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Valle del Pascua la vio nacer, Maracay la vio crecer y Cúcuta se convirtió en su más reciente hogar. Unos guantes y un gorro son los recuerdos de un viaje atravesado por la nostalgia, el anhelo y la fortaleza. Menfis Cedeño Cordero era profesora en Venezuela y hoy es una trabajadora social en Campo Solo, una zona en la que conviven venezolanos y colombianos retornados. Varias organizaciones, entre ellas Corprodinco, Halü, Rescue, Covecom y Aves Migrantes, han sido los espacios en los que la caracterización de la población, la orientación en rutas de salud y la construcción de redes de apoyo se han convertido en el norte de su vida en Colombia.
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A ella no le gusta ser llamada lideresa, no le gusta cargar con el significado de ello. Sus días los pasa conociendo nuevas mujeres, identificándose con aquellas que, como ella, dejaron su país, empezaron de cero en tierras desconocidas, se vieron obligadas a incomodarse y a tener a sus familiares de ambos lados de la frontera. Y sí, hubo días en los que prefirió callar, en los que su pensamiento y acento los conservó para sí misma, incluso ha tenido que enfrentar el sinsabor de ver que se ha convertido en algo usual informar y obtener permiso de quienes ilegalmente ocupan el territorio para generar acciones en él, pero aun así se aferra a la necesidad de construir comunidad y encontrar en los demás un sentimiento de identificación y reciprocidad, de compañía.
Mientras espera el Estatuto Temporal de Protección para Migrantes Venezolanos (EPTV), la creación de espacios seguros, en los que puede hablar de su experiencia como mujer, migrante y venezolana, se ha convertido en su ancla, y su historia, más allá de la vulnerabilidad, se ha transformado en su bastión de vida. Como ella, varias mujeres en Cali, Cúcuta y Bogotá atraviesan por ejercicios similares, por experiencias que, marcadas por cuestiones estructurales, como la violencia de género, la discriminación por raza o clase, o la condición de ser migrantes, encuentran en la persona de al lado un refugio y entendimiento, formando así una constelación de liderazgos entre mujeres.
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Los afectos y la mitología, como un recurso para identificar qué tipo de liderazgo tiene cada una, son una puerta de entrada a la incidencia política de las mujeres. “La política, en el caso de nosotras, parte de los afectos, de las emociones, del cuidado”, cuenta Juliana Hernández, directora de Artemisas. Las emociones políticas que acompañan la migración, desde el punto de salida hasta el de llegada, siendo muchas veces miedo, tristeza y expectativa, cuando se empiezan a arraigar en un nuevo territorio, en medio de la ejecución de procesos de integración, cambian completamente: se convierten en resistencia y en transformación. Ahí, en un proceso por identificar cómo esas sensaciones se traducen en liderazgos, las tecnologías análogas, como relatos, celebraciones, rituales y encuentros, al transmitir emociones y conocimiento, se convierten en un importante recurso, y la mitología, esa que se remonta a los principios de la civilización griega, hoy da pistas sobre comportamientos actuales, o por lo menos así se piensa en la iniciativa Constelaciones, red de acción y articulación, un proyecto impulsado por Artemisas y el Derecho a No Obedecer (de la Corporación Otraparte), en alianza con la Konrad-Adenauer-Stiftung y el Center for Global Development.
El cuidado de Deméter, la pasión de Afrodita, lo estratega de Atenea, la armonía de Hestia, el coraje de Artemisa, la tradición de Hera y la adaptabilidad de Perséfone marcan un perfil específico de liderazgo. Así, el Tarot de las Diosas establece, por ejemplo, que las organizaciones Deméter “suelen ser bastante maternales y familiares. Sus motivaciones políticas tienen que ver con la conservación de los afectos y los lazos familiares. Sus integrantes suelen agruparse y estar motivadas por experiencias personales que las lanzan a participar en espacios de discusión y decisión política”, como es el caso de las Madres de Soacha o de las Madres de la Plaza de Mayo. En lo que respecta a las organizaciones de mujeres dedicadas a la incidencia política, marcadas por el perfil de Artemisa, “aquellas se caracterizan por el valor, el coraje y la lealtad de las personas que las conforman (…). No le temen a confrontar sus ideas y suelen tener carácter y capacidad de decisión. Están interesadas en impulsar y llegar a espacios de poder”. En cuanto a los colectivos de mujeres feministas y jóvenes, por poner otro ejemplo de la clasificación de liderazgos, “suelen ser dispersas, les cuesta trazar un horizonte claro con respecto a sus metas y su línea identitaria va mutando según surgen algunos elementos externos. Su fortaleza es la capacidad de percepción, por eso no actúan hasta saber cómo hacerlo”.
Bajo dichas concepciones, Constelaciones se pensó como un proyecto de integración binacional entre mujeres colombianas y venezolanas, partiendo de la perspectiva del cuidado. Según Alejandro Daly, director de la organización El Derecho a No Obedecer, este proyecto supera la ayuda humanitaria, centrando los esfuerzos de conversación y unión entre mujeres en su participación política. Las organizaciones ya existen, el trabajo ya se está haciendo, lo que se impulsa desde esta plataforma es la construcción de un tejido social desde el cual aquello que socialmente tiende a excluir, como la nacionalidad, se vuelve una fortaleza común y se traduce en acciones concretas.
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En Bogotá, por ejemplo, Constelaciones, a partir de los planes de incidencia que nacen del interés de las lideresas por impactar las realidades a su alrededor, respalda la transformación de los imaginarios que recaen sobre las mujeres, que se agudizan por el hecho de ser migrantes, refugiadas, colombianas retornadas, lideresas o madres cabeza de familia, entre muchos otros rasgos, y que, además, dificultan su acceso integral a servicios de salud sexual y reproductiva en algunas localidades de la ciudad. En el caso de Cúcuta, el interés principal es generar espacios seguros para las mujeres, para así conocer las problemáticas que ellas enfrentan en una zona fronteriza como lo es la capital de Norte de Santander. Finalmente, el objetivo en Cali es incidir en la generación de oportunidades, garantías y promoción de los derechos de las mujeres racializadas y migrantes, y visibilizar las narrativas de la discriminación que sufren en la comuna trece.
Para ello, se han incentivado talleres de formación sobre derechos, garantías laborales, salud sexual y reproductiva, y herramientas para la búsqueda de trabajo, así como ejercicios de pedagogía para generar una visión crítica sobre la violencia de género y la discriminación, entre otros esfuerzos más.
Y es que los migrantes —desde Venezuela hasta Siria, incluyendo aquellos que salen de sus países por el calentamiento global— y las mujeres tienen rasgos comunes: conocen lo que implica que el lugar de enunciación sea ajeno, que se intenten construir narrativas a distancia e, incluso, que se les despoje de la ciudadanía. Por eso, “Constelaciones apela a entender que los migrantes son ciudadanos permanentes, que cuando se fortalecen en incidencia política, cuando se les muestra cómo está organizado el Estado colombiano, se les están brindado herramientas de reconocimiento para acceder a los derechos que tiene cualquier persona en el país”, agrega Hernández.
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Sin embargo, ese entendimiento, esa conexión, no se logra con estadísticas ni discursos acartonados. Al contrario, eso se alcanza a través del poder que tiene la narración en primera persona, a través de la fuerza que tiene la historia. “Desde el Derecho a No Obedecer y el Barómetro de Xenofobia, hemos visto que las narrativas xenófobas ante las mujeres migrantes están creciendo”, reconoce Daly. Por ejemplo, Cedeño Cordero comenta que, en un intento por buscar respaldo institucional ante un caso que conoce de violencia intrafamiliar, los organismos públicos “lo tratan a uno como si lo que se estuviera diciendo no fuera importante” y no hay respuestas claras. Las palabras se quedan en el aire y las acciones se dilatan en el tiempo, pues al ser mujer y migrante surgen limitantes que obstaculizan la labor social. De ahí la importancia de partir del reconocimiento de la historia e impulsar la construcción de redes de cuidado, pues son las vías para enfrentar las barreras sociales. Tanto así, que Cedeño Cordero espera que el grupo de mujeres se amplíe hasta alcanzar los oídos de aquellas que trabajan en los organismos públicos, para así disminuir la discriminación contra las mujeres y los migrantes.
La narrativa que las mujeres quieren posicionar es el trasfondo de la constelación de liderazgos. Parte de ello es arrancar con la premisa de que la incidencia política de ellas se da de forma diferente a la de organizaciones mixtas o de hombres, y como tal partir de los escenarios pequeños, desde la unidad básica, es transversal. “Saber qué sucede con el cuerpo en relación con el territorio, con el espacio público, con las relaciones interpersonales, siendo algo que se mueve en lo micropolítico, permite, posteriormente, conocer cómo se puede incidir en el Estado, en el gobierno, en un nivel macropolítico”, concluye Hernández, dando herramientas para que las mismas comunidades tengan cómo participar políticamente, desde un enfoque feminista e integrador.