Hace cuarenta años caía una dictadura en Nicaragua
En medio de una crisis política en la que la historia parece repetirse, los nicaragüenses recuerdan el triunfo histórico que acabó con el régimen de Anastasio Somoza.
Daniela Quintero Díaz
El 19 de julio de 1979 fue un día histórico para Nicaragua. En el Día de la Alegría , como lo recuerdan todos, se dio el triunfo del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) sobre la dictadura de más de 40 años establecida por la familia Somoza.
(Le recomendamos: El día que cayó Anastasio Somoza, el último dictador de Nicaragua)
Anastasio Somoza Debayle, el tercero de los Somoza en el poder en Nicaragua, había adoptado de su padre, Anastasio Somoza García, el control del pueblo con puño de hierro. El apoyo de Estados Unidos, la creación de una Guardia Nacional —con miembros de élite dedicados a protegerlo— y el poderío económico que habían logrado con arcas públicas lo mantenían en el poder. Mientras las grandes masas del país vivían en extrema pobreza y desigualdad, los Somoza eran parte del 1 % de latifundistas dueños del 65 % de la tierra de Nicaragua.
Pero el poderío que la familia Somoza había construido desde 1935 llegaba a su ocaso. Todos los movimientos contra la dictadura somocista se unieron en un solo frente que, con los años, pasaría a constituirse en el Frente Sandinista de Liberación Nacional. El pueblo decidió respaldarlos masivamente, y la llegada de Jimmy Carter a la presidencia de Estados Unidos, que trajo consigo el fin del apoyo a Somoza, invirtió la balanza, quitándoles a los dictadores lo último que les quedaba. Los sandinistas iniciaron la ofensiva final: sus columnas se desplazaron hacia los centros de población y la gente, a su paso, se incorporó a la marcha.
El 17 de julio de 1979, en horas de la madrugada, Somoza Debayle, hostigado por el avance sandinista, renunció a la presidencia, huyó en un helicóptero hasta el aeropuerto Las Mercedes y, sobre las 4 de la mañana, en un avión Learn Jet privado, escapó en compañía de su familia y de altos mandos militares del país rumbo a Miami. El vacío de poder que quedó tras su huida lo llenarían dos días después los sandinistas con su triunfo y llegada a Managua.
***
“Yo viví ese triunfo siendo un niño. Tan solo tenía 10 años y vivía en Managua”, cuenta Ovidio Calderón, quien años después, al cumplir los 17, se unió al ejército del FSLN. “Cuando se dio la entrada de los sandinistas a Managua, eso parecía diciembre, era una fiesta, porque Somoza ya no estaba. Nosotros le teníamos mucho miedo y al enterarnos de que se había ido se respiró paz y tranquilidad”, cuenta.
Cuando cayó Somoza el país estaba devastado. La guerra había producido más de 50.000 muertos, en su mayoría civiles. Muchas familias no tenían hogar o estaban refugiadas en países vecinos y Estados Unidos no estaba dispuesto a perder su influencia en la región y a permitir el avance del socialismo en América Latina (que venía creciendo con el triunfo de la Revolución cubana). Por su parte, el nuevo gobierno de reconstrucción nacional, compuesto por cinco miembros —tres sandinistas, entre ellos el actual mandatario, Daniel Ortega; un empresario y Violeta Barrios de Chamorro, quien después llegaría a la presidencia—, se propuso mejorar las condiciones de la población.
“Cuando Estados Unidos quiso volver a entrar al país, que inició la guerra con la Contra apoyada por los países vecinos, yo estaba convencido y sentía en mi corazón que debía prestar el servicio con el FSLN. Entonces, al cumplir los 17 años, le dije a mi papá y me fui a ser voluntario. Tenía que defender nuestra soberanía”, recuerda Calderón. “No es que yo sea sandinista, pero creo que era necesario hacer ese esfuerzo. Hasta hoy estoy convencido de que hice algo bueno. Éramos muchas personas, con diferentes maneras de pensar, pero direccionadas a un mismo objetivo: sacar al país de la crisis en la que estaba. No solo hablar y decir, sino hacerlo”.
***
“Mi papá, Erasmo Montoya Leiva, fue uno de los precursores del Frente Sandinista”, cuenta Maribeli Montoya. “Nos enseñó desde muy jóvenes a luchar por nuestros ideales, por la igualdad y en contra de la dictadura de Somoza, que fue lo que nos tocó vivir en ese tiempo”. Cuando cumplió los 15 años, Maribeli decidió unirse al movimiento estudiantil del frente, conocido como el Frente Estudiantil Revolucionario. Después pasó a formar parte del brazo político y, más adelante, del movimiento armado. Cuando llegó el triunfo sobre Somoza tenía 17 años, y su hermano Abdul, que también se vinculó al movimiento desde muy joven, tenía 20.
(Le puede interesar: “Esto es peor que la dictadura de Somoza" Vilma Nuñez, defensora de derechos humanos en Nicaragua)
“Nosotros creímos en el proyecto revolucionario que se nos presentó. Pensamos que era lo justo y lo correcto, además de lo más viable para sacar a la dictadura de Somoza del poder… y permanecimos en las filas del partido por muchos años. Fuimos miles de jóvenes los que nos enfrentamos y derrotamos a la dictadura con las pocas armas que teníamos, mientras ellos estaban armados hasta los dientes. Pero nos fuimos dando cuenta con el tiempo de que ya no era lo que nos habían presentado. Vimos los desórdenes, la política retorcida y equivocada, y cómo empezó a surgir una nueva burguesía sandinista”, recuerda.
Por eso, hoy recuerda el triunfo de la Revolución con nostalgia. “Cuando recuerdo el 19 de julio hace 40 años, me parece mentira todo lo que estamos viviendo el día de hoy. Ese día estaba llena de orgullo, de gozo. Pensaba en todos los compañeros que no podían celebrar con nosotros porque habían sido asesinados; también en los familiares que la dictadura asesinó. Pero, desgraciadamente, hoy puedo decir que estoy decepcionada, frustrada y muy dolida con lo que está viviendo Nicaragua en este momento”, asegura.
Desde el 18 de abril del año pasado, Nicaragua atraviesa una grave crisis política que parece no tener fin. Los enfrentamientos entre leales al gobierno y opositores se incrementan, dejando centenares de heridos, presos políticos y denuncias por violaciones de derechos humanos. El mandatario, Daniel Ortega, recurre cada vez más a las políticas represivas contra las que alguna vez luchó.
”Los principios del Frente Sandinista hoy han sido pisoteados. Con lo que nos ha tocado vivir desde el año pasado, yo te puedo decir que el Gobierno es más criminal que la guardia de Somoza, porque se ha enfrentado a un pueblo desarmado. Nos llaman traidores, cuando aquí el mayor traidor se llama Daniel Ortega Saavedra, que traicionó los principios e ideales de Sandino”, cuenta Montoya, quien tuvo que ver también cómo se llevaban a su hermano preso por participar en una de las protestas contra Ortega. Ni la orden Carlos Fonseca, máxima distinción del partido a sus militantes históricos, otorgada a su padre, ni los largos años de lucha en el FSLN de toda la familia pudieron salvarlo de ir preso. Aunque el pasado 11 de junio, con las negociaciones entre gobierno y oposición, Abdul fue liberado. “Igual me duele y pienso en mi papá. Gracias a Dios por habérselo llevado hace unos años, así le evitó el dolor que hoy vivimos”.
***
“Soy obrero. Y como obrero pude ver cómo nuestra sociedad siempre ha estado dividida en clases sociales, con una distribución muy inequitativa de la riqueza. Desde mi posición, me veo en un mundo bastante injusto, y desde ahí voy tomando conciencia de lo que soy, de lo que puedo aspirar a ser”, dice Pedro Rodríguez.
Ante las injusticias que veía en la industria para la que trabajaba, Rodríguez empezó a manifestar sus inconformidades, a reunirse con sus compañeros y a organizarse. “Me uní al sindicato”, cuenta. En ese entonces, la única alternativa que veían desde el sindicato para hacerle frente a Somoza y acabar con la explotación era el Frente Sandinista, una organización político militar que hasta ese momento era clandestina. “Dejábamos volantes donde marcaba la tarjeta el trabajador, nos reuníamos, hablábamos. Pero, empezaron los despidos. En uno de esos, salí yo”.
Fue después de quedarse sin empleo que el FSLN lo contactó. “Me vinculé a la estructura militar en medio de esas circunstancias, estando desempleado. Pero ya trabajando empiezas a ir a las comarcas, a estar comprometido con la causa, que además consideraba una causa justa. La asumes como tu causa y comienzas a luchar contra lo que ha luchado tanta gente”, afirma.
Su vinculación total con el frente fue a los 25 años, en 1974. Su tarea era integrar un pequeño grupo de cinco hombres “con la misión de minimizar y diezmar a los enemigos frontales de la época, que eran la Guardia Nacional”. A esas células las llamaron Comandos Revolucionarios del Pueblo. “Como soldado tienes un ideal, y por ese ideal vas avanzando”, dice.
“Pero las guerras son crueles, te vas descomponiendo. Haces lo que crees más justo, pero eso te crea una atmósfera con la que cargas el resto de tus días. Ahora tenemos una sociedad un poco más benigna, pero el Estado sigue teniendo órganos represivos y sigue siendo el dominio de una clase que está en el poder, entonces, ¿qué te queda?”. Y citando al reconocido poeta nicaragüense, Ernesto Cardenal, se responde: “Estás ‘solo como un astronauta frente a la noche espacial’”.
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Hace 40 años, cuando triunfó la Revolución, Pedro Rodríguez recuerda que preguntó “¿y ahora qué?”, y la respuesta fue: “Ahora pasamos a formar parte del nuevo ejército”. Eso no le gustó. “Yo era un obrero. Entregué el fusil y dije, ‘nos vemos’… Pero la sociedad estaba revuelta. Después, con la Contra, se desarrolló una guerra más violenta, pero más convencional, y me fui a proteger las fronteras. La lucha por una causa justa sigue vigente”.
A pesar de recordar el triunfo del sandinismo desde lugares diferentes, Rodríguez, Calderón y Montoya tienen algo en común: quieren que la violencia pare en Nicaragua. “Tengo 70 años y no voy a dejar de ser sandinista ni de votar por la izquierda. Pero me gustaría que se curaran las heridas que tiene mi pueblo, para que la sociedad se recompusiera por medios pacíficos”, dice Rodríguez. “En la situación actual del país, yo no estoy a favor de uno ni del otro, a favor de ninguna de las dos agresiones, porque pienso que para eso está el diálogo”, afirma Calderón. “Estoy segura de que lo vamos a lograr, aquí no hay vuelta atrás. Nuestra mirada y lucha están puestas en que haya un cambio en Nicaragua”, concluye Montoya.
El 19 de julio de 1979 fue un día histórico para Nicaragua. En el Día de la Alegría , como lo recuerdan todos, se dio el triunfo del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) sobre la dictadura de más de 40 años establecida por la familia Somoza.
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Anastasio Somoza Debayle, el tercero de los Somoza en el poder en Nicaragua, había adoptado de su padre, Anastasio Somoza García, el control del pueblo con puño de hierro. El apoyo de Estados Unidos, la creación de una Guardia Nacional —con miembros de élite dedicados a protegerlo— y el poderío económico que habían logrado con arcas públicas lo mantenían en el poder. Mientras las grandes masas del país vivían en extrema pobreza y desigualdad, los Somoza eran parte del 1 % de latifundistas dueños del 65 % de la tierra de Nicaragua.
Pero el poderío que la familia Somoza había construido desde 1935 llegaba a su ocaso. Todos los movimientos contra la dictadura somocista se unieron en un solo frente que, con los años, pasaría a constituirse en el Frente Sandinista de Liberación Nacional. El pueblo decidió respaldarlos masivamente, y la llegada de Jimmy Carter a la presidencia de Estados Unidos, que trajo consigo el fin del apoyo a Somoza, invirtió la balanza, quitándoles a los dictadores lo último que les quedaba. Los sandinistas iniciaron la ofensiva final: sus columnas se desplazaron hacia los centros de población y la gente, a su paso, se incorporó a la marcha.
El 17 de julio de 1979, en horas de la madrugada, Somoza Debayle, hostigado por el avance sandinista, renunció a la presidencia, huyó en un helicóptero hasta el aeropuerto Las Mercedes y, sobre las 4 de la mañana, en un avión Learn Jet privado, escapó en compañía de su familia y de altos mandos militares del país rumbo a Miami. El vacío de poder que quedó tras su huida lo llenarían dos días después los sandinistas con su triunfo y llegada a Managua.
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“Yo viví ese triunfo siendo un niño. Tan solo tenía 10 años y vivía en Managua”, cuenta Ovidio Calderón, quien años después, al cumplir los 17, se unió al ejército del FSLN. “Cuando se dio la entrada de los sandinistas a Managua, eso parecía diciembre, era una fiesta, porque Somoza ya no estaba. Nosotros le teníamos mucho miedo y al enterarnos de que se había ido se respiró paz y tranquilidad”, cuenta.
Cuando cayó Somoza el país estaba devastado. La guerra había producido más de 50.000 muertos, en su mayoría civiles. Muchas familias no tenían hogar o estaban refugiadas en países vecinos y Estados Unidos no estaba dispuesto a perder su influencia en la región y a permitir el avance del socialismo en América Latina (que venía creciendo con el triunfo de la Revolución cubana). Por su parte, el nuevo gobierno de reconstrucción nacional, compuesto por cinco miembros —tres sandinistas, entre ellos el actual mandatario, Daniel Ortega; un empresario y Violeta Barrios de Chamorro, quien después llegaría a la presidencia—, se propuso mejorar las condiciones de la población.
“Cuando Estados Unidos quiso volver a entrar al país, que inició la guerra con la Contra apoyada por los países vecinos, yo estaba convencido y sentía en mi corazón que debía prestar el servicio con el FSLN. Entonces, al cumplir los 17 años, le dije a mi papá y me fui a ser voluntario. Tenía que defender nuestra soberanía”, recuerda Calderón. “No es que yo sea sandinista, pero creo que era necesario hacer ese esfuerzo. Hasta hoy estoy convencido de que hice algo bueno. Éramos muchas personas, con diferentes maneras de pensar, pero direccionadas a un mismo objetivo: sacar al país de la crisis en la que estaba. No solo hablar y decir, sino hacerlo”.
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“Mi papá, Erasmo Montoya Leiva, fue uno de los precursores del Frente Sandinista”, cuenta Maribeli Montoya. “Nos enseñó desde muy jóvenes a luchar por nuestros ideales, por la igualdad y en contra de la dictadura de Somoza, que fue lo que nos tocó vivir en ese tiempo”. Cuando cumplió los 15 años, Maribeli decidió unirse al movimiento estudiantil del frente, conocido como el Frente Estudiantil Revolucionario. Después pasó a formar parte del brazo político y, más adelante, del movimiento armado. Cuando llegó el triunfo sobre Somoza tenía 17 años, y su hermano Abdul, que también se vinculó al movimiento desde muy joven, tenía 20.
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“Nosotros creímos en el proyecto revolucionario que se nos presentó. Pensamos que era lo justo y lo correcto, además de lo más viable para sacar a la dictadura de Somoza del poder… y permanecimos en las filas del partido por muchos años. Fuimos miles de jóvenes los que nos enfrentamos y derrotamos a la dictadura con las pocas armas que teníamos, mientras ellos estaban armados hasta los dientes. Pero nos fuimos dando cuenta con el tiempo de que ya no era lo que nos habían presentado. Vimos los desórdenes, la política retorcida y equivocada, y cómo empezó a surgir una nueva burguesía sandinista”, recuerda.
Por eso, hoy recuerda el triunfo de la Revolución con nostalgia. “Cuando recuerdo el 19 de julio hace 40 años, me parece mentira todo lo que estamos viviendo el día de hoy. Ese día estaba llena de orgullo, de gozo. Pensaba en todos los compañeros que no podían celebrar con nosotros porque habían sido asesinados; también en los familiares que la dictadura asesinó. Pero, desgraciadamente, hoy puedo decir que estoy decepcionada, frustrada y muy dolida con lo que está viviendo Nicaragua en este momento”, asegura.
Desde el 18 de abril del año pasado, Nicaragua atraviesa una grave crisis política que parece no tener fin. Los enfrentamientos entre leales al gobierno y opositores se incrementan, dejando centenares de heridos, presos políticos y denuncias por violaciones de derechos humanos. El mandatario, Daniel Ortega, recurre cada vez más a las políticas represivas contra las que alguna vez luchó.
”Los principios del Frente Sandinista hoy han sido pisoteados. Con lo que nos ha tocado vivir desde el año pasado, yo te puedo decir que el Gobierno es más criminal que la guardia de Somoza, porque se ha enfrentado a un pueblo desarmado. Nos llaman traidores, cuando aquí el mayor traidor se llama Daniel Ortega Saavedra, que traicionó los principios e ideales de Sandino”, cuenta Montoya, quien tuvo que ver también cómo se llevaban a su hermano preso por participar en una de las protestas contra Ortega. Ni la orden Carlos Fonseca, máxima distinción del partido a sus militantes históricos, otorgada a su padre, ni los largos años de lucha en el FSLN de toda la familia pudieron salvarlo de ir preso. Aunque el pasado 11 de junio, con las negociaciones entre gobierno y oposición, Abdul fue liberado. “Igual me duele y pienso en mi papá. Gracias a Dios por habérselo llevado hace unos años, así le evitó el dolor que hoy vivimos”.
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“Soy obrero. Y como obrero pude ver cómo nuestra sociedad siempre ha estado dividida en clases sociales, con una distribución muy inequitativa de la riqueza. Desde mi posición, me veo en un mundo bastante injusto, y desde ahí voy tomando conciencia de lo que soy, de lo que puedo aspirar a ser”, dice Pedro Rodríguez.
Ante las injusticias que veía en la industria para la que trabajaba, Rodríguez empezó a manifestar sus inconformidades, a reunirse con sus compañeros y a organizarse. “Me uní al sindicato”, cuenta. En ese entonces, la única alternativa que veían desde el sindicato para hacerle frente a Somoza y acabar con la explotación era el Frente Sandinista, una organización político militar que hasta ese momento era clandestina. “Dejábamos volantes donde marcaba la tarjeta el trabajador, nos reuníamos, hablábamos. Pero, empezaron los despidos. En uno de esos, salí yo”.
Fue después de quedarse sin empleo que el FSLN lo contactó. “Me vinculé a la estructura militar en medio de esas circunstancias, estando desempleado. Pero ya trabajando empiezas a ir a las comarcas, a estar comprometido con la causa, que además consideraba una causa justa. La asumes como tu causa y comienzas a luchar contra lo que ha luchado tanta gente”, afirma.
Su vinculación total con el frente fue a los 25 años, en 1974. Su tarea era integrar un pequeño grupo de cinco hombres “con la misión de minimizar y diezmar a los enemigos frontales de la época, que eran la Guardia Nacional”. A esas células las llamaron Comandos Revolucionarios del Pueblo. “Como soldado tienes un ideal, y por ese ideal vas avanzando”, dice.
“Pero las guerras son crueles, te vas descomponiendo. Haces lo que crees más justo, pero eso te crea una atmósfera con la que cargas el resto de tus días. Ahora tenemos una sociedad un poco más benigna, pero el Estado sigue teniendo órganos represivos y sigue siendo el dominio de una clase que está en el poder, entonces, ¿qué te queda?”. Y citando al reconocido poeta nicaragüense, Ernesto Cardenal, se responde: “Estás ‘solo como un astronauta frente a la noche espacial’”.
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Hace 40 años, cuando triunfó la Revolución, Pedro Rodríguez recuerda que preguntó “¿y ahora qué?”, y la respuesta fue: “Ahora pasamos a formar parte del nuevo ejército”. Eso no le gustó. “Yo era un obrero. Entregué el fusil y dije, ‘nos vemos’… Pero la sociedad estaba revuelta. Después, con la Contra, se desarrolló una guerra más violenta, pero más convencional, y me fui a proteger las fronteras. La lucha por una causa justa sigue vigente”.
A pesar de recordar el triunfo del sandinismo desde lugares diferentes, Rodríguez, Calderón y Montoya tienen algo en común: quieren que la violencia pare en Nicaragua. “Tengo 70 años y no voy a dejar de ser sandinista ni de votar por la izquierda. Pero me gustaría que se curaran las heridas que tiene mi pueblo, para que la sociedad se recompusiera por medios pacíficos”, dice Rodríguez. “En la situación actual del país, yo no estoy a favor de uno ni del otro, a favor de ninguna de las dos agresiones, porque pienso que para eso está el diálogo”, afirma Calderón. “Estoy segura de que lo vamos a lograr, aquí no hay vuelta atrás. Nuestra mirada y lucha están puestas en que haya un cambio en Nicaragua”, concluye Montoya.