Estados Unidos es la tierra prometida para los migrantes (pero sólo para los blancos)
El país que hoy lidera Donald Trump no ha sido siempre un paraíso para los que buscan un nuevo hogar: en el siglo XIX hubo movimientos contra los irlandeses y durante 50 años hubo restricciones para los chinos.
Redacción Internacional
Una cosa es que la estatua de la Libertad reciba con los brazos abiertos a los inmigrantes y otra que los estadounidenses lo hagan. Que Estados Unidos es la tierra prometida para los inmigrantes es algo parcialmente cierto. Y aunque muchos han encontrado en este país un segundo hogar, otros han padecido discriminación durante siglos. Es un hecho: Donald Trump no es el primer presidente en rechazar a poblaciones enteras de migrantes.
Ha habido discriminación desde la primera migración. No la de los británicos que llegaron a América, que no se consideran inmigrantes sino colonizadores, sino la de los irlandeses que siguieron su ejemplo. Fue hacia 1820 que éstos empezaron a cruzar el mar. Al principio de a cientos. Pero a mediados del siglo XIX, movidos por la Gran Hambruna, miles cruzaron el Atlántico. Se establecieron, en su mayoría, en la costa Este.
Hacia 1843 aparecieron, en ese mismo lugar, los primeros nacionalistas: movimientos contra los irlandeses y, en menor medida, contra los alemanes, que llevaban años emigrando a Estados Unidos, huyendo de la violencia en Europa. Como, por ejemplo, el Partido Republicano Americano. Luego conocido como el Partido Americano. Sus integrantes aseguraban que los inmigrantes eran un peligro para los estadounidenses.
Incluso hubo quienes acusaron a los migrantes —en su mayoría católicos— de conspirar con el papa Pío IX para desestabilizar al país. El Partido Americano obtuvo varias alcaldías y en algunas ciudades, como en Nueva York, el rechazo a los inmigrantes derivó en violencia. Como lo ilustra minuciosamente Pandillas de Nueva York, tanto el libro de Herbert Asbury como el largometraje que hizo Martin Scorsese basado en él.
Durante la Guerra Civil, entre 1861 y 1865, los irlandeses jugaron un papel clave. Por lo menos 200.000 de los 2,2 millones de soldados de la Unión, el bando que ganó, eran irlandeses. No obstante, muchos de ellos desertaron y en 1863 protagonizaron una serie de incidentes en protesta al reclutamiento forzado por parte del gobierno de Abraham Lincoln. Pero, tras este conflicto, el rechazo se volcó hacia otra población. Hacia los chinos.
Miles de ellos habían emigrado hacia la costa Oeste, a California, huyendo de las difíciles condiciones en las que se encontraba su país después de la Segunda Guerra del Opio. Hacia 1870, el sentimiento antichino crecía, entre otras razones por la decisión de algunos empresarios de contratar unos 9.000 chinos para la construcción del Ferrocarril Transcontinental. Lo que fue visto por los estadounidenses como que esta población les estaba quitando su trabajo. La discriminación derivó en violencia en 1877.
Y en 1885 entró en vigor la Ley de Exclusión China, que casi impedía el ingreso de chinos al país. La ley, con otros nombres, estuvo vigente hasta 1943. Aunque hubo restricciones para los chinos hasta 1965. Otros países asiáticos, e incluso europeos, vivieron un rechazo similar. La Ley de Orígenes Nacionales, promulgada en 1924, restringió el acceso a ciudadanos de varios países. Entre ellos Japón, un país cuyos ciudadanos han sido discriminados desde el siglo XIX.
La Ley de 1924, que no fue derogada sino hasta 1965, no fue más que el preludio de lo que vendría años después para los japoneses, cuando tras el ataque a Pearl Harbor, en 1941, esta población se convirtió, de repente, en el enemigo público: unos 120.000 japoneses fueron internados en campos de concentración en la costa Oeste. Y allí permanecieron hasta que el presidente Franklin D. Roosevelt se dio cuenta de que la medida había sido un error.
También hubo campos de concentración para alemanes. Pero estos contaban, por lo menos, con mejores condiciones que los destinados para japoneses. Y contra los alemanes nunca hubo un rechazo tan enconado como contra los japoneses. De hecho, algunos inmigrantes con pasado nazi, como el ingeniero Wernher von Braun, fueron recibidos con los brazos abiertos.
Pero para los años 40 la inmigración había cambiado y una población se había apoderado, con el apoyo del gobierno estadounidense, de los espacios dejados por otras comunidades: los mexicanos. En 1942, con el fin de hacerle frente a la falta de mano de obra debido a la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos y México aprobaron el envío de miles de mexicanos a ingenios estadounidenses. Entre 1942 y 1964, unos 4,5 millones de mexicanos cruzaron la frontera legalmente, para hacer parte de este programa.
Se ubicaron, en su mayoría, en la costa Oeste. En aquellos territorios que habían pertenecido a México apenas un siglo antes. Y ahora hay 34 millones de mexicanos en Estados Unidos, para el malestar del presidente Trump.
Otros latinoamericanos siguieron su ejemplo —hondureños, salvadoreños, colombianos— y se unieron a esta gran comunidad que es la latina. Las medidas que ha tomado Estados Unidos respecto a esta población han afectado profundamente a estos países. Por ejemplo, con las deportaciones de centroamericanos detenidos en Estados Unidos a sus países de origen, donde han terminado trabajando para las poderosas bandas criminales de la región. Como la mara Salvatrucha.
El siglo XXI ha visto otro tipo de inmigración y otro tipo de discriminación: contra los musulmanes. Miles de personas de países de mayoría musulmana inmigraron a Estados Unidos huyendo de los conflictos en Oriente Medio. Entonces vino el 11 de septiembre de 2001: el ataque a las Torres Gemelas. Y el odio antiinmigrante se volcó hacia esa población. Y el odio sigue. Hasta llegar a las medidas tomadas por el presidente Trump en contra de siete países de mayoría musulmana.
Pero poblaciones de todos los continentes han sufrido, en determinado momento, el rechazo del nacionalismo estadounidense, sea por economía o por religión. Aunque no son iguales, hay muchas similitudes entre lo sucedido entre irlandeses y musulmanes, pese a más de un siglo de diferencia entre ambas migraciones.
Para muchos, eso de que Estados Unidos es la tierra de la libertad no es tan cierto. Otros han sido recibidos pagando un precio: el de la estigmatización. Basta ver cualquier película de Hollywood: el latino narcotraficante, el chino desaseado, el italiano mafioso, el ruso asesino.
Parafraseando a George Orwell: todos somos iguales, pero hay unos más iguales que otros. Estados Unidos les abre los brazos a los inmigrantes más iguales a sus padres fundadores. Es decir: blancos, cristianos, europeos. Para el resto, depende de quién esté de presidente.
Una cosa es que la estatua de la Libertad reciba con los brazos abiertos a los inmigrantes y otra que los estadounidenses lo hagan. Que Estados Unidos es la tierra prometida para los inmigrantes es algo parcialmente cierto. Y aunque muchos han encontrado en este país un segundo hogar, otros han padecido discriminación durante siglos. Es un hecho: Donald Trump no es el primer presidente en rechazar a poblaciones enteras de migrantes.
Ha habido discriminación desde la primera migración. No la de los británicos que llegaron a América, que no se consideran inmigrantes sino colonizadores, sino la de los irlandeses que siguieron su ejemplo. Fue hacia 1820 que éstos empezaron a cruzar el mar. Al principio de a cientos. Pero a mediados del siglo XIX, movidos por la Gran Hambruna, miles cruzaron el Atlántico. Se establecieron, en su mayoría, en la costa Este.
Hacia 1843 aparecieron, en ese mismo lugar, los primeros nacionalistas: movimientos contra los irlandeses y, en menor medida, contra los alemanes, que llevaban años emigrando a Estados Unidos, huyendo de la violencia en Europa. Como, por ejemplo, el Partido Republicano Americano. Luego conocido como el Partido Americano. Sus integrantes aseguraban que los inmigrantes eran un peligro para los estadounidenses.
Incluso hubo quienes acusaron a los migrantes —en su mayoría católicos— de conspirar con el papa Pío IX para desestabilizar al país. El Partido Americano obtuvo varias alcaldías y en algunas ciudades, como en Nueva York, el rechazo a los inmigrantes derivó en violencia. Como lo ilustra minuciosamente Pandillas de Nueva York, tanto el libro de Herbert Asbury como el largometraje que hizo Martin Scorsese basado en él.
Durante la Guerra Civil, entre 1861 y 1865, los irlandeses jugaron un papel clave. Por lo menos 200.000 de los 2,2 millones de soldados de la Unión, el bando que ganó, eran irlandeses. No obstante, muchos de ellos desertaron y en 1863 protagonizaron una serie de incidentes en protesta al reclutamiento forzado por parte del gobierno de Abraham Lincoln. Pero, tras este conflicto, el rechazo se volcó hacia otra población. Hacia los chinos.
Miles de ellos habían emigrado hacia la costa Oeste, a California, huyendo de las difíciles condiciones en las que se encontraba su país después de la Segunda Guerra del Opio. Hacia 1870, el sentimiento antichino crecía, entre otras razones por la decisión de algunos empresarios de contratar unos 9.000 chinos para la construcción del Ferrocarril Transcontinental. Lo que fue visto por los estadounidenses como que esta población les estaba quitando su trabajo. La discriminación derivó en violencia en 1877.
Y en 1885 entró en vigor la Ley de Exclusión China, que casi impedía el ingreso de chinos al país. La ley, con otros nombres, estuvo vigente hasta 1943. Aunque hubo restricciones para los chinos hasta 1965. Otros países asiáticos, e incluso europeos, vivieron un rechazo similar. La Ley de Orígenes Nacionales, promulgada en 1924, restringió el acceso a ciudadanos de varios países. Entre ellos Japón, un país cuyos ciudadanos han sido discriminados desde el siglo XIX.
La Ley de 1924, que no fue derogada sino hasta 1965, no fue más que el preludio de lo que vendría años después para los japoneses, cuando tras el ataque a Pearl Harbor, en 1941, esta población se convirtió, de repente, en el enemigo público: unos 120.000 japoneses fueron internados en campos de concentración en la costa Oeste. Y allí permanecieron hasta que el presidente Franklin D. Roosevelt se dio cuenta de que la medida había sido un error.
También hubo campos de concentración para alemanes. Pero estos contaban, por lo menos, con mejores condiciones que los destinados para japoneses. Y contra los alemanes nunca hubo un rechazo tan enconado como contra los japoneses. De hecho, algunos inmigrantes con pasado nazi, como el ingeniero Wernher von Braun, fueron recibidos con los brazos abiertos.
Pero para los años 40 la inmigración había cambiado y una población se había apoderado, con el apoyo del gobierno estadounidense, de los espacios dejados por otras comunidades: los mexicanos. En 1942, con el fin de hacerle frente a la falta de mano de obra debido a la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos y México aprobaron el envío de miles de mexicanos a ingenios estadounidenses. Entre 1942 y 1964, unos 4,5 millones de mexicanos cruzaron la frontera legalmente, para hacer parte de este programa.
Se ubicaron, en su mayoría, en la costa Oeste. En aquellos territorios que habían pertenecido a México apenas un siglo antes. Y ahora hay 34 millones de mexicanos en Estados Unidos, para el malestar del presidente Trump.
Otros latinoamericanos siguieron su ejemplo —hondureños, salvadoreños, colombianos— y se unieron a esta gran comunidad que es la latina. Las medidas que ha tomado Estados Unidos respecto a esta población han afectado profundamente a estos países. Por ejemplo, con las deportaciones de centroamericanos detenidos en Estados Unidos a sus países de origen, donde han terminado trabajando para las poderosas bandas criminales de la región. Como la mara Salvatrucha.
El siglo XXI ha visto otro tipo de inmigración y otro tipo de discriminación: contra los musulmanes. Miles de personas de países de mayoría musulmana inmigraron a Estados Unidos huyendo de los conflictos en Oriente Medio. Entonces vino el 11 de septiembre de 2001: el ataque a las Torres Gemelas. Y el odio antiinmigrante se volcó hacia esa población. Y el odio sigue. Hasta llegar a las medidas tomadas por el presidente Trump en contra de siete países de mayoría musulmana.
Pero poblaciones de todos los continentes han sufrido, en determinado momento, el rechazo del nacionalismo estadounidense, sea por economía o por religión. Aunque no son iguales, hay muchas similitudes entre lo sucedido entre irlandeses y musulmanes, pese a más de un siglo de diferencia entre ambas migraciones.
Para muchos, eso de que Estados Unidos es la tierra de la libertad no es tan cierto. Otros han sido recibidos pagando un precio: el de la estigmatización. Basta ver cualquier película de Hollywood: el latino narcotraficante, el chino desaseado, el italiano mafioso, el ruso asesino.
Parafraseando a George Orwell: todos somos iguales, pero hay unos más iguales que otros. Estados Unidos les abre los brazos a los inmigrantes más iguales a sus padres fundadores. Es decir: blancos, cristianos, europeos. Para el resto, depende de quién esté de presidente.