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Como estudiante doctoral en el Teachers College, en la Facultad de Educación de la Universidad de Columbia, me integré a muchos ámbitos de la vida judía universitaria. Asistí a los servicios de Rosh Hashaná, el año nuevo judío, y de Yom Kipur, el día del ayuno y la fiesta más importante del calendario litúrgico del judaísmo, en el Earl Hall y en el centro Kraft de la Universidad. Celebré Pésaj y Jánuca junto a estudiantes de todas las facultades y cada viernes en la noche podía ir a la cena de Shabat que la sección de Hillel de la universidad organizaba y subsidiaba. A la salida de los servicios, de camino a mi casa, atravesaba los patios y los pasillos de la universidad, ya con la alegría de haber recordado la liberación de los hebreos de Egipto, ya con la seriedad y el arrepentimiento del comienzo del ayuno.
Desde el pasado miércoles 17 de abril, cuando la presidenta de la Universidad, Nemat Shafik, testificó ante el Congreso de Estados Unidos acerca del antisemitismo que desde el 7 de octubre se ha manifestado en el campus, esos edificios en los que asistí a los servicios religiosos, los campos y los pasillos que recorrí después de la cena de Shabat y las calles por las que llegué a reunirme con otros estudiantes judíos de Columbia han cambiado mucho. Ahora están bloqueados u ocupados por manifestantes con banderas palestinas y kufiyas que, entre arengas por la liberación de Palestina, también gritan “Devuélvanse a Polonia”, “Judíos, judíos”, “Hamás, te amamos y apoyamos tus cohetes”, “Al Qasam (el brazo armado de Hamás), enorgullécenos”, “Les vamos a dar 10.000 veces el 7 de octubre, cada día va a ser el 7 de octubre para ustedes”. También queman banderas de Israel, hacen cadenas humanas para impedir la entrada de “sionistas” al campus y agreden a estudiantes que llevan kipá o cadenillas con la estrella de David y otros símbolos religiosos y culturales judíos.
El día del testimonio de Shafik ante el Congreso se estableció en los patios de Columbia un “campamento en solidaridad con Gaza”, que hasta hoy se mantiene y que ha sido imitado en cada vez más universidades de Estados Unidos y otros países. Este campamento es la última instancia de una serie de protestas contra Israel que empezaron el 8 de octubre, aun antes de que Israel lanzara su respuesta militar contra Hamás. En el campamento se pide, entre otras cosas, que la universidad corte sus lazos con Israel y con organizaciones y académicos israelíes. Mucha gente ha retratado las protestas como una manifestación pacífica a favor del cese al fuego en Gaza y de la liberación del pueblo palestino. Para demostrar que las protestas no son antisemitas, se han publicado imágenes de algunos estudiantes judíos que las apoyan. La respuesta inicial de la Policía de Nueva York, que detuvo a decenas de manifestantes, ha sido considerada excesiva por la mayoría de analistas.
Sin embargo, la cantidad de videos, imágenes y publicaciones en los que se ve a manifestantes gritar arengas inequívocamente antisemitas y contrarias a la paz hacen que sea difícil defender la idea de que las expresiones en contra de los judíos y a favor de la violencia son casos aislados.
Entre las arengas que han inundado X desde la semana pasada, una de las más violentas y comunes es la de “Devuélvanse a Polonia”. Detrás de este grito está la idea (históricamente incorrecta) de que los judíos son colonos europeos que desplazaron a la población indígena de Palestina. Los judíos han habitado la tierra de Israel desde hace más de tres mil años, por lo menos 1.500 antes de que los árabes y el islam llegaran a la región, y casi la mitad de los judíos que viven en Israel hoy en día provienen de países árabes de los que fueron expulsados.
Además, la mayoría de los judíos polacos llegaron a ese país a finales del siglo XVIII, cuando había mejores condiciones ahí para ellos que en el resto del Imperio ruso. De los 3,3 millones de judíos polacos que había antes de la ocupación nazi, solo 380.000 sobrevivieron el Holocausto. En Polonia se construyeron algunos de los campos de exterminio más infames, como Auschwitz y Treblinka. Es difícil creer que las personas que les gritan a los judíos que se devuelvan a Polonia en 2024 no saben que lo que piden es que desmantelen su Estado y vuelvan a un país donde se exterminó al 90 % de los suyos.
También es difícil argumentar que estas protestas son a favor de la paz. Se han visto muchas arengas, prendas y banderas en apoyo a Hamás, el grupo considerado terrorista que torturó, violó y masacró a 1.200 israelíes, la gran mayoría civiles, el 7 de octubre. También han aparecido, en las protestas de Princeton, banderas de Hezbolá, otra organización terrorista fundada y mantenida por el régimen iraní, que busca la eliminación del Estado de Israel.
Los organizadores del campamento solidario también han aclarado que su mensaje no es antiguerrerista. En X y en Instagram circula un video en el que Khymani James, uno de los organizadores de las protestas en Columbia, dice que “los sionistas no merecen vivir”. A raíz de la publicación del video, James se retractó y dijo que todo había sido una equivocación. Una de las organizaciones detrás de las protestas, los Estudiantes por la Justicia en Palestina, publicó un comunicado que aclara los lineamientos de su participación en las protestas, en el que rechazan la solución de los dos Estados, lo que en la práctica significa la eliminación del Estado de Israel. Es muy difícil sostener que una solución al conflicto en la que Israel deje de existir sea pacífica. Hablando de soluciones, en la Universidad George Washington, un manifestante llevó un cartel que pedía que se llegara a una “solución final”.
Esto no significa que los motivos de muchos de los estudiantes que están acampando en los campus de tantas universidades de Estados Unidos no sean la indignación legítima y justa ante el terrible sufrimiento del pueblo palestino causado por la respuesta militar de Israel al ataque de Hamás del 7 de octubre. El cese al fuego en Gaza y la liberación de los secuestrados israelíes son causas justas y necesarias (aunque debe decirse que, en estas manifestaciones, a cualquiera que pida la liberación de los secuestrados lo acusan de “sionista”). También es fundamental que las universidades y la fuerza pública respeten el derecho a la protesta de los estudiantes, siempre y cuando no se atente en las protestas contra la seguridad de los otros estudiantes (muchos estudiantes judíos denuncian que su seguridad y su integridad sí han sido vulneradas).
Lo que no es fácil de aceptar es que la indignación y el rechazo ante las acciones de Israel en Gaza justifiquen el apoyo a Hamás, a Hezbolá, o el llamado a la destrucción del Estado de Israel y a la deportación de sus ciudadanos judíos a un país en el que fueron exterminados.
“No queremos a ningún sionista acá”, gritan los manifestantes. “Sionista” designa, en sentido estricto, a todos los judíos que defienden el derecho a existir del Estado de Israel, y originalmente designaba a los defensores del movimiento de liberación y autodeterminación nacionales del pueblo judío en el siglo XIX. Ahora se ha convertido en un comodín que, al gritarse entre arengas que dicen “Devuélvanse a Polonia” y “Judíos, judíos”, tiene un significado distinto y diáfano: la mayoría de las veces puede intercambiarse por “judíos”.
Así lo han entendido muchos estudiantes judíos: una de las organizaciones judías de la universidad les aconsejó que se fueran del campus, pues Columbia “no podía garantizar la seguridad de los estudiantes judíos ante el antisemitismo extremo y la anarquía”. Una universidad judía de Nueva York acaba de reabrir sus admisiones para permitir que los estudiantes judíos que se sientan amenazados en Columbia y otras instituciones puedan transferirse allá.
En la Universidad de Columbia, a la que llegué hace cinco años y en la que encontré una comunidad que respetaba la diversidad religiosa y, en términos generales, de pensamiento, y en la que alrededor del 20 % de los estudiantes son judíos (uno de los manifestantes la describió como “un baluarte sionista”), estas arengas ponen en duda la seguridad y la libertad que la vida universitaria necesita para seguir su curso. También minan la convicción de que la época en la que los judíos no podíamos expresar nuestra identidad religiosa y cultural abiertamente, lo que puede incluir defender los intereses políticos y nacionales de la supervivencia de nuestro pueblo, estaba en el pasado.
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