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Mediante un video grabado el viernes 24 de marzo y difundido a la sociedad argentina el domingo 26 de marzo, el expresidente Mauricio Macri (2015-2019) ponía fin a semanas de especulaciones, y anunciaba públicamente que no iba a ser candidato a mandatario, ni a ningún otro cargo, en las elecciones de octubre de 2023. Como es obvio imaginar, esta decisión modificaba, y modifica, el escenario electoral del país.
Los últimos dos grandes referentes de la política argentina son el mismo Macri y Cristina Fernández de Kirchner, quienes, a su vez, son enemigos acérrimos y representantes de gran parte del electorado de dos programas políticos antagónicos. Sin embargo, dados los resultados de las políticas ejecutadas en los últimos años, no parecieran ser tan diferentes.
Resuelto el cronograma electoral que lleva a las presidenciales de octubre, la discusión política en el país giraba en torno a las posiciones de ambos referentes. Por el lado de Macri, si bien se aceptaba en voz baja la crisis final de su presidencia, este es el fundador del partido que, junto con la Unión Cívica Radical (Juntos por el Cambio), había derrotado al kirchnerismo en 2015 después de tres presidencias seguidas. Por el lado de Cristina, dado el simple hecho de ser el faro del Frente de Todos como gobierno, y del kirchnerismo como movimiento político heredero del peronismo, esta era el centro.
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Ambos referentes políticos venían presentando en las encuestas de los últimos meses una coincidencia fatal: el rechazo del electorado a sus figuras rondaba entre el 60% y el 70% de la población. Si bien Juntos por el Cambio, presenta, debido a la crisis que vive la Argentina, una intención de voto de entre el 40% y el 50%, la figura de Macri conlleva el mencionado nivel de rechazo. Por su parte, en el Frente de Todos, con un “piso duro” de entre el 25% y el 30% de intención de voto, su lideresa natural e indiscutible reproduce la ya también mencionada intención de voto.
Los análisis políticos y las impresiones que resultan del acontecer político indicaban, con más o menos convicción, que la expresidenta retaceaba su candidatura, debido a una fuerte probabilidad de derrota electoral. Ella misma, y sus partidarios, contribuían a ese retaceo señalando que Cristina está proscrita a partir de la condena judicial que hay en su contra, aun cuando la causa no está confirmada y, por lo tanto, se encuentra habilitada para presentarse a elecciones.
Por este mismo sendero, se planteaba la hipótesis de que si Cristina tenía alguna chance electoral, esta residía en el hecho de tener de contrincante directo a Macri. De ese modo, se iniciaba comunicacional, política y discursivamente la confrontación entre dos programas políticos que implicaban dos modelos de país: el país neoliberal contra el país de la justicia social. La renuncia de Macri supone, por ahora, dos situaciones inmediatas.
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La primera, un freno directo a la especulación del kirchnerismo antes descrita. Sin Macri, Cristina, como candidata, pierde a su adversario predilecto, con el cual podía llevar la discusión de campaña al terreno ideológico. Pero sin Macri, Cristina solo podría hacer campaña en función de los resultados del gobierno actual, gobierno que ella constituyó y del que es vicepresidenta. Y en ese terreno hay más para callar de manera disimulada que para mostrar con ostentación.
La segunda, más fáctica, empieza a mostrar una definición en Juntos por el Cambio, por la que, ya sin Macri, el punto es definir candidaturas (no hay más de tres candidaturas posibles y no son demasiado controversiales entre sí) y comenzar la campaña electoral. Para el oficialismo, muy dividido entre el kirchnerismo, el presidente y el ministro de Economía, Sergio Massa, esto implica un retraso peligroso del inicio de una campaña electoral en la que ni siquiera está consensuado un programa electoral mínimo, a pesar de que el país se halla hundido en una crisis económica y social, que, por esa misma división del Gobierno, no tiene posibilidades de encontrar una salida.
Macri movió fichas primero. No será el candidato, como esperaba, pero tiene una estrategia que le permitirá ser el gran ordenador de la oposición.
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