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Favelas de Río de Janeiro se impone la nueva (vieja) normalidad

Las calles volvieron a su dinámica en Maré. En medio de un comercio atiborrado y de la congestión del tráfico, este complejo de favelas en Río de Janeiro vive en plena pandemia una “nueva normalidad”. Pobreza y violencia permanecen, pero la solidaridad es ahora más visible.

Redacción Mundo y María Angélica Troconso / Agencia EFE
15 de octubre de 2020 - 06:18 p. m.
Habitantes de la favela da Maré hacen fila para recibir alimento el 13 de octubre de 2020, en Rio de Janeiro (Brasil).
Habitantes de la favela da Maré hacen fila para recibir alimento el 13 de octubre de 2020, en Rio de Janeiro (Brasil).
Foto: Agencia EFE
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Pese al evidente abandono del Estado en una comunidad en la que impera la pobreza y donde la precariedad de servicios esenciales como la salud, el saneamiento básico y la seguridad son el pan de cada día, la gente del “Complexo da Maré” no se rinde ante los retos que impone la COVID-19.

Con una población cercana a los 140.000 habitantes, este complejo que reúne 16 favelas es una de las comunidades más densamente pobladas de Brasil, con más de 32.000 moradores por kilómetro cuadrado.

En Maré se vive una tensa calma. Por sus estrechas calles batallan continuamente los automóviles para abrirse paso, mientras las motocicletas esquivan los bolardos artesanales levantados por ciudadanos o bandas criminales para bajar la velocidad.

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El comercio sediento tras meses de quietud se impone sobre los andenes. En sus alrededores, otras calles, mucho más angostas, abren paso a decenas de viviendas cuyas fachadas se entrelazan en un caos de cables que llevan luz a los hogares.

En la rutina diaria, moradores y bandidos armados pueden encontrarse en las calles. Un respeto tácito es evidente. Es la cotidianeidad de las favelas donde el poder no es del Estado sino de los grupos de narcotráfico y milicias que allí están establecidos.

Realidad de las favelas

Río, con cerca de 7 millones de habitantes, el 22 % de ellos moradores de favelas, suma más de 111.000 contagios por coronavirus y es la segunda ciudad del país con más muertos por la enfermedad con unos 11.000 fallecidos.

Desde que comenzó la reactivación de la economía, dos meses atrás, la vida de la ciudad ha regresado paulatinamente.

A diferencia de los barrios más acomodados de Río, como Ipanema o Copacabana, en las 16 favelas que componen el complejo de la Maré el cambio se ha sentido, pero no de forma tajante.

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Primero, porque la orden de quedarse en casa para evitar la propagación del virus no era un lujo que se pudieran dar sus habitantes, y segundo, porque las condiciones de hacinamiento y la falta de una adecuada ventilación obligaban a la gente a salir a la calle.

El aumento de la violencia policial durante las primeras semanas de pandemia fue otro factor que complicó la situación. Solo entre abril y mayo, cuando el confinamiento social estaba en plena vigencia, 65 personas perdieron la vida a manos de los uniformados, según el Observatorio de Seguridad Pública de Río.

Las autoridades en vez de ayudar con la pandemia provocaban caos y confusión en las favelas con cada operativo adelantado, según los propios vecinos.

Esto llevó a la justicia a prohibir desde el 1 de junio -y mientras dure la pandemia- los operativos policiales en las favelas de la ciudad. Los resultados asombran. La violencia continúa latente, pero las muertes ocasionadas por los agentes bajaron en un 74 % solo en ese primer mes.

Las dificultades también se vieron por la precariedad de los servicios básicos en Maré, el deficiente sistema de salud y la presión del Gobierno del presidente Jair Bolsonaro para que la población saliera a las calles a trabajar, porque Brasil no podía parar por culpa de una “gripecita”.

La situación llevó a que en el complejo se registraran cerca de 1.000 contagios y el mayor número de muertes por la pandemia entre las favelas, con más de 123 fallecidos, según los reportes de las mismas comunidades.

Que no falte el pan

Así las cosas, la prioridad durante la pandemia ha sido ayudar a los más necesitados, una labor liderada por Redes de la Maré, una ONG que desde hace más de dos décadas busca garantizar una mejor calidad de vida para los habitantes del complejo.

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Esta ONG adecuó por completo la infraestructura humana y logística de sus programas para centrarse en proyectos relacionados con seguridad alimentaria y salud, que han beneficiado a cerca de 55.000 personas en Maré con la entrega de cestas básicas de alimentos y productos de aseo y tapabocas.

No obstante, la atención se ha dirigido a los habitantes de la calle y a quienes han sido contagiados por la pandemia.

Si bien la Red ha contratado a unos 150 habitantes de Maré para llevar a cabo la campaña, otros se han ofrecido a colaborar voluntariamente.

“Mucha gente se puso a disposición para ayudarnos y creo que eso revela un histórico de resistencia, lucha y trabajo colaborativo”, aseguró a Efe Luna Escorel Arouca, una de las coordinadoras de la Red.

La solidaridad también se ha visto entre los empleadores de la misma comunidad, que a pesar del freno que les fue impuesto por la pandemia, optaron por hacer maromas para extender la mano a sus trabajadores.

“No alcanzamos a despedir a nadie. Lo que hacíamos eran rotaciones. Durante una semana un grupo hacía un turno y en la otra entraba otro grupo”, señaló a Efe Ana Paula Acevedo, de 39 años, que junto con su esposo maneja un restaurante y un bar en los que emplean a 40 personas.

Mujeres, al frente

En el complejo de la Maré, el 51 % de sus habitantes son mujeres y la mayoría son cabeza de familia. Son ellas las que llevan la batuta en la lucha contra la COVID-19.

Las que no han perdido el trabajo continúan saliendo día a día a buscar el pan y muchas de las que tuvieron que parar se han unido a la causa de la Red a través de sus programas o de labores voluntarias.

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Julia González es una de ellas. A sus 36 años tiene bajo su coordinación “La casa de las mujeres”, un espacio donde, además de brindar asistencia sociojurídica, se dictaban cursos de peluquería, gastronomía, bordado y alfabetización.

Tras la pandemia, la casa fue adaptada para preparar las comidas que alimentan, día a día, a los más vulnerables del complejo.

“Más de la mitad de las mujeres de Maré son responsables de los ingresos familiares, entonces entendemos que incidir en la mejoría de la calidad de vida de las mujeres es incidir en forma general en la mejoría de la Maré”, aseguró.

Por María Angélica Troconso / Agencia EFE

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