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El mundo atraviesa un punto de inflexión en la cooperación internacional. Desde 1945, este modelo ha garantizado estabilidad global y apertura de mercados bajo la hegemonía occidental. Estados Unidos, principal proveedor de ayuda al desarrollo, ha estructurado su asistencia conforme a sus intereses estratégicos y económicos. Sin embargo, la fragmentación de intereses, el ascenso de nuevas potencias y el agotamiento de estrategias tradicionales han erosionado esta arquitectura financiera.
El repliegue de Washington responde a cambios macroeconómicos y geopolíticos. Con un déficit fiscal de 1,5 billones de dólares y una deuda pública superior al 120 % del PIB, el gobierno de Donald Trump ha priorizado la estabilidad interna y la competencia con China, afectando a países en desarrollo que dependen de su apoyo.
El recorte del 50 % en el presupuesto de USAID y la reducción de fondos a la ONU impactarán sectores clave: hasta 40 millones de personas podrían enfrentar inseguridad alimentaria, 20 millones perderían acceso a tratamientos médicos y otros 20 millones de refugiados quedarían sin asistencia. Además, se estima que los países receptores podrían ver reducido su PIB en hasta 50.000 millones de dólares. Paradójicamente, EE. UU. también sufriría pérdidas en exportaciones y recaudación fiscal. La cooperación internacional no es solo un acto de solidaridad, sino un pilar de estabilidad y crecimiento global.
Este repliegue financiero fortalece la influencia de China y Rusia, lo que reconfigura alianzas y debilita el liderazgo estadounidense, con potenciales consecuencias para la estabilidad mundial.
Colombia es uno de los países más afectados. En 2024, EE. UU. aportó el 70 % de su ayuda humanitaria, con más de 330 millones de dólares canalizados a través de USAID. La reducción de estos fondos impactará programas esenciales, debilitando la erradicación de cultivos ilícitos y la implementación del Acuerdo de Paz. Además, como receptor de 2,8 millones de migrantes venezolanos, el país depende de organismos como el Programa Mundial de Alimentos. La disminución de recursos aumentará la presión sobre ciudades receptoras, profundizando brechas estructurales y elevando el riesgo de violencia en zonas vulnerables.
En materia de salud y educación, los recortes limitarán el acceso a servicios esenciales para comunidades afrodescendientes e indígenas, frenando avances en equidad y bienestar. La interrupción de estos programas compromete el desarrollo sostenible del país y obliga a redefinir su modelo de cooperación, priorizando fuentes de financiamiento diversificadas.
Esta crisis evidencia la vulnerabilidad de depender de un solo actor para financiar el desarrollo, pero también abre oportunidades para fortalecer esquemas más resilientes. No se trata de sustituir una fuente de ayuda por otra, sino de rediseñar estrategias que garanticen el acceso a recursos de manera más sostenible y diversificada.
El financiamiento combinado ha demostrado ser una herramienta eficaz para movilizar inversión privada en sectores estratégicos. En Colombia, el Fondo Multidonante de Naciones Unidas ha logrado una relación de apalancamiento de 1 a 6, atrayendo más de 12,9 millones de dólares en 2019, lo que ha permitido la continuidad de proyectos en regiones afectadas por el conflicto. Asimismo, esquemas como el crowdfunding han ganado relevancia. Plataformas como a2censo han facilitado el acceso a financiamiento para pequeñas y medianas empresas, logrando recaudar más de 41.288 millones de pesos mediante 30.000 inversiones.
Otros mecanismos, como los bonos temáticos, se consolidan como instrumentos clave para canalizar recursos hacia iniciativas con impacto social y ambiental. En 2024, BBVA Colombia, en colaboración con la Corporación Financiera Internacional (IFC), emitió el primer bono de biodiversidad del país por 50 millones de dólares, destinado a la restauración de hábitats naturales. Estas estrategias reflejan una tendencia creciente: el acceso a capital dependerá cada vez más de la alineación de los proyectos con principios de sostenibilidad.
La cooperación internacional también avanza hacia modelos más descentralizados y colaborativos. La cooperación triangular ha permitido a Colombia beneficiarse de iniciativas conjuntas con países como Japón y agencias de la ONU, impulsando sectores estratégicos como la agricultura sostenible. Paralelamente, los fondos de contrapartida han maximizado inversiones en educación y salud, al exigir la participación de socios locales que aporten recursos equivalentes a los obtenidos internacionalmente.
El financiamiento climático representa otra oportunidad estratégica. Colombia ha desarrollado proyectos de reducción de emisiones mediante Mecanismos de Desarrollo Limpio (MDL), generando ingresos con la venta de créditos de carbono. Este modelo no solo diversifica las fuentes de financiamiento, sino que posiciona al país dentro de los mercados globales de sostenibilidad.
Lejos de ser una crisis insalvable, la reducción de la cooperación estadounidense debe interpretarse como un punto de inflexión para modernizar los esquemas de financiamiento y fortalecer la autonomía económica de los países en desarrollo. La diversificación de fuentes y la adopción de modelos innovadores serán clave para garantizar estabilidad, crecimiento y equidad en un nuevo escenario global.
*Consultor internacional, estructurador de proyectos @bac.consulting
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