Donald Trump y el costo de la actitud de que ‘todo le pertenece’
El allanamiento de su casa en la Florida y la posterior investigación de los documentos confidenciales que fueron encontrados allí, muestran la tensión entre el exmandatario y un sistema judicial que trata de defender la institucionalidad.
María José Noriega Ramírez
Durante los cuatro años que Donald Trump ocupó la Casa Blanca se comportó como dueño y señor de todo lo que ello representaba. A los militares los llamaba “mis generales”, a la hora de hablar de los fondos que recaudaba a través de su campaña o para el Comité Nacional Republicano se refería como “mi dinero” y al referirse al representante republicano Kevin McCarthy lo hacía como “mi Kevin”. Era como si todo le perteneciera. La irreverencia y su postura desafiante se convirtieron en sus principales aliados y las ansias de mostrar su poder se consolidaron como el pan de cada día. En un momento podía estar alardeando con los visitantes de sus propiedades las cartas escritas por el líder norcoreano, Kim Jong-un, y en otro podía estar compartiendo por Twitter la foto del lanzamiento fallido de un cohete iraní que sus informantes de inteligencia le mostraron en confidencias, como lo hizo en 2019. “Teníamos una foto y la di a conocer, lo cual tengo todo el derecho de hacer”, aseguró a un grupo de periodistas en ese entonces.
Algunos de sus funcionarios y unos analistas externos coinciden en que Trump encarnó la frase de Luis XIV acerca de que “el Estado soy yo”. El abogado Mark S. Zaid, que trabaja en temas de seguridad nacional, le dijo algo de eso a The New York Times: “A partir de mis propias experiencias con él, que se ven reforzadas por quienes lo rodean y hablan en su defensa, sus acciones parecen encajar en el patrón de que, como ‘rey’, él y el Estado son uno y lo mismo. Parece creer sinceramente que todo lo que toca le pertenece, y eso incluye documentos del gobierno que podrían ser clasificados”. Precisamente, el Departamento de Justicia y él llevan más de 18 meses en medio de una disputa por la devolución de unos documentos confidenciales, una trama que recientemente desembocó en el allanamiento de Mar- a-Lago, su casa en la Florida, luego de obtener evidencias de que probablemente se ocultaron documentos altamente clasificados y de que los representantes de Trump habían afirmado falsamente que todo el material confidencial había sido devuelto, según se lee en un expediente judicial con fecha del martes de esta semana.
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“Él no es un típico funcionario público y siempre ha jugado con reglas propias”, aseguró Lawrence Gumbiner, exdiplomático y consultor internacional. Para él, ante la negativa del magnate de devolver documentos con altos niveles de confidencialidad, el allanamiento llevado a cabo por el FBI, que no tiene precedentes en la historia reciente del país, se dio después de varios intentos de llevar a cabo una entrega regular. “Ellos hicieron todo lo posible para evitarlo y ese fue el último recurso. La preocupación es que no se sabe qué hizo Trump con esos documentos y por qué no los había devuelto”. En medio de ello, al parecer, están en juego algunos archivos de la CIA, de la Agencia de Seguridad Nacional y del FBI, que abarcan una variedad de temas de interés para la seguridad nacional, según le comentó una fuente al New York Times.
Lo que sí se conoce es el alboroto que el mismo Trump ha creado sobre el asunto. No solo ha negado en reiteradas ocasiones haber actuado mal, sino que el día del allanamiento dijo: “Después de trabajar y cooperar con las agencias gubernamentales relevantes, esta redada no anunciada en mi casa no fue necesaria ni apropiada. ¿Cuál es la diferencia entre esto y Watergate, donde los agentes irrumpieron en el Comité Nacional Demócrata? Aquí, al revés, los demócratas irrumpieron en la casa del presidente número 45 de los Estados Unidos”. Tiempo después, durante una entrevista a Fox News, agregó: “El país está en una posición muy peligrosa, hay una ira tremenda, como no he visto antes. Tras este año de estafas y cazas de brujas, ahora esto”.
Y es que él, según Gumbiner, ha sabido jugar sus cartas: “ha podido jugar el papel de víctima y él es muy bueno en eso”. Algo a lo que la internacionalista Arlene Tickner, al preguntarle si estas tensiones las estaría usando como una plataforma política para eventualmente ser el candidato republicano en 2024, agregó que sus actitudes corresponden a un cálculo político. “Está buscando instrumentalizar la decisión para fomentar su narrativa de robo de las elecciones pasadas y de la cacería de brujas que están librando el Departamento de Justicia y el gobierno de Biden en su contra. Si miras el porcentaje de personas que aún creen que los comicios pasados fueron fraudulentos (más del 40 % cuestiona la legitimidad de Biden, según una encuesta de Axios-Momentive, realizada en los primeros días de enero de este año), es una estrategia que probablemente tenga éxito, pese a la gravedad de los crímenes aparentemente cometidos por él, pues ya estamos hablando de espionaje. La Casa Blanca está tomando con pinzas los pasos a seguir, justamente pensando en los pros y los contras de continuar con un proceso de esta magnitud”.
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Precisamente, unos días antes del allanamiento a Mar- a-Lago, una encuesta presidencial realizada entre los asistentes a la Conferencia de Acción Política Conservadora reveló que el 69 % de los cerca de mil participantes del encuentro quieren que Trump se postule de nuevo para ser la cabeza del Ejecutivo, revelando el sentimiento que en el momento tienen los activistas republicanos y los votantes de base. No en vano, en el momento de defenderlo de las recientes acciones de los agentes federales, Troy Nehls, un expolicía que ahora ocupa un escaño en la Cámara de Representantes, aseguró: “Señor presidente, le dije, el pueblo estadounidense y sus simpatizantes están preocupados por este Departamento de Justicia corrupto y por el FBI. Si yo fuera usted, anunciaría que está postulándose a la Presidencia. Quítele esa duda, quítele esa ansiedad, a la gente que quiere que usted sea nuestro presidente número 47″.
Ahora bien, Gumbiner no cree que lo sucedido le ayude a recibir la nominación del Partido Republicano para la Presidencia. “Creo que esto le va a hacer daño a su futuro político, pues muchas de las personas que no son fanáticas, pero que igual votaron por él, van a hacer una pausa y van a cuestionar aún más su comportamiento”. Tickner, en cambio, es un poco más escéptica y al referirse a los votantes que lo apoyaron por su rechazo a Biden, y no tanto a los electores de base, comenta que “dadas las reacciones y las investigaciones frente al asalto al Capitolio y a las elecciones pasadas, es prematuro afirmar que algunos republicanos le puedan pasar factura a Trump por esto, pues no ha ocurrido algo así hasta el momento”. En lo que sí coinciden es en la preocupación por una escalda de la violencia política, pues el personal del FBI y del Archivo Nacional ya han recibido amenazas tras la operación judicial en Mar- a-Lago. Si bien no creen que se presente algo similar a lo del 6 de enero del 2021, no descartan que se generen nuevos focos de violencia, pues dichas expresiones también fueron algo característico durante el gobierno Trump.
Además, falta ver qué sucederá tras las elecciones de medio término de noviembre, que apuntan a que los demócratas pueden no experimentar el fracaso que antes se pensaba. En el último mes, marcado por una operación en la que murió en Kabul Ayman al Zawahiri, líder de Al Qaeda, por la disminución de la tasa interanual de inflación y por la disposición de dar un alivio a los estudiantes universitarios, la imagen de Joe Biden ha mejorado. Según una encuesta de Gallup, el mandatario cuenta con un 44 % de favorabilidad, especialmente entre los votantes independientes que no se identifican como demócratas o republicanos. La cuestión está, según Gumbiner, en que si los republicanos ganan la mayoría en la Cámara de Representantes, como se prevé, se podría desatar un choque entre el Congreso y el Departamento de Justicia, dado un posible intento de frenar la investigación. Algo a lo que Tickner le suma un problema mayor: “esto es muestra de un proceso agudo del deterioro de la democracia y de la legitimidad del Estado. La pugna entre quienes defienden la institucionalidad y quienes están dispuestos a ignorar el irrespeto a ella, en aras de seguir ganando elecciones, es lo que evidencia esta investigación en contra de Trump”.
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Durante los cuatro años que Donald Trump ocupó la Casa Blanca se comportó como dueño y señor de todo lo que ello representaba. A los militares los llamaba “mis generales”, a la hora de hablar de los fondos que recaudaba a través de su campaña o para el Comité Nacional Republicano se refería como “mi dinero” y al referirse al representante republicano Kevin McCarthy lo hacía como “mi Kevin”. Era como si todo le perteneciera. La irreverencia y su postura desafiante se convirtieron en sus principales aliados y las ansias de mostrar su poder se consolidaron como el pan de cada día. En un momento podía estar alardeando con los visitantes de sus propiedades las cartas escritas por el líder norcoreano, Kim Jong-un, y en otro podía estar compartiendo por Twitter la foto del lanzamiento fallido de un cohete iraní que sus informantes de inteligencia le mostraron en confidencias, como lo hizo en 2019. “Teníamos una foto y la di a conocer, lo cual tengo todo el derecho de hacer”, aseguró a un grupo de periodistas en ese entonces.
Algunos de sus funcionarios y unos analistas externos coinciden en que Trump encarnó la frase de Luis XIV acerca de que “el Estado soy yo”. El abogado Mark S. Zaid, que trabaja en temas de seguridad nacional, le dijo algo de eso a The New York Times: “A partir de mis propias experiencias con él, que se ven reforzadas por quienes lo rodean y hablan en su defensa, sus acciones parecen encajar en el patrón de que, como ‘rey’, él y el Estado son uno y lo mismo. Parece creer sinceramente que todo lo que toca le pertenece, y eso incluye documentos del gobierno que podrían ser clasificados”. Precisamente, el Departamento de Justicia y él llevan más de 18 meses en medio de una disputa por la devolución de unos documentos confidenciales, una trama que recientemente desembocó en el allanamiento de Mar- a-Lago, su casa en la Florida, luego de obtener evidencias de que probablemente se ocultaron documentos altamente clasificados y de que los representantes de Trump habían afirmado falsamente que todo el material confidencial había sido devuelto, según se lee en un expediente judicial con fecha del martes de esta semana.
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“Él no es un típico funcionario público y siempre ha jugado con reglas propias”, aseguró Lawrence Gumbiner, exdiplomático y consultor internacional. Para él, ante la negativa del magnate de devolver documentos con altos niveles de confidencialidad, el allanamiento llevado a cabo por el FBI, que no tiene precedentes en la historia reciente del país, se dio después de varios intentos de llevar a cabo una entrega regular. “Ellos hicieron todo lo posible para evitarlo y ese fue el último recurso. La preocupación es que no se sabe qué hizo Trump con esos documentos y por qué no los había devuelto”. En medio de ello, al parecer, están en juego algunos archivos de la CIA, de la Agencia de Seguridad Nacional y del FBI, que abarcan una variedad de temas de interés para la seguridad nacional, según le comentó una fuente al New York Times.
Lo que sí se conoce es el alboroto que el mismo Trump ha creado sobre el asunto. No solo ha negado en reiteradas ocasiones haber actuado mal, sino que el día del allanamiento dijo: “Después de trabajar y cooperar con las agencias gubernamentales relevantes, esta redada no anunciada en mi casa no fue necesaria ni apropiada. ¿Cuál es la diferencia entre esto y Watergate, donde los agentes irrumpieron en el Comité Nacional Demócrata? Aquí, al revés, los demócratas irrumpieron en la casa del presidente número 45 de los Estados Unidos”. Tiempo después, durante una entrevista a Fox News, agregó: “El país está en una posición muy peligrosa, hay una ira tremenda, como no he visto antes. Tras este año de estafas y cazas de brujas, ahora esto”.
Y es que él, según Gumbiner, ha sabido jugar sus cartas: “ha podido jugar el papel de víctima y él es muy bueno en eso”. Algo a lo que la internacionalista Arlene Tickner, al preguntarle si estas tensiones las estaría usando como una plataforma política para eventualmente ser el candidato republicano en 2024, agregó que sus actitudes corresponden a un cálculo político. “Está buscando instrumentalizar la decisión para fomentar su narrativa de robo de las elecciones pasadas y de la cacería de brujas que están librando el Departamento de Justicia y el gobierno de Biden en su contra. Si miras el porcentaje de personas que aún creen que los comicios pasados fueron fraudulentos (más del 40 % cuestiona la legitimidad de Biden, según una encuesta de Axios-Momentive, realizada en los primeros días de enero de este año), es una estrategia que probablemente tenga éxito, pese a la gravedad de los crímenes aparentemente cometidos por él, pues ya estamos hablando de espionaje. La Casa Blanca está tomando con pinzas los pasos a seguir, justamente pensando en los pros y los contras de continuar con un proceso de esta magnitud”.
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Ahora bien, Gumbiner no cree que lo sucedido le ayude a recibir la nominación del Partido Republicano para la Presidencia. “Creo que esto le va a hacer daño a su futuro político, pues muchas de las personas que no son fanáticas, pero que igual votaron por él, van a hacer una pausa y van a cuestionar aún más su comportamiento”. Tickner, en cambio, es un poco más escéptica y al referirse a los votantes que lo apoyaron por su rechazo a Biden, y no tanto a los electores de base, comenta que “dadas las reacciones y las investigaciones frente al asalto al Capitolio y a las elecciones pasadas, es prematuro afirmar que algunos republicanos le puedan pasar factura a Trump por esto, pues no ha ocurrido algo así hasta el momento”. En lo que sí coinciden es en la preocupación por una escalda de la violencia política, pues el personal del FBI y del Archivo Nacional ya han recibido amenazas tras la operación judicial en Mar- a-Lago. Si bien no creen que se presente algo similar a lo del 6 de enero del 2021, no descartan que se generen nuevos focos de violencia, pues dichas expresiones también fueron algo característico durante el gobierno Trump.
Además, falta ver qué sucederá tras las elecciones de medio término de noviembre, que apuntan a que los demócratas pueden no experimentar el fracaso que antes se pensaba. En el último mes, marcado por una operación en la que murió en Kabul Ayman al Zawahiri, líder de Al Qaeda, por la disminución de la tasa interanual de inflación y por la disposición de dar un alivio a los estudiantes universitarios, la imagen de Joe Biden ha mejorado. Según una encuesta de Gallup, el mandatario cuenta con un 44 % de favorabilidad, especialmente entre los votantes independientes que no se identifican como demócratas o republicanos. La cuestión está, según Gumbiner, en que si los republicanos ganan la mayoría en la Cámara de Representantes, como se prevé, se podría desatar un choque entre el Congreso y el Departamento de Justicia, dado un posible intento de frenar la investigación. Algo a lo que Tickner le suma un problema mayor: “esto es muestra de un proceso agudo del deterioro de la democracia y de la legitimidad del Estado. La pugna entre quienes defienden la institucionalidad y quienes están dispuestos a ignorar el irrespeto a ella, en aras de seguir ganando elecciones, es lo que evidencia esta investigación en contra de Trump”.
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