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Luis Hernando Aguilar Ramírez tiene mucha información, pero más importante que eso: tiene muchas preguntas. Cuestionarse por las formas en que las tecnologías se pueden poner al servicio de la gente, para mejorar o incluso salvar sus vidas, lo han hecho estar en los lugares correctos, en los momentos indicados, pero por razones que no podrían estar más lejos del azar.
Ante insólitas cantidades de datos se ha especializado en abrir interrogantes tan importantes como insospechados. Hace casi 15 años, por ejemplo, se planteaba diversas maneras en que las redes sociales, que servían para viralizar videos de gaticos o reencontrarse con los amigos del colegio, podrían ser útiles durante una catástrofe, o cómo aprovechar, para el mismo fin, diversas fuentes de información: desde los cinco sentidos de una persona hasta una imagen satelital.
Ese valor lo ha llevado a formar parte de los equipos que han atendido emergencias del calibre del terremoto de Haití, en 2010, o la epidemia del ébola en países de África Occidental cuatro años después. Hoy, desde la Organización Mundial de la Salud (OMS), se desempeña como líder del equipo de información del Clúster Global de Salud.
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Su trabajo, básicamente, consiste en apoyar, sobre todo en momentos de crisis, a los países que se ven desbordados por una emergencia. En esas situaciones, las personas, ONG y agencias de Naciones Unidas que llegan para ayudar son casi tan numerosas como los frentes por atender: agua, alimento, refugio... El de Aguilar es el de la salud, y su tarea es la de coordinar la recolección y el procesamiento de la información clave: qué se necesita, en dónde, quién ha llegado para ayudar, con qué capacidad, cuáles son las condiciones de seguridad, etc.
La ética de actuar por fuera de lo obvio es de tiempo atrás. Se formó como psicólogo en la Universidad Nacional de Colombia, a la que a principios de los años noventa llegaron los primeros puntos de conexión a internet. Fue entonces que, como buen científico interesado en las conductas, Aguilar se empezó a preguntar no tanto por cómo funcionaba la programación de esa maravilla, sino cómo incidiría en las relaciones entre las personas.
Eso no se ha traducido solo en tratar de poner la tecnología al servicio de la gente en contextos de desastre, sino en hacer a las personas autoras de las soluciones que sus comunidades necesitan. “No somos superhéroes, sino personas de carne y hueso”, dice sobre los integrantes de la comunidad humanitaria. “Necesitamos trabajar hombro con hombro con la gente que vive en cada lugar, porque qué mejor que la propia gente para saber lo que necesita”.
Por eso le molesta, por ejemplo, que desde un delirio de salvador o de colono se hable de África como si fuera una tierra pasiva y homogénea. “Las comunidades merecen respeto”, señala, y recalca que la función de un equipo como el que lidera es ser un “intermediario” entre la población con necesidades y las soluciones disponibles para atenderlas, sin olvidar que todo apoyo debe apuntar al fortalecimiento de la comunidad, para que, una vez se vaya el personal humanitario, el tejido quede con las condiciones adecuadas para enfrentar su realidad.
Uno de los momentos que lo marcaron fue precisamente el terremoto de Haití. Fue entonces, por ejemplo, que participó de los usos casi primigenios de la inteligencia artificial en este tipo de contextos, pues con el apoyo de miles de voluntarios se recolectaron y procesaron cantidades enormes de mensajes de texto en busca de información que pudiera conducir a una acción humanitaria.
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Por eso, la moda que recientemente han impuesto herramientas como ChatGPT no es novedad para él. Sobre el futuro que muchos ven con angustia y preocupación, él ve oportunidades, pues no es la primera vez que la humanidad se enfrenta a este tipo de disrupciones. Como en su momento fueron el teléfono o el transporte público, dice que todo depende del uso que se le dé a la herramienta y de la formación que tenga quien la manipule.
Aguilar fue también de los que previeron la relevancia de las redes sociales. Cuando la cantidad de gente que no entendía para qué servía Twitter era aún mayor, él establecía la primera estrategia de uso sistemático de redes sociales en Naciones Unidas, desde la Oficina para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (Ocha). Los resultados de varias “hackatones” que ayudó a impulsar inspiraron, por ejemplo, los botones de “Estoy bien” y las alertas tempranas que se integraron a plataformas como Facebook o Google.
Pero si hay algo que recuerda con particular intensidad fue la respuesta a la epidemia del ébola. Aguilar fue uno de los 12 colombianos que estuvieron, desde distintas áreas (la suya, la información), atendiendo la situación en países como Sierra Leona y Liberia. Fue su inauguración como oficial internacional en medio de lo que pudo haber sido una tragedia con una extensión como la del covid-19, solo que con 70 % o más de tasa de letalidad. “Regresé a Colombia faltando prácticamente una semana para que Sierra Leona fuera declarada libre de ébola, así que volví con una sensación de misión cumplida”, rememora.
Después de este y otros trasegares decidió que era tiempo de un año sabático. Y entonces cayó la pandemia de covid-19. Desvinculado de cualquier institución, empezó a trabajar como voluntario en campañas de prevención, como Kitum y Frenalacurva, de ciudadanos ayudando a otros ciudadanos, en las que pudo reencontrarse con viejos amigos y colegas. Para él, era ya la tercera o cuarta pandemia que encaraba.
La diferencia en esta ocasión fue que pudo estar rodeado de su familia, una esposa y tres hijos que por muchos años lo tuvieron lejos. Fue una situación para la que también tuvo que entrenarse: funcionarios de su perfil no solo deben formarse en habilidades de negociación con grupos armados, por ejemplo, sino para que, al regresar a casa, a un hogar de cinco, en la mesa haya servidos solo cuatro platos. La distancia no supera a todas las familias, pero sí se instala en pequeños momentos de la cotidianidad.
Hoy, en gran parte como consecuencia de que la pandemia demostró que es posible trabajar a distancia, puede desempeñar su labor desde su casa. Viaja seguido, y con bastante frecuencia tiene reuniones a las 2 o 3 de la mañana a causa de la diferencia horaria con su sede central, en Ginebra, Suiza. Pero vale la pena con tal de poder estar cerca de los suyos, sin dejar de ayudar a quienes más lo necesitan en distintas partes del mundo.
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