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Entender a Venezuela desde el cine

Ahora que estamos celebrando la semana de los Premios Óscar es el momento oportuno para impulsar el consumo de cine venezolano, una herramienta que nos ayuda a comprender más a nuestros vecinos.

10 de marzo de 2023 - 01:00 a. m.
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Poco hemos hablado del cine venezolano, a pesar de su condición pionera en la región. El 11 de julio de 1896, pocos meses después de la primera proyección de los hermanos Lumière en París, Maracaibo albergó las primeras proyecciones de cine comercial en Venezuela. Ocurrió apenas una semana antes de la primera proyección cinematográfica en el Teatro Odeón, en Argentina, y mucho antes de que ocurriera en Colombia. Nosotros tuvimos que esperar hasta abril de 1897, cuando se hizo la primera proyección en Puerto Colón, Panamá, que entonces todavía era territorio colombiano. Si nos ponemos minuciosos, la primera proyección en el actual territorio nacional fue en el Teatro Peralta, de Bucaramanga, en agosto de 1897.

Ese día de julio en Maracaibo, el público pudo observar las películas Un célebre especialista sacando muelas en el gran Hotel Europa y Muchachos bañándose en la laguna de Maracaibo. Ambos eran documentales que mostraban, sin mayor profundidad ni deseo de reflexión, las actividades cotidianas de la gente. No les fue bien: aunque había interés en esta nueva tecnología, las películas no despertaron mayor emoción, pero una nueva Venezuela había surgido.

Desde aquel momento, la industria del cine en Venezuela ha saltado de evolución en evolución, de la revolución a la globalización. Ha sorteado toda clase de adversidades, desde las políticas hasta las económicas. Siempre con sus altos y bajos. De eso puede dar fe el director venezolano Jonathan Jakubowicz, quien habló con nosotros sobre el impacto que tuvo el chavismo en la forma de hacer cine en su país y por eso ofrece un consejo: la independencia.

“Se puede aprender a crear industria, para ser independientes de los gobiernos de turno. Cuando Hugo Chávez comenzó a regalar dinero, muchos cineastas venezolanos se vendieron a la revolución y comenzaron a hacer cine de propaganda política. A todos ellos les fue mal, no solo porque el público venezolano los condenó, sino porque se les cerraron las puertas en el extranjero. El arte tiene que ser libre, en la medida de lo posible”, dice Jakubowicz.

Desde que llegó al poder, Chávez quiso hacerle frente a lo que llamó “la dictadura de Hollywood”. En 2006, creó La Villa del Cine, fundación audiovisual cuyo lema era “luces, cámara, revolución”, que buscaba confrontar los mensajes “ajenos a las tradiciones” de su revolución bolivariana. De este estudio han salido películas como Miranda regresa, que cuenta la historia del precursor de la independencia Francisco de Miranda, o Bolívar, el hombre de las dificultades, que narra la historia del Libertador. Por estos títulos se puede tener una idea de las tendencias de la productora, que pronto fue criticada por facilitar financiar los proyectos que respondían a ciertas condiciones ideológicas.

“Es tan difícil conseguir financiamiento que la tentación de ceder ante el poder siempre es grande. Mi consejo a mis colegas latinoamericanos es que lo eviten, incluso si están de acuerdo con los gobiernos de turno; no acepten dinero si aceptarlo implica ponerse en manos del poder”, comentó Jakubowicz.

Pero las preferencias no se habrían limitado a la financiación. En 2005, Jakubowicz acusó al Comité Ejecutivo del Centro Nacional Autónomo de Cinematografía (CNAC) de favorecer por razones políticas la presentación de 1888, el extraordinario viaje de la Santa Isabel, de Alfredo Anzola, a los Premios Óscar. Dicha película competía con la ópera prima de Jakubowicz, Secuestro express, que al retratar la violencia en la actual Caracas se convirtió en la más vista del momento. Además, tenía el apoyo del gigante Miramax, lo que le habría ayudado a ser mejor distribuida en Estados Unidos y a contar con el cabildeo para tener oportunidades reales en los Óscar. La rabia de Jakubowicz era, sobre todo, porque el país perdía una oportunidad de conseguir la nominación en la categoría de Mejor película extranjera.

Al final, entre las disputas, ninguna de las dos alcanzó la lista de preseleccionadas de la Academia. El filme de Anzola fue descalificado por la Academia en medio de la controversia, mientras que Jakubowicz tuvo que salir del país por las presiones del Gobierno. Este es solo uno de los componentes del nuevo cine venezolano: la lucha política e ideológica, pero también está la crisis humanitaria.

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Incluso sin proponérselo, puede que Jakubowicz haya tomado elementos de la realidad venezolana para su última película, Resistencia, que revela la asombrosa historia del mimo francés Marcel Marceau y cómo salvó a cientos de niños durante la ocupación nazi en la Segunda Guerra Mundial. El director dice: “Todos los aspectos de mi forma de contar historias se ven afectados por la realidad venezolana, porque mis películas son muy personales y todas las injusticias que hemos vivido los venezolanos son parte de lo que soy. Además, a pesar de que ha bajado un poco la temperatura política, todavía tengo muchos amigos y colegas presos en Venezuela, sin juicio y sin la más mínima idea de cuándo van a salir de la cárcel en las que los mantienen por sus ideas”.

Sobre Venezuela, Jakubowicz opina que es “una tierra llena de gente con potencial infinito, secuestrada por criminales que se dedican a reducir ese potencial para dominar los recursos naturales y con ello financiar a sus socios a nivel mundial. Es un tesoro que le fue robado a la humanidad”. El cineasta se muestra algo abatido.

“Supongo que en el 2019 tenía más esperanza en que las cosas se resolverían a corto plazo. El momento de estabilidad que logró la dictadura en los últimos años es impresionante y nos ha golpeado muy duro a todos. Mi consuelo es que al menos la fuerza con la que se luchó los obligó a permitir una mayor libertad económica y gracias a eso hay un grupo decente de venezolanos que vive mejor. Pero no es más que eso: un consuelo de derrotados temporales”, apunta.

Su visión, así como la de sus colegas, es crucial para entender a Venezuela hoy, porque el cine, además de propagandístico y documental, siempre ha funcionado como un transmisor de cultura, tolerancia e integración con sus vecinos. Recordemos cómo desde 2012, tras años de tensión política entre los gobiernos de Bogotá y Caracas, el primer Festival Binacional de Cine Colombia Venezuela (FBCCV) sirvió como punto de encuentro para reunificar a las dos naciones y ayudar a entendernos.

“Creo que Latinoamérica avanzaría mucho más rápido si pusiéramos atención a las experiencias de nuestros vecinos. Nos empeñamos en pensar que somos muy diferentes, pero la realidad es que nos parecemos mucho. Yo tengo amigos colombianos y no siento ninguna diferencia cultural con ellos. Creo que hay que dejar de menospreciarnos entre hermanos y escuchar al que viene de un país cuya dictadura provocó la peor crisis de refugiados de la historia de América. Se dice fácil, pero es un crimen histórico y sus víctimas tienen mucho que decir”, reflexiona el director. “Mi consejo es que profundicen en los orígenes de lo que parece positivo”, comenta.

Por eso, por toda la importancia del cine de Venezuela para Latinoamérica, y ya que estamos celebrando la semana de los Premios Óscar, traemos un recuento con algunas de las películas esenciales para acercarse al cine venezolano.

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“Un lugar lejano” (2010)

Dirigida por José Ramón Novoa, esta película cuenta la historia de Julián, un fotógrafo sumido en su tristeza que se ve profundizada cuando le diagnostican cáncer terminal y su esposa lo abandona. Un día, sin embargo, se ve motivado por tomar una fotografía de un tren que nunca ha visto, pero apareció en sus sueños. Habla de la aceptación, de la soledad y la esperanza.

“El pez que fuma” (1977)

Del director Román Chalbaud, es considerada una de las películas más representativas del cine venezolano de los años 70. Tiene lugar en un club nocturno dirigido por una mujer, la Garza, y narra el conflicto con sus amantes. Es, sobre todo, una historia de poder y cómo este pasa de mano en mano, con la que el director muestra cómo era la realidad de la época.

“Liz en septiembre” (2013)

Dirigida por Fina Torres, esta película aborda el tema de la diversidad sexual y lo expone ante una sociedad muy conservadora. Gira en torno al viaje de siete amigas homosexuales que se reúnen para celebrar el viaje de Liz, quien padece una grave enfermedad. Fue ampliamente reconocida en festivales con enfoque de género.

“La casa del fin de los tiempos” (2013)

Dirigida por Alejandro Hidalgo, es una historia de terror sobre una mujer que es acusada de asesinar a su esposo y ser responsable de la desaparición de sus hijos. Su apuesta es curiosa. El director explicó: “Ya sabemos cómo funcionan el thriller estadounidense y el suspenso europeo, pero hasta ahora no habíamos hecho nuestras propias historias de terror, con personajes que comen arepas, hablan como nosotros y son católicos, pero también creen en santería y en otros elementos de la cultura latinoamericana y pueden tener reacciones más particulares”.

“Adiós, Miami” (1984)

Del director Antonio Llerandi, usa el humor negro para mostrar múltiples dilemas, rasgos y condiciones de una familia antes de que se derrumbe el bolívar, la moneda nacional.

“Canción mansa para un pueblo bravo” (1976)

Del director Giancarlo Carrer, es la historia de un hombre que llega a la capital con la intención de conseguir un empleo honesto, pero se cruza con un ladrón que le enseña otras vías para vivir. La pérdida de la inocencia, la supervivencia y el dolor son los ejes de esta cinta, que también emplea el humor negro para sobrellevar las tragedias.

“La familia” (2017)

Del director Gustavo Rondón, este drama venezolano narra cómo un hombre y su padre escapan de la venganza de una pandilla, mientras descubren el significado de la palabra “familia”, que les había sido esquivo a ambos.

“Oriana” (1985)

De la directora Fina Torres, esta película se enfoca en la historia de una mujer que debe regresar a la casa de su tía, luego de que esta murió y le dejó como herencia la propiedad. Tras su regreso, la mujer descubre varios secretos familiares que hacen que reflexione sobre ella misma. Si esta historia le resulta familiar es porque está basada en un cuento escrito por la colombiana Marvel Moreno.

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