Haití: entre el olvido, la impunidad y las ansias de huir
Jovenel Moïse fue asesinado hace un año y con ello la espiral de tensiones en Haití se agranda cada vez más. No es solo que el país se haya quedado sin presidente de un día para otro, sino que las personas de a pie, en medio de la violencia marcada por el pulso de las pandillas y el hambre, apenas sobreviven allí. En medio de ello, la justicia por el magnicidio aún no se asoma y huir parece ser la única opción.
María José Noriega Ramírez
De la noticia al shock, del shock a la escritura, de la escritura a la conmoción y de la conmoción devuelta a las letras. Así vivió Louis Jean-Pierre Loriston el momento en que la noticia del asesinato del presidente Jovenel Moïse recorría el mundo. Hasta el día de hoy sigue escribiendo, y lo hace porque aún está tratando de entender qué sucedió el 7 de julio de 2021, cuando unos hombres mataron a Moïse en su casa, en su intimidad, aunque admite que realmente sí sabe por qué sucedió lo que sucedió: Haití es producto de su propia historia, como lo somos todos. Mientras daba clase de Contratos Internacionales de forma virtual en una universidad española, conoció lo que ocurría en su país. Se disculpó con sus estudiantes, canceló la sesión del día, y las que le faltaban, y trató de contactarse con sus connacionales. Aunque tenía conocidos en la Policía haitiana, no consiguió que alguien le hablara. “No podían hacerlo, no querían”, admite.
“¿Esta será la última gota? ¿Podremos llegar más bajo?”, son las preguntas que le dan vueltas en su cabeza y sobre las cuales escribe y rescribe un documento que aspira terminar pronto. En medio de ello, piensa en el padre fundador de Haití, en Jean-Jacques Dessalines, líder de la revolución haitiana, y recuerda que, así como Moïse, él también fue asesinado. Y así como él, quien mantuvo un discurso de la defensa de los campesinos y las mujeres del campo (sòyet), Moïse llegó al poder con la promesa de que “lo poquito que queda es para los pobres”. Sin embargo, así como compartían ideas, hacían suyos también sus pecados. “Ninguno era un santo”, dice. Si Dessalines rompía escrituras falsas (y en algunos casos algunas buenas) para realizar su reforma agraria y regalaba lotes a sus amigos cercanos, Moïse, por ejemplo, le quitó el contrato de electricidad al empresario Dimitri Vorbe (citado por la Fiscalía en medio de las investigaciones por el magnicidio) para entregárselo al Partido Haitiano Tèt Kale (PHTK), beneficiando así a la familia del exmandatario Michel Martelly, quien lo respaldó para llegar a la Presidencia y de quien dependía su seguridad, comenta el docente haitiano por teléfono.
“Todo el mundo sabe en Haití que cuando se dice ‘el padrino lo entregó’ es porque al final de su mandato Moïse quería romper con él, con el expresidente Martelly. Sin embargo, era demasiado tarde”, dice el también politólogo, quien agrega que por las calles de su país es común escuchar eso: “Rompió con su padrino y su padrino lo entregó”. “Todos sus jefes de seguridad fueron escogidos por él, por Martelly. Por eso ellos desaparecieron la noche del asesinato. Por eso no va a haber justicia para Jovenel Moïse, porque lo mataron en su casa, porque su círculo íntimo tiene que ver en ello, y porque, además, nunca hubo justicia para Dessalines”, agrega Pierre desde España, después de haber vivido en Estados Unidos y en Colombia tras dejar Haití cuando apenas el siglo XXI se avizoraba en el horizonte.
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Mientras el 80 % de la población vive por debajo del umbral de pobreza, a falta de colegios, universidades y hospitales, la violencia de las pandillas está a la orden del día. No es solo que las bandas organizadas controlen quién sale a las calles y en qué momento lo hacen. No es solo que bloqueen el acceso a los alimentos y el combustible, como sucedió en octubre pasado, sino que los secuestros se han convertido en una mercancía y, como tal, hasta en objeto de chistes vulgares. “Se ha empezado a estratificar a quienes quieren secuestrar, escogiéndolos como si fueran marcas de ropa: Dolce & Gabbana, Armani, Cartier”, comenta Pierre. Y así se ha consolidado una realidad más dura y compleja en este último año: entre enero y marzo de 2022 se registraron 225 secuestros, mientras que de abril a junio se conocieron 326. Esa es la industria de los secuestros, como lo nombra Vincent Bloch, profesor de la Universidad de Nueva York. Eso es lo que pasa cuando las bandas criminales, que existían desde los tiempos de François Duvalier y Jean-Bertrand Aristide, el uno con los Tontons Macoutes y el otro con los Chimères, respectivamente, se benefician ahora de la renta humanitaria, ante un Estado débil y corrupto, ante el fortalecimiento militar y la autonomía de las bandas (teniendo a un lado el tráfico de drogas y de armas). “Las pandillas van cambiando de naturaleza y van perdiendo su función tradicional de actores intermediarios”, advierte Bloch.
Así, ante el vacío institucional que agudizó el magnicidio, y que cada día se profundiza más, Pierre cree que la crisis se podría contrarrestar evaluando las relaciones diplomáticas y la presencia de las ONG dentro del país, pero, sobre todo, a través de la educación. Eso que se ha dicho sobre convocar nuevas elecciones para este año y redactar una nueva Constitución “solo generaría más problemas”, advierte. Además, no hay que olvidar que, según dice Bloch, la distancia que ha existido entre la élite criolla urbana y el mundo rural, que en el medio tiene a los grandes terratenientes, a los grupos armados y a los dignatarios religiosos, así como a los actores de la ayuda humanitaria, hacen del país algo cada vez más complejo. En esa complejidad, “las elecciones, como en el pasado, seguirán bloqueadas y tendrán una importancia relativa, pues en la última década, la estabilidad política ha dependido de otros intermediarios, principalmente de las ONG. Más allá de ello, es difícil ver cómo una nueva Constitución podría tener un impacto en esto”.
Olvidar, pasar la página y normalizar el crimen, ese es el aire que se respira en Haití, o al menos así lo describe Pierre. “Mantenernos en el poder para que no haya una investigación seria” es lo que él interpreta de quienes hoy se mueven en las altas esferas del país, mientras que las personas de a pie viven “resignadas”. “El buque (Haití) se está hundiendo y hay que nadar para salir” es una frase que, a su parecer, resume cómo vive la gente y que ilustra, además, la imagen de los más de 20.000 haitianos que cruzaron la frontera de Panamá, entre un total de 46.000 personas, en su intento de migrar hacia el norte del continente en septiembre del año pasado, solo dos meses después de que Moïse fuera asesinado. Así, para Bloch, “esto es un asunto global”.
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De la noticia al shock, del shock a la escritura, de la escritura a la conmoción y de la conmoción devuelta a las letras. Así vivió Louis Jean-Pierre Loriston el momento en que la noticia del asesinato del presidente Jovenel Moïse recorría el mundo. Hasta el día de hoy sigue escribiendo, y lo hace porque aún está tratando de entender qué sucedió el 7 de julio de 2021, cuando unos hombres mataron a Moïse en su casa, en su intimidad, aunque admite que realmente sí sabe por qué sucedió lo que sucedió: Haití es producto de su propia historia, como lo somos todos. Mientras daba clase de Contratos Internacionales de forma virtual en una universidad española, conoció lo que ocurría en su país. Se disculpó con sus estudiantes, canceló la sesión del día, y las que le faltaban, y trató de contactarse con sus connacionales. Aunque tenía conocidos en la Policía haitiana, no consiguió que alguien le hablara. “No podían hacerlo, no querían”, admite.
“¿Esta será la última gota? ¿Podremos llegar más bajo?”, son las preguntas que le dan vueltas en su cabeza y sobre las cuales escribe y rescribe un documento que aspira terminar pronto. En medio de ello, piensa en el padre fundador de Haití, en Jean-Jacques Dessalines, líder de la revolución haitiana, y recuerda que, así como Moïse, él también fue asesinado. Y así como él, quien mantuvo un discurso de la defensa de los campesinos y las mujeres del campo (sòyet), Moïse llegó al poder con la promesa de que “lo poquito que queda es para los pobres”. Sin embargo, así como compartían ideas, hacían suyos también sus pecados. “Ninguno era un santo”, dice. Si Dessalines rompía escrituras falsas (y en algunos casos algunas buenas) para realizar su reforma agraria y regalaba lotes a sus amigos cercanos, Moïse, por ejemplo, le quitó el contrato de electricidad al empresario Dimitri Vorbe (citado por la Fiscalía en medio de las investigaciones por el magnicidio) para entregárselo al Partido Haitiano Tèt Kale (PHTK), beneficiando así a la familia del exmandatario Michel Martelly, quien lo respaldó para llegar a la Presidencia y de quien dependía su seguridad, comenta el docente haitiano por teléfono.
“Todo el mundo sabe en Haití que cuando se dice ‘el padrino lo entregó’ es porque al final de su mandato Moïse quería romper con él, con el expresidente Martelly. Sin embargo, era demasiado tarde”, dice el también politólogo, quien agrega que por las calles de su país es común escuchar eso: “Rompió con su padrino y su padrino lo entregó”. “Todos sus jefes de seguridad fueron escogidos por él, por Martelly. Por eso ellos desaparecieron la noche del asesinato. Por eso no va a haber justicia para Jovenel Moïse, porque lo mataron en su casa, porque su círculo íntimo tiene que ver en ello, y porque, además, nunca hubo justicia para Dessalines”, agrega Pierre desde España, después de haber vivido en Estados Unidos y en Colombia tras dejar Haití cuando apenas el siglo XXI se avizoraba en el horizonte.
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Mientras el 80 % de la población vive por debajo del umbral de pobreza, a falta de colegios, universidades y hospitales, la violencia de las pandillas está a la orden del día. No es solo que las bandas organizadas controlen quién sale a las calles y en qué momento lo hacen. No es solo que bloqueen el acceso a los alimentos y el combustible, como sucedió en octubre pasado, sino que los secuestros se han convertido en una mercancía y, como tal, hasta en objeto de chistes vulgares. “Se ha empezado a estratificar a quienes quieren secuestrar, escogiéndolos como si fueran marcas de ropa: Dolce & Gabbana, Armani, Cartier”, comenta Pierre. Y así se ha consolidado una realidad más dura y compleja en este último año: entre enero y marzo de 2022 se registraron 225 secuestros, mientras que de abril a junio se conocieron 326. Esa es la industria de los secuestros, como lo nombra Vincent Bloch, profesor de la Universidad de Nueva York. Eso es lo que pasa cuando las bandas criminales, que existían desde los tiempos de François Duvalier y Jean-Bertrand Aristide, el uno con los Tontons Macoutes y el otro con los Chimères, respectivamente, se benefician ahora de la renta humanitaria, ante un Estado débil y corrupto, ante el fortalecimiento militar y la autonomía de las bandas (teniendo a un lado el tráfico de drogas y de armas). “Las pandillas van cambiando de naturaleza y van perdiendo su función tradicional de actores intermediarios”, advierte Bloch.
Así, ante el vacío institucional que agudizó el magnicidio, y que cada día se profundiza más, Pierre cree que la crisis se podría contrarrestar evaluando las relaciones diplomáticas y la presencia de las ONG dentro del país, pero, sobre todo, a través de la educación. Eso que se ha dicho sobre convocar nuevas elecciones para este año y redactar una nueva Constitución “solo generaría más problemas”, advierte. Además, no hay que olvidar que, según dice Bloch, la distancia que ha existido entre la élite criolla urbana y el mundo rural, que en el medio tiene a los grandes terratenientes, a los grupos armados y a los dignatarios religiosos, así como a los actores de la ayuda humanitaria, hacen del país algo cada vez más complejo. En esa complejidad, “las elecciones, como en el pasado, seguirán bloqueadas y tendrán una importancia relativa, pues en la última década, la estabilidad política ha dependido de otros intermediarios, principalmente de las ONG. Más allá de ello, es difícil ver cómo una nueva Constitución podría tener un impacto en esto”.
Olvidar, pasar la página y normalizar el crimen, ese es el aire que se respira en Haití, o al menos así lo describe Pierre. “Mantenernos en el poder para que no haya una investigación seria” es lo que él interpreta de quienes hoy se mueven en las altas esferas del país, mientras que las personas de a pie viven “resignadas”. “El buque (Haití) se está hundiendo y hay que nadar para salir” es una frase que, a su parecer, resume cómo vive la gente y que ilustra, además, la imagen de los más de 20.000 haitianos que cruzaron la frontera de Panamá, entre un total de 46.000 personas, en su intento de migrar hacia el norte del continente en septiembre del año pasado, solo dos meses después de que Moïse fuera asesinado. Así, para Bloch, “esto es un asunto global”.
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