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La religión parece dividir al Congreso de la República. En el Capitolio Nacional se ubica la capilla María Auxiliadora, una capilla católica. El representante a la cámara liberal Juan Carlos Losada propuso cambiarla por un espacio de culto neutro, de meditación, sin religión específica y donde todos puedan “ejercer con plenitud su derecho a la libertad de culto”. Algunos congresistas de oposición, como el senador Andrés Guerra, rechazan la idea con el argumento de que Colombia es un “país católico” y que, como afirma el exrepresentante Erwin Arias Betancur, ya existe frente a la capilla un espacio de culto neutro para otras religiones, pese a que este tiene en las paredes frases bíblicas y en el centro hay un atril con una biblia. El debate está vivo desde que se organizó una protesta por la transformación de la capilla católica del aeropuerto El Dorado de Bogotá en un espacio de culto neutro.
En la ONU existe una sala de culto neutro como la que se quiere colocar en el Capitolio Nacional. Conocer su historia y su sentido puede arrojar algunas luces al debate.
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Cuando en 1953 hubo consenso para elegir a Dag Hammarskjöld como el segundo secretario general de la ONU, había baja expectativa. El embajador permanente de la Unión Soviética se refirió a él como “inofensivo” y el secretario de Estado de Estados Unidos dijo que él era “lo mejor que podemos conseguir”. Poner de acuerdo a los países miembros de la Organización de Naciones Unidas es casi imposible. Ni siquiera Hammarskjöld se la creía: lo primero que pensó es que era una inocentada, pues le dieron la noticia un 1 de abril. Sin embargo, tras su repentina y aún no esclarecida muerte, que ocurrió en su segundo período como secretario, John F. Kennedy se arrepintió de haberle llevado la contraria y dijo: “Ahora me doy cuenta de que, en comparación con él, soy un hombre pequeño. Fue el estadista más grande de nuestro siglo”. Hasta hoy, se considera que Dag Hammarskjöld fue el mejor secretario general de la ONU, por sus esfuerzos decisivos por la paz, y es el punto de referencia con el cual se juzga a los actuales secretarios.
Se le recuerda por acciones de paz tan grandes como mediar la crisis del Congo e intervenir en la guerra árabe-israelí, hasta por gestos pequeños como estrechar la mano a todos los funcionarios de la ONU y hacer del ascensor privado del secretario general uno de uso común. Era un hombre de paz. Por eso, hoy reposan placas dedicadas a su memoria sobre el que fue uno de sus primeros pequeños proyectos de paz antes de ser secretario: un cuarto de culto neutro en la sede principal de la ONU, en Nueva York.
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El ‘cuarto de meditación’ está tras una puerta de vidrio en la pared de mármol sobre la que cuelgan las placas. Después de esa puerta, una pared negra impide que desde afuera se vea el interior de la habitación, cuya entrada está a la izquierda. Es un cuarto trapezoidal hondo. Las paredes no tocan el techo y del espacio entre ellas fluye una luz cuyo origen no es visible. Sobre la pared del fondo, la más pequeña, en la cara más aguda del espacio, hay un mural abstracto: líneas rectas y curvas que se cruzan y forman figuras color pastel. La mirada del espectador descansa en un pequeño medio círculo negro a la izquierda. Al frente hay un monolito de hierro rectangular de seis toneladas sobre el que cae una luz desde el techo, similar al rayo crepuscular que da vida a la tierra. Del lado opuesto y más ancho de la habitación hay doce bancos que miran hacia el bloque. Ese bloque podría ser un altar, pero sus caras más cortas son las que están frente a las sillas que miran. Desde ahí no es posible predicar. La también llamada ‘habitación del silencio’, pues guardar silencio es la principal regla en ese espacio, es en sí misma abstracta, pero solemne.
Fue un regalo de la misión de Suecia ante la ONU, cuyo jefe era Dag Hammarskjöld, y la fundación Marshall Field en 1952. Hammarskjöld, de religión luterana, tomó decisiones de diseño y, el día de la inauguración, dijo: “Tenemos entre nosotros un centro de quietud rodeado de silencio. Esta casa —refiriéndose a la sede de Naciones Unidas—, cuya misión es el trabajo y el debate al servicio de la paz, debería tener una habitación dedicada al silencio en el sentido exterior y a la quietud en el sentido interior (...). Aquí se reunirán personas de muchas religiones y, por eso, ninguno de los símbolos a los que estamos acostumbrados en nuestra oración podría ser utilizado”.
Es un espacio de culto neutro y, sin importar el credo, puede vivirse allí una experiencia espiritual e, incluso, invocarse a cuál sea su dios. En efecto, no hay símbolos religiosos, pero sí espirituales. El gobierno de su país donó el bloque de hierro, símbolo de “permanencia en un mundo de cambios”. El artista sueco Bo Beskow, amigo cercano de Hammarskjöld, estuvo a cargo del diseño del mural, que representa luz.
En las Naciones Unidas hay personas de todas las religiones. Dag Hammarskjöld sabía que las religiones pueden dividir a la humanidad y que estas, incluso, han llevado a la guerra. Pero sabía también que todas podían tener en común la experiencia de lo sagrado. A través de la simpleza del lugar, el espacio vacío y abstracto representa “un mismo dios al que los seres humanos han adorado en distintas formas y muchos nombres”.
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Hoy, el mantenimiento del ‘cuarto de meditación’ está a cargo de los “Amigos del cuarto de Meditación de la ONU”, un grupo de judíos, católicos y musulmanes. Cualquier persona, incluso quien no trabaja en la ONU, puede visitar sin costo alguno ese espacio.
La Constitución Política establece que Colombia no es un país católico, sino un país aconfesional, como la ONU. No hay una religión oficial del Estado y la Constitución reconoce y exige el respeto a la diversidad de cultos. Esto implica que el Estado y la iglesia son instituciones separadas.
“Una sala de meditación es un espacio de apertura donde la religión no sea el pilar de división, sino un punto de encuentro y reconciliación”, afirma el filósofo y religioso católico Andrés Garzón. Para él, promover la libertad de culto no es incompatible con la fe católica. “Eso es parte de los desafíos contemporáneos que reconoce la misma iglesia: un reconocimiento a otras creencias, un encuentro ecuménico, una teología abierta, lo que en lenguaje común se convierte en un diálogo con los otros, que son distintos. La iglesia se convierte no en un espacio de división, sino de unión, algo acorde con sus ideales éticos”, añade Garzón.
Así como las Naciones Unidas representan a todos los países y, de ese modo, a todas las religiones del mundo. El Congreso de Colombia representa a todos los colombianos. La ideas de Garzón, así como las de los congresistas que promueven un espacio de culto neutro se pueden resumir en esta pregunta: si los incluso los congresistas católicos, fueron votados por gente que puede o no ser de esa religión... ¿por qué no tener allí un espacio donde todos, no solo los católicos, puedan meditar y compartir a través de lo sagrado?
Valga recordar la pregunta que se hacía el cineasta Alejandro González Iñárritu en un cortometraje sobre el atentado contra las torres gemelas, motivado, en parte, por fanatismo religioso: ¿La luz de Dios nos ilumina o nos enceguece?
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