Pensadores globales 2024: el progreso en peligro
El premio nobel de economía 2015 revisa los peligros sanitarios y políticos que enfrenta el mundo.
Angus Deaton | Especial para El Espectador
Han pasado diez años desde que escribí El gran escape, un libro que narra las mejoras que ha tenido la vida de los seres humanos en los últimos dos siglos y medio, sobre todo en términos de longevidad y nivel de vida material. Pero ese decenio no ha tratado bien a mi relato mayoritariamente positivo. Mi observación de que «hoy la vida es mejor que en cualquier otro momento de la historia» puede haber sido acertada en 2013, pero es probable que ya no lo sea, incluso para una persona típica. La pregunta es si será un retroceso transitorio o el inicio de algo peor. ¿Habrá que reescribir el relato básico a la luz de los acontecimientos recientes?
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Han pasado diez años desde que escribí El gran escape, un libro que narra las mejoras que ha tenido la vida de los seres humanos en los últimos dos siglos y medio, sobre todo en términos de longevidad y nivel de vida material. Pero ese decenio no ha tratado bien a mi relato mayoritariamente positivo. Mi observación de que «hoy la vida es mejor que en cualquier otro momento de la historia» puede haber sido acertada en 2013, pero es probable que ya no lo sea, incluso para una persona típica. La pregunta es si será un retroceso transitorio o el inicio de algo peor. ¿Habrá que reescribir el relato básico a la luz de los acontecimientos recientes?
Es muy fácil pensar solamente en las amenazas actuales, sin prestar atención al pasado y desestimando las fuerzas que a largo plazo se han impuesto incluso frente a terribles reveses. Pero no debemos olvidar que contamos con un enorme acervo de conocimiento útil, más que lo que haya tenido cualquiera de nuestros predecesores. Aunque no nos servirá para resolver cada problema urgente, tampoco es algo que se pierda u olvide fácilmente.
También debemos recordar el cómo y el porqué de las mejoras del pasado; de qué manera el deseo de eludir la pobreza, la enfermedad y la muerte trajo consigo avances sostenidos. Las soluciones no fueron casi nunca inmediatas, pero desde la Ilustración, el triunfo de la razón sobre la obediencia acrítica y el dogma produjo respuestas cada vez más fiables a un sinfín de preguntas, viejas y nuevas. Sólo por dar un ejemplo notable, la teoría microbiana de la enfermedad proveyó a la humanidad uno de los conocimientos más útiles que jamás se hayan descubierto.
Pero aunque las tendencias del progreso a largo plazo son claras, la historia no da motivos para el optimismo ciego. Una y otra vez, los avances en materia de bienestar humano han tenido retrocesos, muchos de ellos prolongados, y caracterizados algunos por grados de devastación inimaginables. Sólo en el siglo XX, un panorama político nacional e internacional desastroso causó decenas de millones de muertes, en dos guerras mundiales, en el Holocausto y como resultado de las políticas asesinas de Stalin y Mao. Es posible que la pandemia mundial de gripe en 1918‑20 haya matado a 50 millones de personas, de una población mundial que no llegaba a los dos mil millones. La epidemia de VIH/SIDA mató a unos 40 millones de personas a la fecha, y todavía muere por ella más de medio millón cada año, en su mayoría en África subsahariana.
Más cerca en el tiempo, la Organización Mundial de la Salud calcula que la COVID‑19 mató a alrededor de siete millones de personas (y tal vez varias veces más), muchas de ellas en países ricos, incluidos casi 1,2 millones de estadounidenses. La pandemia detuvo el crecimiento económico de muchos países, y es casi seguro que interrumpió el proceso de reducción de la pobreza mundial que estaba en marcha. (Pero como en muchos lugares también alteró la recolección de datos, las cifras son inusualmente inciertas.)
Por lo general, después de catástrofes como estas, se reanuda tarde o temprano el progreso, y la recuperación posterior provoca una mejora de los niveles de salud y riqueza que supera el máximo anterior. Es verdad que este hecho histórico no sirve de alivio a las personas que murieron o perdieron parientes y amigos. El progreso no anula los horrores anteriores. Pero ofrece la esperanza de una vida mejor a los sobrevivientes y a las generaciones futuras.
Además, los peores horrores de la historia no suelen repetirse, porque con el tiempo las herramientas para manejar y evitar catástrofes tienden a mejorar. Después de que a fines del siglo XIX la teoría microbiana se convirtió en la base de la salud pública, se desarrollaron vacunas con las que se evitaron muchas enfermedades; e incluso cuando no funcionaron, nuevos medicamentos permitieron a la gente vivir con enfermedades que antes hubieran sido una condena a muerte, como en el caso del VIH/SIDA. Una prueba espectacular de esta historia de progreso es el desarrollo en menos de un año de vacunas contra la COVID‑19.
También la gestión macroeconómica ha mejorado con el tiempo, en particular gracias a las ideas que formuló John Maynard Keynes en los años treinta. Hoy muchos coincidirán en que los bancos centrales gestionan mejor la política monetaria que en el pasado. Pero el crecimiento económico a largo plazo todavía está envuelto en el misterio: conocemos mejor sus impedimentos que sus causas.
Hasta hace poco, el panorama político también parecía haber mejorado. Por medio siglo, vimos a la democracia extenderse por el mundo, con la ayuda de un orden internacional inusualmente estable. La cooperación entre estados soberanos hizo posible un amplio proceso de globalización, crecimiento económico y reducción de la pobreza.
Pero ninguno de estos avances tiene la continuidad asegurada.
Un problema inédito
En mil años, o tal vez mucho antes, puede que los últimos dos siglos y medio se vean como una perdida edad dorada, un destello en el panorama de la historia, una excepción al estado normal de miseria y muerte prematura. Los acontecimientos recientes presentan un catálogo deprimente: crecimiento lento o negativo; aumento de las temperaturas globales; reaparición de enfermedades infecciosas; una política populista de derecha y antidemocrática; freno a la globalización; estancamiento de la expectativa de vida; y aumento de las tensiones geopolíticas, en particular entre las dos economías más grandes del mundo, Estados Unidos y China. ¿Estamos regresando a un mundo anterior a la Ilustración, gobernado por sacerdotes y señores guerreros, o acaso el oscuro panorama actual no es sino otro revés transitorio, que se superará con el tiempo?
La mayor amenaza a la continuidad del progreso es el cambio climático. Sabemos lo que hay que hacer, y las tecnologías necesarias mejoran y se abaratan a pasos agigantados, pero la política en los planos nacional e internacional no ha apoyado las acciones necesarias. Políticos oportunistas pueden promover sus carreras personales oponiéndose a esos ajustes amplios y costosos, y hay mucho dinero (en particular, en la industria de los combustibles fósiles) comprometido con la preservación del statu quo. Incluso en presencia de patrones meteorológicos amenazantes que son casi inexplicables sin hacer referencia al cambio climático antropogénico, es muy real la posibilidad de que no se haga lo suficiente hasta que sea demasiado tarde.
Sin embargo, una novedad prometedora es que la política climática ha comenzado a basarse más en incentivos que en castigos. Esto es crucial, porque en ninguna democracia será fácil aplicar políticas que empeoren la situación de una cantidad sustancial de personas, aunque sea en forma temporal.
Pero para hacer frente al cambio climático también se necesita la acción de los países pobres, lo que a su vez demanda grandes transferencias de recursos de los países ricos. Y aunque el historial de esas ayudas cuando se usaron para estimular la democratización o el crecimiento económico no ha sido bueno, tal vez en la lucha contra el cambio climático resulten más eficaces en lograr el objetivo deseado.
Puede ocurrir que la implementación de políticas climáticas sea más fácil en sociedades no democráticas, como se ha visto a veces con algunas medidas de salud pública draconianas. Sería lamentable que después de años de enviar ayudas que debilitaron la gobernanza democrática de los países pobres, el mundo desarrollado financie la imposición verticalista de políticas climáticas que el electorado del país de origen, más democrático, aún resiste.
Un viejo problema nuevo
Las amenazas sanitarias también seguirán siendo un elemento central de la historia de avances y retrocesos. Por un lado, de la pandemia emerge una historia positiva de resiliencia. Tras el desarrollo acelerado de vacunas, hemos logrado una recuperación económica relativamente rápida. Más allá de la cifra de muertes y de los efectos todavía poco claros de la «COVID prolongada», el daño duradero más evidente se limitó a los niños en edad escolar, muchos de los cuales perdieron años de educación. Que los niños pobres hayan sido más afectados que los otros es un hecho trágico, pero no sorprendente: los desastres a gran escala suelen traer consigo estos efectos diferenciadores.
Por el lado negativo, la pandemia no es sino preanuncio de lo que nos espera. Las plagas de la historia se han difundido siguiendo las rutas comerciales, y la situación hoy no es diferente. Desde los noventa, el comercio internacional se ha expandido a un ritmo nunca antes visto, y han aparecido así no sólo cadenas de valor globales sino también cadenas víricas globales. En el lapso mencionado hubo otras dos pandemias, de muy menor alcance, relacionadas con enfermedades respiratorias nuevas: el síndrome respiratorio agudo severo (SARS) y el síndrome respiratorio de Medio Oriente (MERS). Con una cifra de muertes inferior a mil en cada caso, es natural que ambos episodios se vieran como una reafirmación de la eficacia del sistema sanitario internacional y de que en un mundo más rico y mejor gobernado, la amenaza de los patógenos nuevos es limitada.
Pero la COVID‑19 hace pensar que con esos brotes anteriores tal vez sólo tuvimos suerte. Los virus del SARS y del MERS tenían características que los hacían más fáciles de controlar; tal vez no seamos tan afortunados en el futuro. Asimismo, en vez de vanagloriarnos demasiado por el veloz desarrollo de las vacunas contra la COVID, deberíamos recordar que han pasado cuarenta años y todavía no tenemos una vacuna para el VIH/SIDA. Si hay una enseñanza que extraer de la pandemia, es vieja y bien sabida: después de la hibris viene la némesis.
No sé si deberíamos creer más en el relato positivo o en el negativo. Me limitaré a recalcar la posibilidad de que el futuro traiga consigo más morbilidad y mortalidad que lo que estamos acostumbrados a ver. Además de las pandemias, otra amenaza sanitaria importante es el cambio climático descontrolado, así como la inversión de la tendencia de mortalidad descendente que se dio ya antes de la pandemia en grandes franjas de la población (en particular, en los Estados Unidos).
El problema político
En el último cuarto de siglo, ha habido profundos cambios en la configuración de la política nacional e internacional; se ha difundido en las democracias ricas el populismo de derecha, poniendo en riesgo las instituciones locales e internacionales. Una causa particular de descontento es la globalización. Que esta haya facilitado una reducción inédita de la pobreza no aplacó el malestar interno en los países ricos, sino que lo atizó.
En Estados Unidos y Europa, muchos trabajadores consideran que el gran escape de la población mundial de la pobreza extrema se produjo a costa suya, con la eliminación de sus puestos de trabajo y el vaciamiento de sus comunidades. Aunque la situación del mundo en general haya mejorado, los beneficiados no votan en los países ricos; de modo que sólo están ahí los perjudicados, para quejarse porque nunca se les pidió consentimiento para esa ayuda internacional involuntaria. Del mismo modo, aunque las migraciones desde países pobres a países ricos han ayudado a millones de personas a salir de la pobreza, muchos trabajadores nativos de los países receptores las ven como una amenaza a sus fuentes de ingresos y a su estatus.
Que esas percepciones sean inexactas o exageradas no es la cuestión. Lo que importa desde el punto de vista político es que el gran escape actual no goza de mucho aprecio en los países ricos. Una proporción significativa de los votantes considera que la inmigración y la globalización sólo favorecen a una élite minoritaria cosmopolita y con estudios. Así pues, los trabajadores que se creen perjudicados por esas políticas pueden caer en la tentación de abandonar los ordenamientos democráticos que, al parecer, funcionan para las multinacionales y las élites locales, pero no para ellos. Existe riesgo de que estos efectos colaterales del gran escape se tornen lo bastante importantes para frenarlo o revertirlo.
En Estados Unidos, medio siglo de estancamiento de los salarios e ingresos de la clase trabajadora fue acompañado por un lento retroceso en los avances contra la mortalidad. Esto no ha afectado a los estadounidenses con educación universitaria, pero en el resto de las personas se viene dando desde 2010 una pérdida de años de vida. En nuestro libro de 2020 Muertes por desesperación y el futuro del capitalismo, Anne Case y yo documentamos el aumento de mortalidad entre hombres y mujeres sin título universitario, como resultado de suicidios, enfermedad hepática por alcohol y, sobre todo, sobredosis de drogas. A futuro, no parece probable una inversión de estas tendencias si los niveles de vida de los estadounidenses de clase trabajadora no mejoran. Además, la reducción de la mortalidad por problemas cardiovasculares (una de las principales causas del aumento de la expectativa de vida registrado en los países ricos desde 1970) se ha frenado en muchos países, e invertido entre los estadounidenses sin título universitario.
Por el lado positivo, las epidemias históricas de uso de drogas siempre han sido fenómenos transitorios, de modo que es razonable esperar un final para la crisis de los opioides. Además, la incidencia del cáncer (que no había mostrado variación entre 1970 y 1990) ahora está en disminución, gracias a una menor prevalencia del tabaquismo y a diversos avances médicos y científicos. Es posible que esta tendencia positiva todavía tenga espacio para continuar, sobre todo porque los nuevos conocimientos se pueden transferir entre países (y varios participaron en la creación de su base científica). Mi conjetura es que en algún momento se reanudará el progreso «normal» en materia de expectativa de vida, aunque tal vez con un ritmo menor (y con todas las salvedades exigidas por las pandemias y el cambio climático).
El ascenso del populismo en Estados Unidos ha convertido a China de socio a aparente amenaza. La hostilidad creciente entre ambos países ha llegado a un punto que pone en riesgo la estabilidad (y la paz) internacional. En tanto, el crecimiento económico de China se ha debilitado; esto se debe en parte a la COVID‑19, pero más que nada a políticas internas y factores demográficos. En respuesta, la dirigencia china se ha vuelto más autoritaria, reprimiendo con dureza el disenso y la libertad política en Hong Kong.
El margen para un error de cálculo grave en la rivalidad sinoestadounidense ha aumentado, a la par de una contraproducente exhibición de poder militar de ambos países. Aunque Estados Unidos tiene motivos válidos de queja contra China, los políticos que juegan con el sentimiento populista los han exagerado.
Una situación insostenible
A pesar del cinismo en la política, no podemos, ni debemos, buscar un regreso a la era de la hiperglobalización. Necesitamos con urgencia un nuevo orden económico mundial que pueda preservar y ampliar el gran escape, pero prestando más atención a la política interna y al bienestar de las mayorías menos educadas y adineradas de los países ricos. Hay que reconocerle al gobierno actual de los Estados Unidos que su agenda política va en esa dirección, y mucho depende ahora de su éxito a largo plazo.
En retrospectiva, los efectos negativos de la crisis financiera de 2008 duraron mucho más de lo que yo preví. En Estados Unidos, buena parte de la población perdió la fe en el capitalismo y en la idea de que la marea al subir levanta todos los botes. Los financistas causantes de la debacle se alejaron indemnes en sus yates, mientras las embarcaciones más pequeñas se convertían en restos de naufragio, reducidos sus pasajeros a la falta de techo, de trabajo y de esperanza.
En el Reino Unido y en buena parte de Europa, tras la crisis vinieron políticas de austeridad que devastaron los servicios públicos. Con el escaso o nulo crecimiento económico habido desde entonces, no es extraño que haya sumado atractivo el populismo, y que hayan caído en desgracia la democracia y el capitalismo. Este fenómeno no presagia nada bueno para el futuro. Los populistas y los autócratas tienen poco respeto por las instituciones, incluidos no sólo los procesos democráticos y los mecanismos de protección de las minorías, sino también los centros de conocimiento científico asociados con las élites educadas.
Finalmente, en un plano más inmediato y elemental, la recolección de datos hoy está más amenazada que nunca. La información procedente de China siempre demandó una interpretación cuidadosa, pero ahora puede decirse lo mismo de la India, que está publicando cifras oficiales de crecimiento inverosímiles y probablemente manipuladas, y donde se ha suprimido el sistema de seguimiento de la pobreza. En Estados Unidos, la polarización política ha producido medidas de pobreza divergentes, lindantes en algunos casos con la negación de su existencia. Si en cincuenta años todavía vivimos en un mundo cada vez más iliberal y no democrático, tal vez ni siquiera podamos determinar (excepto en forma anecdótica) si el gran escape continuó (o fue abortado).
* Adaptación de un prefacio a la edición Princeton Classics de El gran escape, que se publicará en 2024.
* Angus Deaton es profesor emérito de Economía y de Asuntos Internacionales en la Escuela de Asuntos Públicos e Internacionales de la Universidad de Princeton, profesor presidencial de Economía en la Universidad del Sur de California y coautor de Muertes por desesperación y el futuro del capitalismo (Princeton University Press, 2020).
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