El poder extraordinario del Diálogo+, de escuchar y ser escuchado
Muchos de nosotros hemos aprendido a equiparar el diálogo con el debate, cuando en realidad son polos opuestos.
Peter T. Coleman y Esteban Guerrero
Parece algo irónico que un estadounidense (Coleman) sea coautor de una columna de opinión sobre el poder del diálogo en Colombia en el Día de su Independencia, desde una nación (Estados Unidos) donde el diálogo está profundamente ausente en el discurso político. En Colombia, el término “diálogo” (como en Diálogos de Paz) tiene una connotación particularmente negativa para el 50 % del país que se opuso a la negociación del Acuerdo de Paz con las FARC, viéndolo como un acuerdo con una aproximación “blanda” y demasiado “larga” para resolver el conflicto.
Entonces, definamos nuestros términos. Muchos de nosotros hemos aprendido a equiparar el diálogo con el debate, cuando en realidad son polos opuestos. El debate, al igual que la negociación competitiva, es esencialmente un juego estratégico de argumentación donde el objetivo principal es prevalecer sobre el oponente. Como tal, quienes debaten suelen escuchar atentamente los argumentos de sus oponentes para identificar fallas en su lógica y luego utilizarlas como arma para sumar puntos y ganar el juego. Esto implica un proceso cognitivo estricto y vigilante de identificación de errores. Por supuesto, el debate puede tener un propósito útil en el discurso político, pero a menudo se lo considera la única forma de comunicación política.
El diálogo, por el contrario, es un proceso más abierto de exploración, descubrimiento y aprendizaje. Cuando el diálogo se realiza bien, a menudo conduce a nuevos conocimientos sobre los temas en discusión (especialmente sobre sus niveles de complejidad y los dilemas inherentes a las soluciones propuestas), así como a conocimientos más profundos sobre los propios oradores; sus historias y experiencias personales. Estos procesos usualmente se realizan a propósito con facilitadores experimentados que introducen y hacen cumplir pautas de conversación sobre escucha respetuosa por turnos.
De hecho, la evidencia ha demostrado que los diálogos bien facilitados introducen dos fuerzas poderosas en las comunicaciones políticas: escuchar a la otra parte y ser escuchado. En un notable conjunto de estudios sobre el diálogo entre miembros de grupos de alto y bajo poder (israelíes y palestinos en Oriente Medio y ciudadanos estadounidenses e inmigrantes que entraron de forma ilegal a Estados Unidos), se encontró que estas dos fuerzas tenían efectos diferentes para los miembros de distintos grupos. Los cambios positivos en las actitudes hacia el grupo excluido fueron mayores para los inmigrantes mexicanos y los palestinos (poder relativamente menor) después de “dar una perspectiva” o ser escuchados por el otro durante un diálogo, y para los estadounidenses blancos y los israelíes (poder superior) después de “tomar una perspectiva” o escuchar sobre las experiencias personales del otro. Parece haber algo particularmente humanizador que sucede cuando escuchamos y somos escuchados por otras personas con quienes discrepamos en cuestiones importantes.
En una era de grave polarización política, la percepción errónea de los grupos excluidos y el vilipendio del oponente (en la que actualmente están atrapadas nuestras dos sociedades), el diálogo es un primer paso necesario, pero insuficiente. Los estudios encuentran que el diálogo es a menudo esencial –y ciertamente beneficioso– para reducir la desconfianza y establecer un mínimo de relación entre miembros de grupos hostiles antes de pasar a debatir o negociar cuestiones y resolver problemas. En otras palabras, escuchar y ser escuchado por la otra parte ayuda a establecer una base sólida para una negociación y una acción conjunta efectivas. Esta combinación de diálogo + debate + acción conjunta es lo que llamamos Diálogo+.
Desafortunadamente, el diálogo está prácticamente ausente del discurso político de nuestras sociedades y rara vez se enseña en las escuelas o lo aplican nuestros líderes. Hoy en día, la mayor parte de la comunicación política en los medios, las redes sociales y en nuestras comunidades locales toma la forma de ataques y contraataques.
¿Cómo se podría ver el poder del diálogo en Colombia? Tomemos como ejemplo Compomiso Valle. Esta iniciativa, creada en Cali en 2021 en respuesta al descontento social en las calles, comenzó cuando un grupo de líderes empresariales entendió que responder a los manifestantes con medidas punitivas tradicionales tendría poco efecto positivo al final. Después de analizar los datos de las redes sociales de los “puntos calientes” de los disturbios en Cali, descubrieron que ambas partes en el conflicto estaban utilizando estas plataformas como armas, lo que generaba una mayor polarización. Sin embargo, también descubrieron en los datos un tercer grupo resonante que pedía mejores oportunidades por parte de los propios manifestantes. Entonces, el grupo de empresarios comenzó a comunicarse con empresas locales, educadores y organizaciones comunitarias para identificar recursos existentes para ofrecerles a los manifestantes y, una vez identificados, “hackearon” las redes sociales del área para compartir detalles específicos sobre las ofertas.
De hecho, extraer datos de las redes sociales de la comunidad local fue una forma innovadora de “escuchar” las necesidades fundamentales de los manifestantes. Pero, en última instancia, el diálogo tuvo éxito porque los manifestantes fueron escuchados y atendidos, mientras quienes estaban en el poder los escucharon y respondieron ofreciéndoles oportunidades genuinas. Este proceso transformó la falta de confianza inicial en las relaciones entre los manifestantes, las empresas y el gobierno local de manera que condujo a una reducción de los disturbios, a la reanudación de la estabilidad empresarial y a la reconstrucción de la confianza social.
Peter T. Coleman es profesor de psicología y educación en la Universidad de Columbia, cuyo último libro es “The Way Out: How to Overcome Toxic Polarization”.
Esteban Guerrero es un estratega y analista de conversación política digital con más de una década de experiencia en el panorama político digital en Colombia.
📧 📬 🌍 Semana a semana tendremos un resumen de las noticias que nos harán sentir que No es el fin del mundo. Si desea inscribirse y recibir todos los lunes nuestro newsletter, puede hacerlo en el siguiente enlace.
👀🌎📄 ¿Ya se enteró de las últimas noticias en el mundo? Invitamos a verlas en El Espectador.
Si le interesan los temas internacionales, quiere opinar sobre nuestro contenido o recibir más información, escríbanos al correo mmedina@elespectador.com o aosorio@elespectador.com
Parece algo irónico que un estadounidense (Coleman) sea coautor de una columna de opinión sobre el poder del diálogo en Colombia en el Día de su Independencia, desde una nación (Estados Unidos) donde el diálogo está profundamente ausente en el discurso político. En Colombia, el término “diálogo” (como en Diálogos de Paz) tiene una connotación particularmente negativa para el 50 % del país que se opuso a la negociación del Acuerdo de Paz con las FARC, viéndolo como un acuerdo con una aproximación “blanda” y demasiado “larga” para resolver el conflicto.
Entonces, definamos nuestros términos. Muchos de nosotros hemos aprendido a equiparar el diálogo con el debate, cuando en realidad son polos opuestos. El debate, al igual que la negociación competitiva, es esencialmente un juego estratégico de argumentación donde el objetivo principal es prevalecer sobre el oponente. Como tal, quienes debaten suelen escuchar atentamente los argumentos de sus oponentes para identificar fallas en su lógica y luego utilizarlas como arma para sumar puntos y ganar el juego. Esto implica un proceso cognitivo estricto y vigilante de identificación de errores. Por supuesto, el debate puede tener un propósito útil en el discurso político, pero a menudo se lo considera la única forma de comunicación política.
El diálogo, por el contrario, es un proceso más abierto de exploración, descubrimiento y aprendizaje. Cuando el diálogo se realiza bien, a menudo conduce a nuevos conocimientos sobre los temas en discusión (especialmente sobre sus niveles de complejidad y los dilemas inherentes a las soluciones propuestas), así como a conocimientos más profundos sobre los propios oradores; sus historias y experiencias personales. Estos procesos usualmente se realizan a propósito con facilitadores experimentados que introducen y hacen cumplir pautas de conversación sobre escucha respetuosa por turnos.
De hecho, la evidencia ha demostrado que los diálogos bien facilitados introducen dos fuerzas poderosas en las comunicaciones políticas: escuchar a la otra parte y ser escuchado. En un notable conjunto de estudios sobre el diálogo entre miembros de grupos de alto y bajo poder (israelíes y palestinos en Oriente Medio y ciudadanos estadounidenses e inmigrantes que entraron de forma ilegal a Estados Unidos), se encontró que estas dos fuerzas tenían efectos diferentes para los miembros de distintos grupos. Los cambios positivos en las actitudes hacia el grupo excluido fueron mayores para los inmigrantes mexicanos y los palestinos (poder relativamente menor) después de “dar una perspectiva” o ser escuchados por el otro durante un diálogo, y para los estadounidenses blancos y los israelíes (poder superior) después de “tomar una perspectiva” o escuchar sobre las experiencias personales del otro. Parece haber algo particularmente humanizador que sucede cuando escuchamos y somos escuchados por otras personas con quienes discrepamos en cuestiones importantes.
En una era de grave polarización política, la percepción errónea de los grupos excluidos y el vilipendio del oponente (en la que actualmente están atrapadas nuestras dos sociedades), el diálogo es un primer paso necesario, pero insuficiente. Los estudios encuentran que el diálogo es a menudo esencial –y ciertamente beneficioso– para reducir la desconfianza y establecer un mínimo de relación entre miembros de grupos hostiles antes de pasar a debatir o negociar cuestiones y resolver problemas. En otras palabras, escuchar y ser escuchado por la otra parte ayuda a establecer una base sólida para una negociación y una acción conjunta efectivas. Esta combinación de diálogo + debate + acción conjunta es lo que llamamos Diálogo+.
Desafortunadamente, el diálogo está prácticamente ausente del discurso político de nuestras sociedades y rara vez se enseña en las escuelas o lo aplican nuestros líderes. Hoy en día, la mayor parte de la comunicación política en los medios, las redes sociales y en nuestras comunidades locales toma la forma de ataques y contraataques.
¿Cómo se podría ver el poder del diálogo en Colombia? Tomemos como ejemplo Compomiso Valle. Esta iniciativa, creada en Cali en 2021 en respuesta al descontento social en las calles, comenzó cuando un grupo de líderes empresariales entendió que responder a los manifestantes con medidas punitivas tradicionales tendría poco efecto positivo al final. Después de analizar los datos de las redes sociales de los “puntos calientes” de los disturbios en Cali, descubrieron que ambas partes en el conflicto estaban utilizando estas plataformas como armas, lo que generaba una mayor polarización. Sin embargo, también descubrieron en los datos un tercer grupo resonante que pedía mejores oportunidades por parte de los propios manifestantes. Entonces, el grupo de empresarios comenzó a comunicarse con empresas locales, educadores y organizaciones comunitarias para identificar recursos existentes para ofrecerles a los manifestantes y, una vez identificados, “hackearon” las redes sociales del área para compartir detalles específicos sobre las ofertas.
De hecho, extraer datos de las redes sociales de la comunidad local fue una forma innovadora de “escuchar” las necesidades fundamentales de los manifestantes. Pero, en última instancia, el diálogo tuvo éxito porque los manifestantes fueron escuchados y atendidos, mientras quienes estaban en el poder los escucharon y respondieron ofreciéndoles oportunidades genuinas. Este proceso transformó la falta de confianza inicial en las relaciones entre los manifestantes, las empresas y el gobierno local de manera que condujo a una reducción de los disturbios, a la reanudación de la estabilidad empresarial y a la reconstrucción de la confianza social.
Peter T. Coleman es profesor de psicología y educación en la Universidad de Columbia, cuyo último libro es “The Way Out: How to Overcome Toxic Polarization”.
Esteban Guerrero es un estratega y analista de conversación política digital con más de una década de experiencia en el panorama político digital en Colombia.
📧 📬 🌍 Semana a semana tendremos un resumen de las noticias que nos harán sentir que No es el fin del mundo. Si desea inscribirse y recibir todos los lunes nuestro newsletter, puede hacerlo en el siguiente enlace.
👀🌎📄 ¿Ya se enteró de las últimas noticias en el mundo? Invitamos a verlas en El Espectador.
Si le interesan los temas internacionales, quiere opinar sobre nuestro contenido o recibir más información, escríbanos al correo mmedina@elespectador.com o aosorio@elespectador.com