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“Esto es un trauma colectivo, no es solo Texas”, Ani Kalayjian

A lo largo de 2022, Estados Unidos ha vivido más de 200 tiroteos. Las fuertes tensiones sociales, las desigualdades, un discurso que legitima la violencia y la falta de prioridad en la atención a la salud mental, sumado al poco control en la venta de armas, están detrás de esta problemática. Para la psicóloga Ani Kalayjian, la educación en el manejo de las emociones podría ser un camino para su prevención.

Tanto la escuela como el parque principal de Uvalde (Texas) se han convertido en improvisados, pero sentidos memoriales, en homenaje a las víctimas del tiroteo.
Tanto la escuela como el parque principal de Uvalde (Texas) se han convertido en improvisados, pero sentidos memoriales, en homenaje a las víctimas del tiroteo.
Foto: AFP - CHANDAN KHANNA
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Los compañeros de escuela de Salvador Ramos, de 18 años, se burlaban de él porque era tartamudo y porque era pobre. Además, le hacían bullying y lo acosaban diciéndole que era gay. Por eso un día decidió no volver a clases. En casa, la relación con su madre era difícil y tenían fuertes peleas. En ocasiones, según contaron sus amigos, Ramos llegó a cortarse a sí mismo por diversión. El 24 de mayo le disparó a su abuela en la cara y frenéticamente se dirigió a la escuela primaria Robb. Allí asesinó a tiros a 21 personas, en su mayoría niños, e hirió a otras 17. Pasada una hora, la policía lo mató.

Salvador Ramos no registraba antecedentes de salud mental. Sin embargo, de acuerdo con Ani Kalayjian, psicóloga sirio-estadounidense y especialista en traumas masivos, él encaja dentro del perfil de un tirador. “En muchos tiroteos en escuelas nos encontramos con perpetradores que son jóvenes víctimas de bullying, antisociales y con problemas de salud mental. Eso debe ser motivo de alerta”.

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En Estados Unidos, como en muchos otros países, aquello no es una prioridad. Según el informe “Estado de la salud mental del país”, publicado en 2021 por Anthem, la mayor empresa de atención sanitaria con fines de lucro de la Blue Cross Blue Shield Association, los más jóvenes y quienes viven en situación de pobreza fueron quienes, especialmente, no recibieron atención en este rubro durante la pandemia del coronavirus. “Los índices de ansiedad y depresión declarados por los pacientes aumentaron y, no obstante, la capacidad de acceso a los servicios de salud mental disminuyó”, dijo el doctor Shantanu Agrawal, director de Salud de Anthem, a CNN.

Algo similar advirtió la Oficina de Responsabilidad Gubernamental estadounidense: el 68 % de las casi 3.400 clínicas comunitarias que atendían a personas de bajos recursos con problemas de salud mental y abuso de sustancias tuvieron problemas para funcionar en los últimos meses de 2020, por la falta de personal o de fondos. Además, para junio de ese mismo año, según una encuesta de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades, el 41 % de los estadounidenses presentaban problemas de salud mental derivados de la pandemia, como depresión, ansiedad y pensamientos suicidas. No sin olvidar que, de acuerdo con un análisis del Fondo del Commonwealth, titulado: “¿Los estadounidenses enfrentan mayores consecuencias económicas y de salud mental por covid-19? Comparación de Estados Unidos con otros países de altos ingresos”, los estadounidenses fueron considerados los más propicios a reportar afectaciones a la salud mental. Así, el porcentaje de adultos que informaron experimentar estrés, ansiedad o una gran tristeza durante el confinamiento tuvo el siguiente comportamiento entre países: 33 % en Estados Unidos, 26 % en Reino Unido y Canadá, 24 % en Francia, 23 % en Australia y Nueva Zelanda, 18 % en Suecia, 14 % en Países Bajos y 10 % en Noruega.

“La salud mental no es una prioridad en ningún país, no es tomada en serio, pero entre los países desarrollados, Estados Unidos está muy retrasado”, advirtió la doctora Kalayjian, quien agregó que esto coincide con otras problemáticas sociales, como el consumo de drogas y el aislamiento social. Ahora bien, la especialista resalta otras preocupaciones. Por un lado, cualquier persona puede obtener un arma, sin tener en cuenta su historial médico. Por el otro, el sistema de salud tiene fallas, pues a partir de los 18 años se pierde cualquier jurisdicción sobre los jóvenes y no hay forma de orientarlos a recibir un tratamiento médico si ellos disponen lo contrario. Por eso, según ella, “se necesita un acceso fácil y gratuito, sin estigma, a los servicios de atención en materia de salud mental”.

Un trauma colectivo, una responsabilidad de todos

En Estados Unidos coinciden diferentes variables detrás de la violencia masiva con armas de fuego. La desigualdad, la polarización, la legitimización de la violencia y la pandemia, entre otros factores, en medio de una población que está fragmentada, alimentan el terreno para la creación de una atmósfera social propicia para los tiroteos, comentó Wilson López, profesor de psicología de la Universidad Javeriana.

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Aunque dichos rasgos no son exclusivos de la sociedad estadounidense, lo cierto es que, por un lado, la pandemia acentuó la desigualdad en el país norteamericano y de forma dispar. Según lo documenta Human Rights Watch, “las comunidades negras, latinas y nativas americanas se han visto desproporcionadamente afectadas por los efectos negativos de la pandemia, la cual ha profundizado las injusticias raciales en materia de atención sanitaria, vivienda, empleo, educación y acumulación de riqueza”. No hay que olvidar que, de acuerdo con la organización Children’s Defense Fund, aunque la violencia con armas de fuego afecta a todos los menores de edad, aquellos afrodescendientes, seguidos de niños indios americanos/nativos de Alaska, están más en riesgo, según el estudio “El estado de los niños americanos”, publicado en 2021.

Para López, por otro lado, la toma del Capitolio, el 6 de enero de 2021, marcó un precedente en la legitimación de las manifestaciones violentas, pues Donald Trump, al enviar mensajes para alentar a las masas a manifestarse en contra de la certificación de Joe Biden y al no actuar para evitar el asalto al Legislativo, razón por la cual lo están investigando actualmente, dejó un mensaje de respaldo a dicho comportamiento. Algo similar planteó la doctora Kalayjian: “En los últimos siete años hemos presenciado la polarización y el aislamiento. La atmósfera sociopolítica ha cambiado y nuestra libertad está comprometida”.

Según Javier Aulí, psiquiatra de niños y adolescentes, y profesor de la Universidad Javeriana, en una sociedad donde hay odio exacerbado, y no hay tolerancia a la diferencia, es fácil encontrar una razón para ser violento. El problema de fondo es que “la salud mental siempre ha estado en el sótano de la sociedad”, agregó el especialista. De acuerdo con él, los más jóvenes suelen ser más agresivos, pues les resulta difícil manejar sus emociones. Detrás de cada uno de ellos puede haber historias de carencias, fragilidad, injusticia social y violencia, además de contextos en donde se sienten alienados, rasgos que incentivan una reacción agresiva. “¿Cuál es nuestro papel en esto?”, se pregunta el doctor.

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“Esto es un trauma colectivo, no es solo Texas”, afirmó Kalayjian, quien comparte una ruta de acción para abordar esta problemática, teniendo el acceso fácil y gratuito para la atención en salud mental, así como la educación en inteligencia emocional, como ejes centrales en los esfuerzos de prevención. “En los colegios no solo se debe enseñar ciencias y matemáticas”, puntualizó. A esto se suma un mayor control sobre quién puede portar un arma, pues hoy en día cualquier estadounidense puede poseer una sin importar su historial médico o pasado judicial; la creación de espacios comunes para liberar el estrés, incentivar tolerancia entre los partidos políticos y desarrollar acciones colectivas para fomentar un sentido de vida en el otro.

“No existe una cultura colectiva de apoyarnos los unos a los otros, de ayudar a levantarnos de forma conjunta”, puntualizó Kalayjian. Recordando que algo de esto sucedió justo después del 11 de septiembre, luego de los ataques a las Torres Gemelas, y en los primeros meses de la pandemia, enfatiza en que no se ha creado un esfuerzo constante en esta dirección. Al contrario, predomina la competencia. Por ello advierte: “Nosotros podemos ser igual de letales que una bomba si no aprendemos a controlar nuestras emociones”.

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Por José David Escobar Franco

Periodista de investigación y asuntos internacionales. Internacionalista con énfasis en América Latina y el Caribe.@JoseD_Escobarjdescobar@elespectador.com

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