflación.
Otra constante, que está relacionada en parte con la gestión de lo anterior, es el descontento frente a las instituciones. “Las sociedades latinoamericanas progresivamente confían menos en sus autoridades, independientemente de si son de izquierda o derecha: en los gobiernos, los congresos, la justicia, la Iglesia… Y eso dificulta gobernar y el establecimiento de cualquier política”, explica Franchini, sin ignorar las diferencias que implican las heterogeneidades entre países.
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Con la anterior descripción, es probable que el primer caso que llegue a la mente en este momento sea el de Perú: la gente, en las calles, tras la vacancia y detención de Pedro Castillo, ha pedido la salida de la presidenta Dina Boluarte, el cierre del Congreso y el adelanto de las elecciones. La crisis política en ese país, en donde Castillo se impuso sobre Keiko Fujimori por un estrecho margen en las urnas en 2021, han dicho analistas, deja lecciones para el resto de la región.
Según el investigador y consultor Enrique Gomáriz Morag, como escribió en Latinoamérica 21, los gobiernos de corte progresista “deben lograr un equilibrio entre una ejecución moderada de esos programas y acuerdos amplios con las fuerzas de oposición para evitar una polarización que conduzca a la ingobernabilidad de sus países”. No hay que olvidar que gobiernos como el de Gustavo Petro o el de Lula ascendieron también con márgenes muy estrechos.
Detener el deterioro de las democracias en la región, como se ha visto en el caso peruano, pasa no solo por el rediseño institucional, sino por construir una “ciudadanía más democrática”, en palabras del politólogo Fernando Barrientos, pues los mecanismos de participación directa “terminan, muchas veces, ahondando en ella (la crisis), debido a que pueden ser manipuladas por las élites, como sucedió con el fallido proceso constituyente en Chile”.
Dicho proceso, que se cayó en las urnas en septiembre pasado, ha sido uno de los grandes reveses para el gobierno de Gabriel Boric, quien en marzo cumplirá su primer año en el poder. Como afirma Franchini, los desafíos políticos en la región para 2023 tienen que ver con las “altas expectativas” que ha habido frente a administraciones como la de Boric y con la “capacidad de responder a ellas”, que en un contexto de crisis es más bien poca.
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Durante el año que empieza, con la economía como uno de sus principales retos, habrá que ver cómo maniobra Lula en Brasil ante un Congreso de derecha, pero con partidos que tienden al centro, “con los que podrá negociar”, asevera Franchini. “Hay que ver su política económica en los primeros meses”, agrega, en referencia a si será más ortodoxa o heterodoxa, pues hasta el momento, a partir de sus declaraciones y el gabinete relativamente diverso que ha anunciado, las señales no son claras.
El 2023, por ser año electoral, será clave también para Argentina, en donde el descontento social, con una vicepresidenta condenada (quien, por demás, ha buscado desmarcarse del impopular Alberto Fernández) y una inflación anual que ronda el 100 %, amenaza con reactivarse una vez pase la fiebre mundialista.
La crisis es precisamente lo que a Franchini no lo hace muy optimista respecto a un nuevo tiempo para la integración regional: “Se hace más difícil la concertación, porque la integración y la cooperación significan ceder espacio soberano para construir objetivos en común. Eso es difícil cuando los países están defendiendo sus intereses y su estabilidad”.
Agrega, no obstante, que la gobernanza de la Amazonia, un interés en el que Lula y Petro se encuentran, puede producir una articulación fuerte. Sin embargo, otros analistas, como Ronal Rodríguez, vocero del Observatorio de Venezuela, son más escépticos, teniendo en cuenta que Petro aspira a liderar un tema que tradicionalmente ha sido brasileño, lo que puede “pisar callos”. El nuevo capítulo puede empezar a abrirse desde mañana.
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