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La crisis económica y social que dejó la pandemia, y se agravó con la guerra Rusia-Ucrania, que aún no termina, pareciera haber generado una pérdida de interés internacional sobre Latinoamérica, pero la realidad no es esa. En los últimos ocho meses, los cambios políticos en Chile y Colombia han captado el interés de gobiernos y partidos políticos de América y Europa.
Hasta hace dos años, pocos apostaban por transformaciones tan relevantes en estos dos países: criterios de gobierno, visión de Estado y prioridades democráticas, que implican redireccionamientos políticos, económicos y sociales, en medio de polarizaciones internas. Las razones ciudadanas que empujaron un viraje electoral de tal magnitud son comunes en los dos países: un profundo malestar social fundamentado en el aumento vergonzoso de la desigualdad, corrupción desmedida, privilegios indecentes, y la carencia universal de derechos sociales y económicos.
Colombia ha sido reconocida por sus gobiernos de derecha que desde hace décadas impusieron una agenda de seguridad, orden y economía para opacar las problemáticas sociales y la comprensión de las causas reales de la violencia persistente y que anestesiaron a la clase media del país bajo el criterio “si la economía funciona, todo funciona”. Esa misma clase media se unió a las clases populares para elegir por primera vez en la historia a un presidente de izquierda.
Chile ha vivido por años la incoherencia de ser identificado como el país “milagro económico” pero, a su interior, este milagro solo se materializa en un pequeño grupo de empresarios y dirigentes que se hacen cada vez más ricos, mientras la mayoría se mantiene en la pobreza o en injusticia social y económica. El país no ha podido pasar la página de la dictadura de Pinochet, porque subsiste en la Constitución vigente de 1980, en los privilegios exclusivos establecidos a perpetuidad a través de ella y en el establecimiento de una institucionalidad que no responde a las demandas nacionales por más desarrollo y derechos.
Esta situación ha generado un gran terremoto, pero esta vez electoral, poniendo en evidencia al mundo que el modelo chileno es hoy un instrumento de desigualdad, exclusión, privatización de los principales recursos naturales del país, comenzando por el agua y la riqueza minera, y de abuso de algunos dirigentes de los sectores productivos, en especial el financiero y el minero. Por tanto, el fundamento del cambio constitucional fue realizar un cambio de modelo de desarrollo, instaurando un Estado social de derecho; así, la función del Estado pasará de un papel subsidiario a uno activo, que debe responder por los derechos de todos los ciudadanos, y con este nuevo rol cambia también el rol de la sociedad.
Los chilenos y chilenas, contagiados del entusiasmo de los jóvenes que persistieron en sus protestas desde 2014, lograron lo impensable: aprobar una reforma a la Constitución de 1980 con el 80 % de la votación, elegir por voto popular a los miembros de la Convención Constituyente de Chile -la mayoría independientes, con paridad de género y representación de los pueblos originarios-, y por último elegir al presidente más joven de la historia del país austral, líder de las protestas de 2014 y de la izquierda: Gabriel Boric.
Gustavo Petro y Gabriel Boric tienen en común varios ideales y metas. Parece extraño, dadas sus diferencias en edades, estudios, experiencias de vida y elección de equipos de gobierno: los de Boric más jóvenes y los de Petro más experimentados. Sin embargo, son más los propósitos que los unen que sus diferencias.
1. Boric y Petro representan gobiernos de transición. Como tales, su misión es generar los redireccionamientos claves para iniciar una nueva era de desarrollo en sus países, lo que implica reformas tributarias, pensionales, cambios en la distribución de la riqueza y la tierra, acceso universal a los derechos sociales y ambientales, prepararse para la transición energética, mayores controles y estrategias frente a la corrupción nacional e internacional, la recuperación del control estratégico de bienes públicos y de la institucionalidad, así como una mayor inclusión poblacional y de igualdad de género.
2. Se enfrentan a una dura resistencia por parte de los grandes conglomerados económicos, dueños de privilegios que creían “a perpetuidad”, uno de los últimos rezagos del criollismo en estos países. Esta resistencia se canaliza a través de una extrema derecha organizada, con fuerte presencia institucional y medios de comunicación propios o a su servicio, que respaldan duras campañas de publicidad negra.
3. En cuanto a los aspectos constitucionales, Boric se encuentra en una coyuntura trascendental: lograr la aprobación del texto constitucional adelantado por la Convención Nacional Constituyente, que implica el establecimiento de los derechos sociales, cambios en la estructura del Estado, territorialidad, igualdad de género, la recuperación del agua como bien público y modificaciones sobre recursos naturales, entre otras materias. El reto para Petro es recuperar el respeto de la Constitución, que con los años ha tenido modificaciones que la han debilitado, así como bloqueos que no han permitido implementarla en su totalidad. A su vez, debe retomar el cumplimiento de los Acuerdos de Paz. Ambos deberán tener más de una alternativa para superar las estrategias de resistencia a las que se enfrentarán.
4. A los dos les ha correspondido enfrentar la crisis económica y social más dura de lo que va de este siglo. El temor de los empresarios y los mercados internacionales fueron respondidos por Petro y Boric con la elección de ministros de Hacienda con hojas de vida intachables, miembros directivos de organismos internacionales de gran respeto y reconocimiento nacional e internacional, como son José Antonio Ocampo en Colombia y Mario Marcel en Chile, respectivamente. Hoy los responsabilizan del aumento desmedido del dólar y la inflación, que corresponde a una crisis mundial, sufrida con mayor dureza en los países de Europa y América.
Los atributos de gobierno de Gabriel Boric y Gustavo Petro son muy parecidos. La búsqueda de consensos y alianzas para gobernar; la decisión de hablar con claridad sobre sus posiciones éticas y apuestas de gobierno; la intención de encontrar fórmulas para calmar los ánimos y disminuir el miedo al cambio.
Si bien claramente se presentaron como candidatos de izquierda, hoy han comenzado a moverse hacia la centro-izquierda y es posible que continúen así, dadas sus elecciones de equipos y planteamientos principales. Son resilientes, persisten en sus luchas, incluso sabiendo que enfrentan fuertes obstáculos, porque están decididos a trascenderlos. El equipo Boric responde a ese sueño colectivo chileno y el equipo Petro, en formación, comienza a contagiarse de su energía y visión de liderazgo.
Actualmente, Chile y Colombia están en la mira, en el monitoreo de gobiernos y partidos de derecha e izquierda del mundo. Las actuaciones y diálogo de sus presidentes serán claves para conocer si se cambiarán las fórmulas de la integración latinoamericana o se fortalecerán las existentes. Los demás países del continente están pendientes de sus acciones y de saber si podrán generar una dinámica conjunta que represente a una nueva izquierda latinoamericana, distante de los gobiernos que la representan hoy.
Es este el gran desafío conjunto que trascenderá fronteras. De lograrse, habrá cambios en el pensamiento latinoamericano, en el discurso ideológico y muy posiblemente en el modelo de desarrollo.
* Analista, consultora y coach política. Abogada, MSc Estudios Políticos, doctoranda en Ciencias Políticas, de la administración y Relaciones Internacionales.