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Las banderas con las Aspas de Borgoña, símbolo del imperio español, volvieron a ondear en Lima esta semana. No es un hecho que debamos pasar por alto: el próximo 28 de julio Perú celebrará el bicentenario de su proclamación de independencia. ¿Qué hacía entonces este emblema de los conquistadores recorriendo la llamada “Ciudad de los Reyes” a tan poco tiempo de una fecha así de particular? La respuesta está entre los seguidores de la candidata presidencial Keiko Fujimori.
En medio de las protestas por supuesto fraude electoral en Perú y contra la ajustada victoria del candidato Pedro Castillo -a falta de la decisión final de los jurados electorales-, los seguidores de Fujimori, acompañados por la política en persona, salieron con estos símbolos y antorchas a marchar y exigir que se anulen más de 200 mil votos para darle así la victoria a la candidata de Fuerza Popular, o más que eso: quitársela a Castillo.
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Los colores de las Aspas de Borgoña, también conocida como la Cruz de Borgoña, nunca se han ido de Perú. Dentro de un sector de la población persiste el sentimiento de idolatría al imperio español. Hay que recordar que Perú fue un país crítico a los procesos revolucionarios de los siglos XVIII y XIX, por un lado. Pero por otro lado, este es un recordatorio permanente del desprecio que se ha tejido durante muchos años dentro de la élite política y económica local por el mestizaje, el sector rural y la selva peruana. Sin embargo, ese grupo que mantiene un culto al imperio español, y que encabezan figuras como el nobel Mario Vargas Llosa, es solo uno de los que componían el voto por Fujimori y que hoy se encuentra en las calles.
Cabe resaltar aquí que, más que un apoyo a la candidata, todos ellos forman parte de una resistencia a la victoria de Castillo.
“Fujimori ya ha perdido tres veces unos comicios en segunda vuelta. Esta es una de las razones por las que a nivel interno la derecha está rompiendo con ella, porque no ha logrado obtener el poder”, apunta Fernando Leyton, periodista peruano, quien resume que no todos protestan a favor de Fujimori, sino más en contra de Castillo y de la llegada de la izquierda.
Hoy, con un país partido en dos, es importante reconocer cómo están conformados los dos bandos. A esos entusiastas del imperio español hay que sumarles los ultraderechistas, la clase alta acomodada de Lima, y grupos neonazis como Acción Legionaria, que busca el “nacionalismo auténtico peruano”. Todos ellos forman parte de los que salen a las calles limeñas a pedir la anulación de votos. Algo que siempre han intentado las élites limeñas: reducir el universo de votantes.
“Este fenómeno no es nuevo. Siempre ha existido una intención de las élites limeñas de eliminar o anular el voto de las regiones, de la sierra, de la selva. En 1896, por ejemplo, establecieron el sufragio directo y eliminaron el voto de la población que no sabía ni leer ni escribir. El resultado fue reducir el universo de votantes a hombres adultos, urbanos, alfabetizados y blancos. Y esto revela la ansiedad por temor a perder el monopolio y el control político”, señaló el profesor de historia José Ragas de la Universidad Católica de Chile.
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También hay que destacar a los jóvenes de los sectores acomodados de Lima que salen a marchar para denunciar fraude. En entrevistas han dejado ver que desconocen el contexto real, solo no quieren caer en “el comunismo” que sus familias o canales de televisión les han hecho ver como “la peor de las pesadillas”. “Cuando se les preguntan sobre comunismo no saben qué responder”, cuenta Ragas, quien ha estado pendiente de las marchas en medios locales.
En máxima alerta
“El perfil del limeño no hay solo uno. Cabe destacar que no todos son fascistas. Pero coinciden, en especial en esta segunda vuelta, en esta suerte de miedo y anticomunismo”, destaca José Ragas, de la Universidad Católica de Chile.
Como explica Ragas, no se puede meter a todos los que apoyan a Fujimori en una misma bolsa. No todos son fascistas. Algunos actuaron por miedo al comunismo simplemente o aversión a la izquierda, incluso por temor a la improvisación de Castillo. Pero sobre la facción fascista de seguidores de Fujimori hay que resaltar la actitud de los medios de comunicación que apostaron por la candidata. Algunos, incluso, están dispuestos a que haya un golpe, a que los militares se tomen el poder con tal de no caer en un gobierno de izquierda.
“Si van a hacer una movilización, tiene que ser en la Plaza San Martín o en el Shearton, y de ahí, claro lo digo, tienen que tomar el Palacio de Gobierno. Van por Lampa, Carabaya y tienen que tomar el Palacio en acto pacífico, caminen, no habrá ningún policía que los detenga”, dijo el presentador de noticias de la cadena Willax, Philip Butters, en una clara invitación a la sedición.
En redes sociales, y en chats de la clase acomodada limeña que se han difundido en estas, también se puede ver la incitación a un golpe. El continente debería prestar mucha atención a esto, pues las declaraciones que circulan muestran el nivel de tensión que hay de momento, y una crisis podría explotar en cualquier instante. El jueves, cientos de militares en retiro firmaron una carta dirigida al Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas de Perú para “intervenir” en el país y “prevenir” que asuma un presidente “usurpador”, pues creen en la teoría de un supuesto fraude, aún no demostrado.
“A mí me habían dicho que era la izquierda la que iba a instalar un totalitarismo dictatorial, pero ya ves que los discursos de este tipo han venido del otro lado, lo cual refleja que no se defienden convicciones democráticas, sino intereses particulares”, reflexiona el analista político Gonzalo Banda. “Acá está extendida la idea de que la derecha peruana secuestró la palabra ‘democracia’ para camuflar sus ánimos más bien autoritarios”, agrega Leyton.
Y, ¿qué hay del otro lado?
Los votantes de Castillo también se han manifestado en Lima. Ese “pueblo olvidado”, a veces mal llamado “Perú profundo”, llegó a la capital desde el altiplano a defender el voto que le quieren arrebatar.
“Estamos indignados por todas las mesas que nos han impugnado, somos el pueblo olvidado, es por eso nuestra protesta”, “ya hemos elegido a nuestro presidente de la República que es Pedro Castillo Terrones, estamos aquí para defender nuestro voto por una causa justa”, “nosotros nos vamos a quedar hasta las últimas consecuencias”, son las voces del otro lado de la protesta, las voces de cientos de campesinos e indígenas que les pedían a las autoridades electorales de Perú celeridad en el conteo. Ellos son en gran medida quienes impulsaron al candidato de izquierda a estar tan cerca de la presidencia. ¿Por qué?
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Masticando hojas de coca y con látigos en la mano, Castillo recorría los senderos de un caserío en la región de Cajamarca, antes de ser candidato presidencial. Pertenecía a las rondas campesinas, una suerte de policía comunitaria muy respetada por los lugareños, que carece de reconocimiento oficial. Durante la década de 1980 estas organizaciones se extendieron en casi todo el territorio rural peruano para contener las incursiones de la guerrilla maoísta Sendero Luminoso. “Las rondas surgieron como una respuesta a la carencia de protección estatal de los derechos de las personas de la zona rural”, dijo el rondero Segundo Belizario Heredia Idrogo, de 61 años, a la Afp.
“En segunda vuelta siempre es complicado tipificar a los votantes porque hay coaliciones. Pero los que votaron por Castillo, a nivel demográfico, están principalmente en la sierra y en la selva. Son personas que están buscando un cambio, y que lo eligieron por dos razones: por la crisis derivada de la pandemia, Perú tiene la tasa de mortalidad más alta a escala mundial; y por el agotamiento del modelo económico neoliberal. Esas dos cosas generaron que muchos sectores poblacionales fueran olvidados”, explica José Ragas.
Además, Castillo tiene a su favor lo que Carlos Meléndez, académico de la Universidad Diego Portales, describe como la identidad política negativa más importante en Perú: el antifujimorismo. “Se trata de una postura ideológicamente a la izquierda y progresista en términos de valores sociales, que aunque no tenga un partido como tal, tiene capacidad de movilización social, y ha impedido que el fujimorismo alcance el poder. Es un movimiento que a la vez refuerza la polarización política del país”, agrega.
Algunos analistas sugieren que Castillo representa ese reclamo de las provincias, del interior, que rechaza un modelo que no llegó a todos los sectores del país. “Él no tiene una trayectoria política reconocida. No es un cuadro ideologizado, no es un ideólogo marxista-leninista, no es un dirigente sindical como Lula da Silva, y no tiene la trayectoria de Evo Morales. Es un outsider con un discurso plebiscitario con un estilo populista que sintoniza con esa rabia contra el statu quo, eso fue lo que lo llevó a la segunda vuelta”, explicó Meléndez.
Tiempo de calmar las aguas
Más que la radicalización, analistas como Banda temían la improvisación de Castillo. El candidato de Perú Libre no solo prometió nacionalizar algunos recursos como el gas natural, sino que dijo que implementaría un modelo de “economía popular con mercados” y que convocaría un referéndum para elegir una Asamblea Nacional Constituyente, propuestas que asustaron a un sector de la población y que algunos analistas tildaron de inviables. Pero ahora, ad portas de una posible presidencia, Castillo moderó su discurso no solo para reducir la tensión que tuvo abarrotadas las calles de Perú, sino también para calmar a la banca internacional, como explica el profesor Ragas. Además, de llegar a la Casa de Gobierno, él no tiene otra opción que negociar con un Congreso en el que no tiene una mayoría clara.
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“Antes de plantear cualquier reforma tendrá una gran oposición en el Congreso, y a él no le quedará otra que concertar. En ese primer balconazo, cuando lo vimos hablar, estaba con Pedro Francke y Hernando Ceballos, que son de una izquierda más moderada, y con eso da un mensaje que lo pone como más presidenciable. A diferencia de Keiko, que se queja del fraude en mesa, Castillo está tratando de dirigirse en un tono de ya soy presidente”, comenta el analista político peruano Gonzalo Banda. “Castillo se ha rodeado de un muy buen equipo técnico, y así ha creado las condiciones para calmar a la banca internacional y además tender puentes”, agrega Ragas.
Esta semana, Pedro Francke, el gurú económico del que se ha fiado Castillo, salió a dar una entrevista en El País de España en la que aseguró que no habrá expropiaciones, que se trabajará en conjunto con el mercado privado para dar más trabajos. Esto va en línea con lo que dice Banda y Ragas: que Castillo, mucho más presidenciable ahora que Fujimori, está tratando de actuar como presidente electo y ser un líder conciliador.
“Castillo ha ido a visitar a los alcaldes de los distritos donde su contrincante recibió la más alta votación. Se entrevistó con ellos, hay fotos dándose la mano. Se reunió hasta con candidatos que quedaron en primera vuelta como Julio Guzmán del Partido Morado. Esta traba que está poniendo (Fujimori) impide que haya una transición más ordenada y formal. Pero eso no implica que Castillo no siga dialogando y buscando el consenso no solamente con políticos de su línea, sino también con todas las bases sociales a nivel nacional”, concluyó el profesor Ragas.
¿Lecciones para el 2022?
Ya lo vimos en EE. UU. con un candidato presidencial que resultó ser un mal perdedor. Donald Trump no solo impulsó decenas de batallas legales para intentar revertir los resultados de las elecciones de noviembre, sino que también violó todas las leyes y protocolos para asegurarse la continuidad, y animó a sus seguidores a promover sus teorías conspirativas sobre fraude electoral. Esto le dio pie al presidente Jair Bolsonaro para invocar al fantasma del fraude electoral en su país, incluso antes de los comicios del próximo año. “Si usamos el voto electrónico en 2022, ocurrirá lo mismo”, comentó Bolsonaro en enero, exactamente cuatro días después de la toma del Capitolio por parte de los simpatizantes de Trump.
Y Keiko Fujimori no dudó en irse por la misma línea, pidió al órgano electoral de Perú que anulara 200.000 votos del balotaje, que favorecían por estrecho margen a su rival izquierdista. ¿Se podría repetir el escenario en otros países de la región? “Es importante que las instituciones garanticen unas elecciones transparentes, porque siempre van a existir candidatos, como Fujimori y Trump, que cuestionen los resultados para crear caos y así tratar de obtener el poder”, asevera Ragas. Ahora, la otra pregunta es, ¿puede llegar una nueva generación de gobiernos de izquierda a la región?
El caso peruano evidencia que el eje izquierda-derecha está obsoleto, y como esencia queda el populismo y el nacionalismo, y eso es a lo que se enfrenta la región. Pero Ragas advierte que lo que puede ocurrir en Colombia o Brasil es que en los resultados se vea un voto de protesta frente al manejo de la pandemia y la crisis económica.
“Hay factores individuales que pueden crear una segunda ola de gobiernos progresistas, algo que aterra mucho a ciertos sectores. Ya lo vivimos hace un tiempo cuando en un mismo momento estaba Hugo Chávez, Evo Morales, Cristina Fernández, Michelle Bachelet y Lula da Silva”. Puede pasar, dice Ragas, pero esto se mueve en bloques, y hay muchos factores que pueden cambiar el curso de la política en la región.
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Lo que sí se puede anticipar, dados los casos de las elecciones en Perú y antes en Bolivia, es que Colombia y Brasil, los dos países que enfrentan procesos electorales claves el próximo año, se vuelvan el epicentro de la geopolítica en la región y del enfrentamiento entre ideologías de izquierda y de derecha así como le pasó a Lima.
Sin que terminara el conteo de votos, los presidentes de Argentina, Bolivia y Nicaragua -todos de izquierda- felicitaron a Castillo por su victoria de manera prematura. Entre tanto, la derecha latinoamericana, incluso la española, protestaron por el conteo y denunciaron fraude. Con estos antecedentes, no es de extrañar que Bogotá y Brasilia se vuelvan el foco de los enfrentamientos entre izquierda y derecha, mientras a nivel interno se debaten entre populismos y nacionalismos.