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Ecuador es uno de los vecinos más importantes para Colombia. En las últimas décadas, la relación ha pasado por vaivenes y tal vez el momento más dramático de su historia contemporánea cuando el gobierno de Álvaro Uribe Vélez decidió romper 200 años de tradición y ordenó el bombardeo a Santa Rosa de Sucumbíos para atacar a la entonces guerrilla de las FARC. Juan Manuel Santos reparó el vínculo luego de una profunda crisis.
Desde entonces ha quedado la sensación engañosa de que las relaciones con los vecinos dependen de la afinidad ideológica más aún cuando en los 4 años de Iván Duque, el Centro Democrático se tomó a las malas la Cancillería y el país se alejó de su vocación latinoamericanista con efectos nefastos sobre el vecindario. El país incidió en el nuevo esquema de sanciones contra Cuba por parte de Estados Unidos exigiéndole a La Habana saltarse el DIH para entregar a los guerrilleros del ELN, participó del desarme de Unasur y volcó todos sus esfuerzos al cerco diplomático contra Venezuela. Con la llegada de Guillermo Lasso a Ecuador, Duque pensaba tener un aliado en Quito, no obstante, fue tan angustiosa la situación interna que su homólogo ecuatoriano prefirió guardar un perfil bajo.
En estos años, Colombia ha tratado de mantener los lazos con un vecino que ha vuelto a la espiral de la inestabilidad que por ratos recordó la coyuntura de finales de los 90 y comienzos de siglo cuando cuyo paroxismo fueron nueve presidentes en igual número de años o en una sola noche tres mandatarios (1997). Con el llamado de Lasso a la denominada muerte cruzada (artículo 148) para disolver la Asamblea (Congreso) y convocar elecciones legislativas y presidenciales para completar el mandato, volvieron a la memoria las épocas de la volatilidad crónica. Esto ocurría en medio de una situación de violencia carcelaria que incluyó las peores masacres dentro de centros penitenciarios y el descontrol en algunas ciudades de la provincia de Guayas (en especial la capital Guayaquil) así como de manifestaciones contra la degradación constante en las condiciones de vida pospandemia.
Ecuador fue uno de los Estados más golpeados del mundo por la pésima gestión de Lenin Moreno y de las autoridades guayaquileñas (Cynthia Viteri). Con la elección de agosto del año pasado, Ecuador tocó fondo. En Quito una ciudad relativamente escatimada de la violencia vista en Guayas o en la frontera con Colombia, se produjo el asesinato del candidato Fernando Villavicencio en el que fueron acusados algunos colombianos. En algunos círculos de la política ecuatoriana se habló de la colombianización del país, no sólo por las engañosas coincidencias de Ecuador con la Colombia de los 90, sino porque supuestamente el país estaba exportando sus problemas de seguridad a su vecino al sur. El narcotráfico es una realidad que golpea con mayor incidencia a los países del sur global, en especial aquellos pacíficos que históricamente no han desarrollado capacidades policiales para hacer frente a semejante entramado de crimen trasnacional.
En septiembre de este año, el gobierno colombiano recortó drásticamente las exportaciones de energía al vecino para hacer frente a la temporada seca que podía afectar el abastecimiento interno. Daniel Noboa elegido en medio de unas elecciones atípicas y de la peor crisis energética de su historia con recortes de hasta 13 horas al día, le ha endilgado parte de la responsabilidad de este problema al gobierno colombiano. En realidad, tiene que ver con la falta de continuidad en la nueva matriz energética que en su momento desarrolló el correísmo en cabeza del hoy detenido Jorge Glas. En esa época Ecuador no sólo garantizó la autosuficiencia energética, sino que exportó servicios energéticos. Ahora Petro anuncia la reactivación de esas ventas, una oportunidad para un acercamiento estratégica de largo aliento.
Colombia y Ecuador son víctimas de la parálisis del proceso de regionalización. Entre 2004 y 2015, América Latina creó espacios para la concertación política y el diálogo, pero la llegada de gobiernos conservadores implicó su desmonte o congelamiento.
En febrero Ecuador irá nuevamente a las urnas esta vez para gobierno y Asamblea Nacional para un periodo completo. Colombia estará en el centro de los debates, pues se ha vuelto costumbre señalar al país de ser el origen de los problemas de inseguridad. Aquello hace parte del reduccionismo con el que se ha abordado el tema del narcotráfico y sus crímenes conexos. Torpemente, se piensa que se pueden superar con salidas militares y unilaterales. Las lecciones son claras, Colombia y Ecuador deben retomar la senda de la integración y el diálogo político, entender de una vez por todas, que en migración, comercio, crimen trasnacional y defensa de los derechos humanos requieren de un abordaje bilateral y multilateral. El nacionalismo a ultranza no puede tener cabida en América Latina.
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