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Ecuador no volverá ser el mismo tras el asesinato de Fernando Villavicencio. El triste suceso ha confirmado una tendencia visible y acentuada: el país andino, que se resistía a entrar en las lógicas violentas de sus vecinos, se ha visto cada vez más involucrado en el crimen transnacional derivado, en buena medida, del narcotráfico.
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A Ecuador le pasa factura su ubicación geográfica de salida al Pacífico y la opulencia de Guayas, la provincia más rica del país (equivalente a departamento), convertida en el escenario ideal para la distribución y el consumo de drogas. A esto se suma una incapacidad institucional resultado de una cruda paradoja. Al ser un Estado de paz sin grandes traumas de orden público (salvo excepciones muy cortas como la guerrilla Alfaro Vive ¡Carajo!), nunca necesitó dotarse de fuerzas policivas y militares robustas. Su gran amenaza histórica fue Perú, lo que lo llevó a la guerra del Cenepa, a mediados de los años 90, y más recientemente, su vecino del norte, al que veía con recelo desde la adopción del Plan Colombia, cuyos peores vaticinios se cumplieron con el bombardeo a Santa Rosa de Sucumbíos en 2008.
Ecuador dejó atrás la marcada convulsión política y aunque haya recuperado la estabilidad, la inseguridad se ha tomado las provincias de Guayas, Manabí y Esmeraldas. La antesala de cara a la elección de hoy no podría ser peor. Hace dos meses un presidente incapaz de gestionar la crisis política y de orden público evocó la muerte cruzada, disolución de la Asamblea Nacional (Congreso), para que en una votación se elijan autoridades con tal de terminar su mandato (no son anticipadas). Como si fuera poco, hace poco más de un mes fue asesinado Agustín Intriago, alcalde de Manta, en Manabí; y hace una semana el país sufrió el abatimiento de Villavicencio (frente a las cámaras, lo que aumenta el estupor) en pleno corazón de Quito, y días después, Pedro Briones, líder comunitario del correísmo, también fue asesinado.
La pregunta deshumanizante del efecto del asesinato en la elección parece imposible de esquivar, pues, se quiera o no, un suceso de esas magnitudes es tan dramático como incidente en la elección que millones de ecuatorianos están llamados (y obligados por ley) a hacer.
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A primera vista, la candidata Luisa González cercana a las ideas de Rafael Correa, del partido Revolución Ciudadana, sería la más perjudicada. El asesinato del candidato ahonda la crisis de inseguridad y prácticamente obliga al electorado a privilegiar el orden por encima de las reivindicaciones sociales que se han venido acumulando desde el gobierno, muy opaco, de Lenín Moreno (2017-2021). La apuesta de González y su fórmula para vicepresidente, Andrés Araúz, último candidato del correísmo, quien perdiera la segunda vuelta con Lasso, era precisamente el retorno a los años de prosperidad que vivieron bajo la década Correa (2007-2017). Por eso, Jan Topic empresario del sector de seguridad, sin ninguna trayectoria política, aparece como uno de los favorecidos con la coyuntura, propicia para el aterrizaje de discursos basados en la mano dura. Topic es el Nayib Bukele ecuatoriano además por su inclinación (incluso fascinación) por las salidas policivas y militares a los problemas. En esa misma onda, aunque con mayor moderación, se inscribe Cristian Zurita, quien compite en reemplazo del candidato asesinado. La lucha contra la corrupción y los poderes del narcotráfico enquistados en el Estado son objeto de su campaña.
Repite en las elecciones Yakú Pérez, candidato indigenista que en 2021 estuvo a punto de meterse al balotaje. Finalmente, entrará en la carrera Otto Sonnenholzner, quien fuera vicepresidente de Lenín Moreno y representa una centro-derecha moderada que mezcla la necesidad de apremiar la seguridad con la liberalización de la economía. Es la versión ecuatoriana de la tecnocracia empresarial de derecha.
Las encuestas publicadas el día que fue abatido Villavicencio dan cuenta de un correísmo con una ventaja considerable (30 %), más insuficiente para ganar en primera vuelta, pues debe tener la mayoría absoluta (la mitad más uno) o una ventaja superior a diez puntos y al menos 40 % de los votos.
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Así las cosas, y con un repunte del tema de la mano dura, es muy posible que González llegue a la segunda vuelta contra un candidato que agite esa bandera. Será un balotaje entre dos proyectos incompatibles: de un lado, la vuelta por el Estado de bienestar, que ve en la inversión social el mejor antídoto para la delincuencia; de otro, el discurso policivo basado en la recuperación de la autoridad entendida exclusivamente en términos de monopolio de la fuerza. Quien gobierne lo hará por un período corto, hasta 2025, fecha en la cual podrá presentarse a renovar su mandato. Nada parece fácil en este Ecuador ingobernable, esta vez por cuenta de la inseguridad y ya no de la caída abrupta de presidentes.
* Profesor de la Universidad del Rosario.
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