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Así fue como Abimael Guzmán sembró el terror en Perú

La muerte del terrorista no permite pasar aún una página salvaje y violenta en Perú, en donde las carencias en materia de verdad, justicia, reparación y no repetición siguen vigentes.

Jerónimo Ríos Sierra* / (@Jeronimo_Rios_
13 de septiembre de 2021 - 02:02 a. m.
Cientos de peruanos reaccionan a la muerte de Abimael Guzmán.   / AFP
Cientos de peruanos reaccionan a la muerte de Abimael Guzmán. / AFP
Foto: AFP - ERNESTO BENAVIDES

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El pasado 11 de septiembre fallecía, a la edad de 86 años, Abimael Guzmán, también conocido como Camarada Gonzalo, quien fue líder y fundador del Partido Comunista del Perú - Sendero Luminoso; uno de los grupos armados más violentos de la historia latinoamericana y protagonista de más de 35.000 muertes oficiales, de acuerdo con la Comisión de la Verdad y la Reconciliación.

Guzmán nació en 1934, en Arequipa, la segunda ciudad más importante del país y estudió Derecho y Filosofía en la Universidad Nacional de San Agustín. Allí conoció el marxismo de José Carlos Mariátegui y su obra principal: Los siete ensayos de interpretación de la realidad peruana. Sin embargo, su figura ganó protagonismo cuando, en 1962, llegó a la ciudad de Ayacucho como profesor de Filosofía en la Universidad Nacional de San Cristóbal de Huamanga (UNSCH). Rápidamente se convirtió en el referente del Partido Comunista del Perú - Bandera Roja (escisión pro-China del PCP, desde 1964), además de en un reconocido líder universitario, en buena parte, gracias al respaldo del entonces rector, Efraín Morote Best.

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El contexto en que llegó Guzmán a Ayacucho se caracterizó por una marcada agitación social, producida al albor de las reivindicaciones por el derecho a la educación pública y la reapertura de dicha universidad. Morote Best contribuyó a politizar la universidad, que, con el apoyo del Frente Estudiantil Revolucionario el pensamiento político de la UNSCH, se tiñó de rojo monocolor.

l maoísmo —casi una excepcionalidad entre las guerrillas latinoamericanas— se erigió como uno de los planteamientos que mejor se adaptaba a las tensiones, contradicciones y carencias que acontecían en Ayacucho y, a tal efecto, la universidad y los centros educativos se convirtieron en la vanguardia de un pensamiento revolucionario de clara impronta maoísta.

Allí, Abimael Guzmán, desde el grupúsculo de Facción Roja, comenzó a evocar la necesidad de una violencia ideologizada, inicialmente constreñida a las luchas educativas, pero que rápidamente tuvo como objetivo el colapso del Estado. el punto de partida para promover una ruptura revolucionaria que superara los aspectos que Guzmán entendía como la base de todos los males del Perú: la dominación feudal y la impronta imperialista.

Abimael Guzmán quería emular la experiencia de China y viajó allí dos veces (1965 y 1967), interiorizando el sentido de una guerra popular prolongada y adaptando el pensamiento de Mariátegui —o, mejor dicho, desdibujándolo y manipulándolo— en favor de un proyecto radical y muy violento. Desde 1969-70 se asentaron definitivamente las bases de Sendero Luminoso.

El Camarada Gonzalo fue construyendo una suerte de culto mesiánico a su persona, cuyo fundamento ideológico, hasta 1983, pasó por elaborar un corpus teórico que integre, primero, marxismo, leninismo y maoísmo; y después, su aportación propia. Esto es, se trata de elevar el “pensamiento Gonzalo” a teoría primaria del marxismo —sin rastro alguno de Mariátegui—, de modo que Guzmán se percibió a sí mismo como la cuarta espada del comunismo, a la misma altura que Marx, Lenin y Mao Tse Tung.

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El 17 de mayo de 1980 ocurrió la primera acción armada de Sendero Luminoso, pues Guzmán tenía plena convicción de que el proceso violento y revolucionario debía ir del campo a la ciudad. Partió de la serranía sur central andina, en concreto de Ayacucho, y se fue afianzando en las provincias de Apurímac y Huancavelica antes de llegar a Lima.

La serranía de Los Andes era el lugar idóneo para orientar un espíritu de odio con respecto al orden establecido cuya superación justificaba todo atisbo de sacrificio y confrontación. La utopía del futuro fue interiorizada como el motor de la revolución, de manera que era urgente exhibir el caudal de violencia en los enclaves de donde partía el proyecto senderista.

Es decir, la idea de “batir y remover el campo” (en la terminología senderista) no responde a otro propósito que el de expulsar a todas las autoridades estatales y evitar cualquier tipo de presencia en los lugares olvidados por la historia peruana de los que surgió Sendero Luminoso.

Esto se materializó en los primeros años de la década de los 80, especialmente, entre 1982 y 1984, acompañado con inconmensurables dosis de muerte, terror y violencia, que ocasionaron algunas de las masacres más sangrientas de la reciente historia política peruana. Además, con una respuesta errática de un Estado que desconocía al enemigo al que se enfrentaba, que incluso inicialmente infravaloraba —pues, en términos de amenaza los ojos estaban puestos en Ecuador—, que terminó por impulsar una política de excesos contra la población civil, dejando al Estado como responsable de más de 25.000 muertes violentas, la mayoría, en la primera mitad de la década de los 80.

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A lo anterior contribuyó, indudablemente, la estrategia dirigida por Abimael Guzmán, quien anteponía el partido como vanguardia de cualquier estructura revolucionaria y entendía la necesidad de fundirse con la masa, de manera que para el Estado todo campesino quechua-hablante en Ayacucho era susceptible de ser considerado parte de Sendero Luminoso.

A mediados de la década de los 80, la confrontación con la fuerza pública peruana fue absoluta y el país se convirtió en uno de los enclaves más violentos del continente, junto a Colombia, Guatemala y El Salvador, además de exhibir el mayor registro de muertes violentas en el menor tiempo transcurrido.

En realidad, Abimael Guzmán quiso acelerar las condiciones revolucionarias de la historia con una cuota de sangre trasnochada, mediante acciones terroristas contra el Estado peruano y la sociedad civil. El enclave de mayor activismo senderista fue, sobre todo, Lima.

En el campo se acumulaban estratégicamente las fuerzas, pero Lima era el resorte idóneo desde donde se dio voz al planteamiento senderista. La cuota de sangre (un concepto acuñado por Guzmán) nunca dejó de estar presente. La guerra y la muerte debían ser la preocupación más importante de la sociedad peruana y ello exigía disponer de todos los recursos que fuesen necesarios para mantener ingentes dosis de violencia.

Así reza una de las innumerables canciones producidas como loas al proyecto de “Gonzalo”, cuando un senderista anónimo del Valle del Alto Huallaga componía la siguiente estrofa: “En la salida de Aucayacu / hay un cadáver, de quién será / seguramente de un campesino / que dio su vida por la lucha (…) / Ahora la cuota hay que dar / si nuestra sangre tenemos que dar / por la revolución, qué bueno será…”.

Abimael Guzmán elevó la tanatofilia a dogma de fe en Sendero Luminoso. El sello de compromiso con una revolución que solo dejó muerte, destrucción y un fujimorismo que, desde 1990, supo capitalizar a la perfección la detención de Gonzalo. Su captura —de la que ayer se cumplieron 29 años— marcó el principio del fin de uno de los grupos armados más sanguinarios del siglo XX en América Latina.

Su muerte, sin embargo, no permite pasar aún la página de una historia peruana en donde las carencias en materia de verdad, justicia, reparación y no repetición siguen vigentes, en especial para las víctimas —oficiales y también no reconocidas— de la violencia política transcurrida, sobre todo, entre 1980 y 1992.

*Investigador de la U. Complutense de Madrid y coautor del libro “Breve historia de Sendero Luminoso”.

Por Jerónimo Ríos Sierra* / (@Jeronimo_Rios_

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