Corea del Norte y el miedo nuclear

El enfrentamiento verbal que durante 2017 protagonizaron Donald Trump y Kim Jong-un puso al mundo a pensar sise aproxima una nueva guerra.

Pío García *
17 de diciembre de 2017 - 01:57 p. m.
Kim Jong-un supervisa el lanzamiento de un misil en septiembre de 2017. Este año ese país realizó también varios ensayos nucleares. / AFP
Kim Jong-un supervisa el lanzamiento de un misil en septiembre de 2017. Este año ese país realizó también varios ensayos nucleares. / AFP
Foto: AFP - STR
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Entre los personajes que estuvieron en el ojo del huracán este año sobresale, de lejos, el nieto de Kim Il-sung, el fundador de la República Popular Democrática de Corea. El representante último de la dinastía Kim, Jong-un, hubiera pasado inadvertido si otros aires soplaran en Washington; pero la amenaza desde allí de destruir por completo ese país, “si su hombre-cohete no cesa su carrera nuclear”, como lo sentenció el mandatario Donald Trump ante la Asamblea de la ONU, en septiembre, acentuó el plan alborotador norcoreano.

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Pronto, un mensaje similar fue devuelto desde Pyongyang, tras el ensayo del misil intercontinental Hwasong-15. ¿Qué tan factible es que esta guerra verbal se traslade al campo de batalla real?

Si bien Corea del Norte posee un ejército de un millón de soldados y extensa capacidad aérea, de tanques y equipo naval, un enfrentamiento con Estados Unidos y sus socios militares en la zona, que son Corea del Sur y Japón, ocasionaría una destrucción indescriptible del país y la península coreana.

Esta es una porción minúscula del continente asiático, con una extensión de tan sólo 220 kilómetros cuadrados, en la que habitan 74 millones de personas. Si la guerra de 1950 a 1953 dejó un saldo de tres millones de muertos, este número podría ser sólo el saldo inicial en una nueva contienda activada con armas convencionales que aumentaron a ritmo mucho más veloz que el crecimiento de la población desde entonces; esto es, sin acudir a la bomba atómica.

Sin embargo, un escenario tan apocalíptico no parece tan factible en las actuales circunstancias.

Los ensayos de misiles y el avance en la investigación atómica por parte de Corea del Norte son reales. Su carrera armamentista guarda relación directa con el orden político interno y la necesidad de legitimar un régimen autoritario en un país que vio descender su nivel de vida de manera dramática en las últimas décadas.

En gran medida fue el efecto del fin del bloque comunista, que clausuró el subsidio soviético, en especial en materia de combustibles. Sin ese soporte, el país enfrentó hambrunas y grandes desastres naturales. Sus esfuerzos por insertarse en algún renglón de la economía globalizada, como lo ha hecho Surcorea, la nación hermana, ha sido contrarrestado por la doble barrera del temor a abrir el país a la influencia política e ideológica extranjera y, también, debido a las sanciones internacionales.

Éstas restringen el comercio y las operaciones financieras a tal punto que sólo son transables unos pocos bienes de primera necesidad.

Por otro lado, la pretensión nuclear norcoreana tiene el doble propósito de contar con una verdadera arma disuasiva que aleje el espectro de cualquier movimiento militar desde fuera. Lecciones aprendidas con prontitud del desenlace de otros regímenes similares que colapsaron ante la arremetida de los ejércitos foráneos, como lo fue Sadam Hussein, en 2003, o la caída estrepitosa de los gobiernos de Libia, Egipto y Siria, disuelto o tambaleantes por la movilización popular y el hostigamiento externo.

De no menor importancia, en la lógica de Pyongyang está el hecho de insistir en las investigaciones nucleares y el lanzamiento de misiles como medio de negociación con la comunidad internacional y con el propio Estados Unidos, con el fin de mantener sobre la mesa sus demandas centrales, a saber, el retiro de las tropas estadounidenses de Corea del Sur, el cese de la presión externa sobre la política doméstica y el establecimiento de un programa de cooperación orientado a la generación eléctrica y la recuperación de la actividad agrícola e industrial.

El ambicioso programa nuclear fue acelerado en los años noventa. A instancias de China, entre 2003 y 2007, cuando se llevaron a cabo las conversaciones a seis bandas, con la participación de ambas Coreas, China, Japón, Rusia y Estados Unidos, por ser ellos los interesados más directos en el problema, se buscó frenarlo. La mezquindad por parte de estos países interrumpió el proceso, ya que las promesas de aportar energía gratuita por un tiempo, elevar el comercio y proveer reactores para la generación eléctrica no se cumplieron. En esas condiciones, el gobierno de Kim Jong-il reanudó las operaciones en el centro atómico de Yongbyon. En el frente contrario, la contraparte, que en lo fundamental es Estados Unidos y Corea del Sur, aliados por el tratado de seguridad, nunca dejó de realizar sus ejercicios militares anuales. Este despliegue aéreo y naval conjunto se lleva entre los meses de enero y febrero, contra la solicitud norcoreana de detenerlos como paso para encaminar el diálogo que resuelva la confrontación.

En tiempos de Barack Obama, las preocupaciones del Pentágono se centraron más en la zona europea, con diversos movimientos frente a Rusia, a la cual al final del mandato le aplicó el boicot comercial y financiero. El otro foco de atención fue la periferia de Israel. Aquí, Estados Unidos y sus aliados europeos aprovecharon la conmoción de la Primavera Árabe para hundir o deshacerse de gobiernos incómodos en Túnez, Libia, Egipto, Yemen y Siria. Se salvó Irán que, gracias a la audacia de Rouhani, obtuvo el acuerdo nuclear con el Consejo de Seguridad y Alemania, bajo los auspicios de la Agencia Internacional de la Energía Atómica. Todo ello a pesar de la crítica israelí, aun cuando el resto de la política y la parte mayor de la ayuda militar operó bajo las expectativas de ese país, que por cierto encuentra en Trump un instrumento aún más contundente contra los opositores que quedan en pie (léase: Turquía e Irán). En esas circunstancias, hasta el año 2016, Norcorea perdió prioridad y hubo hasta el intento de reanudar las conversaciones multilaterales, en una misión encargada a Madeleine Albright, que al expirar el gobierno no se pudo concretar.

Como parte de su ofensiva global para “hacer grande a Estados Unidos de nuevo”, el presidente actual le presentó a la opinión pública una serie de objetivos específicos, entre los cuales sobresalían China, México y Corea del Norte. Las decisiones del gobierno de Obama le despejaron la vía, porque en el momento de la instalación, en enero pasado, se llevaban a cabo los ejercicios militares, con lo cual Kim Jong-un reactivaba los ensayos atómicos. Enseguida el presidente envió al secretario de defensa, James Mattis, y en octubre ordenó acercar bombarderos y portaaviones al espacio norcoreano; por último, él mismo llegó a Seúl, en una gira asiática de claros propósitos estratégicos para presionar aún más al enemigo con un mayor gasto militar por parte de Corea del Sur, Japón, Vietnam, Singapur y Filipinas.

Hasta ahora, algunos obstáculos se interpusieron para disuadir al presidente norteamericano de ordenar ataques a objetivos militares norcoreanos. Son en su orden el conocimiento del Pentágono de la ausencia de bombas atómicas en los misiles norcoreanos por insuficiente desarrollo tecnológico; la posición del presidente Moon Jae-in, en Seúl, quien exige ser consultado primero en la eventualidad de un ataque; la oposición de China a cualquier escaramuza militar en la zona que ponga en riesgo un intercambio comercial floreciente, del que se benefician no sólo China, sino Corea del Sur, Japón, el sudeste Asiático y el propio Estados Unidos, que sigue siendo el mayor inversionista extranjero en la zona.

En consecuencia, es probable que la península coreana siga en tensión por un tiempo considerable, sin llegar a una guerra abierta. Debido a la promesa de campaña y a las restricciones presupuestarias, la administración Trump procurará descargar los costos de la contención a Corea del Norte en Corea del Sur y Japón, cuyo gasto militar para la adquisición de equipo (estadounidense) se acrecentará de manera ostensible, así como para sostener las tropas estadounidenses en sus respectivos países.

A más largo plazo, la influencia de China sobre la integración asiática desvalorizará la presencia militar de Estados Unidos en la zona, con una mayor capacidad militar de Corea del Sur y Japón, en contraprestación, mientras el rescate económico de Corea del Norte, con el acompañamiento de la ONU, llevaría a ese gobierno a cambiar el plan atómico belicista por el de uso pacífico de la energía atómica.

* Profesor U. Externado de Colombia.

Por Pío García *

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