El día que la anarquía se tomó a Estados Unidos
Nicholas Quested, Alex Spiess y Nicolás Lupo son testigos de cómo los seguidores de Donald Trump, haciendo eco del discurso del fraude electoral, se tomaron el Congreso estadounidense. El periodismo los llevó a seguir a los Proud Boys, ultranacionalistas de extrema derecha, en varios mítines, incluido el que pasó a la historia como el asalto al Capitolio.
María José Noriega Ramírez
La cámara de video prendida en una habitación de un hotel en Filadelfia, la noche del 6 de enero de 2021. Enrique Tarrio, miembro de los Proud Boys, en el centro, en compañía de varios de sus seguidores. Uno de ellos, mientras habla por teléfono, dice: “Lo logramos, conseguimos entrar al Capitolio”. Un silencio momentáneo y una exigencia que llenó el espacio: “¿Grabaste eso? Elimínalo ahora mismo”, cuenta Nicolás Lupo, quien horas antes presenció el asalto al Congreso de Estados Unidos, cuando los seguidores de Donald Trump, bajo los gritos “defiende tu Constitución, defiende tu libertad” o “basta con el robo”, se tomaron el lugar. Allí, con filmadora en mano, se sintió a salvo. No tuvo miedo, pues la fascinación que tienen muchos estadounidenses por posar frente a las cámaras, por el espectáculo propio de la televisión, lo protegió. Eso cree. “Lo tensionante fue la sensación de estampida. No podías moverte por tu cuenta. La marea humana te empujaba y no tenías control de lo que hacías”.
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La cámara de video prendida en una habitación de un hotel en Filadelfia, la noche del 6 de enero de 2021. Enrique Tarrio, miembro de los Proud Boys, en el centro, en compañía de varios de sus seguidores. Uno de ellos, mientras habla por teléfono, dice: “Lo logramos, conseguimos entrar al Capitolio”. Un silencio momentáneo y una exigencia que llenó el espacio: “¿Grabaste eso? Elimínalo ahora mismo”, cuenta Nicolás Lupo, quien horas antes presenció el asalto al Congreso de Estados Unidos, cuando los seguidores de Donald Trump, bajo los gritos “defiende tu Constitución, defiende tu libertad” o “basta con el robo”, se tomaron el lugar. Allí, con filmadora en mano, se sintió a salvo. No tuvo miedo, pues la fascinación que tienen muchos estadounidenses por posar frente a las cámaras, por el espectáculo propio de la televisión, lo protegió. Eso cree. “Lo tensionante fue la sensación de estampida. No podías moverte por tu cuenta. La marea humana te empujaba y no tenías control de lo que hacías”.
Por un instante, se debatió entre lo legal y lo ilegal. “¿Entro o no entro?”, fue la pregunta que dio vueltas por su cabeza cuando, con empujones y lanzamiento de conos y postes metálicos, la multitud intentaba romper la última barrera que la separaba del edificio, donde los legisladores sesionaban para certificar el triunfo de Joe Biden como presidente, orillando a los pocos policías a retirarse, uno por uno. Los gases lacrimógenos se apoderaban del viento helado de los primeros días de enero. Se escuchaban gritos eufóricos de los seguidores del republicano, que ondeaban banderas en las que se leía “Trump es mi presidente” y “América grande otra vez”.
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Entre el vaivén, terminó dentro del edificio. Sus pasos fueron precedidos por el ritmo de una masa de gente que caminaba casi sin rumbo y que, en un intento por buscar la salida, lo llevó hacia Ashli Babbitt, cuando estaba tendida en el piso. “No sé si estaba inconsciente o si ya estaba muerta. Eso me impactó: estaba dentro del Capitolio, que es el símbolo de la democracia estadounidense, y vi el cuerpo de una persona a la que le dispararon. Estaba desangrándose”.
“Fue una batalla medieval, reinaba el caos”, comenta Alex Spiess, que desde fuera del Capitolio pensaba que, si los policías llegaban masivamente, arrestarían a todo aquel que encontraran en el camino. “No me pueden detener. No puedo perder lo que tengo grabado”, repetía una y otra vez. La avenida de la Constitución lo vio pasar, justo cuando el presentador Alex Jones hablaba para la multitud y cuando toda ella compartía un norte y se dirigía hacia un mismo destino: el Congreso. Allí vio policías, sí, pero unos pocos y heridos. Estaba atascado, no tenía a dónde ir. Tuvo que escalar las paredes del edificio y, mientras tanto, ver a una mujer caer y cómo le sangraba la nariz por el golpe.
Llegó al lugar donde 14 días después se posesionaría Biden; el escenario de su inauguración estaba en pie. Se sintió como en Gladiador: “Era la policía versus todos los demás. Las personas utilizaban los palos de los andamios y, por alguna razón, había extintores por todas partes. Lo que sea que tuvieran en sus manos y podían utilizar como un arma, lo usaban. Vi a un policía que fue golpeado en la cabeza y no se pudo parar. Fue arrastrado hacia la multitud, lejos de sus compañeros, y desapareció. Llegué a pensar que le iban a disparar con su propia arma. Estaba tratando, con mis lentes y mi cámara, de encontrarlo. Creí que en cualquier momento iba a escuchar un disparo”. Tiempo después, la misma multitud lo escoltó y lo empujó dentro del edificio. “He visto muchas protestas, pero esta ha sido la más violenta”.
“En este tipo de situaciones, grabo”, dice Nicholas Quested, quien, mientras Lupo y Spiess filmaban lo que podían del asalto, se ubicó fuera del Capitolio, siguiendo a los Proud Boys. “He estado en algunos conflictos alrededor del mundo: Afganistán, Venezuela, Nicaragua y El Salvador. Cuando sucede algo así, trato de encontrar el centro de la disputa, y por eso siempre estoy al lado, justo donde puedo ver a la policía y a los alborotadores. Esa vez lo pude hacer porque no estaban usando fuerza letal”.
En un momento, le arrebataron la cámara. Se rompió. Confrontó a un hombre, la recogió y escuchó: “Déjenlo en paz. La prensa necesita registrar lo que está pasando. Esto es historia”. Un rugido ensordecedor se apoderó del lugar. La multitud estalló en un mismo grito. La barrera se derrumbó. Esa imagen, pero sobre todo el sonido, lo acompañan hasta hoy. “El país está tan dividido que ese no fue el final. El 2024 puede ser terrible”.
Con su cámara ha retratado eso, la división entre los estadounidenses, y los Proud Boys han sido una ventana para ello. El 5 de enero, “recogimos a Tarrio de la cárcel. Lo arrestaron por llevar algunos cargadores, algunos largos, algunos de capacidad extra, y asumió la responsabilidad de la quema de la bandera de Black Lives Matter, que fue robada el 12 de diciembre. Tratamos de tener una entrevista con él, pero no teníamos idea de los eventos que ocurrirían después. Nos encontramos con Stewart Rhodes, de The Oath Keepers. Cuando fui a parquear el carro, mi compañero, que se quedó con Tarrio, dijo que se estaban dirigiendo a un lugar a la vuelta de la esquina, en el estacionamiento del Salón de las Leyendas, creo. Rápidamente, fuimos hacia allá. Manejamos hasta el parqueadero y filmamos la escena de Tarrio y Rhodes, y algunos otros individuos”, declaró Quested frente al comité selecto de la Cámara de Representantes que investigó lo sucedido el 6 de enero.
Y sí, Tarrio se montó en una camioneta con ellos. Le recogieron sus maletas y lo llevaron hasta el Phoenix Park Hotel, donde, con su parche en el ojo y su sombrero de vaquero, apareció Rhodes. Nunca lo habían visto en persona, pero no fue difícil identificarlo. El derecho al porte de armas fue parte de su conversación, pero necesitaban privacidad para seguir hablando, y un parqueadero parecía ser la mejor opción. “A simple vista, es una situación chistosa: estás ante una información secreta, en un estacionamiento en Washington. Muy Watergate”, dice Spiess, cuya cámara, a una distancia de quince pies, grabó una reunión entre ellos, una representante de Latinos for Trump y una delegada de Lawyers for Trump, entre otras personas más. Mientras, el guardia de seguridad del líder de los Oath Keepers le hablaba en un tono más agresivo, casi marcando el clima que se viviría horas después en la capital. “Se expresó diferente a lo que típicamente se escucha sobre una manifestación. ‘Retomemos el país’ era prácticamente la consigna de ellos”. Su cámara estuvo encendida por doce horas.
Las acusaciones de fraude electoral los llevaron a presenciar varias manifestaciones. El acercamiento con los Proud Boys se dio de forma “orgánica”, o así lo recuerda Lupo. “Al principio, no hubo un objetivo claro de centrarnos en ellos. Eso se dio mientras íbamos grabando. Nos encontramos con otras milicias, como The Oath Keepers y The Three Percenters, pero uno de los mayores grupos, y con el cual logramos acceder a su líder, era el de los Proud Boys. Tarrio se dejó grabar en público, pero también en espacios íntimos: cuando hablaba ante cientos de personas, pero también cuando estaba en la privacidad de la habitación de un hotel. “Le gusta la televisión, le gusta la cámara”.
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Estados Unidos es el protagonista de un documental sobre las causas del 6 de enero, pero, a la vez, es el pretexto para hablar de algo que supera sus propias fronteras. Eso tan reducido y amplio a la vez tiene a Lupo, Quested y Spiess enfocando sus lentes en las divisiones, los riesgos para la democracia, la solidez (o no) del proceso electoral y la fuerza de las instituciones. Cuestiones humanas y universales. Por qué los estadounidenses están tan divididos, si pueden tener cosas en común, ha sido la pregunta guía, el norte que los ha impulsado a recorrer Arizona, Pensilvania, Georgia y California; una duda que los ha llevado a explorar a partir de los extremos: desde Black Lives Matter y los Proud Boys hasta el John Brown Gun Club y los Oath Keepers. Quieren ver cómo las personas que parecen tener diferentes posturas políticas en realidad tienen las mismas penas.
La agitación que rebasó todos los límites hace dos años parece no cesar. Dentro del Capitolio prevalecen las rupturas y las cicatrices que, tras la violencia de ese 6 de enero, ensombrecen los acuerdos, el diálogo. Los republicanos llevan tres días tratando de ponerse de acuerdo sobre quién será el orador en la Cámara de Representantes, y Kevin McCarthy, a pesar de que Trump suplicó que lo rodearan y se unieran alrededor de él, es el símbolo de una crisis que no se veía desde hace 100 años, el rostro de las divisiones republicanas y de una Cámara que, en sus primeros días, está paralizada.
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