Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Hace 120 años Panamá se separó de Colombia, y Estados Unidos estaba a la sombra de ello. La zona era de interés internacional, o al menos así lo pactaron los norteamericanos y los británicos a principios del siglo pasado, quienes, excluyendo a Bogotá, firmaron un tratado que estipulaba la hegemonía del país del norte en sus ansias por construir el canal. Mientras la economía nacional iba en declive y la Guerra de los Mil Días estaba más presente que en el olvido. Perder el departamento significó un golpe a la soberanía colombiana, y mientras los panameños se unieron en un sentimiento nacionalista, se empezaron a gestar unas relaciones con más bajos que altos, que más de un siglo después tienen en la migración por el Tapón del Darién su reto más grande.
📝 Sugerimos: La migración no dará votos, pero se requieren líderes en las ciudades colombianas
“Esa es la marca de nacimiento, dolorosa y conflictiva, entre Colombia y Panamá”, afirma Enrique Serrano, profesor de relaciones internacionales de la Universidad del Rosario. “En realidad, hay una distancia casi insalvable entre los dos países, que no solo la marca la selva. En medio de ello está la mediación equívoca con Estados Unidos y la importancia que tiene ese país para los dos”. Esa brecha de bosques y humedales entre Chocó y la provincia del Darién, un vacío, se podría decir, está poniendo a prueba las capacidades de ambos, así como las de Washington.
La Fundación Panamericana para el Desarrollo calcula que 417.000 personas han cruzado la selva en 2023. Más aún, de acuerdo con datos de la Cancillería colombiana, y solo en los 31 días de agosto, 2.694 pasaron por el Darién, lo que equivaldría a cerca de 112 personas por hora, si el paso fuera continuo e ininterrumpido. “Lo que hoy es la frontera Colombia-Panamá es una realidad nueva, frente a la cual no hay respuestas contundentes y eficaces por parte de ninguno de los Estados, ni en lo institucional, político o humanitario. Ambos países son nuevos en esa cooperación, marcada por un reto que ha crecido enormemente”, agrega Serrano, quien, al mencionar la necesidad de crear un marco claro de acción, recuerda una declaración del ministro Álvaro Leyva en su viaje a Estados Unidos en abril, con motivo de los 200 años de las relaciones entre Bogotá y Washington, en las que, de acuerdo con él, se han dado equivocaciones. “Esta conferencia la hubiéramos podido tener en el departamento de Panamá”, aseguró el canciller. En respuesta, el país vecino, donde algunos tacharon lo dicho de soberbia y desprecio, pasó una queja formal ante Colombia.
Las relaciones con el país vecino no han sido fáciles. De hecho, podría decirse que jamás lo fueron. Patricia Cardona Zuluaga, en su texto “Panamá: el istmo de la discordia. Documentos relativos a la separación de Panamá y a la normalización de las relaciones entre Estados Unidos y Colombia”, escribió: “El lazo fue siempre frágil”, y ahí no solo expuso los breves intentos de separación que tomaron lugar a lo largo del siglo XIX, sino también que “el control de Panamá no solo fue un problema de la política interna del Estado colombiano; fue, sobre todo, la confluencia de las tensiones de dominio entre una potencia en declive, como Inglaterra, y otra emergente, como Estados Unidos, que reclamaba para sí un derecho sobre el continente americano”.
📌Le puede interesar: Venezuela: el liderazgo opositor en manos de una mujer de derecha
Algo de eso también menciona Serrano: “Panamá no es un auténtico país, en el sentido clásico del término, sino que los intereses extranjeros lo han movido con una fuerza tremenda. Es decir, Estados Unidos (con su implacable influencia), China e incluso otros actores del orden internacional le han dado una especie de vida artificial alrededor del canal, alrededor del hecho de que ese ya no es un instrumento suficiente para la importancia estratégica que tiene para el mundo. Es decir, Panamá es un Estado en perpetua construcción por parte, además, de actores y de fuerzas extranjeras”. Así, considera el docente, hay intereses más allá de lo local y particular de los panameños y eso complica las relaciones con Colombia.
La agenda de hoy está marcada por la migración y las relaciones bilaterales, que a su vez están permeadas por una “discreta desconfianza institucional”, tanto de parte de los panameños como de los colombianos, considera Serrano. Eso, según él, tiene la marca de la nostalgia de la pérdida, reflejada, por ejemplo, en las declaraciones de Leyva. Sin embargo, precisa, “esto no es bueno para el tiempo que vivimos”, más aún teniendo en cuenta la condición de la política exterior en el gobierno Petro, que ha tenido un tono más de confrontación. Muestra de ello es la desinvitación de Panamá a la Conferencia Internacional sobre Venezuela, realizada en Bogotá a finales de abril de este año. “Esta administración cree que Panamá es un actor secundario y, además, que la relación entre Colombia y Venezuela no afecta o solo lo hace de forma superficial a las relaciones con Panamá. Creo que ese país sí se da cuenta y entiende que la relación con Colombia es también una relación con toda Suramérica”.
Serrano cree que Colombia debe empezar a construir una relación binacional “de lujo”, por decirlo así, e involucrar al Darién de forma directa. Esto se podría traducir, a su parecer, en desarrollar la frontera, construir carreteras, pero, incluso, ir más allá y desarrollar una política del Pacífico. Eso, inevitablemente, incluye al país vecino.
👀🌎📄 ¿Ya se enteró de las últimas noticias en el mundo? Invitamos a verlas en El Espectador.