Golpe de Estado en Chile: el detonante de la lucha armada de una generación
El presidente Gustavo Petro, entre lágrimas, confesó durante su visita a Chile que, tras el derrocamiento de Salvador Allende en el Palacio de La Moneda, tomó la decisión de recurrir a las armas. ¿Qué llevó a un grupo de jóvenes a concluir, a partir de este episodio en Chile que no podían luchar por sus ideales sin acudir a la violencia armada?
Hugo Santiago Caro
Para 1974, mientras en Chile comenzaba uno de los capítulos más oscuros y complicados de su historia, como lo fue la dictadura militar encabezada por el general Augusto Pinochet, en Colombia un grupo de jóvenes, que venían de una decepción electoral con la derrota de Gustavo Rojas Pinilla y su Alianza Nacional Popular (Anapo) frente a Misael Pastrana en las presidenciales de 1970, se terminaban de convencer, viendo al país austral como espejo, de que sus ideas políticas no tenían cabida en la democracia de ese entonces.
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Para 1974, mientras en Chile comenzaba uno de los capítulos más oscuros y complicados de su historia, como lo fue la dictadura militar encabezada por el general Augusto Pinochet, en Colombia un grupo de jóvenes, que venían de una decepción electoral con la derrota de Gustavo Rojas Pinilla y su Alianza Nacional Popular (Anapo) frente a Misael Pastrana en las presidenciales de 1970, se terminaban de convencer, viendo al país austral como espejo, de que sus ideas políticas no tenían cabida en la democracia de ese entonces.
“El 19 de abril de 1970 nos demuestra dramáticamente que no basta con ganar si es que el pueblo no está en condiciones de hacer respetar su triunfo; y el 11 de septiembre de 1973, fecha sangrienta y luctuosa para la causa popular latinoamericana, vino a complementar nuestra experiencia. A los anapistas de Colombia simplemente nos robaron las elecciones; a los compañeros chilenos de la Unidad Popular les entregaron el poder político para luego, cuando empezaron a construir una nueva sociedad, arrebatárselo a sangre y fuego. Estos dos hechos, que no son creaciones imaginarias de nadie, sino que han ocurrido a la luz de todo un continente, tienen necesariamente que hacer reflexionar a la militancia revolucionaria de América Latina”, afirmaba uno de los panfletos de enero de 1974, con los que el M-19 se presentaba en sociedad como grupo armado.
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El mensaje era claro: acompañar una causa popular latinoamericana con las armas para llevar a María Eugenia Rojas, la hija del expresidente y candidata anapista, a la presidencia en las elecciones de agosto de ese 1974.
Lo cierto es que lo que pasaba en Chile acaparaba todos los reflectores de gran parte de Latinoamérica y el mundo. No solamente por el horror de los hechos que se desataron después de que Pinochet y su ejército se tomaran La Moneda y dejaran un rastro de sangre a su paso. Los ojos estaban sobre el país desde 1970, cuando el derrocado (y fallecido) presidente Salvador Allende había llegado al poder: era el primer presidente abiertamente de izquierda, además de marxista, que era elegido popularmente en el continente.
“El impacto en Colombia fue positivo, no tanto en el sentido de que hubiera una alternativa ideológica parecida aquí en Colombia, sino porque de alguna manera demostraba que la institucionalidad daba inclusive para poder legitimar en las elecciones un gobierno que de alguna manera había discrepado de esa misma institucionalidad o había sido inclusive perseguido como podía ser el caso de Allende”, afirma Ernesto Samper, expresidente de Colombia al respecto.
El golpe de Estado a Allende tuvo una trascendencia que no solamente marcó a una generación que ya estaba involucrada en los movimientos sociales y políticos en Colombia y que terminan siendo los fundadores del M-19, sino que también dictó el camino para una generación, si se quiere de adolescentes, que les seguían de cerca los pasos. Allí estaba el hoy presidente de Colombia, Gustavo Petro.
El mismo presidente, entre lágrimas, confesó durante una visita de Estado en el Palacio de La Moneda, el mismo recinto en el que se suicidó Allende al verse asediado, que los hechos del 11 de septiembre de 1973 fueron el detonante de su decisión por las armas. Es decir, de seguir el camino de los fundadores del M-19.
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“Cuando aquí entraron disparando y acabaron al primer presidente de izquierda elegido popularmente en América del Sur en su historia, yo decidí la toma de las armas. No había más. No respetaban el voto popular, no conocía esto (haciendo referencia a su rol de presidente). Es más, no quise venir a Chile, ni a saber de la Casa Negra ni de los lugares del mar de que tanto hablaba Pablo Neruda en muchos años. Y ahí se fue una adolescencia y una juventud, no la mía, la de millones de latinoamericanos”, afirmó Petro visiblemente conmovido.
Sin embargo, en Colombia, la oposición a su gobierno cuestionó el aporte de estas declaraciones en cuanto a beneficios para el país. Para Hernán Cadavid, miembro en la Cámara de Representantes por el Centro Democrático, este es un reflejo de la agenda diplomática del presidente.
“Su esfuerzo diplomático está concentrado en una agenda ideológica y en anuncios. Los viajes del presidente de la República y del canciller, que pocos conocen, no tienen un efecto que se traduzca en beneficios concretos para la ciudadanía. Este es un nuevo ejemplo de lo que representa el gobierno de Gustavo Petro en materia diplomática: anuncios, discusiones sin fundamento y simple integración ideológica”, afirmó.
El presidente se asume allí como miembro de una generación que encarnó la segunda ola de guerrilleros del M-19, a la postre la misma que terminaría desmovilizándose en 1989. Sin embargo, en 1973 Petro tenía solo 13 años, mientras que sus precursores venían de procesos armados y políticos.
Fundadores del grupo guerrillero, como Álvaro Fayad, Jaime Bateman e Iván Marino Ospina, entre otros, habían militado en las Juventudes Comunistas de Colombia y habían hecho parte de las filas de las FARC-EP antes de integrar políticamente la Anapo de Rojas Pinilla. De hecho, Bateman y Ospina (padre del alcalde de Cali, Jorge Iván Ospina) fueron enviados a la Unión Soviética por el partido Comunista de Colombia.
“El tema es cómo los fenómenos electorales fallidos son un caldo de cultivo para las revoluciones. Hay un tránsito desde los grupos que se formaron en los años 60 en Colombia, por ejemplo, que provienen de la guerra entre liberales y conservadores, el movimiento revolucionario en Cuba y China y otros fenómenos. Y si uno lo mira en otros contextos, están los Tupamaros (en Uruguay), los sandinistas (en Nicaragua). En los movimientos más de los años 70, uno ve que es un contexto en el que se comprende mejor qué es la democracia y se concluye por parte de muchas organizaciones o de muchos individuos que están juntos que hay una vía democrática, pero que con alguna frecuencia es fallida”, explica Olga Behar, periodista, investigadora, docente de la Universidad Santiago de Cali y autora de Noches de humo, novela que aborda la historia del M-19 y la toma del Palacio de Justicia en 1985.
El punto de partida de la dictadura en Chile resultó en la juntanza de varias generaciones colombianas que creían que con las armas comenzarían a luchar por una causa que los enfrentó con el Estado y con el narcotráfico. En palabras de Petro en aquella ocasión en La Moneda: “En Colombia estamos un poco acostumbrados, lamentablemente, a que los ríos de sangre sean en vez de la democracia y la justicia. Mi generación joven en Colombia quedó devorada por la violencia”.
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Esas generaciones, ideológicamente alineadas con la Unidad Popular (el partido de Allende), decidieron responder a la violencia que vieron en Chile con más violencia. Un camino que les duró casi 20 años entre la fundación del M-19, en 1974, hasta 1990 con su desmovilización. La diferencia de la existencia de la guerrilla urbana, en términos de tiempo de existencia, frente a la dictadura de Pinochet, es solamente de unos meses. Mientras Chile iniciaba una transición hacia la democracia, el M-19 se reincorporaba hacia la sociedad civil, proceso en el cual una de las condiciones del grupo guerrillero era la convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente, que a la postre sucedería en 1991.
“Decidimos que ese no era el camino. No nos obligaron. No llegó ningún norteamericano a asustarnos. Nos convencimos nosotros mismos de que no era el camino unilateralmente. Le dijimos a toda la generación de combatientes, jóvenes y soñadores, hombres y mujeres de toda la América Latina, que el camino de una revolución armada no era necesario. Y repetimos las palabras de Allende, ingenuos, nos dijeron románticos, va a pasarles lo mismo que Allende y terminamos ganando las elecciones de 1991 y haciendo la Asamblea Nacional Constituyente”, dijo Petro también en La Moneda.
La embajadora de Chile en Colombia, María Inés Ruz, cree que esa experiencia de Petro y el M-19, el darse cuenta de que las armas no son el camino, es la base de las iniciativas de paz que el mandatario, en medio de no pocas críticas, trata de llevar a cabo en su gobierno.
“El presidente retoma esta misma reflexión que hace en La Moneda en el lanzamiento de un nuevo ciclo de negociaciones con el ELN en La Habana y la amplía, en parte haciendo una caracterización del periodo histórico en el que se encuentra hoy en día la humanidad, de los problemas comunes que enfrentamos: cambio climático, pandemias, violencia política y flagelos como el de la droga y el crimen transnacional. Él hace una descripción del momento internacional y señala y dice: ‘¿Y para qué serviría hoy día tomarse el poder por la vía armada? ¿Qué solucionaríamos con eso?’ También le dice a la gente del ELN: ‘Sus nietos no entienden por qué hoy día están ustedes en armas’”, afirma la diplomática.
Ruz concluye afirmando que si bien lo que ocurrió en Chile es el detonante de la lucha armada de Petro, también marca la agenda del hoy presidente, en un momento de la región en el que, afirma, “peligra la democracia en el sentido de que peligran nuestros derechos como seres humanos”.
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