Así se ve el “Cinturón Bíblico”: la religión en la campaña de EE. UU.
La religión sigue siendo un jugador clave en las elecciones de EE. UU., y tanto Trump como Harris lo saben bien. Desde el “Cinturón Bíblico” hasta los votantes católicos y judíos, la fe moldea las estrategias de campaña en estados cruciales.
Camilo Gómez Forero
A menos de 15 días de las elecciones presidenciales, Donald Trump ha relanzado una poderosa operación para asegurarse los votos de un grupo que le ayudó a conseguir la victoria en 2016 y que casi repite su éxito en 2020: el grupo de los religiosos.
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A menos de 15 días de las elecciones presidenciales, Donald Trump ha relanzado una poderosa operación para asegurarse los votos de un grupo que le ayudó a conseguir la victoria en 2016 y que casi repite su éxito en 2020: el grupo de los religiosos.
El lunes, durante un evento en Carolina del Norte, uno de los estados clave en esta carrera, se reunió con un grupo de cristianos a quienes les aseguró que su rival, Kamala Harris, sería “la peor pesadilla” para los religiosos en el país.
“Los votantes cristianos deben acudir a las urnas en el mayor número que se haya visto... Amamos a los cristianos, damos la bienvenida a los creyentes y abrazamos a los seguidores de Jesús. Cuando miro hacia atrás y pienso en el camino y los acontecimientos de mi vida, ahora reconozco que ha sido la mano de Dios la que me ha llevado a donde estoy hoy”, dijo Trump.
En 2016, Trump ganó un abrumador 81 % del voto evangélico blanco en el país, convirtiendo a este grupo en uno de sus pilares para la victoria. De ahí nace su necesidad de consolidar este apoyo para las elecciones que se avecinan. Harris, que entiende igualmente que cada voto cuenta, también se ha aproximado al grupo de religiosos en los últimos días, llegando incluso a visitar en su cumpleaños la Iglesia Bautista Misionera en New Birth, Atlanta, en otro de los estados clave: Georgia.
“Nuestro país está en una encrucijada, y hacia dónde vayamos a partir de ahora depende de nosotros como estadounidenses y como personas de fe”, dijo Harris a la salida de la iglesia.
De las iglesias a las urnas
La religión ha sido un componente especial de las campañas electorales en Estados Unidos. Además de los exitosos números de Trump con los evangélicos, también vimos cómo en 2020 el voto católico contribuyó notablemente a la estrecha victoria del presidente Joe Biden sobre Trump. Y no se puede desconocer que la religión fue un factor importante en la campaña de Barack Obama en 2008, quien logró atraer muchos votos no solo al incorporar la religión a su oratoria, sino al trabajar de la mano con muchas iglesias católicas.
Sin embargo, a pesar de todo el peso que tiene la religión en las campañas estadounidenses, entender esta compleja relación entre la fe y el voto se ha hecho cada vez más difícil. No solo porque la nación es mucho más secular ahora en comparación de la era Obama: el 28 % de los adultos ahora se identificada como no afiliados a ninguna religión, según el Pew Research Center, lo que los convierte hoy en el grupo religioso más grande del país. Por otro lado, también hay que entender que, dentro de estos grupos religiosos, el voto está muy dividido.
Fréderic Castel, historiador, religiólogo y geógrafo —tal vez la condición más importante para ayudarnos a comprender a fondo esta relación—, explicó recientemente en The Conversation que la relación entre religión y votos debe entenderse no solo como una inclinación partidista como se ha venido haciendo (identificando a los religiosos con los republicanos de entrada), sino que debe tener en cuenta a los grupos étnicos o raciales que tienen diferencias por sus experiencias históricas y sus propias sensibilidades.
Hay que reconocer que no todas las iglesias del mundo protestante, por ejemplo, son lo mismo: hay iglesias liberales, que suelen ser paradójicamente las más tradicionales; hay iglesias conservadoras, que suelen ser las evangélicas más modernas; y hay también iglesias evangélicas liberales. Toda esta gran cantidad de subconjuntos hace que leer el panorama electoral y dictar un pronóstico de lo que puede pasar el 5 de noviembre sea extremadamente difícil.
“En términos de las sensibilidades políticas de los grupos etnorreligiosos, la disminución numérica de los evangélicos, el ascenso de los no afiliados y el crecimiento demográfico de los hispanos crean desafíos para los estrategas e investigadores políticos, especialmente porque las elecciones individuales parecen ser menos automáticas que antes”, señaló Castel.
A la vez, Castel también dice que “en un momento en que cada voto cuenta, los más mínimos cambios en las inclinaciones partidistas o en las tasas de movilización de votantes de diferentes grupos étnicos y religiosos podrían desempeñar un papel inesperado en varios estados clave”.
En otras palabras, aunque es difícil hacer un análisis detallado de la relación religión y voto, tenemos que ser conscientes que los grupos religiosos pueden terminar siendo muy determinantes a la hora de decidir el próximo presidente. ¿Cómo lo serán? Todavía no lo sabemos porque es difícil determinarlo, pero vamos a desglosar algunos conceptos clave para tratar de entender la movida religiosa en Estados Unidos y la relación con ambas campañas.
Trump, Harris y la religión
Tomémonos un minuto para analizar, de manera ligera, la relación entre los candidatos y los grupos religiosos. Trump tiene la bendición de los cristianos evangélicos blancos, pero esta relación se sostiene por la agenda política compartida, y no por una conexión espiritual propiamente. Según el Pew Research Center, nada más el 8 % de las personas con opiniones positivas sobre el republicano piensan que es un hombre religioso.
Eso sí: el discurso que sostiene el candidato, en el que proyecta una excesiva confianza con la que convence al público de que no puede perder —y cuya narrativa termina de consolidarse al salvarse de un intento de asesinato, permitiéndole presentarse como “el elegido de Dios”—, ha ayudado a que algunos evangélicos sí se puedan conectar con él en un punto espiritual: a través del llamado “evangelio de la prosperidad”.
Esta es una creencia teológica del neopentecostalismo que, en muy pocas palabras, considera que basta un pensamiento positivo para ser próspero y feliz. Trump, autor de libros como El arte de vender o El secreto del éxito, es un digno representante de este concepto. Esta corriente, escribió hace tiempo la periodista de Vox Tara Isabella Burton, ha crecido mucho desde la década pasada y “ha llegado a representar lo peor de la combinación de capitalismo al estilo estadounidense, religión y política del partido republicano”, por lo que merece ser estudiada a fondo por teólogos y politólogos, pues no se ha medido suficientemente su impacto en el electorado.
En ese sentido, cabe resaltar de nuevo que Trump no es una persona religiosa, al menos como tradicionalmente hemos entendido la religión desde la búsqueda salvación o la vida eterna, la asistencia a la Iglesia y la lectura de un texto sagrado. Sin embargo, sí ha sido un digno referente de las nuevas corrientes sobre las que se sostienen las creencias comandadas por telepredicadores.
Muchos de estos telepredicadores de las iglesias evangélicas modernas, como Joel Osteen, trabajan con Trump y tienen una misma mentalidad que el filósofo Miguel Pastorino ha resumido en una frase cruda y concreta: “En lugar de seguir el mensaje de Jesús, se lo usa (a Jesús) arbitrariamente para beneficios e intereses personales. La meta no es hacer la voluntad de Dios, sino que Dios haga mi voluntad”.
Las creencias en el país están cambiando, y como escribió Burton, una porción de esta nación capitalista se siente afín hacia los líderes ostentosos y carismáticos que han moldeado la mentalidad individualista con la que hoy se aborda no solo la política, sino también la religión.
“Después de todo, ¿qué es nuestro enfoque colectivo de la atención sanitaria si no se basa en una sensación visceral de que los desafortunados son responsables de su propia desgracia?”, escribió Burton. En palabras más coloquiales: “el pobre es pobre porque quiere”.
La evangelización se ha convertido en una enseñanza práctica de cómo ser exitoso, rico y feliz, que recae en el éxito temporal, como dice Pastorino. Pero esta no es una discusión sobre teología o religión en el país, sino una mera aproximación a la conexión entre ambas campañas y los grupos religiosos. Del lado de Trump, la relación con los religiosos puede explicarse en lo que los evangélicos están creyendo hoy (“la meta no es hacer la voluntad de Dios, sino que Dios haga mi voluntad”), y la agenda política que comparten, en materia de, por ejemplo, acceso a derechos reproductivos y sexuales.
Para cerrar la relación de Trump y entender su éxito entre los religiosos, cabe destacar lo que escribió la profesora de teología Anthea Butler sobre él y los nuevos predicadores: “(Ellos) carecen de un dominio de las Escrituras bíblicas. Ambos se encuentran entre el 1 %... Las marcas de Trump y Osteen se basan en el éxito, no en las Escrituras. Y a los creyentes de la prosperidad les gustan los ganadores”. Su mentalidad, más allá de su práctica religiosa, es la que resulta tan atractiva.
Harris, por otro lado, ha restado hasta ahora importancia a su vida espiritual. Esto se explica en que proviene del área de la Bahía de San Francisco, donde hay una de las tasas más altas de personas que se identifican como no religiosas, ateas o agnósticas. La inclinación hacia el secularismo ha sido marcada, lo que puede ser visto por algunos como una tendencia hacia la antirreligiosidad.
La demócrata raramente habla de Dios y, como describió el periodista Alex Seitz-Wald, su estilo oratorio es más ligado al de una fiscal que al de un predicador, como era, en cambio, el discurso de Obama. Esto no quiere decir que no sea religiosa: Harris es bautista y pertenece a la Tercera Iglesia Bautista de San Francisco, y tiene una gran relación con su pastor, el reverendo Amos Brown. Sin embargo, el hecho de que los religiosos vuelvan a ser una pieza fundamental del electorado la ha obligado a adoptar una postura diferente.
“Cuando el camino no está claro, es nuestra fe la que nos guía hacia adelante: fe en aquello que a menudo no podemos ver pero que sabemos que es verdad”, dijo hace unos días en la Iglesia Bautista Nueva Misionera.
El “Cinturón Bíblico”, clave para estas elecciones
El mapa estadounidense se compone de muchos “cinturones”, que son grupos de estados que comparten condiciones geográficas, históricas, económicas o culturales. Tenemos el Cinturón de Óxido, donde se concentran los centros de manufactura pesada e industria en el noreste; el Cinturón del Sol, donde se concentran los estados que tienen un clima cálido; o el Cinturón del Algodón, donde se concentran los estados donde hubo una gran producción de algodón antes de la Guerra Civil, por mencionar algunos casos. Y está, desde luego, el Cinturón Bíblico, donde la religión cristiana y el evangelicalismo protestante juegan un papel importante tanto en la cultura como en la política.
En este Cinturón Bíblico, conformado por Oklahoma, Arkansas, Tennessee, Louisiana, Alabama, y Misisipi, hay dos estados que destacan en este momento por su importancia en el Colegio Electoral: Carolina del Norte y Georgia. Precisamente allí es donde las campañas de Harris y Trump se han concentrado en sus discursos religiosos.
En Carolina del Norte, estado que se decidió por apenas 80.000 votos en 2020 y donde Trump ha enfocado su campaña religiosa, el voto cristiano y evangélico puede darnos una sorpresa. Según le comentó el obispo Haywood Parker a The Washington Post, “hay evangélicos blancos que utilizan el evangelio y lo distorsionan de una manera que les beneficia y les da una forma de apoyar a Trump. Cuando me dicen que si apoyo a Kamala Harris, de alguna manera soy antiiglesia, antibíblico, eso realmente me molesta”.
Así que volvemos a la explicación de Castel: la gran cantidad de subconjuntos religiosos hace que sea casi imposible anticipar que un grupo se va a decantar en su totalidad por un candidato. Trump y los republicanos pueden estar haciendo una fuerte campaña en el estado, pero dentro de estos grupos hay minorías significativas que se identifican por el Partido Demócrata o se inclinan por este.
En Georgia, estado que se decidió por cerca de 12.000 votos en 2020, Harris está haciendo campaña enfocada en las iglesias a las que asisten afroamericanos para pedirles que lleven “sus almas a las urnas”. Trump también tiene previsto visitar una iglesia en el centro del estado.
Pero la batalla religiosa no solo se concentra en el llamado “Cinturón Bíblico” ni en la conquista de los evangélicos. En el norte del país, ambos candidatos se disputan el voto de los católicos en Pensilvania, Míchigan y Wisconsin. Harris, además, busca conquistar el voto árabe en Míchigan, sin que esto le signifique perder votos dentro de la comunidad judía tanto en ese estado como en Pensilvania. Trump, por otro lado, también está tratando de atraer el voto judío.
La búsqueda de los votos de los religiosos se ha convertido en todo un ajedrez. A su vez, la religión muestra que nunca había sido tan inevitable y esencial en unas elecciones en el país. Pero más allá de estos cálculos electorales, hay que entender que Estados Unidos tiene una “lucha en curso por el alma de su cristianismo” y por su identidad, como explica el reverendo Jay Ausutine en The Washington Post. De un lado, están “las ramas de la fe que abrazan la inclusión democrática y las formas extremas (en particular el nacionalismo cristiano blanco) que promueven la exclusión”, explicó. En noviembre, el país también elige qué dirección adopta.
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