Día cinco del juicio por la muerte de Fernando Báez Sosa: el allanamiento
Una semana ha transcurrido en el juico por Fernando Báez Sosa, el joven argentino de 18 años que fue golpeado hasta la muerte por ocho jugadores de rugby en Villa Gesell, al sur de Buenos Aires. En la diligencia judicial ya declararon sus padres y amigos, que lo vieron vivir y morir. Es el turno de escuchar a los testigos y policías que capturaron a los rugbiers que lo asesinaron.
Tomás Tarazona Ramírez
De contexto: Día 1 del juicio por la muerte de Fernando Báez Sosa: hay un silencio enorme en casa
Andrea Ranno estaba de turno aquella noche. Eran cerca de las 5 a.m. Todos los días, a esa hora, sacaba la basura del hotel en que trabajaba. Ya estaba acostumbrada a las parrandas de Villa Gesell en enero. A las peleas, la música y los gritos.
El 18 de enero, Andrea Ranno cumplía el turno en el hotel Inti Huasi. Uno de esos hostales cálidos y acogedores, con buena decoración y colores vivos para sus huéspedes.
Sus ojos achinados percibieron varios hombres en la calle. Eran siete u ocho muchachos musculosos que iban a paso apresurado por las calles pavimentadas. Andrea giró su cabeza hacia la acera. Su pelo dorado secundó el brusco movimiento.
A media cuadra de Le Brique, el boliche donde ocho jóvenes mataron a golpes a Fernando Báez Sosa, pasaba uno a uno sus agresores. A la cabeza del grupo iba Máximo Thomsen, el que pateó “con más saña” la cabeza de Fernando. Andrea los detectó con sus pupilas bien pendientes de la sombra defiuminada de los rugbiers.
El “chico” iba como “trotando”, recuerda haber visto Andrea. Y detrás de él caminaba el resto de la manada. Luciano Pertossi, Lucas Pertossi, Ciro Pertossi, Ayrton Viollaz, Enzo Comelli, Matías Benicelli y Blas Cinalli, imputados de “homicidio doblemente culposo con alevosía” por haber matado a un muchacho de 18 años a golpes.
“Iba a llamar al 911″, relató Andrea desde el banco de interrogatorios. Pensó que habría pelea al frente de Inti Huasi. No había pasado mucho tiempo desde que esos ocho jóvenes hubieran dejado inconsciente a un desconocido a pocas cuadras de distancia.
Los rugbiers caminaban entre risas. Sus pasos iban acompañados de un celular que grababa sus risas y sus ademanes de regocijo. ¿Se reían de haber noqueado a piñas a Fernando poco tiempo antes?
Entre carcajadas y gestos de orgullo, uno de ellos dijo: “le rompí toda la jeta, le llené toda la jeta de sangre”, rememoró Andrea con gesto de horror.
Los medios argentinos mostrarían meses después del asesinato que Máximo Thomsen, el “cabecilla” del grupo, fue a comerse una hamburguesa después de patear los pómulos y el rostro de Fernando.
***
De contexto: Día 2, 3 y 4 del juicio por la muerte de Fernando Báez Sosa: “¡Paren, por favor!”
La Policía de Villa Gesell ya estaba enterada de la golpiza. Ya tenía conocimiento de la muerte del pibe a las afueras de Le Brique. Empezaron con la búsqueda de los responsables. El personal de seguridad del boliche (bar) que esa madrugada vio morir a Fernando, les ayudó con los registros del circuito de cámaras.
Durante 120 metros golpearon casa por casa en busca de muchachos musculosos que coincidieran con la descripción. Los primeros timbres terminaron sin éxito, nadie se ajustaba a la descripción de los rugbiers. En una casa de fachada blanca, en medio de un pequeño bosque de Villa Gesell, encontraron aquello que venían buscando.
Eran las 10:30 a.m. Pocas horas habían pasado desde que Fernando fue declarado muerto por las autoridades. Golpearon en la puerta de esa residencia de pintura pálida. Y abrió Franco Benicelli, acusado de haber atestado varias patadas a la humanidad de Fernando. Después salió uno a uno cada uno de los rugbiers.
“Estaban dormidos”, constató ese día el comisario Lucio Pintos, encargado de las pesquisas.
Los Policías notaron heridas de guerra en los rostros de los jóvenes. Unos tenían moretones en la mejilla, otros los labios partidos y resecos. Incluso Máximo Thomsen tenía una mancha peculiar en la mano: era sangre.
El reporte forense concluyó que los jugadores presentaban “escoriaciones” en las axilas y las manos. Con “toda probabilidad”, eran fruto de la pelea que tuvieron con Fernando y sus amigos a las afueras de Le Brique.
Los rugbiers coincidían con el retrato que la Policía buscaba. Los uniformados dieron la orden de que “pusieran las manos en alto” y se arrojaran al suelo. Los jugadores permanecieron en el patio de la casa. Sin camisas. Con bermudas. Con gesto inexpresivo.
“Estaban muy risueños” los muchachos, insistió Hugo Vásquez, uno de los encargados de hacer el peritaje y el allanamiento a la casa de los rugbiers.
Fue poco después de las risas que los miembros de la Policía Científica encontraron una zapatilla con manchas de sangre. Días más tarde, las pruebas de ADN comprobarían que la sangre era de Fernando. Del muchacho que había muerto por recibir patadas, patadas y patadas. La autopsia de Fernando Báez incluso reveló que el rostro tenía una marca, un grabado alargado similar al de un pie. Era un zapato de Máximo Thomsen.
El quinto día del juicio llegaba a su fin. Cada una de las afirmaciones fueron respaldadas por videos entregados por la Fiscalía como pruebas. Cada reproducción de 30 o 40 segundos de barbarie causa un enorme silencio en el Tribunal. En los videos se ven los puños, las patadas, los gritos y las risas. Y Graciela Sosa, la madre de Fernando, terminó la jornada diciéndole a los medios que “cuando veo el video quiero tirarme sobre mi hijo y cubrirlo con mi cuerpo”. El juicio se reanudará el lunes 9 de enero, donde se espera que declaren más miembros de la Policía y expertos judiciales sobre la muerte de Fernando, el chico de 18 años que por haber ido a un boliche una noche de enero, no regresó nunca más.
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De contexto: Día 1 del juicio por la muerte de Fernando Báez Sosa: hay un silencio enorme en casa
Andrea Ranno estaba de turno aquella noche. Eran cerca de las 5 a.m. Todos los días, a esa hora, sacaba la basura del hotel en que trabajaba. Ya estaba acostumbrada a las parrandas de Villa Gesell en enero. A las peleas, la música y los gritos.
El 18 de enero, Andrea Ranno cumplía el turno en el hotel Inti Huasi. Uno de esos hostales cálidos y acogedores, con buena decoración y colores vivos para sus huéspedes.
Sus ojos achinados percibieron varios hombres en la calle. Eran siete u ocho muchachos musculosos que iban a paso apresurado por las calles pavimentadas. Andrea giró su cabeza hacia la acera. Su pelo dorado secundó el brusco movimiento.
A media cuadra de Le Brique, el boliche donde ocho jóvenes mataron a golpes a Fernando Báez Sosa, pasaba uno a uno sus agresores. A la cabeza del grupo iba Máximo Thomsen, el que pateó “con más saña” la cabeza de Fernando. Andrea los detectó con sus pupilas bien pendientes de la sombra defiuminada de los rugbiers.
El “chico” iba como “trotando”, recuerda haber visto Andrea. Y detrás de él caminaba el resto de la manada. Luciano Pertossi, Lucas Pertossi, Ciro Pertossi, Ayrton Viollaz, Enzo Comelli, Matías Benicelli y Blas Cinalli, imputados de “homicidio doblemente culposo con alevosía” por haber matado a un muchacho de 18 años a golpes.
“Iba a llamar al 911″, relató Andrea desde el banco de interrogatorios. Pensó que habría pelea al frente de Inti Huasi. No había pasado mucho tiempo desde que esos ocho jóvenes hubieran dejado inconsciente a un desconocido a pocas cuadras de distancia.
Los rugbiers caminaban entre risas. Sus pasos iban acompañados de un celular que grababa sus risas y sus ademanes de regocijo. ¿Se reían de haber noqueado a piñas a Fernando poco tiempo antes?
Entre carcajadas y gestos de orgullo, uno de ellos dijo: “le rompí toda la jeta, le llené toda la jeta de sangre”, rememoró Andrea con gesto de horror.
Los medios argentinos mostrarían meses después del asesinato que Máximo Thomsen, el “cabecilla” del grupo, fue a comerse una hamburguesa después de patear los pómulos y el rostro de Fernando.
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De contexto: Día 2, 3 y 4 del juicio por la muerte de Fernando Báez Sosa: “¡Paren, por favor!”
La Policía de Villa Gesell ya estaba enterada de la golpiza. Ya tenía conocimiento de la muerte del pibe a las afueras de Le Brique. Empezaron con la búsqueda de los responsables. El personal de seguridad del boliche (bar) que esa madrugada vio morir a Fernando, les ayudó con los registros del circuito de cámaras.
Durante 120 metros golpearon casa por casa en busca de muchachos musculosos que coincidieran con la descripción. Los primeros timbres terminaron sin éxito, nadie se ajustaba a la descripción de los rugbiers. En una casa de fachada blanca, en medio de un pequeño bosque de Villa Gesell, encontraron aquello que venían buscando.
Eran las 10:30 a.m. Pocas horas habían pasado desde que Fernando fue declarado muerto por las autoridades. Golpearon en la puerta de esa residencia de pintura pálida. Y abrió Franco Benicelli, acusado de haber atestado varias patadas a la humanidad de Fernando. Después salió uno a uno cada uno de los rugbiers.
“Estaban dormidos”, constató ese día el comisario Lucio Pintos, encargado de las pesquisas.
Los Policías notaron heridas de guerra en los rostros de los jóvenes. Unos tenían moretones en la mejilla, otros los labios partidos y resecos. Incluso Máximo Thomsen tenía una mancha peculiar en la mano: era sangre.
El reporte forense concluyó que los jugadores presentaban “escoriaciones” en las axilas y las manos. Con “toda probabilidad”, eran fruto de la pelea que tuvieron con Fernando y sus amigos a las afueras de Le Brique.
Los rugbiers coincidían con el retrato que la Policía buscaba. Los uniformados dieron la orden de que “pusieran las manos en alto” y se arrojaran al suelo. Los jugadores permanecieron en el patio de la casa. Sin camisas. Con bermudas. Con gesto inexpresivo.
“Estaban muy risueños” los muchachos, insistió Hugo Vásquez, uno de los encargados de hacer el peritaje y el allanamiento a la casa de los rugbiers.
Fue poco después de las risas que los miembros de la Policía Científica encontraron una zapatilla con manchas de sangre. Días más tarde, las pruebas de ADN comprobarían que la sangre era de Fernando. Del muchacho que había muerto por recibir patadas, patadas y patadas. La autopsia de Fernando Báez incluso reveló que el rostro tenía una marca, un grabado alargado similar al de un pie. Era un zapato de Máximo Thomsen.
El quinto día del juicio llegaba a su fin. Cada una de las afirmaciones fueron respaldadas por videos entregados por la Fiscalía como pruebas. Cada reproducción de 30 o 40 segundos de barbarie causa un enorme silencio en el Tribunal. En los videos se ven los puños, las patadas, los gritos y las risas. Y Graciela Sosa, la madre de Fernando, terminó la jornada diciéndole a los medios que “cuando veo el video quiero tirarme sobre mi hijo y cubrirlo con mi cuerpo”. El juicio se reanudará el lunes 9 de enero, donde se espera que declaren más miembros de la Policía y expertos judiciales sobre la muerte de Fernando, el chico de 18 años que por haber ido a un boliche una noche de enero, no regresó nunca más.
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