La colombiana que en EE. UU. propone hacer política arraigada en la dignidad

Tras 20 años de trabajo en organizaciones sociales, la colombiana Ana María Archila dio el salto a la contienda electoral en Estados Unidos. Dice que con los estragos de la pandemia en Nueva York no podía decir sí a la política tradicional y pasiva ante el sufrimiento de la gente.

María Alejandra Medina
20 de julio de 2022 - 02:00 a. m.
Ana María Archila ha dedicado su vida a trabajar por los derechos de los inmigrantes en Estados Unidos.  / José Vargas
Ana María Archila ha dedicado su vida a trabajar por los derechos de los inmigrantes en Estados Unidos. / José Vargas
Foto: JOSE VARGAS ESGUERRA; El... - JOSE VARGAS ESGUERRA
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Ana María Archila se fue de Colombia hace más de veinte años. Llegó a Estados Unidos a reencontrarse con su padre, quien salió del país a causa de la violencia en los años 90, como muchas otras personas. Hoy la alegría de que sus dos pequeños hijos (una niña y un niño) puedan conocer una Colombia algo distinta se le nota en los ojos. Sabe que la esperanza no es igualmente compartida, pues la pobreza y la desigualdad siguen siendo realidades palpables. “Pero veo también el fruto de la visión de la gente que ha luchado: los movimientos indígenas, afrocolombianos, los estudiantes, las mujeres”, dijo el sábado pasado en una entrevista que por casualidad pudo ser presencial: después de una campaña contrarreloj, Ana María vino a Colombia a descansar.

Invitada por el Partido de las Familias Trabajadoras y respaldada por figuras como Alexandria Ocasio-Cortez, aspiró a la vicegobernación del estado de Nueva York, como fórmula del defensor del pueblo, Jumaane Williams. Los comicios, el pasado 28 de junio, finalmente dieron como ganadores a la actual gobernadora, Kathy Hochul —quien asumió el cargo luego de que Andrew Cuomo tuviera que dejarlo por acusaciones de agresiones sexuales—, y a su fórmula, Antonio Delgado, como los nominados del Partido Demócrata para las votaciones que se llevarán a cabo en noviembre.

Como dice Archila, pese a tener una propuesta sólida, su campaña era improbable: se metió en la carrera faltando apenas cuatro meses para la elección, no tenía el músculo financiero que logró Hochul y nunca había hecho política. Su trayectoria ha estado dedicada a la población inmigrante y a la defensa de los derechos de la clase trabajadora. Tras su llegada a los Estados Unidos, su tía Sara María la invitó, en 2001, a unirse a una organización que había formado, primero, como un espacio de apoyo para los inmigrantes colombianos y que con el tiempo se fue extendiendo. La primera misión de Ana María fue abrir una oficina en un barrio de Nueva York al que recientemente habían llegado muchos niños inmigrantes.

“Imaginaba que era un trabajo con niños que iban a la escuela, como yo, pero lo que me encontré fue una comunidad de jornaleros, niños de 15 o 16 años que habían cruzado la frontera solos, no iban al colegio porque llegaron a Estados Unidos a trabajar para mandar plata a sus papás y sus mamás; que trabajan doce horas al día o más en obras o restaurantes, y que al final de esas largas jornadas venían a la organización para aprender inglés. Me cambiaron el esquema de lo que pensaba que era un joven inmigrante. Reconocí en presencia de ellos que yo tenía un privilegio gigante al tener la comodidad de dedicar mi vida a estudiar. Ahí tuve la formación política más importante”.

A los 22 años, quedó a cargo de la organización, tras la muerte de su tía. En simultáneo y con tremendo reto en sus manos, fue entendiendo que si Estados Unidos iba a ser su país, también podía exigirle que fuera un mejor país. La lucha —primero en el Centro de Integración Latinoamericano, luego en Se Hace Camino Nueva York (hoy la organización de migrantes más grande el estado) y finalmente con la organización nacional Centro para la Democracia Popular— ha sido promover prácticas y políticas en beneficio de la población inmigrante y trabajadora.

El objetivo: “Que tengan vidas más dignas, tranquilas y prósperas, sin explotación ni exclusión, que han sido la norma, especialmente para las personas indocumentadas”. Por cierto, dice que ha observado con admiración la perspectiva de bienvenida para la población migrante que ha adoptado la política colombiana. “Lo importante de eso es que reconoce que la migración es una realidad global que no se puede parar con un muro o una frontera agresiva”. Dado que su carrera se ha basado en la “construcción de poder que le pertenece a la gente, exigiéndole al gobierno que nos respete, nos escuche, nos tome en serio y no solo nos dé palabras lindas, sino políticas públicas respetuosas”, el salto a la contienda electoral fue una “continuación orgánica”, señala Archila.

No ganó la elección, pero está orgullosa, pues se lanzó “para animar a la gente, decirles que no nos podemos quedar sentados, porque nos va mal cuando hacemos eso”. Y continúa: “Creo que mi campaña le dio a la gente mucho ánimo, esperanza y una sensación de que las elecciones sí eran elecciones, no una coronación en la que ya se sabía el resultado; logramos exigir que la elección fuera real”. No es un resultado de poca monta, teniendo en cuenta el hartazgo frente a la política que para muchas personas dejó el gobierno de Donald Trump, cuyos efectos han trascendido el mandato, por ejemplo, a través de las decisiones que ha tomado la Corte Suprema de Justicia de ese país, cuya balanza se inclinó a la derecha como resultado de los jueces nominados por Trump.

Ana María, de hecho, es recordada por confrontar en un ascensor, en 2018, al senador republicano Jeff Flake antes de la confirmación por parte del Congreso del juez Brett Kavanaugh, acusado de agresiones sexuales por tres mujeres. “¡Tengo dos hijos y no puedo imaginar que por los próximos cincuenta años vayan a tener en la Corte Suprema a alguien acusado de violar a una pequeña niña!”, le reclamó junto a Maria Gallagher. Aunque Flake finalmente respaldó al nominado, demoró la votación mientras el FBI investigaba las acusaciones. No obstante, la pesquisa, cuestionada y hecha en tiempo récord, no afectó el ascenso de Kavanaugh, quien hoy forma parte de la Corte que, por ejemplo, tumbó las garantías de acceso al aborto en todo el país el pasado 24 de junio.

“Miro a mis hijos y veo que tienen menos derechos que los que yo he disfrutado en mi vida… Me da miedo”, dice Ana María con los ojos aguados. Es consciente de que las restricciones a la interrupción voluntaria del embarazo, el bloqueo a una política migratoria que impida que la gente muera cruzando un muro, un río o asfixiada dentro de un camión, que no haya más control sobre las armas o que se estén repensando los derechos de la población LGBT han sido el resultado del trabajo juicioso que la derecha estadounidense ha hecho durante unas cuatro décadas. Por eso, para conquistar o recuperar lo perdido sabe que no se puede quedar de brazos cruzados.

Por un lado, siente esperanza por el triunfo de Gustavo Petro y Francia Márquez en Colombia. En Estados Unidos, ve que desde el trabajo estatal se puede avanzar garantizando derechos a la población inmigrante, no imponiendo barreras al aborto y más. Dice estar frustrada con los demócratas tradicionales, pero de cara a las elecciones de noviembre señala: “Espero que hagan esfuerzos reales para entusiasmar a la gente, con el mensaje claro de que la pelea no se da sola, que la tenemos que dar”. Como la carrera es de largo aliento, no descarta volver a aspirar a alguna posición de elección popular. Por ahora, lo único que tiene claro es que es necesario continuar con el “trabajo de construir poder que le pertenece a la gente”. Volvió a Nueva York a reencontrarse con la gente que conoció en campaña, hasta en los lugares más rurales del estado, “y ver qué proyecto político podemos seguir construyendo”.

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