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La larga espera ha terminado. Luego de dos años en el poder, el presidente Joe Biden llegará por primera vez a la frontera sur de Estados Unidos para “reunirse con las fuerzas de seguridad, políticos locales y líderes comunales” para revisar qué se puede hacer para mejorar las condiciones en la zona. En la frontera méxico-estadounidense hay una crisis que no se puede ocultar, y que Biden heredó de sus predecesores, pero este es un problema que, cabe destacar, el demócrata ha intentado minimizar en el pasado.
“Ocurre todos los años”, dijo Biden en marzo de 2021, cuando empezó a notarse un incremento notable de los migrantes que cruzaban la frontera de manera irregular desde México.
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El viaje de este domingo, que será a la ciudad de El Paso, en Texas, era una demanda constante de los republicanos, más que de los demócratas, desde que Biden ocupó la Oficina Oval en enero de 2021. ¿Por qué se presenta hasta ahora? ¿Por qué no hace seis meses o un año? La razón principal, según la secretaria de prensa de la Casa Blanca, Karine Jean-Pierre, es que el demócrata tiene un viaje programado a Ciudad de México para reunirse con su homólogo mexicano, Andrés Manuel López Obrador, entre el 9 y 10 de enero.
“Nos dirigimos a la Ciudad de México, así que tenía sentido hacer una parada”, explicó Jean-Pierre a un grupo de periodistas.
Dicha explicación no sienta bien, pues deja entrever que crear una gran mesa de diálogo para construir una respuesta conjunta al desafío migratorio, entre autoridades y sociedad civil, sigue sin ser una prioridad para la administración Biden. El viaje a El Paso parece ser porque la ciudad estaba “de paso” en la ruta de Biden a México, no porque la Casa Blanca por fin entienda la gravedad de la emergencia y la urgencia de que ponga en marcha la compleja discusión de respuestas a esta “crisis”, una palabra que quiere evitar manejar.
Por otro lado, puede llegar a ser entendible por qué la resistencia a priorizar los desafíos migratorios de la frontera: las partes negociadoras del lado conservador no están en disposición real de conciliar y construir soluciones, como se pudo ver tras las respuestas al viaje de Biden. Y es que las voces republicanas no se mostraron satisfechas con la visita, a pesar de que esta era una de sus demandas. De hecho, por eso Biden destacó que la oposición parece no querer trabajar en el tema realmente.
“Los republicanos no se han tomado en serio esto en absoluto”, manifestó el presidente en la antesala de su viaje.
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El pasado 3 de enero, el Partido Republicano recordó que Biden todavía “tenía pendiente un viaje a la frontera”, pero quienes demandaban su aparición la reprocharon apenas se anunció la visita. Un ejemplo es el senador Tom Cotton (republicano por Arkanzas) que criticó hace 15 meses el hecho de que el presidente no viajara a la frontera.
“Joe Biden dijo que está muy ocupado para visitar la frontera, pero no estaba muy ocupado para irse de vacaciones en medio de su caótica retirada de Afganistán”, tuiteó el senador de Arkansas.
Pero su respuesta al viaje del domingo, que había reclamado, demostró disgusto e inconformismo.
“Visitar la frontera carece de sentido si Biden continúa promoviendo políticas que inviten a la migración ilegal. Las políticas importan. No las sesiones fotográficas oportunistas”, dijo Cotton.
La exgobernadora de Carolina del Sur y embajadora de Donald Trump ante Naciones Unidas, Nikki Haley, se sumó a las críticas. “Los fracasos de Biden no se pueden arreglar con una sesión de fotos en la frontera… Necesita hacer más que visitar la frontera”, afirmó.
“(Su visita) simplemente es poco sincera y demasiado tarde, considerando que el caos es de su propia creación”, agregó por su lado el representante Tom Cole (republicano por Oklahoma).
Voces como las de Cotton, Cole y Haley exponen una gran barrera para abordar los desafíos migratorios de Estados Unidos: para un sector de los republicanos, nunca es suficiente. Estaba mal que Biden no fuera a la frontera, aunque también está mal que viaje ahora. Esto es grave, pues son los y las congresistas y figuras de ambos partidos, y no Biden, quienes son los verdaderos responsables de construir una reforma migratoria en el país para abordar la crisis.
La última reforma de envergadura data de los tiempos de Richard Nixon en la Casa Blanca. Desde entonces, cada gran intento de reformar las condiciones para los inmigrantes ha fracasado en el Capitolio. Es importante destacar que la reforma migratoria de Barack Obama, el programa de Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA), llegó por acción ejecutiva, no por el Legislativo. Y ante la crisis vista esta semana en la Cámara de Representantes, donde ni siquiera hubo consenso para elegir a un presidente, todo parece indicar que pasará otro año sin que el Congreso pueda abordar un proyecto de ley que conteste a las necesidades de la frontera.
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“Creo que no hay mucha posibilidad en la legislatura en el Congreso de Estados Unidos. En la Cámara baja hay una mayoría muy débil republicana que no va a poder abordar este tema. El Senado sí, pero la Cámara baja no, si ni siquiera puede elegir al líder de la Cámara. Va a ser difícil que haya alguien con quien la administración negocie”, le aseveró Andrew Selee, presidente del Instituto de Políticas Migratorias, a El Espectador.
Pero no son solo las declaraciones de los republicanos, sino también las acciones. Seele destaca que la estrategia del gobernador de Texas, Greg Abbott, de enviar buses llenos de migrantes a ciudades demócratas generó una crisis de capacidad, sobre todo porque había muchos migrantes sin conexiones familiares, que quedaban en los albergues públicos que no daban abasto. Parece haber muy poca voluntad del lado conservador para una reforma migratoria, a menos de que esta incluya ideas que han demostrado poca efectividad como la construcción de un muro, más fuerzas de seguridad o barreras físicas o institucionales para los migrantes.
Hay pocos republicanos que han demostrado la intención de trabajar en una reforma, como el senador John Cornyn (republicano por Texas), con quienes Biden debería establecer un puente. El congresista se alegró de que el presidente finalmente llegara a la frontera, pero también dijo que “su visita no puede ser solo una sesión de fotos”.
“Si quiere usar este viaje para buscar soluciones duras al desastre absoluto que han creado sus políticas, me complacerá orientarlo en la dirección correcta”, dijo Cornyn, quien patrocinó un proyecto bipartidista fallido junto a la senadora Kyrsten Sinema (independiente por Arizona) para “garantizar el trato humano de los migrantes”.
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La visita de Biden, por su corta duración y porque parece que se da solo porque se cruzó con el itinerario de otro viaje, no solucionará nada. El viaje que hizo a El Paso la vicepresidenta Kamala Harris tampoco marcó un cambio. De hecho, fue criticada por elegir un lugar demasiado alejado del epicentro de los cruces fronterizos. Pero por lo menos cumple con una de las viejas demandas de los republicanos que ahora no tienen excusa para trabajar sobre un plan real. Sobre la mesa hay dos demandas urgentes: el fin del Título 42 y el aumento de recursos para atender la migración.
El Título 42 ha mostrado ser una política intransigente, usada con la excusa de una emergencia sanitaria para permitir la expulsión inmediata de las personas que llegan a la frontera, sin que estas tengan la posibilidad de alcanzar una audiencia para que examinen su solicitud de asilo.
“El legado del Título 42 nunca será la cantidad de vidas salvadas de covid-19 debido a la política, eso es imposible de saber, y nunca fue una justificación adecuada para la política. Pero quizá su legado más condenatorio sea que negó potencialmente a millones de personas la posibilidad de solicitar asilo y su derecho legal a buscar seguridad y una nueva vida en EE. UU.”, escribió Ellen Loanes, de Vox.
Lo único que ha hecho el Título 42 es llenar el vacío de una política migratoria, abordada desde la seguridad y humanidad, que hoy está ausente de la legislación estadounidense, ante la incapacidad de los dos partidos tradicionales para ponerse de acuerdo. Además, afecta la seguridad de las personas. Hay que señalar que no todos estos cruces informados son registros individuales. Es decir, no corresponden al cruce de una persona diferente cada vez.
Las cifras oficiales indican que cerca del 44 % de los 2,7 millones de personas migrantes con las que se cruzaron los agentes de la Patrulla Fronteriza en 2022 tenían un intento de cruce previo. Esto se da porque el Título 42 no tiene consecuencias legales para las expulsiones, así que un migrante puede volver a intentar cruzar la frontera cuantas veces quiera. Por lo tanto, esta política no resuelve tampoco el problema, sino que lo pospone y condena a los migrantes a recrear el mito de Sísifo, a quien los dioses le ordenaron subir una roca hasta la cima de una montaña para verla caer por su propio peso, una y otra vez, sin recompensa ni alivio. Pero aunque el gobierno Biden ha intentado derogarla en varias ocasiones, también debe reconocer que no puede continuar sin esta política.
“No se pueden afrontar los asuntos de la frontera sin el Título 42. Si pueden bajar los números, ahora que están llegando 7 u 8 mil personas al día a la frontera, no hay forma ni siquiera de procesarlos con la capacidad institucional que existe. Entonces, necesitan bajar a 3 o 4 mil al día, con lo que ya pueden echar otra vez a andar el sistema de asilo y los procesos normales en la frontera. Eso es lo que están intentando hacer: bajar los números a un nivel manejable, para que la capacidad institucional otra vez vuelva a funcionar cuando termine el Título 42″, explicó Seele.
La única vía para el país es que el Congreso aborde el problema, más allá de que Biden visite o no la frontera. Una idea es darles más recursos a los tribunales de migración, que necesitan un refuerzo.
“Tienen 1,8 millones de casos de rezago, pero la administración está intentando hacer algo que propuso un colega nuestro: poner a los oficiales de asilo a cargo de las decisiones de asilo. Eso es mucho más expedito, porque los tribunales son muy lentos, tienen mucho procedimiento y hay mucha gente involucrada, y existen formas de tomar decisiones de manera rápida y eficiente, y a lo mejor también más ecuánimes. Están intentando hacerlo y están tratando de tomar decisiones dentro de seis meses, en vez de tres o cinco años, que es lo que tarda un caso ahora”, señaló Seele.
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