“Barbecue”, de frente: entrevista con el líder de las bandas criminales en Haití
Me advirtieron que no debía creerle al líder de los bandidos. Aunque su discurso pueda resultar atractivo, en la práctica, el conglomerado de “pandillas” con las que se codea el otrora policía ha incurrido en los más atroces e inhumanos actos contra la sociedad civil en Haití.
Pedro Anza | Especial para El Espectador
El motociclista riñe conmigo en un español de acento argentino. Me contó que aprendió a hablarlo en los tiempos de MINUSTAH, una controversial misión de paz de “cascos azules” de la ONU, constituida por elementos militares de 25 países que operó en Haití de 2004 a 2017, cuando les servía de transportista a militares argentinos que tenían base en el país caribeño. “US$50 no, no, mucho peligro venir aquí, hay bandidos y armas, cuando Barbecue me mata, ¿qué vas a decir a mi mujer?”. “Le diré que eras un boludo”. Ambos reímos.
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El motociclista riñe conmigo en un español de acento argentino. Me contó que aprendió a hablarlo en los tiempos de MINUSTAH, una controversial misión de paz de “cascos azules” de la ONU, constituida por elementos militares de 25 países que operó en Haití de 2004 a 2017, cuando les servía de transportista a militares argentinos que tenían base en el país caribeño. “US$50 no, no, mucho peligro venir aquí, hay bandidos y armas, cuando Barbecue me mata, ¿qué vas a decir a mi mujer?”. “Le diré que eras un boludo”. Ambos reímos.
Llevamos tres semanas recorriendo a diario distintos puntos de la ciudad, casi siempre los alrededores del Palacio y el Champ de Mars, donde día y noche se escuchan los disparos intercambiados entre el grupo armado G9 “Familia y Aliados” y la Policía Nacional. También los albergues improvisados a lo largo y ancho de la ciudad, donde sobreviven los desplazados, víctimas de la guerra entre la Policía y los grupos armados, que suman alrededor de 600.000 personas desde que se inició esta reciente ola de violencia, tras el asesinato del presidente Jovenel Moïse, en 2021.
Ahora es diferente, atravesamos las calles semivacías de Delmas 6, el distrito controlado por el grupo G9, liderado por Jimmy Cherizier, mejor conocido como Barbecue, un expolicía que después de haber sido acusado de perpetrar una masacre extrajudicial en el distrito de “La Saline”, en la que al menos 71 personas fueron asesinadas, dejó el uniforme para liderar al grupo G9. Barbecue también encabeza la alianza Viv Ansanm, la cual, según el Ministerio de Seguridad haitiano, aglomera alrededor de 50 pandillas y que, entre otros objetivos, nació con el fin de sacar del poder al hoy ex primer ministro, Ariel Henry. La tensión en Puerto Príncipe ha aumentado, además, desde la llegada de los primeros 400 policías kenianos, parte de una misión internacional aprobada por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, compuesta por fuerzas policiales de ocho países, principalmente Kenia, enviados para combatir a las pandillas o grupos armados que se han apoderado de gran parte de la capital y los caminos que llevan a ella.
Como en el resto de la ciudad, cada pocas cuadras tenemos que bordear alguna trinchera de montones de escombros y carros quemados que bloquean la calle. Okap, el motociclista, sigue echando pestes mientras esquiva con osadía las barricadas siguiendo a otro motociclista que nos acompaña y que conoce la zona y a las personas indicadas para adentrarse en ella. Mientras avanzamos, extrañada con la presencia de un “blanc” en Delmas 6, la gente me mira con el escepticismo con el que se mira a los extranjeros en el país más pobre del continente, una curiosidad mezclada con desconfianza que quizás encuentra explicación en el largo historial de intervenciones políticas y militares que han tenido lugar en estos suelos.
En aproximadamente tres kilómetros, desde que dejamos las inmediaciones del Palacio Nacional y nos adentramos en Delmas 6, hemos pasado al menos cuatro retenes de sujetos armados. En el primero de ellos, un hombre de apariencia trasnochada, había alebrestado al resto de los pistoleros agitando sus manos y su fusil mientras lanzaba lo que me parecían conjuros o maldiciones hacia mí y hacia Okap. El resto de los hombres se puso de pie, todos con pechera y cargando sus armas de alto calibre. El otro motociclista discutía a gritos con ellos; la situación duró apenas unos 15 segundos, pero fue lo suficientemente tensa e ininteligible para hacernos vislumbrar una fatalidad inminente. Cuando al fin avanzamos, un muchacho joven me interpeló en creole, mostrándome su arma con una sonrisa de la que asomaba la malicia de un niño que está apunto de romper una ventana. Okap, fuera de sí, aceleró con brusquedad y soltó un atropellado murmuro de quejas sobre la situación en la que nos encontrábamos. “No lo rebases”, le dije con nerviosismo señalando al otro motociclista. “Tú síguelo a él, a nosotros nadie nos conoce aquí”. No ha pasado mucho tiempo desde que los grupos armados han reanudado el secuestro como modus operandi y, sin contar al youtuber estadounidense “Arab”, secuestrado pocas semanas antes en el distrito Croix Des Bouquets mientras se dirigía a entrevistar a Barbecue, se cuentan al menos tres periodistas entre los más de 700 civiles secuestrados en lo que va del año. Una vez habiendo bajado de la motocicleta, le pregunté a Okap de qué se había tratada el griterío. Me explicó que el hombre les decía que el “blanc”, es decir yo, y su motociclista, debían de pagar una cuota alta para acceder a los adentros (o salir) de Delmas 6, nuestro guía le insistía en que teníamos una cita con Barbecue y que si lo deseaban podía llamarlo en el acto para dirimir el malentendido. A regañadientes y continuando el vituperio, el hombre se había quitado del medio. “¿Y el muchacho qué me dijo?”. Él dijo: “Diles lo que viste, van a morir con estas armas”, “¿Que le diga a quién?”, “A los kenianos”.
El sol, al estrellarse en el pavimento, hace brotar un calor húmedo que levanta la pestilencia de los ríos de basura que inundan las calles de Puerto Príncipe. Dos camionetas negras, polarizadas, están estacionadas frente al portón afuera del cual esperamos a Barbecue. Okap fuma un cigarro tras otro y de vez en cuando intercambia alguna palabra con un adolescente de arma larga y radio que hace guardia sentado en su motocicleta. Le calculo a lo mucho 16 años. A contra esquina, refugiados bajo una sombra, tres jóvenes fuman marihuana y juegan dominó dejando recargados sus fusiles en la fachada gris despintada de una casa.
Llevamos más de 40 minutos sentados en las sillas de plástico que a cada uno nos ofreció el joven guardia junto con una cerveza prestige tibia. Nuestro guía rocía un aerosol en su motocicleta, me dice que es para la protección espiritual. Al igual que lo hacen en el resto de la ciudad, al verme, los pocos niños que aún merodean las calles de Delmas 6, se acercan extendiendo la mano y frotándose la panza: “¡Blanc, blanc, one dollar!”. “Eskize m, mwen pa pale kreyol” les digo. El joven guardia los espanta con un gesto. Una camioneta gris polarizada se detiene en la calle angosta frente a nosotros. Pienso que se trata de Barbecue y me pongo en pie para saludar, la ventana baja y en el interior aparece un joven con rastas que me mira con seriedad dirigiéndose a mí en creole. “Dice que sabe que tú tiene micrófono y cámara escondida de policía”, me dice Okap, riendo nerviosamente. De pronto el hombre sonríe, apunta el dedo hacia mí con complicidad y acelera su vehículo. Okap maldice en creole y lanza al aire la colilla de su cigarro. De una de las camionetas polarizadas que permanecieron inmóviles a dos metros de nosotros durante la hora de espera, desciende Barbecue, frotándose la cara y bostezando como quien recién despierta de un sueño profundo.
“Cuando yo era policía, me era posible arrestar a los pobres, a los que vivían en los barrios de la clase obrera, pero me era imposible arrestar a esos que tenían dinero. Era incluso prohibido detener sus autos en los retenes de revisión. Como policía noté que mis superiores tenían el hábito de obedecer las órdenes de los ricos para destruir a la gente que no tenía nada, a aquellos que tenían mi misma apariencia y provenían del mismo estrato social del que yo venía. Desde entonces entendí cómo funcionaba el sistema en el que yo operaba”. “¿Qué sistema era ese?”, pregunto. “Un sistema que da a un grupo minoritario, que representa el 5 % de la población, el acceso al 95 % de la riqueza del país. Un sistema que no provee acceso al agua potable a la población, ni a la educación, vivienda, o trabajos para los (jóvenes) y las jóvenes que vegetan en la miseria”, responde.
Hemos encontrado refugio bajo la sombra de un techo de lámina en el interior de una escuela preescolar a unas cuadras del lugar donde aguardábamos. Frente a mí está Jimmy Cherizier Barbecue, del que tanto he escuchado. Me acompaña Okap y nuestro guía, quien me ayuda a traducir. Afuera del recinto esperan una decena de jóvenes armados, todos custodios del entrevistado. Recargado sobre una pared color verde pistache, a unos metros, un anciano borracho, famélico y descamisado —quizá el velador de la escuela— aprovecha las pausas de traducción en la conversación para intentar venderme un pedazo de plástico corroído por el tiempo, en el que se vislumbra la imagen difuminada de un santo católico.
Activistas, trabajadores por la paz, periodistas y académicos haitianos me han advertido en previas conversaciones que no debo creerle al líder de los bandidos, que aunque su discurso pueda tener sus aciertos, y en ese sentido ser atractivo, en la práctica, el conglomerado de “pandillas” con las que se codea el otrora policía ha incurrido en los más atroces e inhumanos actos en contra de la sociedad civil, desde el secuestro y la extorsión hasta los abusos sexuales, la quema de casas y el desplazamiento de barrios enteros. Hay quien incluso me ha advertido que entrevistarlo es abonar a la confusión de la opinión pública internacional, que careciendo de criterio por desconocimiento del contexto haitiano, ha solido erigirlo como un potencial libertador.
“He escuchado a gente hablar de él como si fuera un nuevo Che Guevara”, me decía unos días antes Henry Boisrolin, un académico y analista político haitiano. “Pero te voy a decir algo. Si uno es de izquierda tiene que entender que un revolucionario debe de tener principios, ¿no? No todos los medios se justifican en los fines. Un revolucionario no puede admitir que grupos estén violando a niñas, o que se estén quemando las casas de los pobres. Él dice que nunca ha violado ni secuestrado o causado masacres. Él dice esto, pero un revolucionario no va a hacer la revolución junto con tipos que él mismo reconoce que sí cometieron esos actos. Que yo sepa, el Che Guevara nunca se juntó con los asesinos de la mafia”.
Las advertencias sobre Barbecue contrastan con la apariencia del hombre sentado frente a mí. En efecto, el líder de la G9 transmite una serenidad y una articulación de discurso que lo vuelven carismático ante el interlocutor, casi bondadoso, dificultando la duda sobre la sinceridad de sus palabras, y volviendo por momentos absurda la consideración de su atribuida maldad.
“Lo que digo no es mentira, todo el país sabe que es verdad. Esta realidad empeora con el tiempo. Se quejan de que nosotros los bandidos hacemos la vida difícil a la población, pero la policía cada vez es más corrupta. El actual director general y los oficiales de alto rango usan la institución como una compañía de seguridad privada, ves la presencia de tanques de policía frente a los negocios de los oligarcas y a los policías no uniformados que protegen estas empresas. En otras palabras, aquellos con los medios económicos en Haití, especialmente los mulatos, hacen lo que se les antoja. Ellos eligen al presidente, a los senadores y los diputados, a los magistrados comunales, directores generales, jefes de la policía. Es siempre su voluntad la que prevalece”.
Hay mucha gente que considera que los grupos armados son una amenaza criminal y que distan mucho de ser un movimiento con ímpetu democrático. Usted incluso ha sido llamado terrorista por distintos sectores de la sociedad haitiana, tanto de izquierda como de derecha ¿Qué piensa de ello?
No me molesta. Nelson Mandela fue llamado terrorista cuando inició su lucha. Jean Jacques Dessalines, en sus esfuerzos para liberarnos, también fue nombrado bandido y terrorista. Como dijo Thomas Sankara, “tienes que elegir entre champaña para unos pocos o agua potable para todos”. Si el hecho de que demandemos mejores condiciones de vida para la población es la razón por la que somos llamados bandidos y pandillas, estoy listo para morir siendo llamado así.
¿Qué piensa de aquellos líderes sociales que han encabezado movimientos no armados buscando transformaciones democráticas en sus países? Martin Luther King o Ghandi, por ejemplo. ¿Encuentra inspiración en ellos?
Tengo respeto por Gandhi y Luther King, pero estoy más del lado del Che Guevara porque yo, como él, peleo con las armas, y como la del Che, nuestra lucha es por los desfavorecidos. Jean Jacques Dessalines, Fidel Castro, Che Guevara, Thomas Sankara, Ibrahim Traore. Estos son líderes que deberían inspirar a todos aquellos que luchan por un cambio. Hay un dicho que dice: “Si quieres paz, prepárate para la guerra”. Hoy tomamos las armas porque sabemos que por los últimos 30 años nuestro pasado ha sido marginal, lo es también nuestro presente, y nuestro futuro no se visualiza diferente. Hoy la policía está multiplicando sus atrocidades en contra de la clase obrera y los barrios y territorios golpeados por la pobreza. Van a estos barrios a matar, mientras actúan de manera diferente en las áreas donde vive la gente adinerada. En las partes altas de Petion Ville, en Thomassin y Laboule, por ejemplo, la policía sí hace su trabajo de protección. En esas áreas la policía no tiene el derecho de arrestar a nadie, o de asesinar de la misma manera que lo hace en los barrios de clase obrera.
En mayo de este año han logrado la renuncia del ex primer ministro Ariel Henry, ¿no era esto parte fundamental de lo que buscaban los grupos armados con su alianza?
No, nosotros en Viv Asnsanm no solo queríamos destronar a Ariel Henry, sino que queremos terminar con el actual sistema controlado por oligarcas y políticos tradicionales que destruyen el país. Ariel Henry se fue y ha sido reemplazado por un Consejo Presidencial de Transición, el cual no fue electo por la gente de Haití, por los haitianos, sino que representa los intereses de los gobiernos de Canadá, Francia y Estados Unidos. Puedes ver que los miembros de este consejo no respetan las normas constitucionales ni se llevan bien entre ellos. Este sistema no tiene nada que ver con la voluntad del padre de la nación. Cuando Jean Jacques Dessalines tomó las armas para darnos la independencia, optó por una distribución equitativa de la riqueza del país. Diferente a lo que vemos hoy. Una vez que tengamos acceso a agua potable, a vivienda, a educación gratis para nuestros hijos, trabajos, seguridad, estaremos listos para colaborar con el Estado para servir a nuestro país.
Ha llegado el primer contingente de policías kenianos. Aunque aún se espera el resto de la misión policial internacional, se acerca cada vez más el conflicto interno en Haití, ¿cómo están viviendo ustedes la inminencia de esa situación?
Esa fuerza está destinada a fracasar. Otra vez, esta voluntad de intervención no vino de los haitianos, de la población haitiana. Es una imposición de Estados Unidos, Canadá y Francia. La gente en efecto está cansada de la inseguridad que les impide circular tranquilamente. Pero como con MINUSTAH en 2004, esta nueva fuerza va a involucrarse en actos de violación a mujeres, niños y niñas, y todo tipo de formas de violación a los derechos humanos. Esto va a orillar a la gente de Haití, que son naturalmente gente rebelde, a rebelarse contra esta fuerza multinacional. Los oligarcas dirigen esta fuerza en contra de los barrios de la clase trabajadora, donde llevarán a cabo sus operaciones con el pretexto de que eso arrancará a las pandillas de raíz. Sin embargo, si vemos la cartografía de estas áreas, del gueto, es obvio que gente inocente será víctima colateral en estas operaciones. Nosotros no nos quedaremos quietos y confrontaremos con las armas esta fuerza extranjera.
Hay mucha gente, incluso gente que como usted está también en contra del sistema político imperante en Haití hoy, que apoya la intervención de la fuerza multinacional para combatir a los grupos armados, ¿qué piensa de eso?
Los políticos y oligarcas no están trayendo estas fuerzas para dar seguridad al pueblo haitiano ni para ayudar al país, sino porque los va a ayudar a regenerarse. Traen esta fuerza porque están perdiendo el control de las armas que ellos mismos distribuyeron en los barrios de la clase obrera para asesinar y desestabilizar gobiernos, como hicieron en 2004 contra Jean Bertrand Aristide. Luego de que Aristide se fuera, estos oligarcas, que apoyaban un nuevo contrato social, pidieron la asistencia de la ONU para retomar el control de la situación con MINUSTAH, que junto con soldados nepalíes, trajeron el cólera a Haití, matando a casi 500.000 haitianos e infectando a muchos más. Hubo casos de violación, como el cometido por los soldados uruguayos en un niño pequeño en Port Salut o por los soldados brasileños a nuestras madres, hermanas y tías. No aceptaremos esto. Esta fuerza que viene es voluntad de Estados Unidos, Canadá y Francia, apoyada por los oligarcas corruptos y políticos tradicionales. Pero no viene de la voluntad del pueblo haitiano. En efecto, vienen a fallar.
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