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Encandilados por el poder: los nuevos narcos y las rutas del Sur

El mediático caso del narcotraficante Sebastián Marset ha puesto en la mira a Bolivia, Paraguay y Uruguay. La ostentación del poder devela no solo un crecimiento del crimen organizado en estos países sino los nuevos perfiles criminales y rutas de tráfico de drogas con alcance transnacional.

Fabiola Chambi* para CONNECTAS
31 de octubre de 2023 - 04:00 p. m.
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Foto: Juan García | CONNECTAS
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Cuando llegó, era un vecino más. De esos que aparecen en el círculo social y no se cuestiona mucho de dónde o cómo llegaron porque son tan carismáticos y “buenos tipos” que encajan fácilmente. Gabriel de Souza Beumer, mejor conocido como Sebastián Enrique Marset Cabrera, el famoso narcotraficante uruguayo con orden de Interpol en 190 países, sigue dejando rastros y evadiendo a la justicia. Su último escape fue en Bolivia.

No fue acorralado, no se enfrentó a las fuerzas del orden, no salió descalzo. Dejó su mansión como alguien que solo se traslada a un nuevo destino, llevando sus cosas y a su familia. Sebastián Marset sabía que venían por él.

Interpol lo calificó como un “narco peligroso y pesado”. Es líder de la organización denominada Primer Cartel Uruguayo (PCU) y acusado de liderar la operación “A Ultranza Py”, el mayor golpe al crimen organizado y lavado de dinero en Paraguay, de la que estaba a cargo el fiscal, Marcelo Pecci, asesinado en Colombia, en mayo de 2022.

La aparición de Marset marca un cambio del estereotipo conocido. Los amos del narcotráfico de las décadas de los 80 y 90 eran poderosos, excéntricos, inalcanzables y fuertemente custodiados. Alimentaron la “cultura traqueta” y un submundo de misterio que las populares series de narcos de estos tiempos han capitalizado. Las figuras de Joaquín “el Chapo” Guzmán o Pablo Escobar siguen cautivando a las audiencias y se mantienen vigente en los cárteles mexicanos.

También están los denominados “invisibles”, que se esconden bajo “la fachada de empresario exitoso, evitando la ostentación y la violencia extrema que caracterizaron a generaciones anteriores”, según explica Jeremy McDermott, del centro de investigación de crimen organizado Insight Crime, en la publicación “La nueva generación de narcotraficantes colombianos post-FARC: ‘Los Invisibles”. Guillermo Acevedo, alias “Memo Fantasma”, es uno de los traficantes que encaja en este perfil. Su prontuario en el Cartel de Medellín, el financiamiento al ejército paramilitar y sus relaciones comerciales con algunos personajes de la élite empresarial, como el esposo de la entonces vicepresidenta de Colombia, Marta Lucía Ramírez, fortalecieron su poder. Vivió, por muchos años, como un exitoso empresario en medio de la ostentación en Madrid, sin ninguna orden de captura.

La figura de Marset se hizo más grande con la readecuación de las dinámicas del narcotráfico. Nuevas rutas, logísticas más efectivas y un sistema sólido para el lavado de dinero, convirtieron a su organización criminal en una pieza clave para el tráfico de cocaína entre Bolivia, Paraguay, Brasil y Uruguay.

El “narco millennial” del fútbol y las cámaras

El “narco millennial” que encarna a la perfección Sebastián Marset, a sus 32 años, deja atrás el anonimato e impone la habilidad de camuflarse, gracias a múltiples identidades y disfrutando las tentaciones tecnológicas de su generación. Los nuevos jefes del narcotráfico buscan los reflectores, la fama, la exhibición y un entorno de poder en el que el dinero se sobrepone a las armas.

La criminóloga e investigadora especializada en temas de narcotráfico, Gabriela Reyes, hace énfasis en la forma en que este narcotraficante se manejaba en su círculo social: no mantenía perfil bajo y tenía una vida pública sin esconderse. “Yo le llamo el efecto cucaracha. Cuando se enciende la luz estas se esconden en un lugar donde se sienten seguras y permanecen ahí”.

Al llegar a Bolivia se hizo dueño del club de fútbol Los Leones El Torno de la segunda división, donde se registró con documentación de la Confederación Brasileña de Fútbol bajo la identidad de Luis Amorim. Tenía el 23 en la camiseta, un número de cábala y especie de tradición en su estructura criminal. La fecha 23 de abril y su devoción a San Jorge están presentes en varias actividades y propiedades que manejaba. En 2021, Marset pagó 10.000 dólares por ser el número 10 en Deportivo Capitá, un club de la B de Paraguay, en el que también hizo fuertes inversiones, y le regaló dos yates, una quinta y hasta una casa al entrenador. Se movía entre la fe, la superstición y el ego.

En su faceta de productor musical o futbolista se deleitaba con las luces del show. Aparecía sonriente en fotos, en transmisiones en vivo durante los partidos, en entrevistas luego del juego. Jovial y despreocupado, mostrando su rostro a las cámaras sin reparo.

Esta dinámica, según el profesor de la Universidad de Los Andes y analista de medios Omar Rincón, está relacionada a la sociedad de consumo, que incluso muestra a los delincuentes como ídolos populares. “El modelo narco se volvió el modelo aspiracional y el año 2023 se consolidó así con el surgimiento de estos sujetos que tienen control, dinero y poder. Hay una estética relacionada al capitalismo que premia la exhibición del consumo”.

Marset estuvo recluido en el penal Libertad en Uruguay, entre 2013 y 2018, donde estableció relaciones con la mafia del PCC, la célula criminal más grande de Brasil que lo llevó a crear su propia organización, según el reportaje de El Observador. Las conexiones logradas con las élites políticas y empresariales le han permitido trasladarse e instalarse en países estratégicos del Sur.

“De sus orígenes delictivos en Uruguay sabemos que tenía contactos estrechos con la Brigada Antinarcóticos y quizás hasta haya sido informante. No está claro qué pasó con esas conexiones cuando se convirtió en un jugador regional, pero resulta llamativa su capacidad para zafar siempre”, dice el periodista de investigación del medio uruguayo La Diaria, Lucas Silva.

Para el profesor Rincón, esa nueva generación de narcotraficantes que representa Marset “subió de nivel para hablar de tú a tú con las élites: empresarios, políticos, gobierno, logrando tener una relación directa”. “Ya no son del cartel clásico que exportaba droga y ejercía violencia, sino que ahora la violencia es comunicativa. Es una revolución de clase”, explica el experto.

La nueva geopolítica del narcotráfico

Antes, el terrorismo y la violencia eran sellos de las organizaciones criminales “tradicionales” y, aunque no abandonaron por completo los ajustes de cuentas, ahora los narcotraficantes han cambiado ciertas prácticas y asientan su poder en una fuerte estructura de protección y vínculos estratégicos, la persuasión y la corrupción para mantener sus rutas.

“Al narcotráfico hay que empezar a estudiarlo como a una estructura empresarial que hace un uso eficiente de la tecnología. Desapareció el gran capo, no tenemos a Pablo Escobar ni al Chapo Guzmán. Ahora los grandes narcos contemporáneos son pequeños, como una franquicia en la que ninguno es un dominador total. Los ‘sebastianes’ proliferan en todas partes. Si cae uno, aparece otro”, dice Rincón.

Hay una mutación de las organizaciones criminales, acelerada por la creciente demanda de droga hacia Europa y el surgimiento de nuevas bandas criminales, explica el periodista de investigación ecuatoriano y cofundador del medio Código Vidrio, Arturo Torres. “Hay un perfil de los narcotraficantes en función de sus operadores, sobre todo de los que están haciendo los negocios en las zonas donde se produce la cocaína y los países que son vecinos para afianzar las cadenas de logística”.

Al sur del continente hay ventajas logísticas que el narco está utilizando. La hidrovía Paraná-Paraguay, un corredor natural de transporte fluvial de más de 3.400 kilómetros que conecta a Argentina, Brasil, Bolivia, Paraguay y Uruguay, se ha convertido en un paso estratégico para el tránsito de la droga desde América Latina hacia Europa y África, y el puerto de Montevideo es actualmente un punto clave para el tráfico de cocaína hacia Europa. Aunque en el caso de Uruguay, los expertos indican que hay un surgimiento importante de grupos y clanes familiares de narcos que operan localmente o con nexos regionales desde Bolivia, Paraguay o Brasil.

Estados frágiles

En septiembre, la Casa Blanca envió al Congreso de EE. UU. un informe anual en el que se identificaba a un grupo de 23 países como productores o de tránsito de drogas ilícitas y que incumplen sus obligaciones en la lucha antinarcóticos. Catorce de esas naciones son latinoamericanas: Bolivia, Colombia, Costa Rica, República Dominicana, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Haití, Honduras, México, Nicaragua, Panamá, Perú y Venezuela.

Bolivia rechazó categóricamente este informe. El ministro de Gobierno, Eduardo Del Castillo defendió la política soberana de lucha contra el narcotráfico del país y presentó el “mapa del narcotráfico” en el que señala las zonas álgidas de esta actividad ilícita, identificando una mayor cantidad de factorías de cocaína en el Chapare, centro de poder político del expresidente Evo Morales.

Para la criminóloga Reyes, resulta grave que las autoridades pongan en duda la presencia de peces gordos del narcotráfico. “Si un gobierno no los reconoce, entonces no los va a buscar”. Por su lado, la abogada e investigadora Jessica Echeverría asegura que la transformación del narcotráfico –de carteles a organizaciones transnacionales– muestra la fragilidad de los Estados que han logrado ser penetrados y corrompidos, y terminan dando protección que luego se traduce en impunidad.

En enero de 2022, el exmayor de la Policía de Bolivia, Omar Rojas, fue detenido en Colombia acusado de vínculos con el narcotraficante Jorge Roca Suárez, alias Techo’e Paja, uno de los proveedores de pasta base de cocaína para el cártel de Medellín e identificado como socio clave de Pablo Escobar. También ese año el entonces director Nacional de la Fuerza Especial de Lucha contra el Narcotráfico (Felcn), coronel Maximiliano Dávila, fue detenido en la frontera argentina, acusado de proteger a una red de narcotraficantes requeridos por la justicia estadounidense.

En Paraguay se develaron casos sobre sobornos en la Policía, el Ministerio Público y magistrados para facilitar operaciones, sobre todo en la frontera con Brasil. En 2022, la Fiscalía de ese país acusó a Arnaldo Giuzzio, exministro del Interior, quien también fue titular de la Secretaría Nacional Antidrogas (Senad), por un supuesto soborno que habría recibido del narcotraficante brasileño, Marcus Vinicius Espíndola. Este año, el coronel Luis María Belotto Quiñónez, integrante del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Militares de Paraguay, fue imputado y detenido por sobornar a un subalterno para ingresar un celular a la celda donde se encontraba Miguel Ángel Insfrán, alias Tío Rico, líder del Clan Insfrán, uno de los señalados como autor intelectual de la muerte del fiscal Pecci.

El narcotráfico no puede expandirse sin alianzas con el poder político y en el caso de Ecuador, como dice el periodista Arturo Torres, hay mucho para corromper. “Hay un Estado fallido y estamos caminando hacia un narcoestado, aún no estamos en ese punto, pero hay señales para decir eso porque el Estado va perdiendo cada vez más terreno en función del poder que van adquiriendo estas organizaciones que tienen alianzas transnacionales (…) Creo que Ecuador se volvió un laboratorio para el crimen organizado”.

Mientras algunos Estados y esferas políticas se apoyan en el negacionismo, el narcotráfico avanza como transnacional sin límites y al margen de una política regional antidrogas que sigue siendo ineficaz. El poder de los grandes capos o ahora los “narco millennials” se ha asentado en las rutas del Sur.

* Miembro de la Mesa Editorial de CONNECTAS.

Esta es una historia de la plataforma periodística latinoamericana CONNECTAS reproducida bajo un acuerdo de redifusión. Si le interesa leer más historias a profundidad sobre América Latina y el Caribe, puede ingresar acá.

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Por Fabiola Chambi* para CONNECTAS

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