El primer cara a cara entre Biden y Putin: tensión alta, expectativas muy bajas
Aunque hay mucho sobre la mesa, la reunión del miércoles en Ginebra entre los presidentes Joe Biden y Vladimir Putin no arrojará grandes resultados. La falta de una agenda común dificulta el descongelamiento de las relaciones, aunque el acercamiento funciona para que la crisis diplomática no haga metástasis.
Camilo Gómez Forero
Joe Biden y Vladimir Putin nunca han tenido una buena relación. Hace veinte años, cuando todavía era senador por Delaware, el actual presidente estadounidense ya dejaba ver su escepticismo sobre el líder ruso. “No confío en Putin”, dijo Biden en 2001, mientras el expresidente republicano George W. Bush se mostraba encantado con la figura en ascenso de Putin luego de su primer encuentro en Eslovenia. No fue el primer mandatario republicano en EE. UU. en mostrar condescendencia con el líder ruso. Luego vino Donald Trump.
Diez años después de esa explosiva declaración, Biden, como vicepresidente de Obama, soltó otra bomba: “No creo que (Putin) tenga alma”, le dijo el estadounidense tras un encuentro en el Kremlin. Putin, que se desempeñaba como primer ministro ruso tras tomar un descanso de la presidencia, contestó que por eso ambos “se entendían”.
Hoy estos dos hombres, que se acusan el uno al otro de desalmados y desconfían de sus acciones, vuelven a cruzarse en el momento más crítico de las relaciones entre Moscú y Washington desde la Guerra Fría. La de Ginebra debería ser la reunión más importante del año, pues los líderes de las dos potencias más grandes del mundo tienen mucho por abordar: la situación de derechos humanos en Rusia, con el caso ejemplar del opositor Alexéi Navalny, y también en Bielorrusia bajo el asedio de Aleksandr Lukashenko, donde Moscú y Washington divergen sobre la ruta a seguir: democratización al estilo occidental o más presencia militar rusa.
Los ataques cibernéticos de Moscú, los distintos objetivos de ambas potencias en Siria y sus alrededores y el conflicto latente en el este de Ucrania también deberían estar en la agenda, entre muchos otros temas como la tensión diplomática entre ambos países. Estados Unidos y Rusia cerraron los consulados que tenían en Vladivostok, Ekaterimburgo, San Petersburgo, Seattle y San Francisco, respectivamente. La falta de estos dificulta el contacto que históricamente ha cimentado las relaciones entre ambos países.
Pero por eso había que hacer un recorrido por toda esta compleja relación para aterrizar el cara a cara que Biden y Putin tendrán en Ginebra. Aunque hay mucho sobre la mesa, la del miércoles no será una reunión excepcional. Las expectativas del encuentro están por el suelo, y esto es porque lo único que ha cambiado entre Biden y Putin en dos décadas es el cargo: hoy ambos son dirigentes, el resto de su relación sigue igual. Hay una sensación de desconfianza entre ambos hombres y pocos puntos en común para trabajar en conjunto, por lo que no habría que esperar grandes resultados de la cumbre. Putin, de hecho, ya le ha enviado mensajes a Biden sobre qué temas no está dispuesto a tocar en la reunión, como la represión al movimiento de Navalny.
“El encuentro entre Biden y Putin viene en un momento de tensión y distanciamiento marcados entre Estados Unidos y Rusia en torno a asuntos varios, entre ellos los ataques cibernéticos atribuidos a actores rusos, la proyección geoestratégica de Rusia en zonas de interés estadounidense, y la violación de derechos humanos y la represión de la disidencia política, encarnada en la figura de Alexéi Navalny. Más allá de refamiliarizarse los dos líderes, quienes se encuentran por primera vez siendo Biden presidente y de restaurar alguna semblanza de ‘funcionalidad’ a la relación bilateral, no hay grandes expectativas de que la cumbre resulte en algo significativo”, recalca Arlene Tickner, profesora de la Facultad de Estudios Internacionales, Políticos y Urbanos, de la Universidad del Rosario.
Los analistas son escépticos. Biden tampoco es que haya hecho una campaña para restablecer las mejores relaciones con Rusia. Su enfoque, por el contrario, ha sido el de ejercer mayor presión sobre Moscú. Además, ninguno está dispuesto a ceder terreno en otros aspectos, y la política interna de ambos países, que premia la dureza con el otro, no ayuda a un desescalamiento de la tensión. En Washington, por ejemplo, han contestado a la reunión Biden-Putin con desprecio.
“¿Estamos recompensando a Putin con una cumbre? Putin encarceló a Alexéi Navalny y su títere Lukashenko secuestró un avión para atrapar a Roman Protasevich. En lugar de tratar a Putin como un gánster que teme a su propia gente, le estamos dando su preciado oleoducto Nord Stream 2 y legitimando sus acciones con una cumbre. [La reunión] muestra debilidad”, señaló indignado el senador republicano Ben Sasse.
Pero quizás haya puntos por rescatar del encuentro. “A lo sumo, podrían esperarse mayores avances en la regulación conjunta de las armas nucleares, que es en el interés de ambos líderes asegurar, y, en el mejor de los escenarios, la adopción de pequeñas medidas de confianza mutua”, señala Tickner.
El control de armas nucleares, como bien señala Tickner, es quizás el único punto en el que ambos dirigentes muestran interés por abrir la cooperación. Biden y Putin acordaron en enero renovar el New Start (Tratado de Reducción de Armas Estratégicas), que regula el control de armas nucleares entre los dos países. Esto es importante no solo por lo que significa para la relación entre las dos potencias, sino porque si ambos avanzan en la regulación de ojivas nucleares están enviando un mensaje a otros países, como Irán y Corea del Norte, para que también establezcan un control. También se podría interpretar como un esfuerzo por reactivar el acuerdo nuclear con Irán y descongelar las negociaciones entre Washington y Teherán.
Hay que destacar que si bien no será una reunión muy productiva, el mero acercamiento entre los dos mandatarios da una luz sobre la restauración de una relación previsible y estable entre Rusia y Estados Unidos. No será la mejor, pero quizá no será una tan frenética, impredecible y fría como la que se tiene ahora. Con tantos puntos en discordia, que tal vez nunca se resuelvan, un encuentro cara a cara era necesario para que las luchas entre Moscú y Washington no hicieran metástasis, como explica Michael Kimmage, profesor de Historia de la Universidad Católica de América, en Foreign Affairs.
“Las expectativas para la cumbre Putin-Biden son, con razón, bajas; sin embargo, hay mucho en juego. Rusia y Occidente caminan sonámbulos hacia el abismo. Ninguna de las partes siente presión para ceder. La política interna en ambos países premia la dureza. Cada lado está convencido de que el otro está en declive, lo que hace que el compromiso sea mucho menos deseable, ya que el colapso de un lado y, por extensión, la victoria del otro, es solo cuestión de tiempo. Todas estas incompatibilidades persistirán durante décadas, pero no se puede permitir que hagan metástasis. Ese es el mandato de Biden en Ginebra: comenzar el arduo viaje hacia la previsibilidad y la estabilidad”, señala Kimmage.
Biden, que es quizá el mandatario más experimentado para medírsele a Putin en los últimos años, también tiene con esta cita la responsabilidad de devolver a Rusia al lugar que le corresponde: un actor de política externa y no de la política interna estadounidense. Durante la administración Trump, Moscú logró inmiscuirse en los asuntos internos de Estados Unidos de una manera nunca vista.
“Su conocimiento de la región es mejor que el de cualquiera que haya ocupado el cargo. Biden ha pasado un tiempo en Georgia, pasó mucho tiempo en Ucrania. Viajé con él a Moldavia y ha pasado mucho tiempo en las partes orientales de la alianza de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Ha estado en esos lugares y escuchó de primera mano sobre la agresión y la amenaza rusa. Ha creado un componente único de su análisis de Putin que otros presidentes no han tenido”, señala Michael McFaul, exembajador de Estados Unidos en Rusia.
Toda esta experiencia, y el reconocimiento de los objetivos de Putin, como dividir a la Unión Europea y a la OTAN, le dan a Biden una ventaja que no tenía su predecesor. Sus objetivos son puntuales: hacer de equilibrista entre las metas inmediatas y los objetivos para relaciones futuras entre ambas naciones. La tensión va por lo alto, mientras las expectativas son muy bajas. Pero el primer apretón de manos marcará la ruta para evitar que Rusia y Occidente se vean arrastrados a una confrontación directa.
Joe Biden y Vladimir Putin nunca han tenido una buena relación. Hace veinte años, cuando todavía era senador por Delaware, el actual presidente estadounidense ya dejaba ver su escepticismo sobre el líder ruso. “No confío en Putin”, dijo Biden en 2001, mientras el expresidente republicano George W. Bush se mostraba encantado con la figura en ascenso de Putin luego de su primer encuentro en Eslovenia. No fue el primer mandatario republicano en EE. UU. en mostrar condescendencia con el líder ruso. Luego vino Donald Trump.
Diez años después de esa explosiva declaración, Biden, como vicepresidente de Obama, soltó otra bomba: “No creo que (Putin) tenga alma”, le dijo el estadounidense tras un encuentro en el Kremlin. Putin, que se desempeñaba como primer ministro ruso tras tomar un descanso de la presidencia, contestó que por eso ambos “se entendían”.
Hoy estos dos hombres, que se acusan el uno al otro de desalmados y desconfían de sus acciones, vuelven a cruzarse en el momento más crítico de las relaciones entre Moscú y Washington desde la Guerra Fría. La de Ginebra debería ser la reunión más importante del año, pues los líderes de las dos potencias más grandes del mundo tienen mucho por abordar: la situación de derechos humanos en Rusia, con el caso ejemplar del opositor Alexéi Navalny, y también en Bielorrusia bajo el asedio de Aleksandr Lukashenko, donde Moscú y Washington divergen sobre la ruta a seguir: democratización al estilo occidental o más presencia militar rusa.
Los ataques cibernéticos de Moscú, los distintos objetivos de ambas potencias en Siria y sus alrededores y el conflicto latente en el este de Ucrania también deberían estar en la agenda, entre muchos otros temas como la tensión diplomática entre ambos países. Estados Unidos y Rusia cerraron los consulados que tenían en Vladivostok, Ekaterimburgo, San Petersburgo, Seattle y San Francisco, respectivamente. La falta de estos dificulta el contacto que históricamente ha cimentado las relaciones entre ambos países.
Pero por eso había que hacer un recorrido por toda esta compleja relación para aterrizar el cara a cara que Biden y Putin tendrán en Ginebra. Aunque hay mucho sobre la mesa, la del miércoles no será una reunión excepcional. Las expectativas del encuentro están por el suelo, y esto es porque lo único que ha cambiado entre Biden y Putin en dos décadas es el cargo: hoy ambos son dirigentes, el resto de su relación sigue igual. Hay una sensación de desconfianza entre ambos hombres y pocos puntos en común para trabajar en conjunto, por lo que no habría que esperar grandes resultados de la cumbre. Putin, de hecho, ya le ha enviado mensajes a Biden sobre qué temas no está dispuesto a tocar en la reunión, como la represión al movimiento de Navalny.
“El encuentro entre Biden y Putin viene en un momento de tensión y distanciamiento marcados entre Estados Unidos y Rusia en torno a asuntos varios, entre ellos los ataques cibernéticos atribuidos a actores rusos, la proyección geoestratégica de Rusia en zonas de interés estadounidense, y la violación de derechos humanos y la represión de la disidencia política, encarnada en la figura de Alexéi Navalny. Más allá de refamiliarizarse los dos líderes, quienes se encuentran por primera vez siendo Biden presidente y de restaurar alguna semblanza de ‘funcionalidad’ a la relación bilateral, no hay grandes expectativas de que la cumbre resulte en algo significativo”, recalca Arlene Tickner, profesora de la Facultad de Estudios Internacionales, Políticos y Urbanos, de la Universidad del Rosario.
Los analistas son escépticos. Biden tampoco es que haya hecho una campaña para restablecer las mejores relaciones con Rusia. Su enfoque, por el contrario, ha sido el de ejercer mayor presión sobre Moscú. Además, ninguno está dispuesto a ceder terreno en otros aspectos, y la política interna de ambos países, que premia la dureza con el otro, no ayuda a un desescalamiento de la tensión. En Washington, por ejemplo, han contestado a la reunión Biden-Putin con desprecio.
“¿Estamos recompensando a Putin con una cumbre? Putin encarceló a Alexéi Navalny y su títere Lukashenko secuestró un avión para atrapar a Roman Protasevich. En lugar de tratar a Putin como un gánster que teme a su propia gente, le estamos dando su preciado oleoducto Nord Stream 2 y legitimando sus acciones con una cumbre. [La reunión] muestra debilidad”, señaló indignado el senador republicano Ben Sasse.
Pero quizás haya puntos por rescatar del encuentro. “A lo sumo, podrían esperarse mayores avances en la regulación conjunta de las armas nucleares, que es en el interés de ambos líderes asegurar, y, en el mejor de los escenarios, la adopción de pequeñas medidas de confianza mutua”, señala Tickner.
El control de armas nucleares, como bien señala Tickner, es quizás el único punto en el que ambos dirigentes muestran interés por abrir la cooperación. Biden y Putin acordaron en enero renovar el New Start (Tratado de Reducción de Armas Estratégicas), que regula el control de armas nucleares entre los dos países. Esto es importante no solo por lo que significa para la relación entre las dos potencias, sino porque si ambos avanzan en la regulación de ojivas nucleares están enviando un mensaje a otros países, como Irán y Corea del Norte, para que también establezcan un control. También se podría interpretar como un esfuerzo por reactivar el acuerdo nuclear con Irán y descongelar las negociaciones entre Washington y Teherán.
Hay que destacar que si bien no será una reunión muy productiva, el mero acercamiento entre los dos mandatarios da una luz sobre la restauración de una relación previsible y estable entre Rusia y Estados Unidos. No será la mejor, pero quizá no será una tan frenética, impredecible y fría como la que se tiene ahora. Con tantos puntos en discordia, que tal vez nunca se resuelvan, un encuentro cara a cara era necesario para que las luchas entre Moscú y Washington no hicieran metástasis, como explica Michael Kimmage, profesor de Historia de la Universidad Católica de América, en Foreign Affairs.
“Las expectativas para la cumbre Putin-Biden son, con razón, bajas; sin embargo, hay mucho en juego. Rusia y Occidente caminan sonámbulos hacia el abismo. Ninguna de las partes siente presión para ceder. La política interna en ambos países premia la dureza. Cada lado está convencido de que el otro está en declive, lo que hace que el compromiso sea mucho menos deseable, ya que el colapso de un lado y, por extensión, la victoria del otro, es solo cuestión de tiempo. Todas estas incompatibilidades persistirán durante décadas, pero no se puede permitir que hagan metástasis. Ese es el mandato de Biden en Ginebra: comenzar el arduo viaje hacia la previsibilidad y la estabilidad”, señala Kimmage.
Biden, que es quizá el mandatario más experimentado para medírsele a Putin en los últimos años, también tiene con esta cita la responsabilidad de devolver a Rusia al lugar que le corresponde: un actor de política externa y no de la política interna estadounidense. Durante la administración Trump, Moscú logró inmiscuirse en los asuntos internos de Estados Unidos de una manera nunca vista.
“Su conocimiento de la región es mejor que el de cualquiera que haya ocupado el cargo. Biden ha pasado un tiempo en Georgia, pasó mucho tiempo en Ucrania. Viajé con él a Moldavia y ha pasado mucho tiempo en las partes orientales de la alianza de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Ha estado en esos lugares y escuchó de primera mano sobre la agresión y la amenaza rusa. Ha creado un componente único de su análisis de Putin que otros presidentes no han tenido”, señala Michael McFaul, exembajador de Estados Unidos en Rusia.
Toda esta experiencia, y el reconocimiento de los objetivos de Putin, como dividir a la Unión Europea y a la OTAN, le dan a Biden una ventaja que no tenía su predecesor. Sus objetivos son puntuales: hacer de equilibrista entre las metas inmediatas y los objetivos para relaciones futuras entre ambas naciones. La tensión va por lo alto, mientras las expectativas son muy bajas. Pero el primer apretón de manos marcará la ruta para evitar que Rusia y Occidente se vean arrastrados a una confrontación directa.