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El único deseo de Ana*, luego de la muerte de su mamá durante la pandemia, era visitar su tumba para rezarle y tener un momento de intimidad sola para desahogar su tristeza. Necesitaba soltar palabras que no quería que fueran escuchadas por nadie más. Sin embargo, es bien sabido que la soledad es un estado que no está en control de los cubanos, pues han sido despojados de la voluntad para vivirla. Las personas en la isla siempre tienen a alguien respirándole en la nuca. Hay un aparato estatal de vigilancia que no descansa y Ana siempre veía que, detrás de un árbol cerca a la tumba, estaban observando todo lo que hacía.
“Siempre están al acecho. La situación es tan complicada que ni se puede hacer un duelo sin estar vigilado”, dice María Andrea García, psicóloga colombiana que acompaña a cubanos víctimas de la represión a través de los programas de ayuda de la organización Race & Equality.
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Después del 11 de julio de 2021, cuando tuvieron lugar las protestas más grandes en la isla desde que Fidel Castro tomó el poder, la situación empeoró. Con el fin de contener una nueva manifestación masiva, la Dirección de la Seguridad del Estado (DSE) aumentó en el último año sus aparatos de vigilancia para dispersar cualquier intento de organización y sus herramientas de hostigamiento contra quienes participaron de las movilizaciones; en especial las detenciones, las cuales, según Juan Pablo Albán, miembro y relator del Comité contra la Desaparición Forzada de Naciones Unidas, constituyen una forma de desaparición forzada.
“Al final, en la manera en la que se desarrollan las detenciones, no se reconoce la condición jurídica de persona, lo que constituye una desaparición. Es importante no usar eufemismos y tratar la problemática como es, porque la desaparición forzada es la violación más grave a los derechos humanos que se puede cometer y hay que abordarla como lo que es”, recalca Albán.
Eso sí: cuando el gobierno quiere que alguien sienta la soledad, lo hace sin titubear. Una vez presos y aislados, a los cubanos relacionados con las protestas del 11J se les aplica toda una maquinaria de “tortura blanca”, que consiste en agresiones físicas, exposición a cambios bruscos de temperatura e incomunicación prolongada, según testimonios recogidos por el Comité contra la Tortura de la ONU (CAT por sus siglas en inglés).
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Estas parecen ser las únicas herramientas con las que cuenta el presidente, Miguel Díaz-Canel, para recuperar el control: vigilancia y detenciones. Según la ONG Prisoners Defenders, han sido arrestadas por lo menos 1.235 personas en relación con las protestas del 11J, a las que se les han asignado condenas irracionales de hasta treinta años de prisión por salir a marchar.
También se ha reprimido a los familiares de los manifestantes, a las caras más visibles de la oposición se les obliga a migrar, a la vez que se les desacredita con campañas de noticias fabricadas en las que se les retrata como títeres del gobierno estadounidense. Pero todos los intentos de asfixiar las protestas con un guante de hierro no han logrado sacar al país de la aguda crisis en la que está.
Pese a que hubo una breve y pequeña mejora en el sector del turismo con la flexibilización de las restricciones de viajes a escala internacional, la inflación hoy es más alta que en 2021, el poder adquisitivo es casi nulo, los apagones continúan, la moneda se ha depreciado el doble frente al dólar y el euro, y los negocios quedan cada vez más concentrados en la muy blindada cúpula militar castrista, como ocurre con el grupo hotelero Gran Caribe, hoy en control de los resorts en Cayo Largo. ¿Qué quedó entonces tras un año de las protestas que prometían un cambio ¿Fracasaron en su intento de contrarrevolución?
“Hay una frase de José Martí que dice que la libertad es el derecho que tienen las personas a hablar sin hipocresía. Creo que eso fue lo que quedó claro con las manifestaciones. La ciudadanía salió a manifestar lo que piensa, lo que siente y a exigir los derechos fundamentales que tienen. Es un hito importantísimo para la civilidad cubana. Demuestran lo que quiere el pueblo cubano. La dictadura reaccionó con una declaración de guerra contra sus mismos ciudadanos. Han generado un número récord de presos de conciencia por exigir esas libertades”, dice Daniela Rojo.
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Si bien quedó claro ante la comunidad internacional que hay un gran descontento en Cuba y una urgencia de cambio, en la isla no se ha divisado una evolución. El 11J cumplió con hacer del descontento algo visible, pero a la vez hizo a los cubanos más frágiles y al aparato represor más sólido. “El movimiento se amplió de manera que nosotros mismos no lo podíamos controlar. Esto lo hizo más fuerte, pero al mismo tiempo más vulnerable”, le dijo a Euronews Anamely Ramos, líder del movimiento San Isidro y una de las exiliadas más conocidas.
Con Ramos, más de 140.000 personas han salido del país desde octubre de 2021, el mayor éxodo desde finales de los años 80. Eso ha hecho que activistas como Manuel Cuesta Morúa, quien todavía vive en Cuba, se sientan cada vez más solos. Cuando esa soledad parece imperar en el país, las organizaciones defensoras de los derechos humanos llegan para recordarle a la ciudadanía que tienen compañía en el exterior a través de sus servicios, como el acompañamiento psicológico. Sin embargo, el cambio debe venir de adentro.
El primer aniversario del 11J llegó con la noticia de la muerte del general Luis Alberto Rodríguez López-Calleja, considerado el “zar” de la economía cubana y el hombre detrás de las finanzas de la isla. Su partida, para algunos, es la oportunidad de marcar la metamorfosis que necesita el país.
“Lo importante es que, como dijo el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, en su reciente visita a La Habana: que la Revolución sea capaz de renovarse”, escribió el cubano Jorge Dávila Miguel, columnista de CNN, a la vez que advierte, con cierto flagelo, que Cuba está acostumbrada a que los hechos que deberían marcar un “antes y después”, como la muerte de López-Calleja o las protestas del 11J, han demostrado tener el mismo sello: la continuidad. Si esta sigue, lo único asegurado es que las tensiones en la isla continuarán, y una nueva ronda de apagones y mayor inflación podría marcar un nuevo 11J en un futuro no muy lejano.
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