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Hubo otros casos antes que el de Fernando Báez. En una sala de audiencia del Tribunal de Dolores, al sur de Buenos Aires, el juicio por el asesinado de Fernando Báez, ocurrido en enero de 2020, ajusta dos semanas de pruebas, peritos forenses, testimonios a favor y en contra de los ocho jóvenes acusados de haberlo matado a golpes a la salida de una discoteca del barrio Villa Gesell.
En el día número 10 de juicio, la defensa de la víctima presentó un testimonio inédito: el de Pablo Gastón Zapata que, desde el banquillo de declaraciones, el propio joven relató cómo sobrevivió a uno de los rugbiers, según afirmó.
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Lucas Pertossi (señalado de patear a Fernando en la cara) se sacudió un momento, de algún lado conocía a ese tal Pablo Gastón. Sin tener relación alguna con Fernando Báez, Zapata empezó a recordar un capítulo en su destino que chocó con uno de los rugbiers, con Lucas Fidel Pertossi.
- “¡Te voy a matar, hijo de puta!”, le dijo Petossi, tal como recordó Zapata en su versión. Un mes antes de que Villa Gesell viera morir a Fernando en el pavimento de sus calles, el más corpulento de los deportistas habría atacado de nuevo.
Pertossi “me pega una trompada con cinco o seis sujetos más (…) Caigo, me hago una fractura. Quedé saltando en una pierna”. “Él (Lucas Pertossi)” también me dijo que me iba a robar mi moto”, agregó.
Fernando Burlando, el abogado de los Báez Sosa, se mostró curioso. Se levantó de su sitio. Dominó el espacio mientras caminaba. Y con seguridad le preguntó a Pablo Gastón Zapata si las fotos que en pocos segundos iban a proyectar en la pantalla gigante del tribunal correspondían a su moto.
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“Sí. Es mi moto”.
Y Burlando, como quien se siente victorioso luego de haber atestado un nuevo golpe a la defensa de los rugbiers, explicó que esa imagen era del celular de Lucas Pertossi. Una nueva acusación, esta vez de hurto, hizo eco dentro del Tribunal.
“No es el primer testimonio en el proceso que señala a Pertossi como un violento y un matón entre los jóvenes de Zárate”, publicó el portal Infobae horas después.
La segunda semana del juicio terminó con una reconstrucción de una muerte que cada vez más completa todos los engranajes de lo que sucedió el 18 de enero de 2020 en Villa Gesell. Los abogados acusan, los medios señalan y la sociedad civil se ensaña contra los rugbiers. En un juicio por violencia extrema, la sociedad sigue replicándola en su búsqueda de justicia.
***
¿Qué sucede dentro de un corazón cuando se reconstruye la muerte de alguien? La garganta se seca. Los ojos se inundan. Algunos recuerdos empiezan a quemarse. Pero la cara de Silvino Báez permanecía de piedra. Ojos achinados, nariz protuberante y de cuando en cuando, un brillo en sus ojos. Como si algo bueno hubiese producido sus sinapsis.
- “¿Tienen ganas usted y Graciela de escuchar de boca de ellos qué pasó (a Fernando) esa noche (que murió)?”, preguntó la periodista con rudeza al padre del joven que murió en enero de hace dos años.
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Báez frunció el ceño. Arrugó la nariz. Miró al horizonte uno o dos segundos. Miraba fríamente a la reportera. A pocos metros de él, en una vitrina, una hoja de papel tenía grabada la cara sonriente de su hijo y decía: “Justicia por Fernando”.
- “Me gustaría saber por qué mataron a mi hijo. Pero…”, se contuvo Silvino. Sus pupilas se apagaron. El pequeño rezago de serenidad que habitaba su cara se desvaneció. Trataba de mostrar confianza, pero su mente le ordenaba escapar de allí. “Pero (…) confío en mi abogado”, remató.
“Quisiera volver atrás y decirle a mi hijo que corra”, dijo Báez hace dos años a Telenueve. En 36 meses, su cara no ha cambiado mucho. Quizá una o dos arrugas más. Los mismos ojos perdidos que han seguido el juicio contra ocho rugbiers por “homicidio doblemente culposo”.
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***
Verónica Onieva se desplazó hasta el banquillo. Unos cuantos minutos bastarían para escucharla. Como parte del cuerpo de bomberos, Onieva recordó que “esa noche sonó la alarma interna” de la estación.
Su sombrerito negro y la placa del Departamento de Bomberos se agitaron. A las 5:03 a.m. Onieva encontró “una persona en el piso a la cual le estaban haciendo reanimació cardio pulmonar”. Y su cara se apagó.
Su trabajo consistía en apagar llamas. Apaciguar las hogueras. Con un gesto de tristeza, Onieva contó cómo la única vez que tuvo que tratar de usar el fuego y el calor a su favor no logró su cometido. Al usar el desfibrilador en el pecho ya frío de Fernando Báez, la chispa dentro del muchacho ya estaba extinta.
“Constatamos si tenía signos de vida. No tenía”.
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Onieva se paró del banquillo de interrogatorios. No ofreció muchos detalles nuevos: un pibe en una acera. Luego un pibe en una ambulancia. Y tres años más tarde, un pibe en cada pared de las calles argentinas clamando justicia. “Mirá vos”.
La Policía no lo defendió; la reanimación cardio pulmonar no funcionó; y ninguno de los presentes pudo salvarlo.
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“Nunca van a admitir lo que hicieron (los rugbiers). Siento pena por ellos”, dijo Silvino Báez, luego de la audiencia. Y mientras toda Argentina espera “justicia por Fernando”, Graciela Sosa, la madre de la víctima, solo clama una y otra vez, con flequillo caído y voz resquebrajada, que su único anhelo es que haya una “justicia perpetua, que él (Fernando) pueda descansar. Y nosotros para tener un poco de paz”.
Se espera que la próxima semana declaren los rugbiers número 11 y 12. Dos muchachos del grupo de deportistas que estuvieron en el antes, durante y después de la muerte del joven que a sus 18 años murió en una acera de Villa Gesell, al sur de Buenos Aires.
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