Andrew Cuomo y los falsos aliados del feminismo
El club de los gobernadores de Nueva York caídos en desgracia tiene un nuevo integrante: Andrew Cuomo. El funcionario fue acusado de acoso sexual y obligado a renunciar. Esta es su historia.
Camilo Gómez Forero
Andrew Cuomo no iba a terminar su tercer período como gobernador de Nueva York de una buena manera. Eso estaba sentenciado. Puede sonar a superstición, pero sobre ese cargo recae una maldición de hace más de cincuenta años, por la que las estrellas en ascenso, como Cuomo, quedan sepultadas en esta etapa de sus carreras.
Nelson Rockefeller fue el último que logró llegar a un cuarto término como gobernador de Nueva York. De resto todos, incluido el padre de Cuomo, Mario, han caído en desgracia en esta oficina en ese tercer ciclo en el poder, viendo incluso sus aspiraciones presidenciales estropeadas.
Por esa razón, por el mito de aquella maldición, cuando Cuomo comenzó su tercer y último gobierno en 2019 se preveía que algún escándalo de grandes proporciones podría descarrilar su curso hacia la nominación del Partido Demócrata a la Casa Blanca. Cabe resaltar que Cuomo fue considerado precandidato para los comicios de 2020 por su rol durante la pandemia —también lleno de polémicas— y ahora se barajaba para los comicios de 2024.
No se sabía cuál sería el escándalo ni cómo se podría derrumbar Cuomo, pues tenía una sólida mayoría en el Congreso estatal y un apoyo popular considerable, con el que triunfó en las urnas. Entre todo lo que se dijo, no se pensó que un escándalo por acoso sexual lo derrumbaría, y esto era porque Cuomo era considerado un “aliado feminista”, aunque hoy cuesta creerlo, tras el informe de la Fiscalía General de Nueva York que detalla cómo acosó a por lo menos once funcionarias.
“Dios me dijo que era feminista cuando me dio tres hijas”, dijo Cuomo en una manifestación proaborto en 2018. El demócrata, como pueden ver, nunca desperdició una oportunidad ni ahorró palabras para presentarse como un “ícono feminista”. Recordó constantemente que aprobó acciones radicales contra el acoso sexual en su estado, compartió escena con las lideresas del Time’s Up y promovió el #MeToo. Además, incluyó en su equipo de trabajo a mujeres activistas, como la vicegobernadora Kathy Hochul, quien incluso tenía una fundación para víctimas de abuso. Todo esto en el contexto actual resulta una gran ironía, si no una desvergüenza; pero, aun así, el mayor descaro de Cuomo llegó en el proceso de pedir “disculpas”. En su discurso de renuncia dijo: “Soy un hombre italo-americano de sesenta años”. Para muchos sonó a una excusa sobre lo que había hecho. Fox News, el canal conservador, aprovechó esa frase y puso un titular que decía: “No soy un pervertido, solo soy un italiano”.
Cada palabra de Cuomo sonaba peor que la anterior. Defendió que sus acciones y palabras con las mujeres fueron “mal interpretadas”. Que contaba chistes que eran malos, que todo se trató de algo “generacional” y que no sabía que ya no se podía hacer lo que hizo (manosear mujeres). Que besar y tocar hacía “parte de la cultura italiana”. El único momento en el que se le escuchó arrepentido y honesto fue cuando se dirigió a sus hijas.
“Su papá cometió errores”, dijo Cuomo. Pero en seguida volvió a su cinismo: “(Su padre) se disculpó y aprendió de ello, y de eso se trata la vida”, agregó el funcionario.
Cuomo nunca se disculpó realmente, pues todo su discurso fue nixoniano: Richard Nixon y él nadaron en excusas, explicaron su renuncia más como el producto de una lucha política que de la responsabilidad por sus delitos y evadieron las circunstancias que hacían necesaria su salida del poder. Luego de atacar la investigación que hizo la Fiscalía en su contra, Cuomo usó el trauma para defenderse al mencionar que en su familia también hubo víctimas de abuso, y utilizó la cultura a la que pertenece y su edad como un escudo para justificarse, como quedó evidenciado. El acoso está mal ahora y hace cincuenta años, pero en ese entonces había menos rutas para la justicia, resalta Tarana Burke, cofundadora del MeToo.
“No nos conmoverán los intentos del gobernador Cuomo de usar las historias de las sobrevivientes, incluidos las que él acosó, como un escudo para su propia mala conducta y abuso de poder mientras afirma que el acoso fue un ‘malentendido”, señaló el Centro Nacional de Leyes de la Mujer en una carta.
Según Emily Martin, vicepresidenta de educación y justicia en el trabajo en el National Women’s Law Center, lo que hizo Cuomo fue sugerir, una vez más, que él es un héroe para las sobrevivientes. Cuando mencionó a sus hijas en su discurso, Cuomo estaba apuntando que se preocupaba por el sexismo en el mundo, aunque él fuera en realidad el problema y no la solución. Fue una distracción de su responsabilidad. Deborah Tuerkheimer, profesora de Derecho en la Universidad de Northwestern, comenta que esto hace parte de una estrategia que usan los abusadores para desacreditar las acusaciones y salvar su carrera.
“A menudo nos basamos en un conjunto de conceptos erróneos de larga data que dibujan al acosador como un ‘monstruo’ sin cualidades redentoras en absoluto. Y siempre que un acusado se ve diferente a ese monstruo, estamos inclinados a dudar de las acusaciones en su contra. Y los hombres acusados a menudo aprovechan estratégicamente este sesgo cultural al destacar como evidencia de inocencia sus mejores cualidades, incluida, tal vez, la empatía por las víctimas de agresión sexual”, le dijo Tuerkheimer a la AP. Aunque esa empatía, cabe resaltar, no se tiene con quienes lideran las acusaciones.
El caso de Cuomo evidencia entonces que el abusador no solo puede esconderse detrás de un perfil público con buenas intenciones, como un gobernador que “lucha por las mujeres” y es un “aliado feminista”, sino que demuestra que los progresistas también pueden ser falsos aliados de las campañas como el #MeToo. Esto pasa no solo en Estados Unidos: en Canadá es común que los liberales usen el feminismo como una carta política en favor de una carrera y no de las mujeres en realidad.
“(El de Cuomo) es un ejemplo de cuando se trata de cooptar al #MeToo para crear una falsa personalidad feminista en la búsqueda del poder. Hacerlo fue prácticamente tolerado por el Partido Demócrata cuando, después de años de criticar a Donald Trump por una presunta conducta sexual inapropiada, hipócritamente pusieron a Bill Clinton en el escenario de la Convención Nacional Demócrata de 2020. Una y otra vez, los demócratas demuestran ser la personificación de ‘haz lo que digo, no lo que hago” cuando se trata de promover los derechos de las mujeres’... Están felices de condenar los lazos de Jeffrey Epstein con Trump, pero no están completamente motivados para examinar los lazos con políticos y donantes dentro de su propio partido”, reflexionó Sabrina Maddeaux, escritora de The National, de Canadá.
Pero si la conducta de los demócratas resulta hipócrita respecto al uso de la plataforma del #MeToo y el feminismo, la reacción de los republicanos frente al caso Cuomo es mucho peor en este sentido. La congresista republicana Lauren Boebert celebró que hay “un pervertido menos en el Gobierno” con la renuncia de Cuomo; Fox News se dio un festín de titulares condenando al gobernador demócrata y la congresista Elise Stefanik resaltó que las víctimas de acoso “necesitan justicia” y junto con las republicanas Nicole Malliotakis y Claudia Tenney exigió la renuncia del gobernador.
Sin embargo, todos los mencionados han defendido a capa y espada a los republicanos acusados de acoso y abuso sexual, como el mismo Trump —quien tenía quince acusaciones más que Cuomo— y han ignorado las investigaciones contra miembros del partido, como Matt Gaetz, acusado de tráfico sexual.
La hipocresía en el Partido Republicano no es nueva. Hay que recordar que al mismo tiempo que los republicanos trabajaban en el juicio político contra Bill Clinton por acoso sexual, cuatro de ellos tenían escándalos por lo mismo, sin acaparar tanta prensa: Henry Hyde, presidente del Comité Judicial de la Cámara; Newt Ginrich, Robert Livingston y Dennis Hastert, todos presidentes de la Cámara de Representantes. Cabe resaltar que Hastert fue condenado por varios delitos sexuales.
El escándalo de Cuomo, entonces, fue revelador en muchos sentidos: nos dejó ver cómo los políticos liberales pueden ser falsos aliados del feminismo, que los conservadores han sido unos hipócritas durante décadas frente a este tema y que poco se ha hecho para detener el acoso. También nos dejó lecciones a los periodistas. Que todavía no se ha aprendido a cubrir este tipo de situaciones, por ejemplo. Que Cuomo, el victimario, figuró en notas de prensa como si fuera la víctima, como en una de Politico titulada “La tragedia de los Cuomo”. La verdadera tragedia es cómo se ha politizado el feminismo y que cuando la víctima ocupó los titulares fue de una manera revictimizante.
También vimos muchas faltas de ética en el ejercicio periodístico. Chris Cuomo, hermano del gobernador, es un muy reconocido presentador de la cadena CNN. Cuando estalló el escándalo, en marzo de este año, el presentador dijo que no se podía referir a la noticia debido a que su hermano estaba involucrado, faltando a los principios de independencia e imparcialidad. No solo fue su silencio, sino la alcahuetería de su empleador, que lo dejó seguir con su horario estelar sin hacer una mención al juicio político al que se enfrentaba su hermano, aunque era la noticia de la semana. Chris Cuomo no fue disciplinado por eso, según los medios locales.
Aun más graves son las acusaciones de que Chris aconsejó a su hermano cómo afrontar el escándalo en los medios, e incluso le habría redactado una declaración, según la investigación de la Fiscalía.
Por último, la lección final de todo el escándalo es cómo las víctimas, sobrevivientes del abuso, no obtienen reparación por lo que les sucedió. Sí, Cuomo renunció, pero no pidió disculpas; no hubo arrepentimiento, solo excusas. Sus denuncias fueron desafiadas en público, mientras quedaban sepultadas por una lucha política partidista que nunca tuvo en consideración el delito, sino que puso al delincuente en el centro por intereses relacionados con el poder. Y esto es grave, puesto que el resto de víctimas de Cuomo y otros abusadores estaban mirando con atención.
Cuando un escándalo de este tipo sale a la luz, las llamadas a la Línea Directa Nacional de Agresión aumentan, pues las víctimas se sienten respaldadas para contar sus experiencias. Pasó en 2018 cuando Christine Blasey Ford acusó a Brett Kavanaugh, entonces candidato a la Corte Suprema, de haberla abusado. Las llamadas aumentaron en un 338 %. También cuando se declaró culpable a Harvey Weinstein (un aumento del 23 %) y cuando se publicó el relato de Jean Carroll sobre la agresión que sufrió por parte de Trump (un aumento del 53 %). Pero si las víctimas escuchan que las denuncias de otras y otros sobrevivientes son trivializadas, permanecerán en silencio, sin denunciar, dándole continuidad al ciclo de abusos.
“Para que el #MeToo realmente tenga éxito, debemos preocuparnos más por el futuro de aquellos que fueron perjudicados y menos por aquellos que causaron ese daño. Hay que ser más deliberados sobre en quién nos centramos en estas narrativas”, concluyó Tracy Sefl, consultora de comunicaciones demócratas, en The Washington Post.
Andrew Cuomo no iba a terminar su tercer período como gobernador de Nueva York de una buena manera. Eso estaba sentenciado. Puede sonar a superstición, pero sobre ese cargo recae una maldición de hace más de cincuenta años, por la que las estrellas en ascenso, como Cuomo, quedan sepultadas en esta etapa de sus carreras.
Nelson Rockefeller fue el último que logró llegar a un cuarto término como gobernador de Nueva York. De resto todos, incluido el padre de Cuomo, Mario, han caído en desgracia en esta oficina en ese tercer ciclo en el poder, viendo incluso sus aspiraciones presidenciales estropeadas.
Por esa razón, por el mito de aquella maldición, cuando Cuomo comenzó su tercer y último gobierno en 2019 se preveía que algún escándalo de grandes proporciones podría descarrilar su curso hacia la nominación del Partido Demócrata a la Casa Blanca. Cabe resaltar que Cuomo fue considerado precandidato para los comicios de 2020 por su rol durante la pandemia —también lleno de polémicas— y ahora se barajaba para los comicios de 2024.
No se sabía cuál sería el escándalo ni cómo se podría derrumbar Cuomo, pues tenía una sólida mayoría en el Congreso estatal y un apoyo popular considerable, con el que triunfó en las urnas. Entre todo lo que se dijo, no se pensó que un escándalo por acoso sexual lo derrumbaría, y esto era porque Cuomo era considerado un “aliado feminista”, aunque hoy cuesta creerlo, tras el informe de la Fiscalía General de Nueva York que detalla cómo acosó a por lo menos once funcionarias.
“Dios me dijo que era feminista cuando me dio tres hijas”, dijo Cuomo en una manifestación proaborto en 2018. El demócrata, como pueden ver, nunca desperdició una oportunidad ni ahorró palabras para presentarse como un “ícono feminista”. Recordó constantemente que aprobó acciones radicales contra el acoso sexual en su estado, compartió escena con las lideresas del Time’s Up y promovió el #MeToo. Además, incluyó en su equipo de trabajo a mujeres activistas, como la vicegobernadora Kathy Hochul, quien incluso tenía una fundación para víctimas de abuso. Todo esto en el contexto actual resulta una gran ironía, si no una desvergüenza; pero, aun así, el mayor descaro de Cuomo llegó en el proceso de pedir “disculpas”. En su discurso de renuncia dijo: “Soy un hombre italo-americano de sesenta años”. Para muchos sonó a una excusa sobre lo que había hecho. Fox News, el canal conservador, aprovechó esa frase y puso un titular que decía: “No soy un pervertido, solo soy un italiano”.
Cada palabra de Cuomo sonaba peor que la anterior. Defendió que sus acciones y palabras con las mujeres fueron “mal interpretadas”. Que contaba chistes que eran malos, que todo se trató de algo “generacional” y que no sabía que ya no se podía hacer lo que hizo (manosear mujeres). Que besar y tocar hacía “parte de la cultura italiana”. El único momento en el que se le escuchó arrepentido y honesto fue cuando se dirigió a sus hijas.
“Su papá cometió errores”, dijo Cuomo. Pero en seguida volvió a su cinismo: “(Su padre) se disculpó y aprendió de ello, y de eso se trata la vida”, agregó el funcionario.
Cuomo nunca se disculpó realmente, pues todo su discurso fue nixoniano: Richard Nixon y él nadaron en excusas, explicaron su renuncia más como el producto de una lucha política que de la responsabilidad por sus delitos y evadieron las circunstancias que hacían necesaria su salida del poder. Luego de atacar la investigación que hizo la Fiscalía en su contra, Cuomo usó el trauma para defenderse al mencionar que en su familia también hubo víctimas de abuso, y utilizó la cultura a la que pertenece y su edad como un escudo para justificarse, como quedó evidenciado. El acoso está mal ahora y hace cincuenta años, pero en ese entonces había menos rutas para la justicia, resalta Tarana Burke, cofundadora del MeToo.
“No nos conmoverán los intentos del gobernador Cuomo de usar las historias de las sobrevivientes, incluidos las que él acosó, como un escudo para su propia mala conducta y abuso de poder mientras afirma que el acoso fue un ‘malentendido”, señaló el Centro Nacional de Leyes de la Mujer en una carta.
Según Emily Martin, vicepresidenta de educación y justicia en el trabajo en el National Women’s Law Center, lo que hizo Cuomo fue sugerir, una vez más, que él es un héroe para las sobrevivientes. Cuando mencionó a sus hijas en su discurso, Cuomo estaba apuntando que se preocupaba por el sexismo en el mundo, aunque él fuera en realidad el problema y no la solución. Fue una distracción de su responsabilidad. Deborah Tuerkheimer, profesora de Derecho en la Universidad de Northwestern, comenta que esto hace parte de una estrategia que usan los abusadores para desacreditar las acusaciones y salvar su carrera.
“A menudo nos basamos en un conjunto de conceptos erróneos de larga data que dibujan al acosador como un ‘monstruo’ sin cualidades redentoras en absoluto. Y siempre que un acusado se ve diferente a ese monstruo, estamos inclinados a dudar de las acusaciones en su contra. Y los hombres acusados a menudo aprovechan estratégicamente este sesgo cultural al destacar como evidencia de inocencia sus mejores cualidades, incluida, tal vez, la empatía por las víctimas de agresión sexual”, le dijo Tuerkheimer a la AP. Aunque esa empatía, cabe resaltar, no se tiene con quienes lideran las acusaciones.
El caso de Cuomo evidencia entonces que el abusador no solo puede esconderse detrás de un perfil público con buenas intenciones, como un gobernador que “lucha por las mujeres” y es un “aliado feminista”, sino que demuestra que los progresistas también pueden ser falsos aliados de las campañas como el #MeToo. Esto pasa no solo en Estados Unidos: en Canadá es común que los liberales usen el feminismo como una carta política en favor de una carrera y no de las mujeres en realidad.
“(El de Cuomo) es un ejemplo de cuando se trata de cooptar al #MeToo para crear una falsa personalidad feminista en la búsqueda del poder. Hacerlo fue prácticamente tolerado por el Partido Demócrata cuando, después de años de criticar a Donald Trump por una presunta conducta sexual inapropiada, hipócritamente pusieron a Bill Clinton en el escenario de la Convención Nacional Demócrata de 2020. Una y otra vez, los demócratas demuestran ser la personificación de ‘haz lo que digo, no lo que hago” cuando se trata de promover los derechos de las mujeres’... Están felices de condenar los lazos de Jeffrey Epstein con Trump, pero no están completamente motivados para examinar los lazos con políticos y donantes dentro de su propio partido”, reflexionó Sabrina Maddeaux, escritora de The National, de Canadá.
Pero si la conducta de los demócratas resulta hipócrita respecto al uso de la plataforma del #MeToo y el feminismo, la reacción de los republicanos frente al caso Cuomo es mucho peor en este sentido. La congresista republicana Lauren Boebert celebró que hay “un pervertido menos en el Gobierno” con la renuncia de Cuomo; Fox News se dio un festín de titulares condenando al gobernador demócrata y la congresista Elise Stefanik resaltó que las víctimas de acoso “necesitan justicia” y junto con las republicanas Nicole Malliotakis y Claudia Tenney exigió la renuncia del gobernador.
Sin embargo, todos los mencionados han defendido a capa y espada a los republicanos acusados de acoso y abuso sexual, como el mismo Trump —quien tenía quince acusaciones más que Cuomo— y han ignorado las investigaciones contra miembros del partido, como Matt Gaetz, acusado de tráfico sexual.
La hipocresía en el Partido Republicano no es nueva. Hay que recordar que al mismo tiempo que los republicanos trabajaban en el juicio político contra Bill Clinton por acoso sexual, cuatro de ellos tenían escándalos por lo mismo, sin acaparar tanta prensa: Henry Hyde, presidente del Comité Judicial de la Cámara; Newt Ginrich, Robert Livingston y Dennis Hastert, todos presidentes de la Cámara de Representantes. Cabe resaltar que Hastert fue condenado por varios delitos sexuales.
El escándalo de Cuomo, entonces, fue revelador en muchos sentidos: nos dejó ver cómo los políticos liberales pueden ser falsos aliados del feminismo, que los conservadores han sido unos hipócritas durante décadas frente a este tema y que poco se ha hecho para detener el acoso. También nos dejó lecciones a los periodistas. Que todavía no se ha aprendido a cubrir este tipo de situaciones, por ejemplo. Que Cuomo, el victimario, figuró en notas de prensa como si fuera la víctima, como en una de Politico titulada “La tragedia de los Cuomo”. La verdadera tragedia es cómo se ha politizado el feminismo y que cuando la víctima ocupó los titulares fue de una manera revictimizante.
También vimos muchas faltas de ética en el ejercicio periodístico. Chris Cuomo, hermano del gobernador, es un muy reconocido presentador de la cadena CNN. Cuando estalló el escándalo, en marzo de este año, el presentador dijo que no se podía referir a la noticia debido a que su hermano estaba involucrado, faltando a los principios de independencia e imparcialidad. No solo fue su silencio, sino la alcahuetería de su empleador, que lo dejó seguir con su horario estelar sin hacer una mención al juicio político al que se enfrentaba su hermano, aunque era la noticia de la semana. Chris Cuomo no fue disciplinado por eso, según los medios locales.
Aun más graves son las acusaciones de que Chris aconsejó a su hermano cómo afrontar el escándalo en los medios, e incluso le habría redactado una declaración, según la investigación de la Fiscalía.
Por último, la lección final de todo el escándalo es cómo las víctimas, sobrevivientes del abuso, no obtienen reparación por lo que les sucedió. Sí, Cuomo renunció, pero no pidió disculpas; no hubo arrepentimiento, solo excusas. Sus denuncias fueron desafiadas en público, mientras quedaban sepultadas por una lucha política partidista que nunca tuvo en consideración el delito, sino que puso al delincuente en el centro por intereses relacionados con el poder. Y esto es grave, puesto que el resto de víctimas de Cuomo y otros abusadores estaban mirando con atención.
Cuando un escándalo de este tipo sale a la luz, las llamadas a la Línea Directa Nacional de Agresión aumentan, pues las víctimas se sienten respaldadas para contar sus experiencias. Pasó en 2018 cuando Christine Blasey Ford acusó a Brett Kavanaugh, entonces candidato a la Corte Suprema, de haberla abusado. Las llamadas aumentaron en un 338 %. También cuando se declaró culpable a Harvey Weinstein (un aumento del 23 %) y cuando se publicó el relato de Jean Carroll sobre la agresión que sufrió por parte de Trump (un aumento del 53 %). Pero si las víctimas escuchan que las denuncias de otras y otros sobrevivientes son trivializadas, permanecerán en silencio, sin denunciar, dándole continuidad al ciclo de abusos.
“Para que el #MeToo realmente tenga éxito, debemos preocuparnos más por el futuro de aquellos que fueron perjudicados y menos por aquellos que causaron ese daño. Hay que ser más deliberados sobre en quién nos centramos en estas narrativas”, concluyó Tracy Sefl, consultora de comunicaciones demócratas, en The Washington Post.