Jimmy Carter: un visionario eclipsado por la adversidad
A Jimmy Carter se le recuerda siempre por los desastres que acumuló, pero tuvo una presidencia que fue más significativa de lo que se cree. Este domingo, murió a los 100 años en su casa en Georgia.
Camilo Gómez Forero
En 1976, la mayoría de los estadounidenses deseaban que el presidente fuera alguien como Jimmy Carter. Dos años antes, Richard Nixon había renunciado tras el escándalo de Watergate y la Casa Blanca había quedado manchada por su saga de ilegalidad y encubrimiento. La confianza se había perdido. Había que poner a alguien diferente en el cargo para recuperar el rumbo, y “Jimmy”, como se le acuñó en los medios y en la arena política, proyectaba las características de una figura impoluta y cercana a la gente. Compartía los mismos intereses por construir una nación más justa, educada y sostenible y, aunque no tenía mucha experiencia, al menos era un rostro fresco y diferente.
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En 1976, la mayoría de los estadounidenses deseaban que el presidente fuera alguien como Jimmy Carter. Dos años antes, Richard Nixon había renunciado tras el escándalo de Watergate y la Casa Blanca había quedado manchada por su saga de ilegalidad y encubrimiento. La confianza se había perdido. Había que poner a alguien diferente en el cargo para recuperar el rumbo, y “Jimmy”, como se le acuñó en los medios y en la arena política, proyectaba las características de una figura impoluta y cercana a la gente. Compartía los mismos intereses por construir una nación más justa, educada y sostenible y, aunque no tenía mucha experiencia, al menos era un rostro fresco y diferente.
Su padre, Earl Carter, fue un exitoso hombre de negocios en Georgia que tenía una pequeña granja, donde se cultivaba maní, y una tienda de comestibles. Cuando él murió en 1953, la familia Carter tuvo graves problemas económicos. Jimmy, quien pensaba seguir una carrera en la Armada y acababa de casarse con su pareja de toda la vida, Rosalynn, tuvo que abandonar sus primeros planes profesionales para hacerse cargo del negocio.
Carter, un presidente con una visión distinta
Sin la experiencia de su padre, su primera cosecha fue un fracaso total, pero el estudio juicioso sobre la producción de cacahuates, y el trabajo de su esposa en el área contable, hicieron que la granja volviera a ser rentable. Ahí estaba un hombre y una familia que representaba a la clase trabajadora. Eso, sin duda, encantaba a un público desilusionado con los políticos como Nixon, mucho más conocidos en Washington.
“Los primeros años de mi vida en la granja fueron plenos y placenteros, aislados pero no solitarios. Siempre teníamos suficiente para comer, sin dificultades económicas, pero sin dinero para derrochar. Nos sentimos cerca de la naturaleza, cerca de los miembros de nuestra familia y cerca de Dios”, escribió Carter en 1975.
Ese fue su otro gancho. Además de ese hombre trabajador, Carter era un hombre de Dios. No fue su religión, sino su religiosidad. Como candidato, y luego como presidente, Carter a menudo citaba pasajes de la biblia en sus discursos, apoyaba a las organizaciones religiosas y asistía con frecuencia a la Primera Iglesia Bautista de su natal Plains. Así que cuando Carter se lanzó al Senado, y luego a la Gobernación de Georgia, su religiosidad capturó el voto de los evangélicos. Cuando se lanzó a la presidencia, también lo siguieron.
Sin embargo, Carter, el visionario y liberal, fue mucho para los más religiosos: un hombre adelantado a su época. Terminaron abandonándolo en las elecciones de 1980 marchándose con los republicanos, con quienes permanecen hasta el día de hoy. Hubo varias razones: Carter buscaba discutir los derechos de los homosexuales, la anticoncepción y el aborto en su “Conferencia de la Casa Blanca sobre las Familias”, e insistía en retirar la exención fiscal a las academias religiosas, que les evitaba el pago de impuestos. Eso marcó la ruptura antes de su campaña a la reelección.
Pero esta no fue la única razón por la que Carter puede ser considerado un hombre adelantado a su momento. En ese entorno rural, Carter había cultivado un amplio interés por los derechos civiles. Era la población históricamente segregada la que se había unido a él en los campos de trabajo. Por ello, aseguró que la discriminación no tenía cabida en el futuro del Estado y trabajó por ampliar los derechos de las comunidades más oprimidas.
Durante su mandato en la Casa Blanca, el demócrata lanzó una serie de iniciativas y programas destinados a apoyar a las personas de bajos ingresos, incluyendo la creación del Departamento de Educación para gestionar la educación pública y la firma del Acta de Derechos Civiles de 1978. Carter era un hombre que siempre buscaba hacer lo correcto. Llevó a la clase media y baja a lugares a los que no había estado antes, literalmente.
Dentro de sus reformas estuvo la Ley de Desregulación de Aerolíneas de 1978, la cual transformó la industria de la aviación y permitió una mayor competencia, llevando a precios más bajos para los consumidores y a que millones pudieran volar por primera vez. También desreguló el gas natural, favoreciendo una independencia energética e inauguró la investigación sobre la energía solar, además de crear el Departamento de Energía. Fue, sobre todo, un pionero de la energía verde.
Ahí estuvo el punto donde la experiencia agrícola marcó a Carter en un sentido más amplio: le permitió construir un pensamiento crítico sobre el cuidado del medio ambiente. Consciente de los desafíos que enfrentó en la granja, Jimmy fomentó como presidente la agricultura sostenible. Impulsó el uso de ingredientes orgánicos en la cocina, así como los mercados agricultores pequeños. También defendió la alimentación y la cocina saludable. Sin embargo, todos y cada uno de estos avances, sorprendentes para un hombre que llegó al cargo sin la experiencia requerida, quedaron sepultados por la acumulación de crisis y errores sobre el final de su mandato.
La política exterior de Carter: cargada de problemas
A Carter pocos lo recuerdan por su avanzada sobre la energía verde y los derechos humanos, un área en la que se le recuerda especialmente en América Latina. Carter, por ejemplo, priorizó los derechos humanos como parte fundamental de su política exterior, lo que influyó en su relación con los regímenes autoritarios de América Latina. Retiró el apoyo a dictaduras que habían sido respaldadas previamente por Estados Unidos, como la de Anastasio Somoza en Nicaragua, y presionó a gobiernos represivos, como el de Argentina y Chile, para que mejoraran su historial de derechos humanos. En Argentina, su gobierno criticó abiertamente las violaciones cometidas durante la dictadura militar y apoyó a organizaciones de derechos humanos, como las Madres de Plaza de Mayo. En Chile, presionó al régimen de Augusto Pinochet mediante la suspensión de ciertas ayudas y un enfoque diplomático que buscaba promover la transición democrática.
Pero, de manera simplista, se le ve más como el presidente que fue incapaz de acabar con la recesión y los altos precios de la energía, o el que le devolvió el Canal de Panamá a Panamá, una decisión por la que fue duramente criticado en casa. La crisis de los rehenes en Irán, en la que 52 diplomáticos y ciudadanos estadounidenses fueron capturados en la embajada de Teherán, marcó profundamente su presidencia. La fallida operación de rescate conocida como “Garra de Águila”, en la que murieron ocho militares estadounidenses, no solo agravó la situación, sino que también minó la confianza pública en su liderazgo y en la capacidad del gobierno para manejar crisis internacionales.
Carter también autorizó la Operación Ciclón, que proveyó armas y recursos a los muyahidines en Afganistán para combatir la invasión soviética. Aunque esta decisión se alineó con los intereses estratégicos de la Guerra Fría, tuvo repercusiones a largo plazo, incluyendo el fortalecimiento de grupos extremistas en la región. Estas decisiones, aunque justificadas en su contexto histórico, contribuyeron a la percepción de un presidente debilitado en el ámbito internacional.
Aquel también será recordado como el presidente, entre los entornos conservadores, que abandonó a Somoza y le sirvió en bandeja de plata Nicaragua a los sandinistas y que permitió el fortalecimiento de Sadam Huseín en Irak. Su mayor logro en política exterior —quizá el más importante de su presidencia en el campo internacional— fueron los acuerdos de Camp David. Medió activamente para que se firmara la paz entre Egipto e Israel, lo que le valió el premio Nobel de la Paz más adelante.
Tal vez la mejor manera de resumir su gobierno la hizo su biógrafo, Kai Bird, quien calificó la presidencia de Carter como una “incomprendida”, recordado siempre por sus errores y no por sus grandes aciertos. Perder la reelección lo sumió en la depresión, pero se levantó para continuar con sus labores como un diplomático sin credencial, dando conferencias por el mundo, recomendando las formas alternativas de energía para salvar al planeta, vigilando elecciones y financiando estudios para erradicar enfermedades hasta el día de su muerte. Aunque su presidencia estuvo plagada de retos y errores, sus logros, tanto en el cargo como en su vida posterior, lo consagran como uno de los expresidentes más influyentes y admirados de Estados Unidos. Carter demostró que el verdadero liderazgo trasciende los periodos de mandato y se define por la capacidad de inspirar y servir.
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