El poder en tiempos de covid-19
Esta crisis no solo atañe a los gobernantes; es el involucramiento definitivo del individuo de manera personal en la toma de decisiones con incidencia pública.
Pedro Viveros - Especial para El Espectador
El padre del conservador primer ministro de Inglaterra, Boris Jonhson, dijo en una entrevista para la televisión inglesa que a pesar de las decisiones de su hijo de guardar a los londinenses mayores de 70 años para combatir la covid-19, él se iba al pub de la esquina como lo había hecho siempre. El presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, entrega abrazos y besos, y encarga la suerte de sus ciudadanos a unas medallas religiosas y a un billete de dólar al tiempo que dice: “Es el amor del pueblo que me cura el coronavirus”. El presidente de Bielorrusia, Alexandr Lukashenko, recomienda a sus ciudadanos que lo mejor para esta pandemia es tomar vodka y cultivar el campo, y el día que Rusia cerró las fronteras con ese país su reacción fue protestar, seguramente, porque no iban a tener abastecimiento de la famosa bebida rusa. Donald Trump decía a comienzos de marzo que su país tenía todo lo necesario para afrontar el “virus chino” usado, según él, por los demócratas para sacarlo de la Casa Blanca. En tiempos de crisis se mide el talante de los mandatarios. O en palabras de Winston Churchill, que conoció de turbulencias: “Nunca dejes que una buena crisis se desperdicie”.
Angela Merkel, con la sensatez proverbial de los alemanes, anunció al mundo la verdad sobre el 70 % de potenciales contagios y añadió sin ambages: “Alemania enfrenta la peor crisis desde la Segunda Guerra Mundial”. El manejo de un riesgo de gobierno tiene múltiples metodologías. Tal vez la más usada sea salir rápido, bien informado, y decir siempre la verdad por dura que esta sea. Lo que nadie previó con una pandemia de este tipo de coronavirus —que, por sus características, al estar encapsulado y entrar en el organismo hasta lo más profundo de nuestras cavidades— era que luego de salir del cuerpo al contacto de nuevo con el aire contagiaría de manera rápida e invisible a muchos humanos sin distinción de raza, credo, condición política, riqueza o nacionalidad. A esto se enfrentan cada minuto los líderes del mundo de hoy.
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El momento más sanguinario del siglo pasado fue la Segunda Guerra Mundial. Los aliados sabían quién era el enemigo y Adolfo Hitler tenía claro su despropósito político. En otras palabras, los rivales tenían rostro y territorio. En la crisis del 11 de septiembre de 2001, los ataques eran visibles. Los aviones y sus consecuencias tenían unas víctimas concentradas en un sitio demográfico específico. El autor de este crimen estaba localizado en un área que años después conoció el mundo. Lo más cercano a este trance que padecemos en la actualidad fue el síndrome respiratorio conocido como Sars, originado en la población de Foshan, en China, en el año 2002, cuando el mundo no conocía de teléfonos inteligentes, de la velocidad de internet y de la interconexión humana con otras regiones del planeta que apenas comenzaban a surgir como costumbre masificada. La conducción de esta dificultad se hizo “by the book”. Hubo control de los mensajes entre los presidentes y una versión centralizada de la Organización Mundial de la Salud, mientras los agentes gubernamentales en cada país llamaban a la calma de una amenaza que involucró un adversario sin rostro, pero en un mundo controlado.
La actual situación ha hecho que ocurran fenómenos improbables hasta hace unas semanas. Un crucero inglés deambuló por las aguas del océano sin que nadie lo pudiera acoger, hasta que las autoridades del régimen cubano lo recibieron con sus medidas de salubridad reconocidas en el mundo. Una teleconferencia logró que los ministros de Salud de Colombia y Venezuela pudieran intercambiar información sobre la situación de sanidad de sus países que no tenían desde 2007. Y una alcaldesa de Guayaquil, con covid-19, impidió por medio de un bloqueo vehicular a la pista del aeropuerto que unos aviones humanitarios recogieran ciudadanos. Las crisis sacan lo peor y lo mejor del ser humano.
En la república rusa la mano férrea de Vladimir Putin tiene bajo su mando las cifras de ciudadanos con el virus y los afectados, pero también tiene el manejo de la agenda informativa de “su Estado”. Para algunos esa es la mejor fórmula para conducir una situación con impacto humanitario. Así como para otros la forma es como se solucionó el origen de la enfermedad en Wuhan, cuando el premier chino y todo poderoso Xi Jinpin encerró en sus hogares a 50 millones de habitantes por dos meses, abasteciéndolos de hospitales y alimentación gratuita durante esta dura jornada. Lo solucionó a la manera de una nación que tiene el control y la vigilancia del aparato del Partido Comunista Chino y una chequera inconmensurable. Este líder manejó la información y la evolución con las características de su entorno.
Lea también: ¿Cómo les ha ido a las tiendas de barrio tras anuncio de cuarentena?
En Colombia la forma de enfrentar esta amenaza ha sido gradualista. Desde diciembre del año pasado, el Gobierno Nacional comenzó un rastreo del impacto del virus en el mundo y en nuestra nación. La designación de un ministro de Salud especialista en epidemiología fue un acierto. Luego, el presidente Iván Duque conformó un equipo de trabajo en el frente económico y social. Determinó con ponderación varios decretos de la emergencia en cada uno de estos aspectos y, con correcciones y salidas en falso, ha ido mostrando cómo equilibrar la protección de los colombianos en su existencia y en su subsistencia. El mandatario peruano, Martín Vizcarra, decidió clausurar el país de una buena vez, y el chileno, Sebastián Piñera, quien manejó la crisis de los mineros en 2010, decidió esta vez declarar la situación como catástrofe nacional antes de cerrar completamente su país.
Esta crisis por la que pasamos hoy no solo atañe a los gobernantes nacionales o locales, sino que es el involucramiento definitivo del individuo de manera personal en la toma de decisiones con incidencia pública internacional. Ojalá nos permita reflexionar al estilo que recomienda Jared Diamond en su libro Crisis: ¿Qué he hecho mal? ¿Cómo pude equivocarme tanto? ¿Habrá acaso una próxima oportunidad? Esta mezcla de emociones y no de percepciones hace que el manejo del coronavirus les plantee a las escuelas de administración, ciencias políticas y comunicación el reto de establecer nuevos manuales para enfrentar casos similares que sin duda vendrán a futuro. Todos cambiamos desde ese 1° de diciembre en Wuhan.
* Estamos cubriendo de manera responsable esta pandemia, parte de eso es dejar sin restricción todos los contenidos sobre el tema que puedes consultar en el especial sobre Coronavirus.
El padre del conservador primer ministro de Inglaterra, Boris Jonhson, dijo en una entrevista para la televisión inglesa que a pesar de las decisiones de su hijo de guardar a los londinenses mayores de 70 años para combatir la covid-19, él se iba al pub de la esquina como lo había hecho siempre. El presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, entrega abrazos y besos, y encarga la suerte de sus ciudadanos a unas medallas religiosas y a un billete de dólar al tiempo que dice: “Es el amor del pueblo que me cura el coronavirus”. El presidente de Bielorrusia, Alexandr Lukashenko, recomienda a sus ciudadanos que lo mejor para esta pandemia es tomar vodka y cultivar el campo, y el día que Rusia cerró las fronteras con ese país su reacción fue protestar, seguramente, porque no iban a tener abastecimiento de la famosa bebida rusa. Donald Trump decía a comienzos de marzo que su país tenía todo lo necesario para afrontar el “virus chino” usado, según él, por los demócratas para sacarlo de la Casa Blanca. En tiempos de crisis se mide el talante de los mandatarios. O en palabras de Winston Churchill, que conoció de turbulencias: “Nunca dejes que una buena crisis se desperdicie”.
Angela Merkel, con la sensatez proverbial de los alemanes, anunció al mundo la verdad sobre el 70 % de potenciales contagios y añadió sin ambages: “Alemania enfrenta la peor crisis desde la Segunda Guerra Mundial”. El manejo de un riesgo de gobierno tiene múltiples metodologías. Tal vez la más usada sea salir rápido, bien informado, y decir siempre la verdad por dura que esta sea. Lo que nadie previó con una pandemia de este tipo de coronavirus —que, por sus características, al estar encapsulado y entrar en el organismo hasta lo más profundo de nuestras cavidades— era que luego de salir del cuerpo al contacto de nuevo con el aire contagiaría de manera rápida e invisible a muchos humanos sin distinción de raza, credo, condición política, riqueza o nacionalidad. A esto se enfrentan cada minuto los líderes del mundo de hoy.
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El momento más sanguinario del siglo pasado fue la Segunda Guerra Mundial. Los aliados sabían quién era el enemigo y Adolfo Hitler tenía claro su despropósito político. En otras palabras, los rivales tenían rostro y territorio. En la crisis del 11 de septiembre de 2001, los ataques eran visibles. Los aviones y sus consecuencias tenían unas víctimas concentradas en un sitio demográfico específico. El autor de este crimen estaba localizado en un área que años después conoció el mundo. Lo más cercano a este trance que padecemos en la actualidad fue el síndrome respiratorio conocido como Sars, originado en la población de Foshan, en China, en el año 2002, cuando el mundo no conocía de teléfonos inteligentes, de la velocidad de internet y de la interconexión humana con otras regiones del planeta que apenas comenzaban a surgir como costumbre masificada. La conducción de esta dificultad se hizo “by the book”. Hubo control de los mensajes entre los presidentes y una versión centralizada de la Organización Mundial de la Salud, mientras los agentes gubernamentales en cada país llamaban a la calma de una amenaza que involucró un adversario sin rostro, pero en un mundo controlado.
La actual situación ha hecho que ocurran fenómenos improbables hasta hace unas semanas. Un crucero inglés deambuló por las aguas del océano sin que nadie lo pudiera acoger, hasta que las autoridades del régimen cubano lo recibieron con sus medidas de salubridad reconocidas en el mundo. Una teleconferencia logró que los ministros de Salud de Colombia y Venezuela pudieran intercambiar información sobre la situación de sanidad de sus países que no tenían desde 2007. Y una alcaldesa de Guayaquil, con covid-19, impidió por medio de un bloqueo vehicular a la pista del aeropuerto que unos aviones humanitarios recogieran ciudadanos. Las crisis sacan lo peor y lo mejor del ser humano.
En la república rusa la mano férrea de Vladimir Putin tiene bajo su mando las cifras de ciudadanos con el virus y los afectados, pero también tiene el manejo de la agenda informativa de “su Estado”. Para algunos esa es la mejor fórmula para conducir una situación con impacto humanitario. Así como para otros la forma es como se solucionó el origen de la enfermedad en Wuhan, cuando el premier chino y todo poderoso Xi Jinpin encerró en sus hogares a 50 millones de habitantes por dos meses, abasteciéndolos de hospitales y alimentación gratuita durante esta dura jornada. Lo solucionó a la manera de una nación que tiene el control y la vigilancia del aparato del Partido Comunista Chino y una chequera inconmensurable. Este líder manejó la información y la evolución con las características de su entorno.
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En Colombia la forma de enfrentar esta amenaza ha sido gradualista. Desde diciembre del año pasado, el Gobierno Nacional comenzó un rastreo del impacto del virus en el mundo y en nuestra nación. La designación de un ministro de Salud especialista en epidemiología fue un acierto. Luego, el presidente Iván Duque conformó un equipo de trabajo en el frente económico y social. Determinó con ponderación varios decretos de la emergencia en cada uno de estos aspectos y, con correcciones y salidas en falso, ha ido mostrando cómo equilibrar la protección de los colombianos en su existencia y en su subsistencia. El mandatario peruano, Martín Vizcarra, decidió clausurar el país de una buena vez, y el chileno, Sebastián Piñera, quien manejó la crisis de los mineros en 2010, decidió esta vez declarar la situación como catástrofe nacional antes de cerrar completamente su país.
Esta crisis por la que pasamos hoy no solo atañe a los gobernantes nacionales o locales, sino que es el involucramiento definitivo del individuo de manera personal en la toma de decisiones con incidencia pública internacional. Ojalá nos permita reflexionar al estilo que recomienda Jared Diamond en su libro Crisis: ¿Qué he hecho mal? ¿Cómo pude equivocarme tanto? ¿Habrá acaso una próxima oportunidad? Esta mezcla de emociones y no de percepciones hace que el manejo del coronavirus les plantee a las escuelas de administración, ciencias políticas y comunicación el reto de establecer nuevos manuales para enfrentar casos similares que sin duda vendrán a futuro. Todos cambiamos desde ese 1° de diciembre en Wuhan.
* Estamos cubriendo de manera responsable esta pandemia, parte de eso es dejar sin restricción todos los contenidos sobre el tema que puedes consultar en el especial sobre Coronavirus.