El desafío de un Brasil dividido
La presidenta deberá tomar medidas impopulares para salir de la crisis económica y volver a ganar la credibilidad de los mercados.
Angélica Lagos Camargo
Durante los últimos diez años, las políticas de los presidentes Luiz Inácio Lula da Silva y Dilma Rousseff sacaron a 36 millones de personas de la pobreza en Brasil. Esa nueva clase socioeconómica, lejos de conformarse con componendas políticas, hoy quiere más. Fueron ellos los que pusieron a temblar el gobierno de Rousseff días antes del Mundial de Fútbol y fueron ellos los que terminaron reeligiéndola ayer (ver recuadro).
Ese Brasil está hambriento de educación, de salud y de transporte; se cansaron de la corrupción y quieren que sus impuestos se vean reflejados en un mejor estado de bienestar, según reivindicaron en las protestas de julio de este año. A partir de hoy, la mayoría del país empezará a exigirle al gobierno, que obtuvo la continuidad ayer en las urnas, mejores estructuras para acceder a los servicios más básicos, pues para un habitante promedio resulta más difícil ser atendido en un hospital o enviar a su hijo a un colegio, que comprarse un plasma, productos de alta gama o el último teléfono inteligente. “Las aspiraciones de la clase media aumentaron, no solo por bienes y servicios, sino por la calidad de la salud, la enseñanza y el transporte, esa clase está pagando más impuestos y demanda más del Estado”, explica a la prensa brasileña Marcelo Neri, investigador de la fundación Getúlio Vargas.
“El renovado gobierno deberá aprovechar mejor sus recursos y los altos impuestos para mejorar la enseñanza y los hospitales si quiere garantizar un gobierno con cierta estabilidad y paz social. Si bien hay una clase que es muy favorecida por los programas sociales, hay otra que se siente poco representada, el presidente tendrá que conciliar a un Brasil dividido”, señala la analista brasileña Marina Fernandes. “Eso se consigue con un sistema más simple de tributación y menos corrupción”, agrega.
Según datos del diario Folha de Sao Paulo, la desazón que se percibió entre los brasileños durante la campaña electoral que terminó (calificada como la más reñida de los últimos 25 años) se debió, principalmente, al alza de precios por la inflación (85%), la violencia y la deficiente atención sanitaria (ambas 83%), además de la corrupción (78%). “Esta frustración de los brasileños se mantiene y será a lo que más atención le deberá prestar la presidenta Dilma Rousseff, que deberá dar soluciones rápidas”, dice Fernandes.
El último año, Rousseff invirtió en sanidad el 8,7% de los recursos y reforzó el programa “Más médicos”, que llevó al país a 5.000 profesionales de la salud procedentes de Cuba. En educación, el país ha experimentado algunas mejoras también: en 2001 el analfabetismo era de 12,1% y hoy es de 8,3%. “Pero no es suficiente, una cosa dicen las estadísticas y otra es lo que se vive social y culturalmente, y ahí deberá focalizarse el presidente elegido”, asegura Fernandes, quien insiste en que la tarea en los próximos años será larga y compleja.
Señalan analistas económicos brasileños que la otra gran preocupación del gobierno pasará por mantener la inflación por debajo del 6,5% en un año que cierra con un crecimiento del 0,7% (el más bajo de los últimos tiempos). El tercer dolor de cabeza será el desempleo, pero según el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE), la tasa de desocupación bajó en septiembre a 4,9%, la menor registrada en diciembre, cuando el país alcanzó su mínimo histórico (4,9%).
El analista Roberto Romano, de la Universidad de Campinas, afirma que el nuevo presidente se verá obligado a tomar decisiones impopulares para salvar al país: “No es un secreto que el país pasa por una grave crisis económica (el PIB marca un incremento del 0,8%) y ha perdido la credibilidad de los mercados, en parte por los problemas de corrupción”.
Coinciden los principales medios de comunicación del país que aunque Brasil sigue siendo la potencia suramericana y los índices así lo confirman, los tiempos que siguen no serán fáciles y el país se jugará incluso su liderazgo regional.
Brasil tiene una de las tasas de crecimiento más altas del mundo, superada sólo por China e India y grandes recursos naturales. Sus políticas sociales de los últimos años proyectaron al país como potencia regional, sosteniendo el crecimiento económico, impulsando empresas brasileñas y consolidando alianzas en la región como el Mercosur y Unasur. “Las crisis crearon escenarios. Los Brics en 2010 eran una idea general y hoy tiene una consistencia mayor, con la creación del fondo conjunto de reservas y el banco de los Brics”, le explicó a Efe el asesor en Asuntos Internacionales de la Presidencia, Marco Aurelio García. “Mercosur es suficientemente importante para seguir en esa dirección”, remarca.
Otros piden cambiar el rumbo. El exembajador en Washington y exministro de Hacienda en 1994 Rubens Ricúpero asegura que “el gobierno debe ir más allá de Mercosur y Brics y recrear un agenda común con EE.UU., que tenga alcance multilateral. Brasil es un país determinante en la economía mundial y Mercosur, Unasur, Celac, Banco del Sur, Alianza del Pacífico son piezas fundamentales para el continente”.
“Va a ser un año difícil para la presidenta”, explicó a la prensa Luis Gonzaga Belluzo, economista asesor del expresidente Lula, quien sigue siendo una figura determinante en el país. Dilma Rousseff obtuvo su continuidad con el 51,64% de los votos de un electorado que se movía entre dos aguas: la del deseo de tener más de lo que han ganado y el miedo a perderlo todo.
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Un llamado a la paz y la unión
En su discurso de victoria, la presidenta Dilma Rousseff afirmó que su intención para el próximo mandato será establecer contactos con sus opositores para “cambiar” el país y lo describió como “un llamado a la paz y la unión”. Su rival, Aécio Neves, quien obtuvo el 48,38% de los votos, reconoció su derrota y afirmó que “la mayor de todas las prioridades es unir Brasil en torno a un proyecto honrado que dignifique a todos los brasileños”. El nuevo período presidencial en Brasil comenzará el 1º de febrero de 2015.Durante los últimos diez años, las políticas de los presidentes Luiz Inácio Lula da Silva y Dilma Rousseff sacaron a 36 millones de personas de la pobreza en Brasil. Esa nueva clase socioeconómica, lejos de conformarse con componendas políticas, hoy quiere más. Fueron ellos los que pusieron a temblar el gobierno de Rousseff días antes del Mundial de Fútbol y fueron ellos los que terminaron reeligiéndola ayer (ver recuadro).
Ese Brasil está hambriento de educación, de salud y de transporte; se cansaron de la corrupción y quieren que sus impuestos se vean reflejados en un mejor estado de bienestar, según reivindicaron en las protestas de julio de este año. A partir de hoy, la mayoría del país empezará a exigirle al gobierno, que obtuvo la continuidad ayer en las urnas, mejores estructuras para acceder a los servicios más básicos, pues para un habitante promedio resulta más difícil ser atendido en un hospital o enviar a su hijo a un colegio, que comprarse un plasma, productos de alta gama o el último teléfono inteligente. “Las aspiraciones de la clase media aumentaron, no solo por bienes y servicios, sino por la calidad de la salud, la enseñanza y el transporte, esa clase está pagando más impuestos y demanda más del Estado”, explica a la prensa brasileña Marcelo Neri, investigador de la fundación Getúlio Vargas.
“El renovado gobierno deberá aprovechar mejor sus recursos y los altos impuestos para mejorar la enseñanza y los hospitales si quiere garantizar un gobierno con cierta estabilidad y paz social. Si bien hay una clase que es muy favorecida por los programas sociales, hay otra que se siente poco representada, el presidente tendrá que conciliar a un Brasil dividido”, señala la analista brasileña Marina Fernandes. “Eso se consigue con un sistema más simple de tributación y menos corrupción”, agrega.
Según datos del diario Folha de Sao Paulo, la desazón que se percibió entre los brasileños durante la campaña electoral que terminó (calificada como la más reñida de los últimos 25 años) se debió, principalmente, al alza de precios por la inflación (85%), la violencia y la deficiente atención sanitaria (ambas 83%), además de la corrupción (78%). “Esta frustración de los brasileños se mantiene y será a lo que más atención le deberá prestar la presidenta Dilma Rousseff, que deberá dar soluciones rápidas”, dice Fernandes.
El último año, Rousseff invirtió en sanidad el 8,7% de los recursos y reforzó el programa “Más médicos”, que llevó al país a 5.000 profesionales de la salud procedentes de Cuba. En educación, el país ha experimentado algunas mejoras también: en 2001 el analfabetismo era de 12,1% y hoy es de 8,3%. “Pero no es suficiente, una cosa dicen las estadísticas y otra es lo que se vive social y culturalmente, y ahí deberá focalizarse el presidente elegido”, asegura Fernandes, quien insiste en que la tarea en los próximos años será larga y compleja.
Señalan analistas económicos brasileños que la otra gran preocupación del gobierno pasará por mantener la inflación por debajo del 6,5% en un año que cierra con un crecimiento del 0,7% (el más bajo de los últimos tiempos). El tercer dolor de cabeza será el desempleo, pero según el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE), la tasa de desocupación bajó en septiembre a 4,9%, la menor registrada en diciembre, cuando el país alcanzó su mínimo histórico (4,9%).
El analista Roberto Romano, de la Universidad de Campinas, afirma que el nuevo presidente se verá obligado a tomar decisiones impopulares para salvar al país: “No es un secreto que el país pasa por una grave crisis económica (el PIB marca un incremento del 0,8%) y ha perdido la credibilidad de los mercados, en parte por los problemas de corrupción”.
Coinciden los principales medios de comunicación del país que aunque Brasil sigue siendo la potencia suramericana y los índices así lo confirman, los tiempos que siguen no serán fáciles y el país se jugará incluso su liderazgo regional.
Brasil tiene una de las tasas de crecimiento más altas del mundo, superada sólo por China e India y grandes recursos naturales. Sus políticas sociales de los últimos años proyectaron al país como potencia regional, sosteniendo el crecimiento económico, impulsando empresas brasileñas y consolidando alianzas en la región como el Mercosur y Unasur. “Las crisis crearon escenarios. Los Brics en 2010 eran una idea general y hoy tiene una consistencia mayor, con la creación del fondo conjunto de reservas y el banco de los Brics”, le explicó a Efe el asesor en Asuntos Internacionales de la Presidencia, Marco Aurelio García. “Mercosur es suficientemente importante para seguir en esa dirección”, remarca.
Otros piden cambiar el rumbo. El exembajador en Washington y exministro de Hacienda en 1994 Rubens Ricúpero asegura que “el gobierno debe ir más allá de Mercosur y Brics y recrear un agenda común con EE.UU., que tenga alcance multilateral. Brasil es un país determinante en la economía mundial y Mercosur, Unasur, Celac, Banco del Sur, Alianza del Pacífico son piezas fundamentales para el continente”.
“Va a ser un año difícil para la presidenta”, explicó a la prensa Luis Gonzaga Belluzo, economista asesor del expresidente Lula, quien sigue siendo una figura determinante en el país. Dilma Rousseff obtuvo su continuidad con el 51,64% de los votos de un electorado que se movía entre dos aguas: la del deseo de tener más de lo que han ganado y el miedo a perderlo todo.
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