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El 27 de septiembre de 2021, Jair Bolsonaro cumplió mil días en el poder ejecutivo. En este breve artículo destacaremos dos aspectos importantes que son estructurales en su trayectoria: el presidente miliciano y el presidente falso. De hecho, ambos son parte estructural de la presidencia de Bolsonaro.
¿Quién es Jair Bolsonaro?
Bolsonaro es un político antidemocrático. Ha crecido a partir de una baja representación, cosida por una red de relaciones que oscilan entre el mundo institucional y el mundo del crimen. En casi 30 años como legislador, sólo tuvo un proyecto que se convirtió en ley. Por otro lado, siempre trabajó para aumentar su propio patrimonio y el de su familia.
Un rasgo distintivo es el escaso compromiso con el interés público y el bienestar social. Bolsonaro ha construido su imagen política como el outsider, cuya lucha contra cualquier cosa que se parezca a la democracia significa la afirmación de un orden social y autoritario.
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Esta postura se presenta en su lenguaje político bajo las banderas de “la libertad por encima de la vida”, “la familia tradicional” y “Dios por encima de todo”. Emblemas de un orden que no se construye con palabras igualitarias, sino con la fuerza - de las armas, o del discurso mágico-religioso. Su construcción como político tuvo lugar en la representación de lo que permanece en la sombra, del odio. Sectores que siempre han existido en las democracias y que difícilmente serían canalizados por ella.
Por lo tanto, un aspecto trágico para la democracia brasileña es la ideología miliciana que mueve su lógica y sus acciones. Es la creencia de que no hay otro instrumento para la construcción del orden que el poder de matar y que cualquier límite legal a este poder debe ser rechazado como una amenaza a ese orden.
Esta ideología piensa la política a través de la lógica de las organizaciones criminales. Los acuerdos subterráneos con sectores privados y el saqueo de la máquina pública son recurrentes en las investigaciones de la prensa y los organismos de control sobre el gobierno de Bolsonaro.
Dos episodios expresan esto de forma nítida. El primero fueron las manifestaciones antidemocráticas que Bolsonaro promovió el 7 de septiembre de 2021, cuya agenda principal era el cierre del Supremo Tribunal Federal (STF). La infraestructura y las herramientas de movilización de estas manifestaciones fueron financiadas por sectores del empresariado y del agronegocio que tienen relaciones turbias con el presidente, su familia y sus aliados. La elección del STF como objetivo se explica por su actuación en defensa de la democracia, poniendo límites a las constantes desviaciones en la forma de actuar del presidente.
El segundo episodio fue revelado por la Comisión Parlamentaria de Investigación (CPI) del Senado Federal, que investiga las acciones del Gobierno Federal sobre la pandemia. Las investigaciones de la CPI mostraron que Bolsonaro promovió una política de propagación del virus, teniendo como estrategia la apuesta por la inmunidad de rebaño y la adopción del llamado “tratamiento precoz” con medicamentos sin eficacia para el tratamiento del COVID-19.
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La CPI reveló también que esta política se practicaba mediante un acuerdo en el que participaban empresas sanitarias privadas, el Ministerio de Salud, el Consejo Federal de Medicina y algunos empresarios de otros sectores que formaban, según los senadores de la CPI, un “gabinete paralelo” o “gabinete en la sombra”.
En este proceso, una empresa sanitaria privada que integraba el “gabinete paralelo” promovió estudios clandestinos en humanos, con prácticas eugenistas, para probar la eficacia de la hidroxicloroquina y otros fármacos que formaban parte del llamado “kit covid”.
Bolsonaro, su familia y sus compinches de los negocios y el crimen ocupan Brasilia como una fuerza invasora. Las fuerzas antidemocráticas del siglo XXI no siempre operan con tanques en la calle. Las milicias digitales, la retórica de la destrucción, la ideología miliciana, los militares en los despachos y la connivencia empresarial secuestran las democracias.
Un presidente falso y el regreso de Brasil al mapa del hambre
La postura de Bolsonaro, desde el principio, fue falsa. Era un militar que salió por la puerta de atrás, pero actúa como si fuera un militar de éxito. Falso.
Como legislador siempre fue falso. Nadie lo tomó en serio. En concreto, no hizo nada más allá de robar fondos públicos, como indican las acusaciones sobre las tramas de empleados fantasmas en su despacho y en el de sus hijos.
La campaña presidencial fue falsa. No hubo debate, sino muchos medios de comunicación tratando de enmascarar a la bestia incivilizada, que era la punta de lanza de las élites económicas y los militares deseosos de volver al poder.
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En la trayectoria de los 1.000 días, a imagen y semejanza de la experiencia Trump, desde el centro del poder se creó una estructura de noticias falsas para mantener y guiar su gobierno. Desde su toma de posesión, como muestra la encuesta del portal Aos Fatos, el presidente ha dicho 3.989 falsedades y tergiversaciones, casi cuatro mentiras por día de gobierno. Un Pinocho de carne y hueso. El presidente habló poco de cualquier política pública que no fuera una ofensa para algún sector de la sociedad o alguna institución de la democracia.
Las noticias falsas movilizaban a una masa que se convirtió en el segmento de la sociedad al que dirigía su gobierno, un 20% del electorado. Así, Brasil vio cómo el presidente atacaba a todos los que no estaban alineados con estos sectores fanáticos y desinformados a propósito. Las universidades se convirtieron desde el principio en uno de sus objetivos prioritarios: espacios de diversidad y búsqueda de la verdad, constituyen, por definición, una amenaza para la mentira como forma de gobierno.
En la última Asamblea General de las Naciones Unidas, el discurso del presidente se dirigió a su sector fanático, olvidando que el mundo entero estaba escuchando. Su discurso estuvo estructurado a base de mentiras y desinformación, demostrando hasta qué punto desprecia la democracia y la propia sociedad. Lejos de las obligaciones típicas de los presidentes, Bolsonaro tiene más que ver con un administrador de un grupo de WhatsApp que con un estadista que dirige el rumbo de uno de los mayores países del planeta. Un país con gran importancia en la región, donde, hace años, marcó el rumbo del Cono Sur.
Pero lo que no se puede ocultar con las noticias falsas es el hambre (y la inseguridad alimentaria) que afecta a más de 116 millones de brasileños. Con una economía devastada, que sólo benefició a los sectores financieros y al latifundio, Brasil tiene un desempeño desastroso en todas las áreas sociales. Además, la tasa de desempleo ha alcanzado el 14,6%, llegando a casi 15 millones de brasileños. Y esta es la única verdad de estos mil días: Brasil vuelve a estar en el mapa del hambre.
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Andrés del Río es politólogo y profesor de Ciencias Políticas en la Universidad Federal Fluminense. Doctorado de la Universidad del Estado de Río de Janeiro (IESP-UERJ). Jefe del Departamento de Geografía y Políticas Públicas DGP-IEAR-UFF.
André Rodrigues es politólogo, doctor en Ciencias Políticas por el IESP/UERJ y profesor de la Universidade Federal Fluminense (UFF).