Cuando la viceministra Laura Gil lloró en la OEA

Había tensión entre los discursos. Afuera, frente al Centro de Convenciones de Lima, se convocaron protestas contra la Asamblea General de la OEA. Algunos diplomáticos aprovecharon para, igual que en años anteriores, emitir diatribas contra el sistema interamericano de derechos humanos. Por eso, los activistas presentes esperaban que el discurso de Colombia no fuera más allá de reciclar frases protocolarias.

Había tensión entre los discursos. Afuera, frente al Centro de Convenciones de Lima, se convocaron protestas contra la Asamblea General de la OEA. Algunos diplomáticos aprovecharon para, igual que en años anteriores, emitir diatribas contra el sistema interamericano de derechos humanos. Por eso, los activistas presentes esperaban que el discurso de Colombia no fuera más allá de reciclar frases protocolarias.

Laura Gil Savastano, viceministra colombiana de asuntos multilaterales, tomó el micrófono: “La Paz Total también tiene cara de mujer y como tiene cara de mujer, mujeres en toda su diversidad, –concepto que incluye personas trans y no binarias– y nosotros no le tenemos miedo al lenguaje de la interseccionalidad les queremos decir que vamos a formular una política exterior feminista”.

“Política exterior feminista”: leer esas palabras afiladas implicaron que una sonrisa efímera, ágil, pícara, se infiltrara durante medio segundo en los esfuerzos de la viceministra por mantener un rostro vehemente y adusto. Era inevitable, era una sonrisa triunfal, la de un “por fin”, pero también la de un reto: era un desafío al statu quo que sus homólogos de otros países estaban promoviendo; así como lo era para el gobierno declarado aliado feminista que ella representaba. Ese feminismo puede ser un eslogan de campaña fácil, pero llevarlo a cabo implica que los hombres en el gobierno no podrán acumular poder solo por ser hombres.

“La Paz Total también tiene cara LGTBI, y nosotros estamos patrocinando el capítulo LGTBI de la resolución de derechos humanos en esta Asamblea General”, añadió sin inmutarse ante los aplausos y el vitoreo tras de ella.

En el pasillo, activistas corrieron a abrazarla. “Nunca nos habían nombrado”, le decían. Encontraban difícil creer que una alta funcionaria del Estado colombiano se pronunciara en su favor en una cumbre internacional. Gil tampoco asimilaba que fuera ella esa funcionaria.

Laura Gil lloró. Dos meses antes, ese mismo año, ella era también una activista como las que la abrazaban. Sabía de la magnitud de sus palabras, pero ese día confirmó el peso que tenían al leerlas en voz alta.

La que se lee en voz alta es una palabra con sonido, con vida. La lectura en voz alta, algo cotidiano entre diplomáticos que asisten a foros, tiene historia para la “vice”: fue una de las primeras formas de relacionarse con su hijo Juan Sebastián. Él crecía y ella le leía en voz alta cuentos de su colección de primeras ediciones de libros. Hasta hoy, la lectura sigue siendo un canal de comunicación entre Laura y su hijo, a quien describe como un amigo.

Precisamente mediante lecturas en voz alta, Laura Gil también se ha ganado la confianza de quienes hoy sienten que ella los representa. El 3 de noviembre de 2022, Gil dejó escapar lágrimas y sonrisas en otro discurso. Había hablado 10 minutos, presentando el plan de Política Exterior Feminista que anunció en la OEA. Al cierre, se dirigió al movimiento de mujeres y al movimiento LGBTI: “Estoy en una situación privilegiada, para que las causas que nosotros abrazamos tantos años se puedan hacer realidad”, dijo con voz quebrada. “Algunos países tienen enviados especiales para defender estas causas en el escenario internacional. Nosotros no tenemos esa capacidad, pero les quiero decir que yo soy su enviada especial, yo defenderé sus derechos”. Y, en efecto, no solo en Colombia, sino en América Latina, activistas, defensores de derechos humanos, movimientos afro, LGBT, indígenas, de mujeres, de personas con discapacidad, grupos que alguna vez la historia marginó, se sienten representados, algo poco común tratándose de un viceministerio.

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Por eso, las ocho organizaciones que conforman la Cumbre Nacional Mujeres y paz y más de 150 organizaciones que trabajan por los derechos humanos en Colombia y el mundo firmaron tres misivas dirigidas al presidente Gustavo Petro y al canciller Álvaro Leyva pidiendo que mantengan a Laura Gil en su actual puesto. Las cartas respondían a rumores difundidos en medios, desde febrero de 2023, sobre un escenario que la Cancillería niega y del cual Gil se abstiene de hablar: Álvaro Leyva, tras intensas peleas, le habría pedido la renuncia y ofrecido el puesto de embajadora en Viena.

El de Gil fue el primer nombramiento que hizo Leyva incluso antes de posesionarse. Ella se refiere a él como “un roble” en el proceso de hacer la Paz Total. ¿Por qué entonces habría conflicto entre ellos? No es tan difícil sospechar las razones. Desde que Gil se hizo una figura pública ha sido una vocal defensora de la igualdad de género. En la campaña electoral de 2022, no comenzó con Petro, sino en las filas del Centro. “¿Crees que el petrismo porque tiene a Francia [Márquez] es menos patriarcal? No lo es”, le respondió en Twitter a una usuaria que criticaba que en la Coalición Centro Esperanza no había candidatas.

Toda su carrera, Gil ha intentado mantenerse coherente en sus posiciones. Pero ahora que está en el lado del poder, ocupa por primera vez un puesto en el Estado y tiene más incidencia que nunca, encuentra que la coherencia es más difícil: el viceministerio le impone tragar sapos. ¿Dónde estaba la promotora de la política exterior feminista ante las denuncias contra Víctor de Currea-Lugo, designado embajador en Emiratos Árabes y señalado por intentos de violación? ¿Por qué el presidente del cambio seguía pagando favores políticos con consulados y embajadas? ¿Por qué en esos nombramientos no hay paridad de género? ¿Acaso a Laura Gil, quien por décadas denunció esas prácticas y defendió la carrera diplomática, esto le había dejado de importar?

Aunque en ese momento hubiera querido gritar de indignación contra De Currea-Lugo, su pronunciamiento oficial debía ser diplomático. “Hay que creerles a las mujeres”, le dijo a El Espectador. “Yo estoy defendiendo derechos, como siempre lo he hecho, con menos exposición pública y más incidencia”, respondió Gil por Twitter al cuestionamiento de Sandra Borda, otra destacada internacionalista liberal quien, a la vez, es una de sus más feroces críticas. Nadie pareció entender la respuesta poco beligerante, pero era su forma de decir que, tras bambalinas, había movido cartas para que ese nombramiento no ocurriera. Su campo de batalla cambió y ya no es en los medios de comunicación ni en los comunicados de prensa.

“Últimamente estoy llorando mucho, no sé qué me pasa”, dice intentando contenerse. Es un llanto agridulce. Gil también sufre al pensar que no es del todo aceptada en Colombia. En agosto de 2022, el exfiscal Néstor Humberto Martínez Neira le lanzó un dardo en su columna de El Tiempo, criticando su nombramiento como viceministra por su nacionalidad uruguaya. La columna recibió repudio y se despublicó, pero el mismo veneno se lo envían con frecuencia en redes sociales.

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La xenofobia de Martínez parecía tener un motivo anterior: en 2019 ella había incomodado a ese hombre poderoso. Gil comenzó su carrera en medios con una columna en El Tiempo y su última publicación se tituló “El fiscal”. En ese texto repasó lo que hasta entonces se sabía de la participación del funcionario en el escándalo Odebrecht, donde estaban involucradas empresas de Luis Carlos Sarmiento, dueño del periódico y de quien Martínez Neira fue abogado antes de ser fiscal general. La columna cerró con “Fiscal, ¡por favor, renuncie!”. Tras la publicación, directivos del periódico le dijeron que por “reorganización editorial” su tribuna de más de 20 años no iba más.

Sin embargo, también hay alegría en sus lágrimas: recuerda el día que se nacionalizó colombiana, en noviembre de 2005: “Este es mi país, yo lo elegí”. Su historia con Colombia es una de amor. Conoció a Juan Manuel Osorio, su esposo, en Haití. Se les envió allá por ser expertos en lo que para entonces era poco común: el derecho internacional de los derechos humanos. En la primera cita Osorio le dijo “yo soy de los que regresa” y para 1993 ya vivían juntos en Colombia.

Gil Savastano nunca deja de pensar en su agenda de política exterior feminista. La viceministra entra a su despacho en el Palacio de San Carlos para su reunión con directores de los programas subordinados. Se sienta en el sofá antiguo al fondo de la habitación, se pone cómoda, sube sus pies al mueble como la “piba” de 56 años que siente que es, y cada director le reporta su agenda.

“Laura, yo te oigo hablar mucho de ‘interseccionalidad’, pero no entiendo bien: ¿qué es lo que quiere decir eso?”, le dice uno de los funcionarios.

Gil responde paciente. Sabe que el lenguaje de los derechos humanos y los derechos de minorías es nuevo en la Cancillería. Se incorpora y, como dando una clase, le explica a su equipo: “Vos sabés que la discriminación que vive un hombre indígena es distinta de la que vive una mujer indígena gay. Se trata de identificar esas condiciones que se cruzan y por las cuales se les discrimina con más violencia”.

Uno de esos funcionarios, diplomático de carrera, confiesa bajo promesa de anonimato que sintió alivio el 22 agosto de 2022, día de posesión de la viceministra Gil, cuando ella misma ordenó echar de para atrás la vinculación de Colombia al Consenso de Ginebra, una agrupación de países que se oponían al aborto. Alejandro Ordóñez, entonces embajador ante la OEA y quien podría ser una antítesis de Laura Gil, firmó ese documento en mayo de 2022, menos de tres meses después de la despenalización del aborto hasta la semana 24 de gestación. En su momento, para el funcionario anónimo fue frustrante recibir instrucciones relacionadas con la adhesión de Colombia a ese tratado simbólico, no por su propia posición frente al aborto, sino porque él mismo se había preparado para asuntos más propios de la agenda internacional.

Esos asuntos están ahora en la agenda de la viceministra y al respecto dice “estoy cumpliendo mi sueño”. Para explicarlo, habla de sus reuniones con funcionarios del gobierno estadounidense en las que trazó límites menos obedientes que antes en la política migratoria y de drogas.

Toda su vida, Gil se preparó para estar donde está. “Estudié relaciones internacionales porque quería cambiar el mundo”, dice. Tras su maestría en diplomacia, parecía que le esperaba una oficina en la ONU. José Gil, su padre, trabajaba en organismos internacionales. Tenía el impulso y la formación requerida, “pero vos no cambiás el mundo como burócrata internacional”. Por eso se dedicó al activismo y la incidencia en derechos humanos. “Cuando uno se planta en la defensa de los derechos humanos no se equivoca nunca y no se deja confundir por ideologías”, afirma.

Ahora habla en la ONU, aunque no como burócrata. Un día antes del Día de la Mujer, la viceministra Gil está en la sala del Consejo de Seguridad, en Nueva York. Interviene a propósito de los 25 años de la resolución 1325 del 2000 sobre “Las mujeres, la paz y la seguridad”, que en Colombia se comenzó a implementar más de 20 años tarde. Comienza con una condena al Estado iraní por atentar contra las mujeres. Luego explica cómo movimientos de mujeres “en toda su diversidad” se reúnen en Colombia para concertar la nueva política pública de seguridad y Paz Total.

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Reconoce que la 1325 es una guía con intenciones loables, pero no es suficiente. Dice que Colombia considera que le falta interseccionalidad y le falta diversidad: “La comunidad LGBTIQ+ requiere más atención del Consejo de Seguridad”. Los líderes de movimientos sociales y sociedad civil la aplauden una vez más tras las pantallas donde ven la intervención y quisieran de nuevo abrazarla. Consideran que esta es otra intervención histórica: esta vez son nombrados en el Consejo de Seguridad. Mientras esto sucede a Gil se le escapan sus sonrisas pícaras. Sabe que su discurso es otro desafío al patriarcado y sabe que ese podría ser su último discurso como viceministra.

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