¿Hablar con Maduro?
El gobierno venezolano vuelve a plantear un diálogo. La oposición se opone. ¿Qué puede hacer la comunidad internacional? ¿Y Colombia?
Rodrigo Pardo*
Vuelve y juega. Nicolás Maduro afirma, otra vez, que está dispuesto a hablar con la oposición de su país. En esta ocasión, el elemento novedoso es la mención de México en calidad de… ¿mediador?, ¿apoyo?, ¿facilitador? Pero la gran pregunta es si en este llamado, que ya se había formulado sin éxito en el pasado, hay algo diferente. Si puede llevar a un entendimiento entre las muy polarizadas fuerzas del Gobierno y de la oposición. Y sobre todo, a un alivio de la delicada situación del país.
La distancia entre las dos partes es evidente, la imagen del Gobierno está caída dentro del país y en el exterior, y la oposición está debilitada y fragmentada. Lo cual hace válida la pregunta de si una reunión gobierno-oposición es posible y conveniente. Y cómo sería: ¿directa?, ¿a través de un tercero en el que estaría inicialmente México?, ¿con representantes formales?, ¿en un lugar neutral? Y, sobre todo, si un encuentro así sería deseable. Es decir, si sería útil para los efectos de reducir la grave crisis que golpea al país y a su población.
Hasta el momento ha prevalecido el punto de vista de la oposición. Uno en el que el diálogo ha sido visto como algo más favorable al chavismo, porque implicaría su reconocimiento como gobierno. Y, como se sabe, en el país vecino no hay acuerdo, ni siquiera, sobre quién es el presidente. La oposición, aunque dividida, reconoce a Juan Guaidó como jefe del Estado mientras el gobierno obedece a Nicolás Maduro como su cabeza legítima.
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La gran pregunta, en consecuencia, es si con la reciente convocatoria de Maduro a un diálogo con la oposición —¿cuál de todas?— se puede cambiar la tendencia predominante; es decir, la polarización extrema, la falta de efectividad de las instituciones, el aislamiento internacional y la incapacidad gubernamental para enfrentar graves problemas (desabastecimiento, criminalidad, hiperinflación) que afectan a la población. Para no hablar del debate sobre quién es gobierno y quién es el presidente. La oposición considera que el presidente es Juan Guaidó pero Maduro sigue en el Palacio.
¿Hay razones, ahora, para afirmar que un diálogo gobierno-oposición es posible? ¿Y si es necesario? ¿O conveniente? La principal razón para responder afirmativamente estos interrogantes es la prolongación del statu quo, sin evolución positiva, que se ha convertido en una grave amenaza. En primer lugar, para Venezuela. Pero con posibilidades de agravar la crisis humanitaria por fuera de sus fronteras y, sobre todo, en los países vecinos, como ya ocurre en Colombia.
Hoy es evidente que no solo el gobierno, sino también la oposición, han cometido graves errores que han alejado las posibilidades de una solución a la crisis. Tal vez porque predominó la idea equivocada de que el fin de Maduro y su régimen era tan inminente como inevitable. No fue así. Pasan los días, meses y años, y las alternativas de un avance hacia la democracia —vale decir, de un reemplazo de Maduro y su régimen cívico-militar— siguen lejanas. Acaso más que hace algunos meses. Y el costo humanitario —migraciones masivas, hambre, destrucción institucional, violencia— no cesa de crecer.
No hay razones para ningún optimismo ni para construir una hipótesis de cambio positivo de rumbo. El enorme costo humanitario golpea a Venezuela, pero amenaza también a otros países. A vecinos como Colombia y también a otros que están enfrentados a una grave crisis sanitaria producto de la pandemia. La situación es tan crítica, que Venezuela ha perdido visibilidad y ya no es el centro de la acción de nadie. Parecería que el escepticismo, la inacción y la desesperanza se tomaron todos los espacios.
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Hay elementos nuevos. Cambio de gobierno de Estados Unidos, revisión de algunas políticas en Europa y pérdida de consenso y comunicación entre los países latinoamericanos. Esos nuevos elementos distan de conformar una lista de causas para propiciar un cambio. Más bien, fortalecen un statu quo caótico e inaceptable desde un punto de vista de los valores democráticos. De Venezuela se habla menos ahora, justamente cuando se agrava como problema para la región.
Al nuevo gobierno de Joe Biden, en Estados Unidos, no se le sienten intenciones de un involucramiento activo. Más bien, parecería que su visión sobre Venezuela está subordinada a cálculos de política electoral local. Y no le fue nada bien al Partido Demócrata en estados como Florida, donde el asunto venezolano tiene mayor importancia en las elecciones. Los demócratas de ese estado se han convertido en un factor de defensa del statu quo.
Tal vez por eso, Maduro vuelve a considerar un diálogo con la oposición. Pero ya está demostrado que esta última se equivoca rechazando, a priori, cualquier contacto. Cuando hay problemas se necesita más comunicación, y no menos. Precisamente, porque los problemas son muy graves.
*Excanciller y periodista
Vuelve y juega. Nicolás Maduro afirma, otra vez, que está dispuesto a hablar con la oposición de su país. En esta ocasión, el elemento novedoso es la mención de México en calidad de… ¿mediador?, ¿apoyo?, ¿facilitador? Pero la gran pregunta es si en este llamado, que ya se había formulado sin éxito en el pasado, hay algo diferente. Si puede llevar a un entendimiento entre las muy polarizadas fuerzas del Gobierno y de la oposición. Y sobre todo, a un alivio de la delicada situación del país.
La distancia entre las dos partes es evidente, la imagen del Gobierno está caída dentro del país y en el exterior, y la oposición está debilitada y fragmentada. Lo cual hace válida la pregunta de si una reunión gobierno-oposición es posible y conveniente. Y cómo sería: ¿directa?, ¿a través de un tercero en el que estaría inicialmente México?, ¿con representantes formales?, ¿en un lugar neutral? Y, sobre todo, si un encuentro así sería deseable. Es decir, si sería útil para los efectos de reducir la grave crisis que golpea al país y a su población.
Hasta el momento ha prevalecido el punto de vista de la oposición. Uno en el que el diálogo ha sido visto como algo más favorable al chavismo, porque implicaría su reconocimiento como gobierno. Y, como se sabe, en el país vecino no hay acuerdo, ni siquiera, sobre quién es el presidente. La oposición, aunque dividida, reconoce a Juan Guaidó como jefe del Estado mientras el gobierno obedece a Nicolás Maduro como su cabeza legítima.
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La gran pregunta, en consecuencia, es si con la reciente convocatoria de Maduro a un diálogo con la oposición —¿cuál de todas?— se puede cambiar la tendencia predominante; es decir, la polarización extrema, la falta de efectividad de las instituciones, el aislamiento internacional y la incapacidad gubernamental para enfrentar graves problemas (desabastecimiento, criminalidad, hiperinflación) que afectan a la población. Para no hablar del debate sobre quién es gobierno y quién es el presidente. La oposición considera que el presidente es Juan Guaidó pero Maduro sigue en el Palacio.
¿Hay razones, ahora, para afirmar que un diálogo gobierno-oposición es posible? ¿Y si es necesario? ¿O conveniente? La principal razón para responder afirmativamente estos interrogantes es la prolongación del statu quo, sin evolución positiva, que se ha convertido en una grave amenaza. En primer lugar, para Venezuela. Pero con posibilidades de agravar la crisis humanitaria por fuera de sus fronteras y, sobre todo, en los países vecinos, como ya ocurre en Colombia.
Hoy es evidente que no solo el gobierno, sino también la oposición, han cometido graves errores que han alejado las posibilidades de una solución a la crisis. Tal vez porque predominó la idea equivocada de que el fin de Maduro y su régimen era tan inminente como inevitable. No fue así. Pasan los días, meses y años, y las alternativas de un avance hacia la democracia —vale decir, de un reemplazo de Maduro y su régimen cívico-militar— siguen lejanas. Acaso más que hace algunos meses. Y el costo humanitario —migraciones masivas, hambre, destrucción institucional, violencia— no cesa de crecer.
No hay razones para ningún optimismo ni para construir una hipótesis de cambio positivo de rumbo. El enorme costo humanitario golpea a Venezuela, pero amenaza también a otros países. A vecinos como Colombia y también a otros que están enfrentados a una grave crisis sanitaria producto de la pandemia. La situación es tan crítica, que Venezuela ha perdido visibilidad y ya no es el centro de la acción de nadie. Parecería que el escepticismo, la inacción y la desesperanza se tomaron todos los espacios.
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Al nuevo gobierno de Joe Biden, en Estados Unidos, no se le sienten intenciones de un involucramiento activo. Más bien, parecería que su visión sobre Venezuela está subordinada a cálculos de política electoral local. Y no le fue nada bien al Partido Demócrata en estados como Florida, donde el asunto venezolano tiene mayor importancia en las elecciones. Los demócratas de ese estado se han convertido en un factor de defensa del statu quo.
Tal vez por eso, Maduro vuelve a considerar un diálogo con la oposición. Pero ya está demostrado que esta última se equivoca rechazando, a priori, cualquier contacto. Cuando hay problemas se necesita más comunicación, y no menos. Precisamente, porque los problemas son muy graves.
*Excanciller y periodista