La frontera de Estados Unidos con México se extiende por más de 3.100 kilómetros, en los que hay ocho puertos principales de entrada y salida regular. De occidente a oriente, California, Arizona, Nuevo México y Texas son los estados ubicados en la extensión de este límite terrestre.
A lo largo de esta frontera, hay más de 1.100 kilómetros de muro fronterizo (no continuos). Esto es similar a la distancia que hay entre Bogotá y Cartagena.
Del lado mexicano, están Baja California, Sonora, Chihuahua, Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas. Estos estados albergan varias de las ciudades más dinámicas en los intercambios fronterizos: Tijuana (Baja California), Nogales (Sonora), Juárez (Chihuahua), Nuevo Laredo, Reynosa y Matamoros (Tamaulipas).
La vigilancia de la frontera sur está dividida en sectores a cargo de la Patrulla Fronteriza. En total, son nueve sectores, que, a su vez, se dividen en estaciones.
En lo corrido del año fiscal 2024, el sector más transitado por los migrantes ha sido el de Tucson (Arizona), que registra un total de 373.220 encuentros con la Patrulla Fronteriza.
Entre México y Estados Unidos hay varias barreras, naturales (como montañas), pero también artificiales (como cercas o muros), que se construyen desde hace décadas. El vallado existente se ha levantado en distintos puntos de la frontera y está desplegado de forma discontinua e incluso por “capas” (barreras principales que van seguidas de barreras secundarias o hasta terciarias), a lo largo de aproximadamente una tercera parte de la frontera.
En los montes o en el desierto, como el que hay entre Arizona y Sonora (en México), los riesgos son tan incontables como inimaginables: desde el calor sofocante por el sol intenso, que es sencillamente mortal en el verano; el frío insoportable durante el invierno; las víboras u otros animales que pueden causar heridas letales para un ser humano; hasta los cactus, como los llamados “cactus saltarines”, que se prenden nada más rozarlos… Puede sonar inofensivo, pero las ramas y espinas, o sencillamente el desgaste de caminar, incluso con el mejor equipo de senderismo, pueden dejar lesiones o formar ampollas que se pueden infectar, como las que los forenses suelen encontrar en las plantas de los pies de cientos de cadáveres de migrantes que han sido hallados en estos hermosos y a la vez inhóspitos paisajes.
Es difícil saber cuántas personas han muerto cruzando el río o el desierto a lo largo de la frontera sur de Estados Unidos, pues no todos los restos son recuperados y cada estado gestiona esta realidad de forma distinta; mucho menos se puede determinar cuántas logran cruzar. Sin embargo, la Oficina del Médico Forense del Condado de Pima, en Arizona, tiene cifras que hablan de un promedio superior a 160 cuerpos recuperados anualmente desde el año 2000 en su jurisdicción. Organizaciones como el Colibrí Center (nacida del trabajo voluntario en esa misma morgue) hablan de al menos 8.000 personas muertas en toda la frontera desde 1998. Otras, como Humane Borders, que se dedica a proveer agua en el desierto, han documentado en mapas los lugares en que los cadáveres son hallados: así ayudan a dimensionar esta barbarie, tomar decisiones para reubicar sus tanques (y, así, tratar de evitar más muertes) y hasta ayudar a los forenses en su tarea.
Los partes forenses hablan de “causa indeterminada” para la mayoría de las muertes en el desierto debido a que las condiciones en que son encontrados sus restos no permiten saber la causa del deceso. Son huesos, o partes de estos, que necesitan pasar por un costoso proceso de identificación con ADN (cuya financiación hay que rebuscarse) para que revelen el rostro de la persona. Los que son hallados antes de que queden reducidos a un esqueleto (lo que con ciertas condiciones puede ocurrir en un par de semanas) han muerto principalmente por causas ambientales, como la deshidratación o la hipertermia.
La identificación de cuerpos incluso con avanzados grados de descomposición es más probable que la de un esqueleto. Aunque muchos fallecidos portan elementos que de poco sirven, como dinero cosido en lugares ocultos de la ropa, otros pueden llevar documentos de identidad, que se pueden corroborar con los consulados; hay algunos con marcas particulares, como tatuajes, que incluso es posible detectar con luz infrarroja si la piel ha sido ennegrecida por el sol. Las huellas dactilares, incluso si el cuerpo ha quedado momificado (lo que es usual por las condiciones ambientales), se pueden recuperar. El problema es que esa huella figure en alguna base de datos del país, algo poco probable, a menos que la persona tenga, por ejemplo, un historial criminal.
En estos años, unas 2.400 personas extranjeras, recuperadas luego de morir tratando de cruzar este desierto, han podido ser identificadas. Las de nacionalidad mexicana son, de lejos, las que con mayor frecuencia son halladas muertas. Les siguen guatemaltecos y hondureños.
Lo anterior quiere decir que cerca de 1.500 personas siguen esperando que su nombre y origen sea encontrado.
Para evitar el fatal desenlace, las autoridades por supuesto hacen el llamado a no cruzar las fronteras de forma irregular. Sin embargo, si lo hacen, en tiempos en que prácticamente todas las personas portan un celular, recomiendan llamar al 911 si una vida está en riesgo. Para los casos en los que eso no sea una opción, se han instalado balizas de rescate, que cuentan con un botón rojo para pedir ayuda. Al oprimirlo, el operativo de rescate se inicia de inmediato. Solo en el sector de Tucson (ciudad de Arizona que forma parte del condado de Pima), de unos 234.000 kilómetros cuadrados, hay 34 de estos puntos.
Estos objetos pueden ser un salvavidas cuando las personas se han quedado sin batería o señal celular. Si todavía tienen batería o señal en el móvil, los agentes insisten en que llamen al 911, no al coyote ni sus familias, pues pueden estar agotando tiempo y recursos valiosos cuando una vida está en riesgo.
Las balizas de rescate que pudimos ver son móviles, y se trasladan conforme cambia el flujo migratorio de manera que los migrantes puedan encontrarlos más fácilmente cuando necesiten ayuda.
Las balizas suelen estar señalizadas en distintos idiomas. En Texas, es usual encontrar inglés y español, pero en Arizona también tienen instrucciones en la lengua del pueblo tohono o'odham, que habita en el desierto de Sonora.
Una vez se oprime, se activa la ruta para el rescate. Entre las primeras indicaciones que reciben las personas es no moverse del lugar y tener paciencia mientras los agentes llegan. Esto puede tardar minutos u horas, dependiendo de qué tan lejos se encuentren las unidades. Este es un ejemplo de lo que escucha un migrante cuando oprime el botón.
El equipo de búsqueda y rescate de la Patrulla Fronteriza, llamado Borstar, está desplegado en las zonas más críticas de la frontera y entrenado para dichas tareas. Cuentan, además, con apoyos como helicópteros y perros de rescate.
Por supuesto, si la persona es rescatada tendrá que enfrentar un proceso ante las autoridades, pero, dicen los agentes, al menos habrá salvado lo más importante: su vida, la misma que con seguridad no les importa a los “coyotes” por nada diferente al dinero. Desde hace años, expertos en este tema han notado cómo se han ido sofisticando los métodos para que las personas sean difíciles de detectar (y, eventualmente, de rescatar): según las autoridades, los “coyotes” visten con camuflado a los migrantes que trafican o los hacen calzar zapatos con pedazos de alfombra en las suelas para que no dejen huella en el desierto.
Organizaciones de la sociedad civil también trabajan para salvar vidas. Es el caso de Humane Borders (o Fronteras Compasivas en español), cuyo trabajo no solo es célebre por haber podido georrefenciar las muertes de los migrantes en el desierto. Son principalmente reconocidos por desplegar tanques de agua, visibles desde largas distancias, en distintos puntos del desierto de Sonora, del lado de Arizona. Creen firmemente en que los puentes son mejores que los muros, y que cruzar de forma irregular, considerado como una falta por el sistema estatal, no debe pagarse con una sentencia de muerte por deshidratación. Dicen no tener agendas políticas, tampoco muchos voluntarios. Se sostienen de distintas fuentes, como subvenciones y donaciones, y también han sido víctimas de intimidaciones por parte de personas con posturas extremistas. Sus tanques, incluso, han sido vandalizados, lo que describen sencillamente como “maldad”.
Otros, como Andrew Winter, permanecen en el frente. Este estadounidense forma parte de una red de voluntarios y organizaciones humanitarias (como los Samaritanos, No More Deaths, Salvavisión y la misma Humane Borders) que se dedican a dar una primera atención al migrante que cruza: agua, comida, papel higiénico, internet. En el campamento donde estaba Andy, logramos entrevistar a uno de los migrantes que habían llegado esa misma mañana: venía de Nicaragua en busca de mejores oportunidades económicas. Tenía claro, no obstante, que no iba a arriesgar su vida cruzando por el desierto. Como muchos otros, cruzó con la idea de entregarse a las autoridades con el objetivo de poder iniciar un proceso de solicitud de asilo, que puede tardar años en concluir.
Iniciar un proceso de estos no significa que todo esté resuelto. Por el contrario, todo está por definir. Por eso existen lugares como Casa Alitas, cuyo objetivo es dar refugio, atención médica, alimento y orientación a personas que cruzan buscando asilo. En un par de días, aproximadamente, les proveen estos servicios con el proposito de que puedan seguir su ruta hacia donde viven sus familiares o allegados, en donde deberán quedarse mientras se resuelven sus casos de asilo en las cortes.
En todo esto, quedan varias cosas claras. Una de ellas es que entre los principales desafíos está la judicialización de los llamados “coyotes”, quienes siguen poniendo en riesgo la vida de los migrantes una vez cruzan, pues a los que son traficados, seguramente bajo engaños, según las autoridades, los mantienen en casas, hacinados, sin comida y vulnerables a muchos tipos de delitos.
Es importante, entonces, hablar de las alternativas. Dada la creciente tendencia de solicitudes de asilo, hay que mencionar opciones como la que ofrece CBP One, una aplicación en la que la persona que aspira a buscar protección en Estados Unidos puede pedir una cita para ser admitido en un puerto de entrada, como el puente de Hidalgo. Las citas suelen ser “rapadas” y muchas personas entran en desespero por las demoras, mientras sus vidas corren peligro en México o sus países de origen. No obstante, migrantes que han logrado obtener un cupo en la agenda hacen un llamado a tener paciencia. Ya adentro, las personas pueden iniciar su proceso de solicitud de asilo, que (si se llega por medio de CBP One) tiene un plazo inicial de dos años, tiempo que difícilmente se cumplirá, por la congestión del sistema, y se deberá prorrogar.
La probabilidad de que la solicitud de asilo sea exitosa al final es baja, de entre un 10 a 20 %, según distintas fuentes. Después de varios años de haber intentado hacer una vida en Estados Unidos, muchas personas son obligadas a regresar a su país.
Mientras concluíamos este reportaje, el gobierno de Estados Unidos anunció una nueva restricción a las solicitudes de asilo cuando los cruces irregulares por la frontera sur superen los 2.500 casos. Esto ha sido denunciado por las organizaciones humanitarias como una nueva barrera que seguirá poniendo en riesgo una incalculable cantidad de vidas.
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